El Color de la Noche...
Caminaba con la quietud que me caracterizaba.
Conocía aquel palacio. Lo había visitado varias veces y sabía donde
agazaparme, donde quedarme quieto, donde los guardias no me verían… Por
eso me resultó tan sencillo llegar hasta el jardín.
La
alta torre donde ella vivía se erigía ante mi. Se notaba que los
cristianos habían llegado a esas tierras, pero eso tan solo me
facilitaba las cosas. La noche era silenciosa, y la luna estaba ausente…
La oscuridad, esa tenebrosa compañera que asusta a algunos, a mi me
protegía como si una hermana mayor se tratase.
Atravesé
los jardines en ese silencio que me caracterizaba. Los soldados no se
dieron cuenta cuando pasé a su lado, y lo agradecí. Mi trabajo consiste
en hacer que el Camino de los demás termine, pero no me gusta terminar
sus Caminos antes de hora… o sin motivo.
Miré
hacia la entrada y encontré a dos guardias. Su Vista no era gran cosa…
todavía recuerdo cuando pasé a su lado y no se inmutaron, como si yo
solo fuera un fantasma… Las enseñanzas de Shayide siempre me resultaron
muy útiles.
Ah,
mi bella Shayide… Su rostro sonriente me mira a través de las brumas de
mi Vista, protegiéndome a cada segundo que pasa. ¿Qué estaría haciendo
ahora? ¿Levantaría plegarias a los ancestros para mi protección?
Quisiera pensar que si, pues toda persona que se me cruzaba cambiaba sin
explicación alguna de dirección. No me costó encontrar aquella zona…
Tomé algunas ropas, me vestí como alguien del servicio bajo mis ropas
reales y, ocultando mis armas, tomé un odre de vino. Nunca entenderé
como los cristianos siguen bebiendo de este líquido que, aunque esté
sabroso, ellos dicen que es la “Sangre” de su mesías… Pobres ilusos.
Subo
las escaleras con el odre en mis brazos, y llego hasta lo más alto. De
nuevo, al amparo de la oscuridad, abro el recipiente de cuero y dejo
dentro un poco de adormidera bastante concentrado. No quiero que
intervenga nadie en lo que voy a hacer.
Me
dirijo a la única puerta que hay en todo el pasillo, custodiado por dos
guardias cristianos. Les saludo, y ellos también lo hacen. Hace frío,
así que uso esa escusa para darles el vino, y ellos se lo beben
inocentemente… No es de extrañar, pues si hubiera luna estaría muy alta
ya.
La planta
hace su efecto, y caen rendidos a mis pies. Me quito las ropas de
sirviente y saco la daga que deberé usar. Es fina, algo larga y
extremadamente afilada. En su pomo están grabados los símbolos para
separar del cuerpo lo que la gente no puede ver. La guardo en mi
cinturón, me escondo tras mi capucha y abro la puerta con sigilo.
Los
cristianos nunca comprenderán que una bisagra que chirría es un buen
sistema de seguridad, pero gracias a ello yo puedo entrar por las
puertas sin darse cuenta. Atranqué con una viga de madera la única
entrada del lugar y me giré. Todo estaba a oscuras salvo la gran
chimenea al fondo, mostrando una gran cama y a una mujer de largos
cabellos negros. Fijé mi mirada en esa mujer, vestida como las más altas
cortesanas árabes pero que sin duda no le eran necesarias.
Mi
Vista lo advirtió enseguida. De ella surgía un aura muy poderosa. Sin
embargo, había mucha maldad en ella, y su Vista estaba tan negra como la
noche fuera de la torre.
Me
fijé en toda ella. Tenía una especie de muñeco de trapo en sus manos, y
estaba trenzando sus cabellos para colocarlos dentro. También tenía
algo más, pero no lo vi con exactitud. No me importaba. Sabía cual era
mi misión… Mi modo de hacer las cosas era mucho más sutil que la suya.
Me
moví en silencio de nuevo, evitando que ella se percatara de mi
presencia. Como un lobo que acecha su presa, me coloqué en la ventana, y
de la bolsa que llevaba saqué la cuerda. La até en una argolla cerca de
la ventana y la preparé a su lado. Había llegado el momento.
Me
alcé y caminé demostrando mi presencia. También dejé ir mi aura. Se
incorporó antes por esto último que por lo primero. Dejó en el suelo el
muñeco de trapo con la mirada llena de desconcierto, y se acercó a mí.
-¿Hakim? –Dijo ella como si no pudiera creerlo.
Yo
no dije nada. Seguí caminando y el fuego me iluminó. Ella sonrió,
primero con alegría, luego con soberbia, y me tomó de las manos.
-Sabía que vendrías a mí.
Yo
seguí sin decir nada. Sentía su fuerza en intentar hechizarme con sus
palabras, pero yo era inmune. La miré a los ojos, y ella parece que por
fin se dio cuenta. La aparté y le di una patada al muñeco de trapo,
cayendo en el fuego de la chimenea. Olía a hilo quemado… A cabello
quemado. Algo oscuro salió del fuego, pero alguien dormido no podría
haberlo visto. Ella gritó.
-¡¿Qué crees que estás haciendo?!
Pero
cuando me giré, ella lo comprendió todo. Dio dos pasos hacia atrás
mientras yo me giraba y sacaba la daga… Mi daga. Corrió hacia la puerta
gritando a los guardias. No sabía que estaban durmiendo. Sonreí por
ello.
-Fátima.
Mi
voz sonó con fuerza, tanto interna como externamente. Esta se giró
asustada. Alargué mi brazo izquierdo y le tomé del largo pelo. Ella
gritaba y pedía por favor que no le hiciera daño.
-¿Acaso has olvidado todo lo que hemos pasado juntos?
-Precisamente por eso voy a acabar con todo, para que no vuelvas a lanzar ninguna de tus hechicerías, bruja.
Estiré
de su cabellera negra hacia atrás y ella gritó de nuevo. Pidió
clemencia. Pidió auxilio. Nadie la oía en esa oscura noche.
Alcé
la daga. Todo acabaría pronto. Concentré mi poder en mis manos. Si
alguien con una Vista Abierta hubiera mirado en ese momento hubiera
visto fuego en mis dedos extendiéndose por todo mi brazo. Ella lloró al
ver como la daga destelló en plata en lo alto.
-¡No! ¡Te lo suplico Hakim! ¡No lo hagas!
-¡Basta de tus palabras serpiente!
Mis palabras le helaron su ya de por sí frío corazón. Sabía que no había vuelta atrás.
Di mi golpe mortífero. Ella gritó.
Gritó
y lloró cayendo al suelo, viva, pero sin su cabello. Mi Vista lo
confirmó. Su poder desaparecía de su cuerpo mientras se concentraba en
cada fibra de cabello que sostenía en mi mano siniestra. Se tomó de su
cabeza, ahora desprovista de su larga cabellera, y dejó de llorar de
golpe. Me miró con una expresión indescriptible, como si fuera la
primera vez que me veía en toda su vida.
-Hakim… ¿Qué has hecho…?
-Quitarte lo más preciado… Lo único que apreciabas.
Acto
seguido, me giré y me dirigí a la chimenea. Ella supo qué quería hacer y
se levantó, tomó uno de los cuchillos de la comida que apenas había
tocado y se acercó corriendo hasta mí. Me giré, solté mi daga y con la
mano le di una sonora bofetada que la echó al suelo con el cuchillo
cayendo lejos en un estrépito metálico. Me acerqué a ella, la cual
estaba intentando subirse a la cama. Llevé mi mano hasta la repisa del
lecho más cercana y saqué antes que ella una nueva daga, sucia y
antigua.
-Fui yo
quien te enseñó a dormir siempre con una daga cerca, bruja. –Le dije
mientras guardaba esa daga en mi bolsa. –Pero no pienso correr riesgos,
ya que esta daga también fue mía. Tus brujerías nunca volverán a surtir
efecto, pues ahora mismo voy a acabar con tu vista.
-No lo hagas Hakim… te lo imploro. Te lo suplico.
-¿Suplicar? Me río de tus súplicas.
Me
volví hacia el fuego y lancé la larga cabellera de Fátima a las
abrasadoras llamas. Ella volvió a gritar, pero mi paciencia se había
acabado. Me giré a ella y le di un fuerte golpe en el mentón, haciendo
que cayera nuevamente al suelo, pero esta vez no se movió. Mientras el
fuego devoraba el cabello y la Vista de la mujer, comprobé si estaba viva.
Lo estaba.
Sonreí. No quería acabar con un Camino antes de tiempo… Y mucho menos cuando un Camino había encontrado tantas piedras en él.
Terminado
el último de los cabellos en la chimenea, tomé de nuevo la daga del
suelo, la daga marcada para separar lo que puede verse de lo que no, la
guardé en mi cinturón y me dirigí a la ventana. Tomé la cuerda y salí al
exterior. Eché una última mirada a Fátima, la bruja sin poderes.
-Deberías haber vivido tu vida y olvidarte de los demás. Ahora vive una vida siendo odiada por todos.
Me
deslicé en silencio en la larga cuerda. Sabía que no llegaría hasta el
final, pero mi objetivo no era caer en la tierra de los cristianos, si
no en el suave y cálido río que había un poco más allá. Lo había hecho
cientos de veces en otras tantas cientos misiones.
La
cuerda se había terminado y todavía había mucha distancia hasta el
suelo. Me giré hacia el río, puse toda mi energía en mis piernas y salté
desde la cuerda hasta el agua.
Pronto llegaría de nuevo hasta Shayide, y esta vez estaríamos a salvo, sin interrupciones ni maldiciones de brujas y hechiceros.
Caí al agua.
Abrí
los ojos y boqueé. Me giré para apagar el despertador. Ese sonido
infernal siempre me despierta de mal humor. Me levanté de la cama
mirando al frente, recordando lo que acababa de soñar.
Bajé
de la cama y me dirigí al baño. Me lavé la cara con agua abundante
mientras recordaba cada escena y cada pensamiento… Decidí plasmarlo en
algún lugar para que no se me olvidara.
Me senté frente al ordenador y empecé a escribir… sin embargo, me giré un momento a mi lecho.
No
recuerdo desde hace cuanto tiempo, pero si no está ahí no consigo
dormir por las noches. Está ahí, quieta y vigilante por si algún día
debo usarla… En la repisa más cercana al colchón sigue durmiendo una
daga muy vieja…
Mi mano todavía recuerda el tacto de esa daga… De las dos…
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