Welgaia Team

La Tierra de las Mil Lunas...

Grimorio de Cuentos 06

La Sabiduría de los Maestros...


Me vinieron a avisar casi al amanecer. Durante mucho tiempo no había recibido visitas a esa hora, y esta me pareció extraña. El novicio que me avisó me dijo que quien me visitaba era un hombre llamado Javier. No lo conocía, pero el muchacho me dijo que él insistía en verme, así que para no poner en problemas al pobre chico, me puse la sotana y fui con él.

La luz de las velas hacía que la vieja capilla en la que estaba destinado se viera como una lúgubre tumba. Muchos de los novicios me lo decían, que a veces les daba miedo caminar por la noche, pero yo les decía siempre lo mismo entre risas. Ninguna criatura extraña podría vivir bajo la mirada de Dios en su propia casa sin que yo mismo me enterara antes, así que no deberían de preocuparse. Pero claro, los niños son niños, y en épocas de guerra siempre hay peligro de que algún ladrón se meta en nuestra casa.

Llegué hasta el despacho donde el chico me dijo que estaba este tal Javier, y entré. Vi a un hombre de mediana edad, vistiendo ropas oscuras y una capa larga. Curiosa vestimenta estando en el siglo XVIII, muy medieval para mi gusto, la verdad… Tenía los rasgos toscos de alguien del norte de España, quizás tuviera hasta sangre francesa… Le señalé la silla delante de mi escritorio.

-Siéntate, por favor. –Dije con amabilidad. –Es tarde, muy entrada en la noche, y debes estar cansado.
-Gracias, Padre. –Me dijo, y se sentó. Si, se le veía cansado. El cabello negro y algo rizado se pegaba a su frente y su cuello por el sudor, y eso que todavía estábamos en época fresca. –Vengo porque necesito su ayuda.
-Las horas de confesión son por la mañana, y las hace el Padre Pietro. –Dije mientras llenaba una copa de vino para él, y se la ofrecía. –Si lo que quieres es ayuda económica, no tienes pinta de mendigo.
-No, Padre, no es esa ayuda la que necesito. –Dijo él mientras bebía el vino que le ofrecí. –Vengo porque me dijeron que usted sabía más que nadie sobre aquellos a los que cazo.
-¿Quién te dijo tal cosa?
-Madelaine. Madelaine Escorcesse.

Me sorprendí mucho al escuchar ese nombre. Sonreí mientras me sentaba en mi silla.

-Oh, mi querida Madelaine. –Dije recordando la última vez que la vi. –Hace ya un par de años que no la veo. ¿Cómo se encuentra?
-Muerta. –Dijo Javier muy serio. –La encontré hace unos meses y fuimos juntos a por uno de esos chupasangres. Pero este pudo con él antes de que yo acabara con su vida.
-Oh… que desgracia. –Dije triste. –Entonces lo que le enseñé no sirvió de nada…
-Pero yo soy diferente. –Me dijo con fiereza.
-¿Qué te hace diferente? –Pregunté yo echándome atrás en mi respaldo. –Madelaine era más mayor y con más experiencia. ¿Qué puedes hacer tú para diferenciarte de ella?
-Para empezar, yo fui maestro al sur de Francia. –Empezó a decirme. –Y sé que no es culpa del maestro si el alumno no sabe escuchar, ni tampoco es culpa del maestro que el alumno no haga las preguntas adecuadas. Yo sin embargo si se hacer dichas preguntas. Yo le preguntaré, y le seguiré preguntando para tener toda la información… al fin y al cabo, usted es una eminencia en el conocimiento de estos monstruos.
-Vaya, me pones en un altar, mi querido Javier. –Dije riendo. –Entonces… ¿Por dónde empezamos?
-Hoy… empezamos por ir a dormir. –Dijo levantándose y poniéndose la capa oscura. –Estoy bastante cansado, y tengo ganas de dormir.
-Tienes el patrón de sueño a la inversa…
-Sí. Para cazar a mi presa debo adaptarme a sus hábitos de sueño. –Dijo y abrió la puerta. –Mañana vendré con preguntas.
-Espero que un poco más temprano. –Dije riendo, pero el hombre se marchó sin siquiera sonreír.

Y así lo hizo. Casi al anochecer, cuando la luna ya estaba en el cielo, llegó él de nuevo. Le hice pasar al mismo despacho, porque no quería que los feligreses de antes de la cena me escucharan… no es un tema muy agradable cuando uno viene con la intención de hacer las paces con Dios.

Me preguntó primero sobre si había algún grupo de vampiros cerca. Yo sabía sobre eso, pues para eso vino él, para aprender. Le dije que sí, y me preguntó por qué no había hecho nada. Le expliqué que hasta entonces no habían matado a nadie, que vivían en paz y que eran más proclives a estar en comunión con la naturaleza que con las personas. Sin embargo, me preguntó sobre sus hábitos, el tipo de terreno al que tendría que enfrentarse… me preguntó todo lo que se le ocurrió y algunas cosas que yo aporté. Pasamos casi toda la noche antes de que me dijera:

-Bien, creo que con esto tengo suficiente, Padre. –Y se levantó de la silla. –Iré, y cuando vuelva, le diré lo que he aprendido de ellos, por si hay algo más que usted no sepa.
-Estaré ansioso por verte regresar, querido Javier. –Dije mientras se marchaba. Yo solo me quedé en el despacho, tomando lo que me quedaba en mi copa con calma. Hablar me daba sed, aunque a él también le pareció extenuante la explicación, porque se había bebido hasta dos cervezas enteras.

No volvió hasta la semana siguiente. Parecía cansado, pero contento, con ese brillo en los ojos del cazador satisfecho.

-Lo que me dijiste me fue de gran ayuda. –Me dijo sentándose delante de mí. Le ofrecí una cerveza que casi lo atraganta. –Esa habilidad de meterse en la tierra para salir me pilló por sorpresa, ya que aunque me avisaste, no tenías la información de que podían atacar desde ahí abajo.
-Bueno, pero veo que no fue suficiente para acabar contigo. –Le dije con una sonrisa. –Aun como experto, quizás no sepa todo lo que hay en este mundo.
-No te preocupes por eso. Quizás a otro que se interese puedas advertirle. Mientras tanto… Quiero que me expliques sobre el clan que vive al sur de aquí, en Granada. Me han dicho que comparten la creencia de los infieles musulmanes.
-Así es. –Le dije asintiendo. –Muchos de ellos se pasaron a la fe de Alláh. Pobres almas descarriadas, no solo perdieron su alma con nuestro Dios, sino que además se entregan a una versión más oscura que el nuestro…

Le expliqué lo que sabía de ese clan. Era un clan muy antiguo, pero en esa época había pocos en España. Le expliqué sobre su capacidad de cancelar los sonidos, de su velocidad y de su fuerza. Estuvimos de nuevo toda la noche, y al terminar, en la mesa había un par de botellas de vino vacías, aunque mi botella era de mi reserva especial, hecha especialmente para mi… no podía ponerme indispuesto frente a alguien como Javier.

La siguiente vez que vino a verme, fue cuando había pasado casi ya un mes. Yo sinceramente no me lo esperaba, pero lo hice pasar al despacho de la misma manera que las otras.

-Gracias a ti pude salir vivo en esta ocasión, pero esta vez también te faltó información.
-¿De verdad? ¿Qué fue esta vez?
-Me dijiste que entre ellos no había hechiceros, pero había algunos que podían lanzar conjuros. Los llamaban “Visires”. Pero eran muy pocos, como dos o tres…
-Bueno, lo siento por eso.
-Por nada. Pero ahora quiero que me expliques de los vampiros que viven en Portugal. He escuchado que son difíciles de encontrar.
-Oh. Ese clan te resultará difícil. –Le digo suspirando. –No es poco lo que se de ellos, pero por lo que he llegado a descubrir por mí mismo después de todos estos años. Quizás no sea suficiente para ti…
-Eso lo decidiré cuando lo oiga. –Dijo él.

Y lo que le había dicho era cierto. Según lo que yo sabía, era que ese clan era muy difícil de distinguir. Si estaban bien alimentados, era casi imposible diferenciarlos de un humano normal, y además eran muy letrados… Algunos de los que he visto, así como le dije a él, fueron profesores, maestros, alquimistas… Siempre rodeados de libros, siempre con el conocimiento cerca. Le recomendé que fuera a bibliotecas y lugares similares.

-Pero no te prometo que los vayas a encontrar. –Le dije cuando terminamos.
-Bueno, siempre hay una primera vez para todo. –Dijo Javier con una sonrisa. –Cuando regrese, te explicaré como encontrarlos.

Sonreí ante el optimismo de aquel hombre mientras se marchaba de mi despacho. Suspiré, esperando que tuviera éxito.

Esta vez, casi me había olvidado de Javier, pues pasó medio año entero y no tuve noticias de él. Sin embargo, cuando casi llegó la Navidad, él apareció casi a media noche con aspecto derrotado. Lo hice pasar al despacho.

-He fracasado. –Dijo de repente. –Teníais razón, Padre. No pude encontrarlos.

Con una sonrisa, tomé el candelabro y lo acerqué a él, con su luz iluminándome el rostro. Cuando me miró, sonreí más, mostrando mis dientes.

-Hace tres días que no me alimento. –Dije.

Pero el grito de Javier no se escuchó fuera del despacho…

Grimorio de Cuentos 05

El Color de la Noche...

Caminaba con la quietud que me caracterizaba. Conocía aquel palacio. Lo había visitado varias veces y sabía donde agazaparme, donde quedarme quieto, donde los guardias no me verían… Por eso me resultó tan sencillo llegar hasta el jardín.

La alta torre donde ella vivía se erigía ante mi. Se notaba que los cristianos habían llegado a esas tierras, pero eso tan solo me facilitaba las cosas. La noche era silenciosa, y la luna estaba ausente… La oscuridad, esa tenebrosa compañera que asusta a algunos, a mi me protegía como si una hermana mayor se tratase.

Atravesé los jardines en ese silencio que me caracterizaba. Los soldados no se dieron cuenta cuando pasé a su lado, y lo agradecí. Mi trabajo consiste en hacer que el Camino de los demás termine, pero no me gusta terminar sus Caminos antes de hora… o sin motivo.

Miré hacia la entrada y encontré a dos guardias. Su Vista no era gran cosa… todavía recuerdo cuando pasé a su lado y no se inmutaron, como si yo solo fuera un fantasma… Las enseñanzas de Shayide siempre me resultaron muy útiles.

Ah, mi bella Shayide… Su rostro sonriente me mira a través de las brumas de mi Vista, protegiéndome a cada segundo que pasa. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Levantaría plegarias a los ancestros para mi protección? Quisiera pensar que si, pues toda persona que se me cruzaba cambiaba sin explicación alguna de dirección. No me costó encontrar aquella zona… Tomé algunas ropas, me vestí como alguien del servicio bajo mis ropas reales y, ocultando mis armas, tomé un odre de vino. Nunca entenderé como los cristianos siguen bebiendo de este líquido que, aunque esté sabroso, ellos dicen que es la “Sangre” de su mesías… Pobres ilusos.

Subo las escaleras con el odre en mis brazos, y llego hasta lo más alto. De nuevo, al amparo de la oscuridad, abro el recipiente de cuero y dejo dentro un poco de adormidera bastante concentrado. No quiero que intervenga nadie en lo que voy a hacer.

Me dirijo a la única puerta que hay en todo el pasillo, custodiado por dos guardias cristianos. Les saludo, y ellos también lo hacen. Hace frío, así que uso esa escusa para darles el vino, y ellos se lo beben inocentemente… No es de extrañar, pues si hubiera luna estaría muy alta ya.

La planta hace su efecto, y caen rendidos a mis pies. Me quito las ropas de sirviente y saco la daga que deberé usar. Es fina, algo larga y extremadamente afilada. En su pomo están grabados los símbolos para separar del cuerpo lo que la gente no puede ver. La guardo en mi cinturón, me escondo tras mi capucha y abro la puerta con sigilo.

Los cristianos nunca comprenderán que una bisagra que chirría es un buen sistema de seguridad, pero gracias a ello yo puedo entrar por las puertas sin darse cuenta. Atranqué con una viga de madera la única entrada del lugar y me giré. Todo estaba a oscuras salvo la gran chimenea al fondo, mostrando una gran cama y a una mujer de largos cabellos negros. Fijé mi mirada en esa mujer, vestida como las más altas cortesanas árabes pero que sin duda no le eran necesarias.

Mi Vista lo advirtió enseguida. De ella surgía un aura muy poderosa. Sin embargo, había mucha maldad en ella, y su Vista estaba tan negra como la noche fuera de la torre.

Me fijé en toda ella. Tenía una especie de muñeco de trapo en sus manos, y estaba trenzando sus cabellos para colocarlos dentro. También tenía algo más, pero no lo vi con exactitud. No me importaba. Sabía cual era mi misión… Mi modo de hacer las cosas era mucho más sutil que la suya.

Me moví en silencio de nuevo, evitando que ella se percatara de mi presencia. Como un lobo que acecha su presa, me coloqué en la ventana, y de la bolsa que llevaba saqué la cuerda. La até en una argolla cerca de la ventana y la preparé a su lado. Había llegado el momento.

Me alcé y caminé demostrando mi presencia. También dejé ir mi aura. Se incorporó antes por esto último que por lo primero. Dejó en el suelo el muñeco de trapo con la mirada llena de desconcierto, y se acercó a mí.

-¿Hakim? –Dijo ella como si no pudiera creerlo.

Yo no dije nada. Seguí caminando y el fuego me iluminó. Ella sonrió, primero con alegría, luego con soberbia, y me tomó de las manos.

-Sabía que vendrías a mí.

Yo seguí sin decir nada. Sentía su fuerza en intentar hechizarme con sus palabras, pero yo era inmune. La miré a los ojos, y ella parece que por fin se dio cuenta. La aparté y le di una patada al muñeco de trapo, cayendo en el fuego de la chimenea. Olía a hilo quemado… A cabello quemado. Algo oscuro salió del fuego, pero alguien dormido no podría haberlo visto. Ella gritó.

-¡¿Qué crees que estás haciendo?!

Pero cuando me giré, ella lo comprendió todo. Dio dos pasos hacia atrás mientras yo me giraba y sacaba la daga… Mi daga. Corrió hacia la puerta gritando a los guardias. No sabía que estaban durmiendo. Sonreí por ello.

-Fátima.

Mi voz sonó con fuerza, tanto interna como externamente. Esta se giró asustada. Alargué mi brazo izquierdo y le tomé del largo pelo. Ella gritaba y pedía por favor que no le hiciera daño.

-¿Acaso has olvidado todo lo que hemos pasado juntos?
-Precisamente por eso voy a acabar con todo, para que no vuelvas a lanzar ninguna de tus hechicerías, bruja.

Estiré de su cabellera negra hacia atrás y ella gritó de nuevo. Pidió clemencia. Pidió auxilio. Nadie la oía en esa oscura noche.

Alcé la daga. Todo acabaría pronto. Concentré mi poder en mis manos. Si alguien con una Vista Abierta hubiera mirado en ese momento hubiera visto fuego en mis dedos extendiéndose por todo mi brazo. Ella lloró al ver como la daga destelló en plata en lo alto.

-¡No! ¡Te lo suplico Hakim! ¡No lo hagas!
-¡Basta de tus palabras serpiente!

Mis palabras le helaron su ya de por sí frío corazón. Sabía que no había vuelta atrás.

Di mi golpe mortífero. Ella gritó.

Gritó y lloró cayendo al suelo, viva, pero sin su cabello. Mi Vista lo confirmó. Su poder desaparecía de su cuerpo mientras se concentraba en cada fibra de cabello que sostenía en mi mano siniestra. Se tomó de su cabeza, ahora desprovista de su larga cabellera, y dejó de llorar de golpe. Me miró con una expresión indescriptible, como si fuera la primera vez que me veía en toda su vida.

-Hakim… ¿Qué has hecho…?
-Quitarte lo más preciado… Lo único que apreciabas.

Acto seguido, me giré y me dirigí a la chimenea. Ella supo qué quería hacer y se levantó, tomó uno de los cuchillos de la comida que apenas había tocado y se acercó corriendo hasta mí. Me giré, solté mi daga y con la mano le di una sonora bofetada que la echó al suelo con el cuchillo cayendo lejos en un estrépito metálico. Me acerqué a ella, la cual estaba intentando subirse a la cama. Llevé mi mano hasta la repisa del lecho más cercana y saqué antes que ella una nueva daga, sucia y antigua.

-Fui yo quien te enseñó a dormir siempre con una daga cerca, bruja. –Le dije mientras guardaba esa daga en mi bolsa. –Pero no pienso correr riesgos, ya que esta daga también fue mía. Tus brujerías nunca volverán a surtir efecto, pues ahora mismo voy a acabar con tu vista.
-No lo hagas Hakim… te lo imploro. Te lo suplico.
-¿Suplicar? Me río de tus súplicas.

Me volví hacia el fuego y lancé la larga cabellera de Fátima a las abrasadoras llamas. Ella volvió a gritar, pero mi paciencia se había acabado. Me giré a ella y le di un fuerte golpe en el mentón, haciendo que cayera nuevamente al suelo, pero esta vez no se movió. Mientras el fuego devoraba el cabello y la Vista de la mujer, comprobé si estaba viva.

Lo estaba.

Sonreí. No quería acabar con un Camino antes de tiempo… Y mucho menos cuando un Camino había encontrado tantas piedras en él.

Terminado el último de los cabellos en la chimenea, tomé de nuevo la daga del suelo, la daga marcada para separar lo que puede verse de lo que no, la guardé en mi cinturón y me dirigí a la ventana. Tomé la cuerda y salí al exterior. Eché una última mirada a Fátima, la bruja sin poderes.

-Deberías haber vivido tu vida y olvidarte de los demás. Ahora vive una vida siendo odiada por todos.

Me deslicé en silencio en la larga cuerda. Sabía que no llegaría hasta el final, pero mi objetivo no era caer en la tierra de los cristianos, si no en el suave y cálido río que había un poco más allá. Lo había hecho cientos de veces en otras tantas cientos misiones.

La cuerda se había terminado y todavía había mucha distancia hasta el suelo. Me giré hacia el río, puse toda mi energía en mis piernas y salté desde la cuerda hasta el agua.

Pronto llegaría de nuevo hasta Shayide, y esta vez estaríamos a salvo, sin interrupciones ni maldiciones de brujas y hechiceros.

Caí al agua.

Abrí los ojos y boqueé. Me giré para apagar el despertador. Ese sonido infernal siempre me despierta de mal humor. Me levanté de la cama mirando al frente, recordando lo que acababa de soñar.

Bajé de la cama y me dirigí al baño. Me lavé la cara con agua abundante mientras recordaba cada escena y cada pensamiento… Decidí plasmarlo en algún lugar para que no se me olvidara.

Me senté frente al ordenador y empecé a escribir… sin embargo, me giré un momento a mi lecho.

No recuerdo desde hace cuanto tiempo, pero si no está ahí no consigo dormir por las noches. Está ahí, quieta y vigilante por si algún día debo usarla… En la repisa más cercana al colchón sigue durmiendo una daga muy vieja…

Mi mano todavía recuerda el tacto de esa daga… De las dos…

Grimorio de Cuentos 04

Responsabilidad...

Todos los programas de las cadenas que salían en el televisor de Mauricio eran francamente vomitivos… En el canal “Telequinqui“ el programa “Cárgame” hablaban de las obscenidades homosexuales públicas que hacía el presentador impunemente, y en el canal “La Pera 3” se hablaba únicamente de que la mujer que participaba en “Cárgame”, la que decía tener un hijo con un importante torero, era en realidad un hombre llamado Manolo.

Mauricio vació la duodécima lata de cerveza y se levantó, apagando la televisión. Fue hacia la ventana de su cocina y miró por ella durante unos instantes el ardiente paisaje de la meseta que le había visto nacer. Le gustaba su imagen desnuda, enorme, desde que de niño salía a buscar frutillas silvestres. Pero por desgracia… odiaba a las cigarras… y precisamente hoy estaban realmente pesadas.

Abrió la puerta de la caravana en la que vivía desde que, el año pasado, su casa ardiera hasta los cimientos, con su colección completa de cómics, su mujer y sus dos hijas. Incluso después de un año de vida solitaria, aún no sabía que añoraba más… ¡Echaba tanto de menos aquel especial de World War Hulk…!

Se metió en su pequeño Seat Ibiza, apenas capaz de tirar de la caravana, y se dirigió hacia las montañas. Pasó ante las últimas casas del pueblo y se divirtió contando los niños que por allí jugaban. Terminó de contar cuando se le acabaron los dedos. Nunca había sido muy bueno para esto de los números, y mucho menos después de ser hospitalizado. El humo del incendio quizá había reducido un poco sus facultades mentales, pero no le importaba, prefería ver en su supervivencia un milagro, un desliz de la Pálida Dama con su guadaña al servicio de Dios. Sonrió pensando en ello.

Se había levantado viento de Levante, y el cochecito temblaba al pasar por los puertos. Decidió aparcar en un punto que, según el viejo mapa turístico que llevaba, era un mirador de primer orden. Sin molestarse en cerrar con llave, sacó del maletero las dos latas de gasolina. Luego se dirigió con paso tranquilo hacia el pinar, rodeando el pueblo por la derecha.

Empezó a vaciar la primera lata calculando el viento, para que su mensaje llegara claramente sin problemas al pueblo. Unos centenares de metros más allá, hizo lo mismo con la segunda lata. Volvió rápidamente a su coche, y montó sin perder tiempo. Miró durante unos segundos el pinar, fijamente, exactamente donde había vaciado la primera lata… Una chispa estalló de pronto, prendiendo en la gasolina. Mauricio sonrió, puso en marcha su coche y se dirigió al pueblo antes de que la catástrofe se descubriera.
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Estaba ya cómodamente instalado en su caravana, sorbiendo una bebida bien fría cuando empezó a sonar el teléfono. Dejó la bebida con una sonrisa, sabiendo quien era y de qué se trataba. Solamente lo llamaban para eso.

El alcalde fue muy formal: el pinar había ardido y las primeras casas del pueblo estaban amenazadas. Ya había algunas víctimas, campesinos sorprendidos por el fuego en plena siesta.

Mauricio colgó el teléfono, abrió el armario y sacó su uniforme. Nada como un pequeño incendio forestal para animar un domingo por la tarde… sobre todo siendo bombero voluntario…

Grimorio de Cuentos 03

Donde tengas la olla...

Sara era pelirroja y exuberante, como en las películas. No era por casualidad. Sabía cuales eran las fantasías de los hombres y se había moldeado (con silicona, tinte, maquillaje, ropas) en consecuencia. El dinero, al fin y al cabo, no era problema para ella.

Sara era una diablesa y que el cuerpo en el que se encarnó tuviera nombre bíblico le hacía sonreír. No le tenía miedo a nada ni a nadie, mucho menos a los ángeles. Sabía algunos trucos que la protegían contra los ataques directos. Las espadas de los ángeles al servicio de las cazas de demonios no cortarían su vida. En cuanto a los otros, los intelectuales, los “quiero y no puedo”, como decía el demonio al que servía, solo merecían su desprecio. Ella sí que era intelectual. Una intelectual sin ninguna moral castradora, más fuerte, más inteligente, más perversa. No, nadie la podría matar. Nadie.

Y llevaba siendo así desde hace 30 años, e incluso pensaba que podía desafiar a Dios.

Un día, Sara contrató a un nuevo secretario. Para su productora solamente contrataba humanos, pues los demonios solían ser demasiado… irresponsables, en el mejor de los casos. Su método de selección era muy especial, a la vez que simple: Solo le interesaban hombres inteligentes y eficaces, pero lo menos carismáticos e independientes posible. Tipos grises que solo tienen su trabajo, y que en casa solo leen un libro o ven un poco la tele. Todo para que pudieran venerarla a ella con auténtica pasión.

Su nuevo administrativo era un auténtico pardillo. Joven, algo guapo, con gafas y barba. Parecía siempre entre fascinado y aterrorizado por Sara, trabajaba hasta la medianoche sin cobrar horas extras, se anticipaba siempre a sus menores deseos y se sonrojaba hasta las orejas por cualquier cumplido que ella le dirigía.

Al principio, Sara no le prestó más atención de la que le prestaba a las hormigas. Sin embargo, con el tiempo, día a día, se dio cuenta de que el hombre era bueno en su trabajo. Muy bueno. Sus mismos colegas estaban encantados y admirados, los problemas diarios parecían temerle. Solo apareciendo y echando unas palabras parecía capaz de solucionar cualquier conflicto. Su voz era dulce, persuasiva… sexy.

Empezó a tratarlo más a fondo. Le divertía ver como su mano temblaba cada vez que le traía una taza de café, se acostumbró a desabrocharse uno o dos botones de su camisa cuando tenía que consultar algunos documentos de oficina con él. Se las arregló para crear sesiones de trabajo fuera de horas, en las que estaban los dos solos, solamente por el placer de verle ese sudor frío por su frente cada vez que sus ojos se encontraban.

¿Qué intenciones tenía respecto a Miguel? (Otro nombre bíblico, y este más fuerte… más risas para ella) Por supuesto, no era amor. Más bien era manipulación, el morboso placer de hacerle sufrir, hacerlo bailar como una simple marioneta. Al fin y al cabo… ¿No es ese el trabajo de los demonios, el corromper almas? Ese humano, con su cara de inocente y su sonrisa trémula, iba a ser corrompido… Por ella.

Nada personal, pues… Al menos al principio. Sara se dejó invitar a un restaurante. Le escuchó hablar sobre literatura medieval y fantástica (Siempre sin saber realmente lo que eso implicaba). Le recitó un extracto de un libro antiguo, versos tiernos y, a la vez, ardientes, mientras la música les envolvía. Empezó a ver a Miguel con otros ojos… ¿Qué se escondía detrás de esos grandes ojos oscuros?

Fue gracias a sus historias y escritos que ella accedió a ir a su casa. Un apartamento como había imaginado, con el típico desorden de soltero y libros por todas partes. Él quería mostrarle un viejo libro de poemas de amor. Sara se dejó caer en el desgastado sofá mientras él empezaba a leerle en voz alta las poesías, mejor que nunca, y Sara cerró los ojos bajo la música de su voz. Notó vagamente que él se acercaba, más varonil, más enérgico. Notó cómo le tomaba de la mano. Todo iba bien, muy bien. Con pasión, sus labios encontraron su rostro, su cuello…

No notó el aleteo. No notó la punzada.

La blanca espada se hundió con un movimiento seco y preciso. El cuerpo sin vida de Sara cayó en el sofá, desapareciendo como si fuera polvo, bajo el cuerpo inerte de Miguel. Detrás de ellos, otro Miguel, de ojos celestes y largos cabellos, dejó a un lado el arma, se apartó los cabellos, volvió a mirar al muchacho.

Había requerido tiempo. Pero lo había conseguido… sin embargo, no tenía esa satisfacción de haber obrado bien… Había tenido que sacrificar a un valioso aliado para ello… En esos momentos era cuando Miguel, “El que es como Dios”, se preguntaba si el fin justificaba los medios…

Recogió delicadamente el caído volumen de poesía y se limpió con una mirada triste la sangre que había caído en sus blancas alas.

Grimorio de Cuentos 02

Viaje de Placer...

¿Cuál podría ser el sueño dorado de un vampiro?

Quizá un pueblecito de los Cárpatos, una noche de luna llena, a kilómetros de cualquier ciudad o puesto de policía. Un puñado de casitas aisladas, con las calles sin alumbrado público y con una fea iglesia en el centro (Que habría que evitar cuidadosamente…)

Y Pedro, miembro de un antiguo clan de vampiros, acababa de descubrirlo. Por pura casualidad, mientras recorría con su Mercedes las carreteras secundarias de Rumanía. Nunca hubiera creído posible que existiera todavía un pueblecito así. No después del comunismo y esas cosas…

Se deslizó por las calles oscuras, feliz de sentir de nuevo sensaciones de otros tiempos. Pedro había cazado en París y en Nueva York, donde las mujeres son fáciles de atrapar, pero sin una pizca de esa sensación placentera que da la caza. El juego consistía en provocar miedo, en sentir, como sentían sus antepasados míticos, el terror de poblaciones enteras cuando caía la noche. Allí, en un escenario casi cinematográfico, Pedro se sintió como el mítico Drácula de las películas. Oyó pasos que se acercaban, y se escondió rápidamente entre las sombras de un muro. Solo le faltaba una chica rubia y de buenas proporciones para que todo fuera perfecto.

Cuando ella llegó, el vampiro sintió ganas de gritar, de aullar a la luna como esos despreciables lupinos, y darle gracias a Ese de ahí arriba, al barbas, por una vez desde que fue Abrazado. Era perfecta. Rubia, con los cabellos largos y sueltos brillando bajo la luna, vestida con una blusa y falda blancas que el viento pegaba en su cuerpo… Se deslizó tras ella como una sombra. Entonces una intuición, un mal presagio alertaron a la muchacha, que apretó el paso, con sus altos tacones haciendo un sonido regular y seco sobre la acera. Él también apretó el paso, para no perderla de vista, para aumentar poco a poco su deliciosa sensación de miedo y terror. La muchacha se metió en una calle particularmente oscura. Era el momento perfecto. El vampiro se transformó en humo, se deslizó alrededor de la chica, recuperó su forma humana con sus brazos abrazándola por la cintura, sus caninos brillaron bajo la luna… La muchacha se debatió aterrorizada, lanzando un estruendo grito. Él acercó sus dientes al cuello de ella…

Clic.

El vampiro se paró en seco.

¿Cómo que clic?

Se detuvo, desconfiado y atento. Ante su sorpresa, la chica también se inmovilizó, y esperó a que él volviera de nuevo la cabeza hacia ella para volver a gritar. Era extraño. Se dio cuenta de pronto que ella no intentaba huir y la miró con más atención. No parecía asustada. De hecho… no parecía nada

Volvió la cabeza. Ella interrumpió sus gritos.

Posó la mirada en su rostro… la chica volvió a aullar, nota por nota, entonación por entonación, el primer grito que había lanzado antes.

La soltó. Ella dejó de gritar y quedó ante él, sin hacer nada, los brazos caídos, sin expresión en su mirada. Esto lo enfureció. Este juego ya no era divertido. De un único golpe, le arrancó la cabeza.

… que hizo poc y cayó al suelo.

¿Cómo que poc?

Los cables que salían de su cuerpo chisporroteaban alegremente. El cuerpo decapitado seguía ahí, de pie, con la luna iluminando su interior de plástico y metal.

Oh mierdamierdamierdamierda…

El vampiro retrocedió lentamente, presa de un terror supersticioso. Su Mercedes estaba donde lo había dejado, en la entrada del pueblo. Empezó a rehacer el camino…

Clic.

Pedro empezó a correr, sin mirar atrás. Apenas fue consciente de que la iglesia había desaparecido…

Por un instante creyó que iba a volverse loco. Los edificios estaban desapareciendo en la nada, siendo reemplazados por pedazos de oscuridad. Pedro nunca se había preocupado mucho de la tecnología punta, así que no estaba precisamente familiarizado con los robots… ni con los hologramas.

Clic.

Otro grupo de edificios se esfumó.

El miedo empezó a formarse como escalofrío helado por su columna. Empezó a correr ciegamente, como un loco. ¿Qué importaba un grupo de edificios? Ni quería ni podía pensar. Solo sabía que dentro de quince, veinte metros saldría del jodido pueblo…

El suelo empezó a temblar bajo sus pies…

Gritó, queriendo llorar, presa de la histeria. A su alrededor, los edificios restantes se esfumaron, mostrando a varias personas con armas automáticas en las manos.

Y ante su aterrorizada mirada… Empezaron a disparar.

Grimorio de Cuentos 01

La importancia de las matemáticas...

¿Te creerías que todo empezó cuando Armando Feister era un niño? ¡Y un niño con bastantes problemas con las matemáticas, además! Y eso es bastante extraño, si tenemos en cuenta que luego llegaría a ser el economista y gerente de la empresa en la que ahora trabaja…

Como te decía… el pequeño Armando tenía una clara dificultad para aprender las dichosas matemáticas. Criado en un ambiente donde el fracaso escolar era una desgracia o, como poco, no entendido, esa asignatura se había convertido en su peor pesadilla. Hubiera hecho cualquier cosa para asimilar el complejo funcionamiento de los números. Cualquier cosa… Incluso vender su alma.

Encontró el viejo libro en la casa de su abuela, en el desván… Si, esa misma casa de las afueras, donde ahora vive, y ese mismo desván que usa como despacho… y como almacén. Esa casa que aún hoy guarda en su interior secretos que es mejor que la luz no las vea. Era un libro mohoso, muy antiguo, de páginas de pergamino y escritura manuscrita y gótica. Su título: Aquelarre, y, para decirlo en pocas palabras, trataba sobre la magia negra y sobre cómo invocar demonios… Vete a saber cómo consiguió un niño descifrar la escritura, y mucho menos, conseguir los componentes… Pero lo hizo, una noche sin luna. En el sótano de la vieja mansión, siguiendo paso por paso las órdenes del libro: dibujar el pentáculo que encerraría al demonio y lo ataría a su voluntad… quemar las hierbas… los pelos de macho cabrío… los licores extraños y repugnantes… removerlo todo con la mano cortada de un ahorcado…

Y me invocó.

Parpadeó un poco, ya que se esperaba un demonio convencional… ya sabes, rojo, cuernos, cola acabada en flecha… No me esperaba a mi, un hombre alto, con gafas plateadas, cabello largo y pelirrojo atado en coleta, un colmillo como pendiente en mi oreja izquierda y con mi traje completamente negro. Mientras estaba boquiabierto, aproveché para echar un vistazo al lugar… y lo que ví me gustó… Oh, si, me gustó mucho…

-¿Eres un demonio…? –Me preguntó al fin.
-Bueno… Podría decirse que si. –Le contesté con educación y una sonrisa.
-Verás… Te he invocado porque tengo unos cuantos problemas con las matemáticas…
-¡No me digas! –Dije dando una palmada y con una sonrisa. –Y con la geometría también. ¿Verdad?
-¡Caray, si! ¿Cómo lo sabes?
-Intuición, pequeño… -Le contesté a la vez que salía del interior del pentágono

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Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?