Welgaia Team

La Tierra de las Mil Lunas...

Leyendas del Cristal: Lylth 01


Lylth Whitewings
Capítulo I: La Noche Estrellada

Aquella noche estaba en su cama con la lámpara encendida leyendo un pequeño libro de cuentos de hadas. Siempre le habían gustado, y leerlos en la cama era el único momento en que sus padres no le decían nada. Tenía por aquel entonces ocho años recién cumplidos, y su prima Ella le había regalado ese libro, porque ambas compartían la pasión por la literatura fantástica.

De repente, se quedó completamente quieta y levantó la mirada. Su cuarto era pequeño, pero muy acogedor, y eso era suficiente para ella. Tenía un escritorio con un pequeño ordenador de donde surgía una suave música de orquesta con un fondo de pantalla de imágenes de dibujos animados. Las mesitas de noche y el baúl hacían juego con el enorme armario, ya que todos estaban pintados de un color salmón muy agradable a la vista. Por el suelo podían verse varios peluches de distintas formas, desde antiguos móguris de la serie ``Kupiz el aventurero´´ hasta un enorme chocobo gigantesco que era más grande que la niña justo debajo de la ventana. Los libros estaban bien ordenados en las estanterías, y la cama individual tenía una colcha roja donde estaba sentada la niña de cabellos rojos y ojos verdes con la pupila en espiral. Pero lo que le estaba preocupando no era su cuarto desordenado, si no un sonido que había escuchado. Y de repente cerró el libro de cuentos y lo guardó bajo la manta mientras abría un segundo libro sobre historia de la comarca justo en el momento en que se abría la puerta de su habitación.

-Lylth Whitewings. ¿Qué hora crees que es?

Por la puerta entró una mujer algo alta, con largos cabellos rojos atados en una trenza y unos grandes ojos verdes con pupila en espiral, igual a los de la niña. Llevaba puesto un jersei color cáscara de huevo y unos pantalones negros. Tenía un rostro serio, pero su sonrisa era muy amplia mientras caminaba hacia la niña con los brazos en jarras.

-Pero mamá, estaba leyendo sobre la época de la guerra civil entre Balamb e Iniclos. -Dijo la niña haciendo un puchero. -Es un tema fascinante.

-Hija, no hace falta que me digas esas cosas. -Respondió la mujer sentándose en la cama delante de ella, metiendo la mano bajo las sábanas y sacando el libro de cuentos. -¿Qué historia estabas leyendo?

Se mordió el labio algo incómoda. Sus padres eran Al´bheds, igual que ella, pero su padre era muy estricto y un devoto seguidor de la Iglesia de Minerva, a tal punto que ni siquiera los cuentos de hadas eran permitidos en su presencia. Pero su madre era mucho más accesible, aun cuando no era tan devota. Ambos eran doctores en la norteña ciudad de Iniclos, en la capital, pero eso no impedía que fueran a la iglesia cada domingo, o que antes de cada comida su padre levantara una plegaria a la gran diosa Minerva dándole gracias por los alimentos.

-Estaba leyendo la historia de Richard, el Caballero de los Dragones. -Contestó Lylth algo cohibida.

-Mañana el señor Enderson me ha prometido que me conseguirá el libro de ``El Periplo del Rey Maldito´´.

-Oh. ¿Ya salió el octavo libro de Erdrick Lotus? -Preguntó su madre sonriente. Ante el asentimiento extrañado de la niña, ella rió. -Yo también he leído a Lotus, tiene historias maravillosas, aunque tu padre no aprueba mucho que me guste eso. Dice que la fantasía no es más que la tentación de la diosa de la discordia, Última, para evitar seguir las enseñanzas de la Blanca Minerva. Pero yo creo que los aventureros de nuestro mundo se encuentran esas cosas y más. -Dejó el libro en la mano de Lylth y la besó en la frente. -Mañana, si quieres, después de que compres el libro con Enderson, te dejaré la trilogía de Zenithia. Es muy buena, de los tres libros, el segundo es mi favorito desde que tengo memoria, y el primero te deja con muchas dudas.

-¿De verdad? ¿Y si papá lo ve?

-No te preocupes, yo hablaré con él. -Sonrió y volvió a besarle en la frente. -Ahora, hay que apagar la luz, son casi las once de la noche y mañana tienes colegio.

-Sí mamá. -Contestó la chica echando los libros debajo de la cama. Tomó la manta y se la echó hasta el cuello. -¿Mamá?

-¿Si cariño?

-Te quiero mucho.

-Y yo también a ti. -Le dijo su madre antes de cerrar la puerta.

Suspiró fuerte, y caminó hacia las escaleras. Su hija no se merecía una vida tan cerrada por parte de su padre, pero su marido no iba a permitir cambiar. Toda su vida había sido así, y a estas alturas era muy difícil de hacerle ver que la religión no era la única solución.

Bajó las escaleras y entró en el salón, donde Maxwell, su esposo, estaba sentado en el sofá viendo un programa de entretenimiento. El alto al´bhed tenía el cabello bien cortado, de color rubio, y ropa cómoda para estar en su hogar, además de que sus ojos eran fieros y afilados, pero compartían el color de su esposa y la curiosa pupila. Al entrar la mujer, este la miró.

-¿Está dormida ya?

-Casi, estaba estudiando un rato antes de ir a dormir. -Contestó ella sentándose en el sofá de enfrente. -Max, tenemos que hablar.

-¿De qué? -Preguntó su marido tomando un sorbo de una pequeña botella de agua. -¿De esa predilección que tiene tu hija sobre las fantasías irreales y las mentiras para mentes ingenuas? ¿Es de eso de lo que me quieres hablar?

-Precisamente, y de tu forma de expresar tu descontento hacia esas historias. -Respondió ella soltando un fuerte suspiro.

-Patricia, hemos hablado muchas veces de esto. -Dijo Maxwell dejando la botella en una pequeña mesita a su lado. -Ese no es el camino de Minerva.

-¿Por qué estás tan seguro? -Preguntó la madre de la niña echándose hacia el respaldo del sofá. -Los cuentos de hadas son metáforas para la gente, para aprender mientras se divierten.

-No empieces con tus psicologismos ahora, amor. -Repuso molesto el hombre. -Sabes que no lo soporto.

-Es increíble que un hombre de ciencia tan importante en Gembu crea a capa y espada en la doctrina de Minerva. -Empezó a hablar Patricia. -Somos al´bheds, mi amor. Y Minerva solo le da su consentimiento a los humanos.

-Los al´bheds solo somos humanos un poco más evolucionados. -Empezó a decir él. -Los últimos estudios del genoma humano han demostrado que descendemos de una misma línea.

-Si, igual que los Selkies y los Mithra, pero eso no significa que vengamos de los humanos. -Repuso Patricia. -La historia nos ha dado la respuesta hace veinte años con el descubrimiento de los Incetra.

-Precisamente, y los Incetra tienen forma humana.

-Amor, nunca vas a aceptar que estás equivocado. -Cortó la mujer seria. -Ni que puede haber otra cosa. Pero no se lo hagas pagar a tu hija, por favor.

-¿Qué quieres decir?

-Tu hija te tiene miedo.

-No digas tonterías.

-Te tiene miedo. -Repitió la mujer. -Y todo porque no le dejas leer cuentos de hadas, o ver dibujos animados de los que le gustan.

-Patricia, hemos hablado muchas veces de esto. No me gusta nada que la niña crea en fantasías y cuentos de hadas, le embotan el cerebro y no le dejan ver el camino hacia la Diosa Blanca. -Repuso el padre, molesto.

-¿Y porqué no vas un rato con ella y le demuestras que no existen las hadas, las sirenas y los dragones? -Preguntó ahora molesta la mujer.

El hombre se quedó en silencio, y suspiró fuerte.

-Bien, tú ganas. El sábado iremos de campamento. ¿Te parece bien?

-¿Dónde iréis?

-Iremos al pequeño bosque al norte, donde está el lago helado.

-¿Por qué ahí?

-Porque se dice que ahí vive un espíritu maligno. -Explicó el hombre levantándose. -Según la leyenda sale por la noche. Si tu hija está ahí para ver que no sale nada, entenderá la verdad.

-¿Y cómo sabes tu esa leyenda? -Preguntó perspicaz Patricia, y Maxwell se dirigió a las escaleras para ir a su habitación.

-Hay que saber qué piensa el enemigo.

*.-.*.-.*.-.*.-.*

-¿Lo lleváis todo?

-Si mamá.

-¿Cepillo de dientes?

-Aquí.

-¿Mantas para la noche?

-Todas ellas.

-¿Comida enlatada?

-Y también una olla. Lo tenemos todo, Patricia.

-Bien, entonces id con cuidado. ¿De acuerdo?

Lylth llevaba una gran mochila y un abrigo grueso. En aquella época en Iniclos no hacía tanto frío como era lo normal, pero aún así era un tiempo helado que si no se llevaba bien podía costar la vida, o al menos la salud, de la gente. Su cabello rojo estaba cubierto por un gorro de lana blanco con bordes rojos, y su abrigo tenía los mismos colores. Su padre llevaba algo similar, pero con colores más oscuros. Estaba tirando de ella, encima del trineo, llevando a la niña y la mochila llena de objetos, listos para acampar.

Saludaba a la gente que se encontraba, pues la conocían desde siempre, y Maxwell parecía estar contento, con una sonrisa en los labios. Su padre le preguntó sobre la escuela, y ella le explicaba cómo había vuelto a ser la primera en los últimos exámenes.

-Eso está muy bien, cariño. -Dijo su padre al terminar de explicar el exámen. -Estoy muy orgulloso de ti, pero recuerda que la escuela es solo un paso más para la comprensión del universo.

-Si papá.

-Tienes que empezar a leer con más frecuencia el Grimorio del Abismo. -Continuó su padre mientras caminaban por la nieve. -Dentro de ese libro vienen todas las respuestas, solo hay que saber leerlo.

-Pero papá. ¿No es similar al Gran Grimorio de Suzaku? -Preguntó la niña con curiosidad. Su padre la miró extrañado.

-¿A qué te refieres?

-Hace poco, en las clases de ética y moral, me pidieron hacer una redacción sobre las diferencias entre ambos libros sagrados. -Explicó Lylth tomando un poco de nieve, sin bajarse del trineo, y la empezó a hacer una bola. -Según la maestra Pepper, era para que comprendiéramos mejor la historia que nos ha precedido.

-Bueno... no es igual. -Dijo su padre con una sonrisa tranquila, mirando de nuevo al frente. -El Gran Grimorio de la religión de Suzaku no es más que una burda imitación de nuestro Grimorio del Abismo. Si te fijaste, casi todo es igual.

-Es cierto, pero... ¿Sabes? Encontré algo curioso.

-¿El qué, hija?

-Para hacer bien esa redacción, fui al templo de Minerva al sur de la ciudad.

-Oh. ¿A la gran catedral?

-Si. Allí hay muchos libros. Y busqué. Resulta que el Gran Grimorio y el Grimorio del Abismo surgieron casi al mismo tiempo, según fuentes teológicas fidedignas. -Explicó la niña lanzando la bola hacia su padre, que la esquivó.

-Oye. ¿Quieres empaparme ya tan pronto? -Preguntó riendo el hombre. -¿Y qué más encontraste?

-Según esos estudios, es muy posible que el Gran Grimorio date de antes que nuestro Grimorio del Abismo. -Explicó la niña balanceándose en el trineo. -Pero claro, eso se explica por los libros más antiguos que se han encontrado, que son el Gran Grimorio de la capital de Suzaku y el Grimorio del Abismo que está en la sede de la religión minervana en Midgar.

-Entonces... ¿Crees que los de Suzaku fueron antes que nosotros?

-No estoy segura. Las pruebas dicen que si, pero la religión minervana es mucho más extendida que la politeísta de Suzaku. Es extraño, es como si... -Pero la niña se quedó callada.

-Puedes continuar. -Dijo su padre mirándola, mientras se detenían. No estaban muy lejos del lago. -No me voy a enfadar.

La niña lo miró con dudas, pero tragó saliva antes de hablar.

-Bueno... Es como si alguien no quisiera que se sepa más del pasado. Como si no les interesara que la gente lo sepa.

-¿Te refieres a un complot o una conspiración? -Preguntó levantando las cejas Maxwell, a lo que la niña asintió. -Bueno, no es una idea descabellada.

-¿Qué quieres decir, papá?

El hombre se puso a caminar de nuevo, ya casi al lado del bosquecillo. La niña no quería que su padre se enfadara, así que no dijo nada hasta que él volvió a hablar.

-A veces, la gente no debe saber según qué cosas. -Explicó su padre sin mirarla. -Hay conocimientos que no están hechos para el común de los mortales.

-¿Cómo las técnicas genéticas que usan en Fígaro?

-Es posible. Sin embargo, hay organizaciones que saben que esa información es peligrosa.

-Como la Iglesia de Minerva.

-Exacto, como la Iglesia. -Respondió Maxwell asintiendo. -Has de entender que, si la gente supiera todo lo que sabe la Iglesia, se volverían locos. Por eso es posible que algunas informaciones no hayan salido a la luz.

-Pero papá... eso se llama ´´Censura´´. ¿No es así?

-No cariño, se llama ´´proteger al prójimo´´. Y ya hemos llegado. -Dijo deteniéndose.

El bosque era pequeño, rodeando un lago no muy extenso que se había congelado miles de años atrás. El lugar era muy hermoso, tranquilo, y un lugar muy apacible para acampar siempre que estuvieras listo para el frío de la mañana. Lylth se bajó del trineo y llevó la mochila hacia la sombra de unos árboles, ya que si nevaba era mejor tener otra cubierta, y su padre preparó una zona del suelo para que la nieve no molestara, y pusieron la tienda. Era una de estas modernas, que podían montarse con dos movimientos, pero la tela superior para evitar lluvias y nieves debían ponerla entre ambos. Después de eso, tomaron algo de madera, la secaron con un secador a pilas e hicieron un fuego para cuando sea la hora de comer.

-Papá. ¿Y si alguna vez no tenemos un secador para que la leña esté bien?

-Por eso antes de salir siempre tienes que estar preparada, cariño. -Explicó su padre. -Nada hay mejor que la buena preparación.

Durante todo el día estuvieron jugando en la nieve, patinando en el lago y hablando sobre descubrimientos científicos que su padre le explicaba cuando ella no entendía nada. Cuando empezó a caer la noche, Maxwell le pidió que se sentara.

-Mira, uno de los motivos para venir aquí es por la leyenda de este lago.

-¿Conoces leyendas? -Preguntó la niña asombrada.

-Algunas. La leyenda de este lago dice que en el fondo, hace muchos años, un ser maligno fue sellado por un clérigo de Minerva. -Explicó el padre mientras señalaba al lago. -Según la historia, ese espíritu lleva hasta el fondo de sus aguas a los buenos creyentes como odio y afrenta a Minerva, ya que un clérigo de la Diosa Blanca lo encerró. Solo aparece por la noche, cuando la luna está en lo más alto.

-Vaya...

-Por eso hemos venido. Para que veas esto. -Dice Maxwell serio. -Te propondré un trato. Si aparece ese espíritu, dejaré que sigas con tus aficiones, sean cuales sean. Pero si no aparece, te olvidarás de esas tonterías y te enfocarás en el estudio eclesiástico. ¿De acuerdo?
Lylth asintió con fuerza, y se quedó mirando el lago. Era un lago bonito, con el hielo suficiente para poder patinar pero no tanto como para poder llevar cargas pesadas. Según lo que sabía, era cierto que no se había descongelado en cientos de años, pero no era posible que fuera por un espíritu.

Miró a su padre, que estaba preparando unas latas de alubias para calentarlas en el fuego, y se levantó sin que se diera cuenta. Todavía tenía ganas de jugar, y la aurora boreal iba a darle suficiente luz para poder ver, así que tomó el trineo y fue hasta una zona alta. Quedaba mucho para que la luna estuviera en lo más alto, tenía tiempo para jugar antes de que apareciera.

Cuando llegó a lo alto, sin embargo, se tropezó con una piedra, cayendo en el trineo, y este deslizándose bastante rápido hacia el lago. El grito alertó a Maxwell, que vio como el trineo bajaba a toda velocidad. Salió corriendo hacia él para sujetarlo, pero pasó por delante del científico sin detenerse. Él continuó corriendo hacia su hija, cuyo transporte se estaba deteniendo poco a poco. Cuando lo tomó por las riendas, jadeante, miró a Lylth, la cual estaba pálida.

Y cuando fue a decirle algo, un sonido le heló la sangre también. Miró hacia abajo y pudo comprobar que estaban en el mismo centro del lago congelado, pero que unas grietas habían aparecido debajo de sus pies y bajo los rieles del trineo. Se movió lentamente para tomar a su hija en brazos, pero al hacerlo, el hielo se terminó de quebrar y cayeron ambos al agua.

El frío era tal que parecía como una aguja se clavara en cada célula de sus cuerpos. Pero lo peor que sentía Lylth era como el trineo tiraba de ellos dos hacia el fondo, ya que una de sus cintas se quedó trabada en su pie. Y un momento de lucidez vino a su mente: Iban a morir ahí. Si no era por ahogamiento, era por el frío, y si no era por eso y conseguían salir, no podrían llegar hasta la ciudad a tiempo para ver un doctor. La hipotermia dañaría sus cuerpos irremediablemente.

No pudo aguantar más la respiración y soltó el aire, sintiendo como hielo puro le atravesaba la garganta. No sabía si podía llorar, pero sentía que estaba pasando.

Y cuando sentía que no iba a poder más, unos brazos la tomaron entre ellos. Sonrió al pensar en su padre, pero al abrir los ojos, no eran los ojos verdes de Maxwell los que la miraban, si no unos hermosos ojos azules sin pupilas. Se asustó por un momento, pero los brazos que la sostenían la tomaron con más fuerza.

-Tranquila. -Dijo una voz femenina muy suave y hermosa. -Si no te mueves mucho todo irá bien.

Miró de nuevo, y esta vez pudo encontrarse con una hermosa sirena en el agua, llevándola en brazos. Su piel era de un azul claro, casi blanco, similar a la nieve virgen. Sus ojos azules eran como los del cielo despejado, igual que sus cabellos. Las escamas de su cola eran de un turquesa brillante. Algunas zonas de su cuerpo humanoide estaban en un color azul más oscuro, como unas largas líneas que tenía bajo los pechos, sus labios, sus perfectas uñas o los pezones que adornaban su abundante busto.

-Respira, querida. -Dijo la sirena con una sonrisa. -Mientras estés aquí conmigo no te va a pasar nada. ¿Tienes frío? Ven... -Y la sirena la abrazó.
Casi al instante el frío comenzó a dejar de sentirse, y Lylth pudo mirar alrededor. Inspiró fuerte, sintiendo que ya no se ahogaba, y comenzó a toser fuerte. La mujer azulada sonrió y le dio unas palmadas en la espalda.

-¿Te sientes mejor? -Preguntó ella, a lo que la niña asintió. -¿Cómo te llamas?

-Lylth... ¿Y tú?

-Yo me llamo Bluebell. -Contestó la sirena con una hermosa sonrisa. -Te doy las gracias, Lylth.

-¿Por qué?

-Por haberme liberado. -Respondió Bluebell. -El hielo era un sello que no me permitía salir de aquí.

-¿Yo te liberé?

-Así es. Solo alguien que realmente quería llegar a verme podía romper el hielo.

-¿Y qué vas a hacer ahora?

-Depende de ti. -Repuso Bluebell señalando con la cabeza a un lado. Lylth se giró, y vio a su padre desmayado en el agua. -¿Qué quieres hacer con él?

Leyendas del Cristal: Ankar 01

Ankar Einor
Capítulo I: Un Día de Tormenta
A veces, las tormentas resultan cruciales en el destino de la gente. El creador de los conjuros eléctricos descubrió su magia en una tempestad, o como en la leyenda en la que una caravana marítima se perdió en una tormenta y descubrió nuevas tierras. De la misma manera en que estos eventos marcaron el porvenir de sus protagonistas, una de estas portentosas fuerzas de la naturaleza tocó a los nuestros.
Nuestra historia da inicio en un día tormentoso, recién salidos del invierno. La primavera en la comarca de Burmecia se describe en lluvias heladas por un lado y lluvias torrenciales por otro, y hoy, treinta de Ssa´Éxodus del año 3.844 después de la niebla, era uno de esos días de tormenta torrencial.
En las calles de uno de los mercados de la capital del reino, un hombre caminaba con velocidad bajo la lluvia. Llevaba una armadura de Drakonarius Negro, con los colores azul y negro predominando en su armadura, y una larga capa de color gris plata a su espalda con una capucha cubriéndole la cabeza. Muchos lo saludaban con respeto, quizás por su rango, o quizás por su alto porte, ya que el guerrero medía más de dos metros de alto. Pero el caminante parecía concentrado en algo, ya que no devolvía el saludo, acción extraña en él.
Se detuvo delante de una taberna de gama alta llamada ``La Prima del Vagabundo´´ . No había elegido él el lugar, pero no le quedaba más remedio, ya que este fue el primer lugar donde celebró con quien iba a encontrarse. Pero era más caro de lo que acostumbraba.
Entró en la taberna e hizo una mueca casi de inmediato. E lugar estaba lleno de personas, pero no veía a su objetivo. Y no es que fuera antisocial...
-Oh, por Éxodus, si no es otro que el conde Wolfeng.
Chasqueó la lengua al escuchar la voz aduladora que le hablaba, y miró de donde procedía. La marquesa Lin Kal-Bash se había levantado y se dirigía hacia él. Era una viera hermosa de mediana edad que todavía conservaba parte de su belleza de juventud, realzándola con un bello vestido rojo con oro. Wolfeng, el recién llegado, suspiró fuerte mientras se quitó la capucha mostrando las largas orejas de los elfos, y unos cabellos negro azabache atados en una pequeña coleta en la nuca. Sus ojos tenían un profundo azul que rivalizaba con los zafiros, y su mirada era tan afilada como un diamante.
Hizo una pequeña inclinación de cabeza a la marquesa.
-Buenas tardes, marquesa Kal-bash. -Dijo con una voz tranquila pero fría. -No tendría que levantase, solo es una...
-Por favor, pasad conmigo un rato. -Cortó la viera con una caída de ojos que intentaba ser seductora. -Seguro que cualquier asunto puede esperar unos minutos... u horas.
Eso era lo que no le gustaba de la nobleza burmeciana.
Burmecia era la nación madre de la raza viera, el lugar de donde surgía toda la cultura y su filosofía, y ese era el gran problema para Wolfeng. Muchos miembros de la nobleza seguían la conocida como ``Filosofía Viera´´, la cual habla de que la raza debe mejorar con cada hijo que se tenga, siendo por lo tanto una sociedad bastante matriarcal. Sin embargo muchas personas toman esa filosofía como una liberación hacia el libertinaje, algo que al Drakonarius Negro no le agradaba para nada.
-Mis asuntos son bastante importantes, de hecho. -Dijo con cortesía el elfo. -Además de que mi esposa espera por mí en casa.
-La condesa no debería de mantenerlo atado para ella sola. -Se quejó la viera. -Eso solo lleva a rumores y habladurías.
-Afortunadamente, mi esposa prefiere tener a alguien seguro en casa que a muchos sin garantías. -Respondió con calma el dragontino. -Los rumores son solo para gente aburrida que no sabe qué hacer con sus vidas. ¿No le parece?
-Estoy totalmente de acuerdo con usted, conde. -Se apresuró a decir la mujer viera, algo nerviosa. -Hay gente que no ve toda la diversión que hay aquí, y solo buscan inventar cosas de los demás.
Wolfeng reprimió una sonrisa. En la corte burmeciana existía algo que ellos llamaban ``La Función´´, un tipo de juego petulante donde la reputación lo era todo, y en el cual conseguir favores de la nobleza era proporcional a lo popular que era uno dentro de dicha función. Afortunadamente, Wolfeng estaba exento gracias a su rango militar, aunque eso no impedía que otros nobles tratan de ``jugar´´ con él.
-Entonces, debo partir. -Terminó el dragontino mirando hacia el exterior. -Espero que se divierta esta noche con el sargento Callahan, marquesa, puesto que viene a buscarla.
Mientras se marchaba, el elfo sonreía al notar la palidez de la viera. Wolfeng no estaba versado en la ``función´´, pero gracias a sus contactos sabía muchas cosas de los nobles, y eso incluía a esta marquesa. Tenía un amorío ilícito con un sargento del ejército de tierra de Burmecia. Y no es que la poligamia estuviera mal vista, al contrario, en ese reino era normal que una persona tuviera dos parejas o incluso más, pero para ello debían tener un acuerdo entre todas las partes, y por la reacción de la mujer no había siquiera hablado con el marqués precisamente. Se apuntó el dato para sacar provecho en algún momento, sonriendo al darse cuenta de que precisamente eso era de lo que trataba la ``función´´.
En el exterior, bajo el porche de la taberna, se puso con los brazos en jarras y suspiró. Debido a su rango debía de tratar con los nobles, pero no los aguantaba para nada. En realidad, le recordaban demasiado a como los elfos solares de la isla de Elfheim se comportaban, lugar donde vivió sus primeros años, pero debido a que nació con los cabellos negros las adulaciones eran incluso más degeneradas que en el Reino Montaña.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando alguien le puso la mano en el hombro y se giró. Era esa la sonrisa que esperaba ver.
-No te encontraba. -Dijo el elfo sonriendo de oreja a oreja.
-Vi algo que me llamó la atención y salí. -Contestó el dueño de la mano.
El hombre tenía una sonrisa peligrosa pero llena de alegría, y el dragontino pudo ver los ojos de su viejo amigo. Unos ojos rojos como rubíes con la pupila vertical como la de un lagarto, y una vez más se dio cuenta de lo antagonistas que eran. Medían casi lo mismo, aunque Wolfeng era unos centímetros más bajo. Los cabellos del recién llegado eran blancos y muy largos en contraste a los suyos, negros como la noche y algo cortos. La piel de su amigo tenía la tonalidad oscura de las vieras siendo un miembro de otra raza humanoide, golpeando mucho con su tono pálido por naturaleza, y mientras Wolfeng vestía una armadura completa de azul y negro, su amigo llevaba una ligera túnica de escamas de un fuerte rojo y líneas blancas.
Cualquiera que los viera pensaría que son las dos caras de la moneda.
Se dieron un abrazo mientras reían al verse, y luego se sentaron en los lugares libres de la taberna bajo el porche, lejos de la lluvia torrencial.
-Cuando recibí tu carta me extrañó, la verdad. -Dijo Wolfeng. La chica de la taberna se acercó a ellos. -¿Qué te apetece, Iregore?
-Me vale con licor de lluvia. -Respondió el de rojo.
-Que sean dos. -Dijo el elfo, y al irse la chica, se acomodó en la silla. -Hacía... ¿Cuántos? ¿Cuarenta años?
-Más o menos. -Repuso Iregore sin dejar de sonreír. -Fue poco después de que mi hembra acogiera al cachorro.
-Sí, ya recuerdo. -Wolfeng miró hacia el cielo oscurecido y lluvioso con mirada nostálgica. -Me había comprometido con Faraheidy.
-Y pensar que la Zarina te había propuesto matrimonio antes que ella. -Comentó el de ojos rojos. -Aunque entiendo que te quedaras con la chica con la que te enamoraste, Richard.
-Me gané mi puesto a base de esfuerzo y trabajo duro, no a base de acostarme con las mujeres adecuadas. -Contestó el elfo sin perder la sonrisa. -Mejor el talento que los contactos.
-Pero aun así no descuidaste a tus amigos. -Dijo el de rojo. -¿Qué cargo ostentas ahora?
-Alcancé el de Gran General.
-Al fin. Sabía que lo conseguirías.
-No fue nada fácil.
-Nunca nada lo es.
El título de Gran General era el título más alto en los ejércitos de Gaia, controlando todos los ejércitos de su reino. Normalmente lo ostenta alguien de la familia real con un destacamento de élite, pero en algunas ocasiones surgen personas de gran talento que se ocupan de dicho título. Gente como Richard Wolfeng.
Llegó a Burmecia hace más de cien años, preparándose para entrar en el ejército siendo un plebeyo viajero junto a un viejo amigo, pero con su esfuerzo, dedicación y contactos con el pueblo llano pudo alcanzar el escalafón más alto. Además, se casó con una marquesa con aspiración a un condado, Faraheidy Hyunda, la cual se convirtió en la condesa Wolfeng al contraer nupcias con Richard.
-Y dime. ¿Para qué me necesitas? -Preguntó Richard tomando el vaso de licor que le traían. -Es extraño que pidas mi ayuda, mi viejo amigo.
Iregore inspiró fuerte y tomó un largo trago antes de mirar al elfo. El color azul oscuro contrastaba con el sabor a menta y vino de uva, y al fuerte sabor pero suave que atravesaba la garganta del que lo bebía.
-Si no recuerdo mal, se te daba bien instruir. ¿Verdad?
-Nunca tan bien como a ti.
-El problema aquí radica en que fui algo... condescendiente con este alumno, y quisiera que estuviera unos años bajo tu cuidado.
-Yo no tengo ningún problema, pero... ¿El alumno lo sabe? ¿Está de acuerdo?
-Lo sabe, y yo decido si está de acuerdo o no. -Contestó riendo el de rojo, y ante la mirada extrañada del elfo, volvió a reír. -Hablamos de mi cachorro.
-¿Del niño? -Preguntó muy sorprendido Richard, y al asentir Iregore, volvió a hablar. -Pero ni siquiera se su nombre.
-¿Eso es todo lo que te preocupa?
-Claro que no, pero después de cuarenta...
-Treinta y ocho.
-... treinta y ocho años, no creo que tenga nada que enseñarle.
-Hagamos una apuesta. -Dijo el moreno de piel. -Échale un vistazo, y si es como dices, me lo llevaré sin ningún tipo de rencores. Pero si, por el contrario, crees que puedas instruirle, te quedarás con él un tiempo. ¿Qué te parece?
Wolfeng enarcó una ceja ante esa apuesta. Conocía muy bien que su viejo amigo nunca apostaba si no era para ganar, y si había decidido ese curso de acción era porque sabía que su ``cachorro´´ necesitaba un nuevo maestro, pero... ¿Qué podía enseñarle? Iregore era el ser más poderoso y sabio que había conocido jamás, y si él no podía hacer algo, difícilmente el propio Richard podría ser capaz.
Tomó un trago de licor de lluvia antes de hablar.
-Recuerdo la única vez que lo vi... -Dijo el elfo. -Tenía... cuatro o cinco años, y ya se os parecía mucho a vosotros. ¿Cómo tiene el cabello ahora?
-Blancos, por supuesto.
``Como todo buen lunarian...´´ pensó para si el elfo, y bebió de nuevo.
-Entonces ya es mayor. ¿No?
-A este cachorro le hacen falta al menos diez años para pensar y sentir como un adulto. -Contestó Iregore algo molesto. -No me malentiendas, estoy orgulloso de él, y lo quiero con locura, pero...
-Creo que te entiendo... -Cortó Richard. -¿Es lo que habló Karín cuando lo vio?
Iregore asintió, y el dragontino se levantó de su lugar tras terminarse la bebida.
-Veamos al chico. -Dijo decidido. -Si puedo enseñarle, le tomaré como pupilo hoy mismo.
*.-.*.-.*.-.*.-.*
Habían pasado dos horas desde que Wolfeng había dejado su casa, pero esta no se había quedado quieta. En su interior Faraheidy estaba ocupada cocinando en la planta baja mientras repasaba las clases del día siguiente, ya que la esposa de Richard era una de las maestras en una de las torres de magia cercanas donde enseñaba geografía a los estudiantes, incluyendo a la hija que tenía con Richard.
Un fuerte trueno la espantó y miró por la ventana, preocupada. Los días de tormenta eran especiales para ella de alguna manera, ya que cuando dio a luz, se comprometió con su esposo, o incluso cuando nació había habido tormentas como esa, pero los truenos excesivamente fuertes siempre la ponían nerviosa.
Usó magia de fuego para calentar la olla con chocolate y se acercó a la entrada para tomar su abrigo rojo y su sombrero de maga de dicha orden, y se lo colocó frente al espejo. Su piel morena, típica de las de su raza, combinaba con la tonalidad granate de su oficio, y sus largas orejas sobresalían de su sombrero. Varias veces había pensado en confeccionar algo para sus orejas y que no se mojaran tanto, pero el buen oído de las viera soportaba cualquier tormenta... aunque no dejaba de ser molesto el que te entre agua en el oído.
Se estaba preparando para ir a buscar a su hija cuando esta entró por la puerta principal. Al igual que ella, era una viera, ojos como rubíes y cabellera de un verde muy claro, casi blanco, la acompañaban igual que a ella. Su hija era casi una versión joven de Faraheidy, solo que las ropas y la altura las diferenciaban. Su hija portaba ropas de maga negra: un sombrero de paja grande y un vestido azul oscuro bajo una capa negra impermeable.
-Ya llegué. -Dijo con una sonrisa la niña, quitándose el sombrero. Sus orejas se movían contentas.
-Ya estaba a punto de ir a buscarte. -Respondió Faraheidy quitándose su propio sombrero. -¿Cómo es que llegaste antes, Ketriken?
-El maestro de historia tenía un asunto que atender, así que nos dejó marchar antes. -Explicó la chica quitándose la capa. -¿Huelo a chocolate?
-Sí, estaba calentando un poco para cuando llegue tu padre.
-¿Dónde está? Hoy no tenía trabajo. -Dijo la joven, extrañada. Faraheidy se quitó su abrigo y se metió en la cocina de nuevo.
-Fue a ver a un amigo. -Explicó la maga roja, y Ketriken la siguió.
-¿Bajo esta tormenta? -Preguntó sorprendida, a lo que su madre asintió. -Con estas lluvias papá nunca sale por nadie que no seamos nosotras.
-Lo se, pero este amigo es su mejor amigo, y viene desde Lix.
-¿Desde Lix? Pero eso está al otro lado del mundo.
-Por eso fue a verlo. -Dijo la viera mientras removía el dulce caldo. -Y con esta lluvia seguro querrá un chocolate caliente al regresar.
-Yo traigo los aperitivos. -Dijo de repente Ketriken abriendo un cajón. -Din sigue insoportable.
-¿Por la semana pasada?
-Si...
Faraheidy bajó el fuego y miró a su hija, la cual preparaba una bandeja con galletas y pequeños bizcochos con mala cara. Din, o como realmente se llamaba, Undine, era la hija de su hermana y prima de Ketriken, que cumplió quince años la semana anterior, y como regalo su madre, una dragontina del ejército, la convirtió en su escudera para empezar su carrera militar. Las dos jóvenes se llevaban como hermanas, pero muchas veces Undine, que a todas luces tenía talento para las actividades físicas, hacía de menos los esfuerzos de otros, creyendo que con su talento podía conseguir cualquier cosa... y desgraciadamente su hija de catorce años era demasiado sensible y se deprimía mucho.
-¿Qué ha dicho ahora? -Preguntó con cuidado la maga roja.
-Que ahora que es escudera tardará poco en llegar a dragontina y convertirse en la Gran General más joven de la historia de nuestro reino.
Faraheidy suspiró al entender lo que pasaba, al mismo tiempo que ponía unas especias al preparado. Ketriken siempre se sentía frustrada por la facilidad con la que su prima Undine conseguía hacer las cosas, poniendo de nervios a su hija y deprimiéndola, pero no parecía darse cuenta de que todo el genio que Undine tenía para luchar y relacionarse, Ketriken lo tenía para el estudio y la investigación, pero eso su hija no lo venía precisamente.
-A tu prima le hace falta que alguien le plante cara y le enseñe que siempre hay un pez más grande.
-¿Y quién, mamá? Los más fuertes están en otras edades, como papá, y los de nuestra edad no son capaces de derrotarla porque entrenó con la tía Ondina. -Respondió la chica frustrada. -Si hasta los chicos solo la miran a ella...
-¿Es que ya buscas novio?
-No digas tonterías, pero... me gustaría tener algún amigo...
Según la filosofía viera, no sería extraño que a la edad de quince años los miembros de la raza burmeciana empezaran a experimentar con sus cuerpos. Undine cumplió esa cantidad la semana pasada, era un año mayor que su hija Ketriken ,y seguramente ya habrá experimentado el amor físico, pero para su hija eso todavía estaba fuera de lugar... muy fuera de lugar.
-Algún día encontrarás a alguien especial. -Le dijo Faraheidy mirándola.
-¿Cómo papá para ti?
-Quién sabe. -Rio la mayor.
El matrimonio Wolfeng era bastante atípico en la cultura viera. Prácticamente todas las personas de su raza seguían la filosfía de Burmecia, por lo que la monogamia era por lo menos algo extraño. Buscar personas para mejorar la raza era algo normal para ellos, y estar poco tiempo con una misma pareja después de tener una criatura era bastante típico. Incluso el que miembros de la misma familia compartieran un mismo esposo podía llegar a verse en la Ciudad Montaña. Pero había registros de que el amor era algo tan cambiante en las vieras como el mismo viento, y por eso cambiaban de pareja tan rápidamente, pero también había veces, como el caso de Faraheidy, que ese amor no cambiaba y se convertía en un roble de profundas raíces, inamovible. Algunos estudiosos piensan que, de manera genética, la raza viera busca entre todos a un único individuo compatible completamente con ellos, y si lo encuentran, no lo dejan ir. En la filosofía viera a este evento se le llama ``encontrar a su eclipse´´, haciendo referencia a que la luna está rodeada de estrellas, pero solo hay un único sol en el firmamento.
En ese momento escucharon como alguien abría la puerta de entrada.
-¡Ya llegué! -Dijo la voz de Richard.
-¡Bienvenido a casa, papá! -Gritó Ketriken desde la cocina, y ambas vieran salieron para recibirle.
-¿Ketriken? Es perfecto que estés ya en casa. -El elfo se estaba quitando la capa, pero ambas veían que la puerta de entrada estaba todavía abierta. -Traigo visita.
-¿Es tu amigo? -Preguntó la niña.
-No exactamente. -Wolfeng se giró a la entrada e hizo una seña hacia fuera. -Vamos, entra, eres bienvenido.
Las dos vieras vieron entrar a alguien más. Tenía la altura de Ketriken sin sus largas orejas, y llevaba una capa blanca impermeable sobre su ropa de azul oscuro y granate, hecha de una tela escamada. Puso su mano derecha sobre su pecho con los dedos meñique e índice extendidas e inclinó la cabeza cubierta con la capucha.
-No necesitas ser tan formal. -Dijo Richard sonriente, y miró a las dos vieras. -Este es el hijo de mi amigo, se llama Ankar.
Faraheidy se sorprendió mucho cuando el recién llegado las saludó con la antigua forma draconiana de decir ``hola´´, pero entendió cuando su marido le dijo lo de su amigo. Pero se sorprendió más al ver al joven sin capucha. Tenía un largo cabello largo como la nieve, separado en dos largas coletas, y unos ojos verdes como esmeraldas. Su rostro era el de un crío que entraba a la quincena de años, pero su expresión era la de alguien muy desconcertado y curioso.
-Hola Ankar. -Dijo con una sonrisa Faraheidy, y el chico la miró. -Soy la esposa de Richard, Faraheidy, pero puedes llamarme Farah.
-Es un honor conocer a la ilustre dama de mi maestro. -Dijo con una voz juvenil agachando la cabeza.
-Ella es Ketriken, mi hija. -Dijo entonces Richard señalando a su hija.
-Encantada de conocerte, Ankar. -Respondió la joven algo colorada.
-Cariño, Ankar no conoce a nadie en Burmecia -Explicó el elfo. -Y más o menos tenéis la misma edad. ¿Serías tan amable de ser su amiga?
-Claro. -Respondió ella. -¿Le llevo al cuarto de invitados?
-Si, por favor. -Richard miró al joven. -Ankar, mientras estés bajo mi tutela, vivirás aquí. Estás en tu casa. ¿De acuerdo?
-Honraré al maestro como si fuera mi padre. -Contestó el albino, y se giró a Ketriken. -Soy Ankar Einor, gracias por querer ser mi amiga. -Y terminó con una amplia sonrisa.
Farah vio cómo su hija se ponía colocara antes de tomar el brazo del recién llegado.
-Gracias a ti... -Dejó en susurros Ketriken. -Ven, yo... yo te guío.
Los dos jóvenes se perdieron por las escaleras mientras Faraheidy miraba a su hija. Cuando se perdieron por una esquina, la viera le dio un manotazo en el brazo al elfo.
-Explícate. -Dijo ella con rostro duro. Richard solo se frotaba el brazo.
-Es el hijo de Iregore. -Dijo el dragontino. -Me pidió que le enseñara.
-No me refiero a eso. -Contestó ella cruzándose de brazos. -¿Qué le pasa al chico?
-Es un chico muy inteligente. -Comenzó a explicar él. -Pero se ha criado en Nivel, por lo que su contacto con humanoides es bastante limitado. Iregore quiere que aprenda a relacionarse a parte de entrenarlo como dragontino.
-¿Cómo dragontino? -Preguntó Faraheidy. -No tiene mucho sentido.
-¿Por qué? -Pregunto ahora el elfo. -Originariamente nuestra orden fue fundada en la era de las leyendas para emular y comprender a los dragones, así que es bastante lógico que quiera aprender esas artes.
-Pero él ya sabe. ¿No? -Preguntó ella frunciendo el ceño. -Es decir, se le nota que sabe al menos moverse con firmeza.
-Sí, él ya es un dragontino, pero es un principiante, sobre todo en lo que respecta al estilo de lucha con armas. -Confesó Richard suspirando. -Pero en cuestión de magia arcana es bastante bueno, creo que debería de saber todos los hechizos de nivel aprendiz.
-¿Todos? Vaya, estoy impresionada. -Y era verdad, la viera sabía lo difícil que era estudiar magia arcana ya que vio a su hermana mayor trabajar sin descanso para dominarla. -Pero... ¿Crees que irá bien? Está solo...
-Por eso le pedí a Ketriken que fuera amiga del chico. -Respondió el dargontino. -De ese modo no se sentirá solo, y aprenderá sobre cómo actúan los jóvenes.
Faraheidy, por el contrario, estaba segura de que su hija sería la que tendría problemas por culpa de su timidez.
*.-.*.-.*.-.*.-.*
La habitación de invitados estaba en el primer piso de la casa, justo al lado del cuarto de Ketriken. Era un cuarto grande, con mucho espacio, una cama grande al fondo entre dos mesitas de noche, un escritorio en la pared con su silla a juego y un armario antiguo, todo de estilo élfico. En las paredes podían verse estanterías con algunos libros y al menos dos lámparas de aceite en cada una de ellas.
-Ya que te vas a quedar aquí, si quieres, podemos preguntarle a padre si nos deja algún arcón para tus cosas. -Dijo Ketriken viendo como Ankar miraba el cuarto.
-Sería de mucha utilidad. -Asintió Ankar. -Te lo agradezco.
La joven viera sintió que volvía a ponerse colorada. Al ser miembro de la nobleza estaba acostumbrada a que se dirigieran a ella con educación, pero siempre sentía que lo hacían por obligación o incluso con burla, pero cuando lo hacía este chico sentía que salía con naturalidad. Nunca había visto un lunarian tan de cerca, así que le resultó muy extraño, pero muy interesante al mismo tiempo, y la sensación que transmitía Ankar le hacía sentirse tranquila y, a la vez, inquieta.
``Quizás es porque no tengo muchos amigos´´ pensó la viera. ``No se cómo debería tratarlo´´.
Cuando el albino abrió la ventana, rugió un trueno no muy lejano que asustó a Ketriken un poco. No le temía a las tormentas, se había criado ahí, pero los truenos tan fuertes daban sustos. Pero vio que Ankar ni pestañeaba.
-¿De dónde eres, Ankar? -Preguntó Ketriken algo nerviosa.
-Fui criado en las montañas de Nivel, en la provincia de Lix. -Respondió él mirando por la ventana.
-Es muy lejos. ¿Fue un viaje muy largo?
-Muchísimas horas de vuelo. -Dijo él asintiendo. -Diría que una semana de viaje.
-Vaya, el barco volador debió ser muy rápido.
-No vinimos en barco volador.
Ketriken se quedó extrañada por esa respuesta, pero vio que él se quedaba viendo por la ventana. Se acercó a su lado, algo tímida.
-¿Ocurre algo?
-Lo siento, no quería atribularte. -Dijo Ankar. -Pero es la primera vez que estoy en una casa dentro de una población, y me resulta inquietante.
-Oye... ¿Ankar? -Preguntó ella, y el chico la miró.
-¿En qué puedo ayudarte?
-¿Quieres ser mi amigo?
-Sería grandioso.
-Entonces... -Ketriken tragó saliva. -No hables tan formal. Los amigos se tratan más relajadamente.
La chica se puso muy nerviosa, ni siquiera sabía cómo había tenido el valor de decirle algo así. ``Definitivamente no puedo compararme con la descarada de mi prima, pero realmente quiero que seamos amigos... y no quiero que me trate como a una extraña´´. Pero cuando vio la mirada de Ankar, se puso nerviosa.
-¿Dije algo raro? -Preguntó él.
-¿Raro? No... solo quiero que actúes con más tranquilidad. -Respondió la viera juntando sus manos para que no notara que temblaban. -Quiero que los dos nos llevemos bien.
-Ya veo... -Dijo él, y asintió. -Todavía no se bien cómo comportarme, con mis ermanos es más sencillo hablar, aunque no usamos el clavat.
-¿Qué idioma usáis?
-El dracónido normalmente.
-Entonces habla conmigo como si fuera una de tus hermanas. -Dijo la chica, pero se volvió a poner nerviosa y contestó rápidamente. -Pero no quiero ser tu hermana, quiero ser tu amiga.
Ankar la miró y soltó una pequeña risa que hizo sonrojarse más a Ketriken.
-Vale. -Aceptó el chico. -Hablaré contigo como hablo con ellos. ¿Así es como hablan los amigos?
-¿No tenías amigos en Lix? -Preguntó ella.
-No, solo a mis padres y hermanos. -Contestó él dejando en el escritorio un grueso libro que sacó de entre los bolsillos de su capa. -No he hablado mucho con humanoides.
-¿De qué es el libro? -Preguntó Ketriken llena de curiosidad, pero antes de que respondiera tomó de un lado la capa de él. -Puedes quitártela, estás en casa.
-Oh, si, disculpa. -Dijo Ankar y empezó a quitarse la capa. -Es un libro de joyería élfica, es bastante complicada de replicar y he tenido que estudiar bastante.
-¿Joyería? -Ketriken tomó la capa de Ankar, sorprendiéndose de lo pesada que era y el tacto escamoso que notaba en sus dedos. Miró a Ankar.
Tenía ropa azul oscuro, un chaleco rojo granate y un cinturón de tela morada bajo un grueso cinturón de cuero con una daga larga en la espalda baja, en la cintura. Todo parecía estar hecho de piel de escamas, incluso las botas altas de color del cuero. Dejó la capa en la silla.
-Mis padres me enseñaron el arte de la joyería para templar mi paciencia y mi inventiva. -Explicó él con una sonrisa. -Me dijeron que no solo de guerrear puede sobrevivir uno, y el arte es algo bello.
-¿Me explicarías? -Preguntó ella con curiosidad. -Pensé que solo querías ser aprendiz de dragontino.
-Yo ya soy dragontino. -Respondió Ankar empezando a sacar varios objetos de los bolsillos de la capa, y los dejaba en su cama. Ketriken no perdía detalle de aquello. -Se lo básico, lucha con armas, moverme con armadura pesada, esas cosas. Pero la magia arcana y el salto del dragontino los domino a la perfección.
-¿Qué tienes en esta caja? -Preguntó la viera tomando una pequeña caja de madera. Se escuchaban tintineos en el interior.
-Mis primeras creaciones. -Dijo el albino mirando la caja. -Me recuerda mis inicios y lo que puedo llegar a mejorar.
-¿Puedo verlas? -La emoción se escuchaba en la voz de la chica. Cuando él asintió, abrió la cajita con cuidado.
Dentro había pequeñas alhajas de diferentes materiales y colores. Pendientes, anillos, cadenas y pulseras eran lo que predominaban en el interior, y muchos se veían algo extraños. Las fue sacando hasta que encontró una larga cadena plateada trenzada.
-Es preciosa. -Dijo Ketriken tomándola con las dos manos. -¿Qué es?
-Es una obra mixta. -Explicó Ankar algo tímido. La tomó y se la puso en la muñeca con varias vueltas antes de atarla. -Si lo haces así, es una pulsera. Pero haciendo lo mismo con menos vueltas es un collar. Es solo un prototipo... ¿Te gusta?
-Mucho, aquí en Burmecia no hay este tipo de joyas. -Explicó Ketriken levantando el brazo para ver la pulsera. -No suelen gustarme las joyas ostentosas que prefieren los nobles de aquí, prefiero cosas más simples, o inventivas, llenas de originalidad. Las que venden aquí las hacen en masa, o son demasiado feas, grandes o exageradas.
-Entonces... quédatelo. -Dijo Ankar después de un corto silencio. La viera lo miró sin comprender. -Bueno, no es muy buena, y puede que se rompa pronto, pero si la quieres puedes quedártela.
Ketriken se quedó sin habla mirando a Ankar, que parecía incómodo... ¿O era nervioso? Sintió como se enrojecía completamente y miró de nuevo la pulsera, para sonreír a Ankar.
-La guardaré como un tesoro. -Respondió ella contentísima, y se sentó en la cama. -¿Cómo la hiciste?
Fue como si con esa pregunta se destapara una botella, y Ankar comenzó a hablar con pasión sobre las diferentes técnicas y formas de la forja de joyas, mientras que Ketriken le hacía varias preguntas para aclarar sus muchas dudas, con la lluvia y los truenos como música de fondo. No dejaron de hablar ni siquiera cuando entró Faraheidy con una bandeja portando tazas de chocolate caliente y bizcochos.
Farah los miró hablando animadamente, y sonrió al ver la divertida expresión de su hija. Se notaba que estaban congeniando, y realmente pensó que ese era el mejor curso de acción para ellos. Ketriken era muy tímida, demasiado para poder tener amistades fuera del círculo familiar, y Ankar no había tratado casi nada con humanoides, así que podía aprender mientras estuviera con su pequeña.
-¿Estáis cómodos? -Preguntó la maga roja. Ambos la miraron.
-Sí, señora. Le estoy agradecido. -Dijo Ankar, que tenía en las manos unas herramientas que le estaba mostrando a Ketriken.
-Mamá. ¿Tenemos algún arcón para Ankar? -Preguntó la chica mientras ordenaban todos los objetos del suelo. -Sería difícil para él tener todas sus herramientas perdidas por el cuarto.
-No tenemos ninguno. -Contestó tras pensar un rato la mujer viera. -Pero me han dicho que en un rato bajará la tormenta, así que podríais ir al mercado y comprar uno.
-Pero no tengo dinero en estos momentos, señora. -Le dijo el albino. Farah sonrió.
-Eres el pupilo de Richard. -Le dijo ella. -Eso significa que nosotros nos ocuparemos de tus gastos. No has de preocuparte ahora por eso.
-Pero necesitaré efectivo, no es correcto que no me ocupe de mis propios gastos.
-Te propongo algo. -Dijo Faraheidy después de mirar las herramientas. -Richard tiene un amigo en el gremio de joyeros. Podrías ir a pedir plaza.
-¿No habrá problemas?
-Para nada, algunos soldados también forman parte de gremios, como el de artistas o herreros. -Explicó la viera. -Seguramente tendrás que pasar algún tipo de prueba, pero no creo que sea difícil para ti.
-Sería de gran ayuda. -Respondió Ankar asintiendo. Miró a Ketriken. -¿Me llevarás? Solo se el camino a los establos de drakos de viento.
-Claro. -Contestó contenta la chica. -Si quieres incluso podríamos comprar herramientas nuevas, o el arcón para tu cuarto.
-Pero primero tomad vuestros chocolates. -Dijo Faraheidy. -Hoy es un día frío, y no quiero que tu primer día esté marcado por la enfermedad.
-Cierto, no me gustaría que Ketriken se enfermara por mi culpa. -Contestó el albino.
-Y yo no quisiera que tú te enfermaras por mi culpa... -Respondió con timidez la chica, a lo que Ankar respondió con una sonrisa.
-Yo no me enfermo, pero no me gustaría verte a ti enferma.
-Algún día pasará...
-Entonces ese día yo cuidaré de ti.
La hija de Richard se puso del color de la granada y se levantó de la cama rápidamente para irse del cuarto. Ankar se extrañó, pero volvió a seguir a Ketriken. Farah no pudo reprimir una sonrisa, ya que su hija no estaba acostumbrada al trato que Ankar le estaba dando. Los únicos que la trataban de una manera similar eran Richard, ella misma y su abuela, la madre de Farah, y aunque el resto de su familia la trataba bien, no era normal que le dijeran esas cosas alguien que acababa de conocer.
Bajó las escaleras con la bandeja intacta para encontrarse con que su hija estaba moviéndose nerviosa por la casa mientras Ankar se había sentado al lado de Richard en la mesa. Su esposo estaba empezando a charlar con el joven sobre los horarios de entrenamiento, pero como también debía aprender a sociabilizar, estaban enfrascados en cómo lo iba a hacer.
-Ketriken. ¿Tú qué opinas? -Preguntó Farah al escuchar la conversación. -¿Se te ocurre alguna idea?
-¿Yo? -Preguntó la chica, y se puso de nuevo colorada.
-Sí, es buena idea, sois de la misma edad, seguramente algo se te ocurrirá. -Respondió la madre.
Ketriken se puso ya con el color de las langostas al darse cuenta de que todos la estaban mirando, y tartamudeó un poco antes de responder.
-Bueno... si tiene que saber nuestras costumbres... Podría ir a la escuela conmigo.
-¿Escuela? -Preguntó Ankar extrañado.
-Sí, ya sabes, para estudiar. ¿No teníais escuelas en Lix? -Preguntó Ketriken tímida.
-No es ese el caso, si las hay, pero nunca asistí a una. -Respondió él.
-¿Y cómo aprendiste todo?
-Mis padres me enseñaron.
-Pero es una buena idea. -Dijo Richard asintiendo. -Quizás así puedas interactuar con gente de tu edad.
-Podríais aprovechar que al rato iréis al gremio de joyeros para ir a la escuela. -Propuso Faraheidy. -Os escribiré una carta para el director.
-Gracias mamá. -Dijo la chica sonriendo.
Mientras la viera escribía la carta, Ketriken le explicaba a Ankar lo que era ir a la escuela. Al chico le resultaba extraño que la gente se juntara en un edificio para aprender, pero sí entendía que la gente aprendiera de los sabios para conocer y compartir conocimientos.
La escuela a la que asistía Ketriken era en realidad una de las torres de magia de Burmecia. Faraheidy impartía geografía, pero tenía una buena relación con el director y sus compañeros, y su hija y sobrina asistían aunque solo compartían unas pocas clases, como la de ella, aunque... ¿Quién podía saber cómo iba a salir ese experimento?
Pasaron dos horas hasta que bajó la intensidad de la lluvia, tiempo que Faraheidy aprovechó para darle la carta a su hija y explicarle a Ankar los lugares más fáciles y necesarios de los alrededores. Richard le explicó al chico que si tuviera alguna duda, le preguntara a Ketriken.
-¿Estás listo, Ankar? -Preguntó Ketriken colocándose el sombrero de maga negra.
Ankar asintió y se colocó su capa con capucha, y al abrir la puerta el agua ya no caía con tanta fuerza. Ketriken iba a avanzar, pero se detuvo al ver que el albino colocaba su brazo para que ella lo tomara. Se puso colorada de nuevo, pero lo aceptó con una sonrisa enorme al ver cómo el chico le devolvía la sonrisa sin un ápice de ironía.
-Vamos a lo desconocido. -Respondió Ankar. -¿Me muestras el camino?
Por toda respuesta, Ketriken tiró de él para salir a la lluvia.

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Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?