Ankar
Einor
Capítulo
I: Un Día de Tormenta
A veces, las tormentas resultan cruciales
en el destino de la gente. El creador de los conjuros eléctricos descubrió su
magia en una tempestad, o como en la leyenda en la que una caravana marítima se
perdió en una tormenta y descubrió nuevas tierras. De la misma manera en que
estos eventos marcaron el porvenir de sus protagonistas, una de estas
portentosas fuerzas de la naturaleza tocó a los nuestros.
Nuestra historia da inicio en un día
tormentoso, recién salidos del invierno. La primavera en la comarca de Burmecia
se describe en lluvias heladas por un lado y lluvias torrenciales por otro, y
hoy, treinta de Ssa´Éxodus del año 3.844 después de la niebla, era uno de esos
días de tormenta torrencial.
En las calles de uno de los mercados de
la capital del reino, un hombre caminaba con velocidad bajo la lluvia. Llevaba
una armadura de Drakonarius Negro, con los colores azul y negro predominando en
su armadura, y una larga capa de color gris plata a su espalda con una capucha
cubriéndole la cabeza. Muchos lo saludaban con respeto, quizás por su rango, o
quizás por su alto porte, ya que el guerrero medía más de dos metros de alto.
Pero el caminante parecía concentrado en algo, ya que no devolvía el saludo,
acción extraña en él.
Se detuvo delante de una taberna de gama
alta llamada ``La Prima del Vagabundo´´ . No había elegido él el lugar, pero no
le quedaba más remedio, ya que este fue el primer lugar donde celebró con quien
iba a encontrarse. Pero era más caro de lo que acostumbraba.
Entró en la taberna e hizo una mueca casi
de inmediato. E lugar estaba lleno de personas, pero no veía a su objetivo. Y
no es que fuera antisocial...
-Oh, por Éxodus, si no es otro que el
conde Wolfeng.
Chasqueó la lengua al escuchar la voz
aduladora que le hablaba, y miró de donde procedía. La marquesa Lin Kal-Bash se
había levantado y se dirigía hacia él. Era una viera hermosa de mediana edad
que todavía conservaba parte de su belleza de juventud, realzándola con un
bello vestido rojo con oro. Wolfeng, el recién llegado, suspiró fuerte mientras
se quitó la capucha mostrando las largas orejas de los elfos, y unos cabellos
negro azabache atados en una pequeña coleta en la nuca. Sus ojos tenían un
profundo azul que rivalizaba con los zafiros, y su mirada era tan afilada como
un diamante.
Hizo una pequeña inclinación de cabeza a
la marquesa.
-Buenas tardes, marquesa Kal-bash. -Dijo
con una voz tranquila pero fría. -No tendría que levantase, solo es una...
-Por favor, pasad conmigo un rato. -Cortó
la viera con una caída de ojos que intentaba ser seductora. -Seguro que
cualquier asunto puede esperar unos minutos... u horas.
Eso era lo que no le gustaba de la
nobleza burmeciana.
Burmecia era la nación madre de la raza
viera, el lugar de donde surgía toda la cultura y su filosofía, y ese era el
gran problema para Wolfeng. Muchos miembros de la nobleza seguían la conocida
como ``Filosofía Viera´´, la cual habla de que la raza debe mejorar con cada
hijo que se tenga, siendo por lo tanto una sociedad bastante matriarcal. Sin
embargo muchas personas toman esa filosofía como una liberación hacia el
libertinaje, algo que al Drakonarius Negro no le agradaba para nada.
-Mis asuntos son bastante importantes, de
hecho. -Dijo con cortesía el elfo. -Además de que mi esposa espera por mí en
casa.
-La condesa no debería de mantenerlo
atado para ella sola. -Se quejó la viera. -Eso solo lleva a rumores y
habladurías.
-Afortunadamente, mi esposa prefiere
tener a alguien seguro en casa que a muchos sin garantías. -Respondió con calma
el dragontino. -Los rumores son solo para gente aburrida que no sabe qué hacer
con sus vidas. ¿No le parece?
-Estoy totalmente de acuerdo con usted, conde.
-Se apresuró a decir la mujer viera, algo nerviosa. -Hay gente que no ve toda
la diversión que hay aquí, y solo buscan inventar cosas de los demás.
Wolfeng reprimió una sonrisa. En la corte
burmeciana existía algo que ellos llamaban ``La Función´´, un tipo de juego
petulante donde la reputación lo era todo, y en el cual conseguir favores de la
nobleza era proporcional a lo popular que era uno dentro de dicha función.
Afortunadamente, Wolfeng estaba exento gracias a su rango militar, aunque eso
no impedía que otros nobles tratan de ``jugar´´ con él.
-Entonces, debo partir. -Terminó el
dragontino mirando hacia el exterior. -Espero que se divierta esta noche con el
sargento Callahan, marquesa, puesto que viene a buscarla.
Mientras se marchaba, el elfo sonreía al
notar la palidez de la viera. Wolfeng no estaba versado en la ``función´´, pero
gracias a sus contactos sabía muchas cosas de los nobles, y eso incluía a esta
marquesa. Tenía un amorío ilícito con un sargento del ejército de tierra de
Burmecia. Y no es que la poligamia estuviera mal vista, al contrario, en ese
reino era normal que una persona tuviera dos parejas o incluso más, pero para
ello debían tener un acuerdo entre todas las partes, y por la reacción de la
mujer no había siquiera hablado con el marqués precisamente. Se apuntó el dato
para sacar provecho en algún momento, sonriendo al darse cuenta de que
precisamente eso era de lo que trataba la ``función´´.
En el exterior, bajo el porche de la
taberna, se puso con los brazos en jarras y suspiró. Debido a su rango debía de
tratar con los nobles, pero no los aguantaba para nada. En realidad, le
recordaban demasiado a como los elfos solares de la isla de Elfheim se
comportaban, lugar donde vivió sus primeros años, pero debido a que nació con
los cabellos negros las adulaciones eran incluso más degeneradas que en el
Reino Montaña.
Sus pensamientos se interrumpieron cuando
alguien le puso la mano en el hombro y se giró. Era esa la sonrisa que esperaba
ver.
-No te encontraba. -Dijo el elfo
sonriendo de oreja a oreja.
-Vi algo que me llamó la atención y salí.
-Contestó el dueño de la mano.
El hombre tenía una sonrisa peligrosa
pero llena de alegría, y el dragontino pudo ver los ojos de su viejo amigo.
Unos ojos rojos como rubíes con la pupila vertical como la de un lagarto, y una
vez más se dio cuenta de lo antagonistas que eran. Medían casi lo mismo, aunque
Wolfeng era unos centímetros más bajo. Los cabellos del recién llegado eran
blancos y muy largos en contraste a los suyos, negros como la noche y algo
cortos. La piel de su amigo tenía la tonalidad oscura de las vieras siendo un
miembro de otra raza humanoide, golpeando mucho con su tono pálido por
naturaleza, y mientras Wolfeng vestía una armadura completa de azul y negro, su
amigo llevaba una ligera túnica de escamas de un fuerte rojo y líneas blancas.
Cualquiera que los viera pensaría que son
las dos caras de la moneda.
Se dieron un abrazo mientras reían al
verse, y luego se sentaron en los lugares libres de la taberna bajo el porche,
lejos de la lluvia torrencial.
-Cuando recibí tu carta me extrañó, la
verdad. -Dijo Wolfeng. La chica de la taberna se acercó a ellos. -¿Qué te
apetece, Iregore?
-Me vale con licor de lluvia. -Respondió
el de rojo.
-Que sean dos. -Dijo el elfo, y al irse
la chica, se acomodó en la silla. -Hacía... ¿Cuántos? ¿Cuarenta años?
-Más o menos. -Repuso Iregore sin dejar
de sonreír. -Fue poco después de que mi hembra acogiera al cachorro.
-Sí, ya recuerdo. -Wolfeng miró hacia el
cielo oscurecido y lluvioso con mirada nostálgica. -Me había comprometido con
Faraheidy.
-Y pensar que la Zarina te había
propuesto matrimonio antes que ella. -Comentó el de ojos rojos. -Aunque
entiendo que te quedaras con la chica con la que te enamoraste, Richard.
-Me gané mi puesto a base de esfuerzo y
trabajo duro, no a base de acostarme con las mujeres adecuadas. -Contestó el
elfo sin perder la sonrisa. -Mejor el talento que los contactos.
-Pero aun así no descuidaste a tus
amigos. -Dijo el de rojo. -¿Qué cargo ostentas ahora?
-Alcancé el de Gran General.
-Al fin. Sabía que lo conseguirías.
-No fue nada fácil.
-Nunca nada lo es.
El título de Gran General era el título
más alto en los ejércitos de Gaia, controlando todos los ejércitos de su reino.
Normalmente lo ostenta alguien de la familia real con un destacamento de élite,
pero en algunas ocasiones surgen personas de gran talento que se ocupan de
dicho título. Gente como Richard Wolfeng.
Llegó a Burmecia hace más de cien años,
preparándose para entrar en el ejército siendo un plebeyo viajero junto a un
viejo amigo, pero con su esfuerzo, dedicación y contactos con el pueblo llano
pudo alcanzar el escalafón más alto. Además, se casó con una marquesa con
aspiración a un condado, Faraheidy Hyunda, la cual se convirtió en la condesa
Wolfeng al contraer nupcias con Richard.
-Y dime. ¿Para qué me necesitas?
-Preguntó Richard tomando el vaso de licor que le traían. -Es extraño que pidas
mi ayuda, mi viejo amigo.
Iregore inspiró fuerte y tomó un largo
trago antes de mirar al elfo. El color azul oscuro contrastaba con el sabor a
menta y vino de uva, y al fuerte sabor pero suave que atravesaba la garganta
del que lo bebía.
-Si no recuerdo mal, se te daba bien
instruir. ¿Verdad?
-Nunca tan bien como a ti.
-El problema aquí radica en que fui
algo... condescendiente con este alumno, y quisiera que estuviera unos años
bajo tu cuidado.
-Yo no tengo ningún problema, pero... ¿El
alumno lo sabe? ¿Está de acuerdo?
-Lo sabe, y yo decido si está de acuerdo
o no. -Contestó riendo el de rojo, y ante la mirada extrañada del elfo, volvió
a reír. -Hablamos de mi cachorro.
-¿Del niño? -Preguntó muy sorprendido
Richard, y al asentir Iregore, volvió a hablar. -Pero ni siquiera se su nombre.
-¿Eso es todo lo que te preocupa?
-Claro que no, pero después de
cuarenta...
-Treinta y ocho.
-... treinta y ocho años, no creo que
tenga nada que enseñarle.
-Hagamos una apuesta. -Dijo el moreno de
piel. -Échale un vistazo, y si es como dices, me lo llevaré sin ningún tipo de
rencores. Pero si, por el contrario, crees que puedas instruirle, te quedarás
con él un tiempo. ¿Qué te parece?
Wolfeng enarcó una ceja ante esa apuesta.
Conocía muy bien que su viejo amigo nunca apostaba si no era para ganar, y si
había decidido ese curso de acción era porque sabía que su ``cachorro´´
necesitaba un nuevo maestro, pero... ¿Qué podía enseñarle? Iregore era el ser
más poderoso y sabio que había conocido jamás, y si él no podía hacer algo,
difícilmente el propio Richard podría ser capaz.
Tomó un trago de licor de lluvia antes de
hablar.
-Recuerdo la única vez que lo vi... -Dijo
el elfo. -Tenía... cuatro o cinco años, y ya se os parecía mucho a vosotros.
¿Cómo tiene el cabello ahora?
-Blancos, por supuesto.
``Como todo buen lunarian...´´ pensó para
si el elfo, y bebió de nuevo.
-Entonces ya es mayor. ¿No?
-A este cachorro le hacen falta al menos
diez años para pensar y sentir como un adulto. -Contestó Iregore algo molesto.
-No me malentiendas, estoy orgulloso de él, y lo quiero con locura, pero...
-Creo que te entiendo... -Cortó Richard.
-¿Es lo que habló Karín cuando lo vio?
Iregore asintió, y el dragontino se
levantó de su lugar tras terminarse la bebida.
-Veamos al chico. -Dijo decidido. -Si
puedo enseñarle, le tomaré como pupilo hoy mismo.
*.-.*.-.*.-.*.-.*
Habían pasado dos horas desde que Wolfeng
había dejado su casa, pero esta no se había quedado quieta. En su interior
Faraheidy estaba ocupada cocinando en la planta baja mientras repasaba las
clases del día siguiente, ya que la esposa de Richard era una de las maestras
en una de las torres de magia cercanas donde enseñaba geografía a los
estudiantes, incluyendo a la hija que tenía con Richard.
Un fuerte trueno la espantó y miró por la
ventana, preocupada. Los días de tormenta eran especiales para ella de alguna
manera, ya que cuando dio a luz, se comprometió con su esposo, o incluso cuando
nació había habido tormentas como esa, pero los truenos excesivamente fuertes
siempre la ponían nerviosa.
Usó magia de fuego para calentar la olla
con chocolate y se acercó a la entrada para tomar su abrigo rojo y su sombrero
de maga de dicha orden, y se lo colocó frente al espejo. Su piel morena, típica
de las de su raza, combinaba con la tonalidad granate de su oficio, y sus
largas orejas sobresalían de su sombrero. Varias veces había pensado en
confeccionar algo para sus orejas y que no se mojaran tanto, pero el buen oído
de las viera soportaba cualquier tormenta... aunque no dejaba de ser molesto el
que te entre agua en el oído.
Se estaba preparando para ir a buscar a
su hija cuando esta entró por la puerta principal. Al igual que ella, era una
viera, ojos como rubíes y cabellera de un verde muy claro, casi blanco, la
acompañaban igual que a ella. Su hija era casi una versión joven de Faraheidy,
solo que las ropas y la altura las diferenciaban. Su hija portaba ropas de maga
negra: un sombrero de paja grande y un vestido azul oscuro bajo una capa negra
impermeable.
-Ya llegué. -Dijo con una sonrisa la
niña, quitándose el sombrero. Sus orejas se movían contentas.
-Ya estaba a punto de ir a buscarte.
-Respondió Faraheidy quitándose su propio sombrero. -¿Cómo es que llegaste
antes, Ketriken?
-El maestro de historia tenía un asunto
que atender, así que nos dejó marchar antes. -Explicó la chica quitándose la
capa. -¿Huelo a chocolate?
-Sí, estaba calentando un poco para
cuando llegue tu padre.
-¿Dónde está? Hoy no tenía trabajo. -Dijo
la joven, extrañada. Faraheidy se quitó su abrigo y se metió en la cocina de
nuevo.
-Fue a ver a un amigo. -Explicó la maga
roja, y Ketriken la siguió.
-¿Bajo esta tormenta? -Preguntó
sorprendida, a lo que su madre asintió. -Con estas lluvias papá nunca sale por
nadie que no seamos nosotras.
-Lo se, pero este amigo es su mejor
amigo, y viene desde Lix.
-¿Desde Lix? Pero eso está al otro lado
del mundo.
-Por eso fue a verlo. -Dijo la viera
mientras removía el dulce caldo. -Y con esta lluvia seguro querrá un chocolate
caliente al regresar.
-Yo traigo los aperitivos. -Dijo de
repente Ketriken abriendo un cajón. -Din sigue insoportable.
-¿Por la semana pasada?
-Si...
Faraheidy bajó el fuego y miró a su hija,
la cual preparaba una bandeja con galletas y pequeños bizcochos con mala cara.
Din, o como realmente se llamaba, Undine, era la hija de su hermana y prima de
Ketriken, que cumplió quince años la semana anterior, y como regalo su madre,
una dragontina del ejército, la convirtió en su escudera para empezar su
carrera militar. Las dos jóvenes se llevaban como hermanas, pero muchas veces Undine,
que a todas luces tenía talento para las actividades físicas, hacía de menos
los esfuerzos de otros, creyendo que con su talento podía conseguir cualquier
cosa... y desgraciadamente su hija de catorce años era demasiado sensible y se
deprimía mucho.
-¿Qué ha dicho ahora? -Preguntó con
cuidado la maga roja.
-Que ahora que es escudera tardará poco
en llegar a dragontina y convertirse en la Gran General más joven de la
historia de nuestro reino.
Faraheidy suspiró al entender lo que
pasaba, al mismo tiempo que ponía unas especias al preparado. Ketriken siempre
se sentía frustrada por la facilidad con la que su prima Undine conseguía hacer
las cosas, poniendo de nervios a su hija y deprimiéndola, pero no parecía darse
cuenta de que todo el genio que Undine tenía para luchar y relacionarse,
Ketriken lo tenía para el estudio y la investigación, pero eso su hija no lo
venía precisamente.
-A tu prima le hace falta que alguien le
plante cara y le enseñe que siempre hay un pez más grande.
-¿Y quién, mamá? Los más fuertes están en
otras edades, como papá, y los de nuestra edad no son capaces de derrotarla
porque entrenó con la tía Ondina. -Respondió la chica frustrada. -Si hasta los
chicos solo la miran a ella...
-¿Es que ya buscas novio?
-No digas tonterías, pero... me gustaría
tener algún amigo...
Según la filosofía viera, no sería
extraño que a la edad de quince años los miembros de la raza burmeciana
empezaran a experimentar con sus cuerpos. Undine cumplió esa cantidad la semana
pasada, era un año mayor que su hija Ketriken ,y seguramente ya habrá
experimentado el amor físico, pero para su hija eso todavía estaba fuera de
lugar... muy fuera de lugar.
-Algún día encontrarás a alguien
especial. -Le dijo Faraheidy mirándola.
-¿Cómo papá para ti?
-Quién sabe. -Rio la mayor.
El matrimonio Wolfeng era bastante
atípico en la cultura viera. Prácticamente todas las personas de su raza
seguían la filosfía de Burmecia, por lo que la monogamia era por lo menos algo
extraño. Buscar personas para mejorar la raza era algo normal para ellos, y
estar poco tiempo con una misma pareja después de tener una criatura era bastante
típico. Incluso el que miembros de la misma familia compartieran un mismo
esposo podía llegar a verse en la Ciudad Montaña. Pero había registros de que
el amor era algo tan cambiante en las vieras como el mismo viento, y por eso
cambiaban de pareja tan rápidamente, pero también había veces, como el caso de
Faraheidy, que ese amor no cambiaba y se convertía en un roble de profundas
raíces, inamovible. Algunos estudiosos piensan que, de manera genética, la raza
viera busca entre todos a un único individuo compatible completamente con
ellos, y si lo encuentran, no lo dejan ir. En la filosofía viera a este evento
se le llama ``encontrar a su eclipse´´, haciendo referencia a que la luna está
rodeada de estrellas, pero solo hay un único sol en el firmamento.
En ese momento escucharon como alguien
abría la puerta de entrada.
-¡Ya llegué! -Dijo la voz de Richard.
-¡Bienvenido a casa, papá! -Gritó
Ketriken desde la cocina, y ambas vieran salieron para recibirle.
-¿Ketriken? Es perfecto que estés ya en
casa. -El elfo se estaba quitando la capa, pero ambas veían que la puerta de
entrada estaba todavía abierta. -Traigo visita.
-¿Es tu amigo? -Preguntó la niña.
-No exactamente. -Wolfeng se giró a la
entrada e hizo una seña hacia fuera. -Vamos, entra, eres bienvenido.
Las dos vieras vieron entrar a alguien
más. Tenía la altura de Ketriken sin sus largas orejas, y llevaba una capa
blanca impermeable sobre su ropa de azul oscuro y granate, hecha de una tela
escamada. Puso su mano derecha sobre su pecho con los dedos meñique e índice
extendidas e inclinó la cabeza cubierta con la capucha.
-No necesitas ser tan formal. -Dijo
Richard sonriente, y miró a las dos vieras. -Este es el hijo de mi amigo, se
llama Ankar.
Faraheidy se sorprendió mucho cuando el
recién llegado las saludó con la antigua forma draconiana de decir ``hola´´,
pero entendió cuando su marido le dijo lo de su amigo. Pero se sorprendió más
al ver al joven sin capucha. Tenía un largo cabello largo como la nieve,
separado en dos largas coletas, y unos ojos verdes como esmeraldas. Su rostro
era el de un crío que entraba a la quincena de años, pero su expresión era la
de alguien muy desconcertado y curioso.
-Hola Ankar. -Dijo con una sonrisa
Faraheidy, y el chico la miró. -Soy la esposa de Richard, Faraheidy, pero
puedes llamarme Farah.
-Es un honor conocer a la ilustre dama de
mi maestro. -Dijo con una voz juvenil agachando la cabeza.
-Ella es Ketriken, mi hija. -Dijo
entonces Richard señalando a su hija.
-Encantada de conocerte, Ankar.
-Respondió la joven algo colorada.
-Cariño, Ankar no conoce a nadie en
Burmecia -Explicó el elfo. -Y más o menos tenéis la misma edad. ¿Serías tan
amable de ser su amiga?
-Claro. -Respondió ella. -¿Le llevo al
cuarto de invitados?
-Si, por favor. -Richard miró al joven.
-Ankar, mientras estés bajo mi tutela, vivirás aquí. Estás en tu casa. ¿De
acuerdo?
-Honraré al maestro como si fuera mi
padre. -Contestó el albino, y se giró a Ketriken. -Soy Ankar Einor, gracias por
querer ser mi amiga. -Y terminó con una amplia sonrisa.
Farah vio cómo su hija se ponía colocara
antes de tomar el brazo del recién llegado.
-Gracias a ti... -Dejó en susurros
Ketriken. -Ven, yo... yo te guío.
Los dos jóvenes se perdieron por las
escaleras mientras Faraheidy miraba a su hija. Cuando se perdieron por una
esquina, la viera le dio un manotazo en el brazo al elfo.
-Explícate. -Dijo ella con rostro duro.
Richard solo se frotaba el brazo.
-Es el hijo de Iregore. -Dijo el
dragontino. -Me pidió que le enseñara.
-No me refiero a eso. -Contestó ella
cruzándose de brazos. -¿Qué le pasa al chico?
-Es un chico muy inteligente. -Comenzó a
explicar él. -Pero se ha criado en Nivel, por lo que su contacto con humanoides
es bastante limitado. Iregore quiere que aprenda a relacionarse a parte de
entrenarlo como dragontino.
-¿Cómo dragontino? -Preguntó Faraheidy.
-No tiene mucho sentido.
-¿Por qué? -Pregunto ahora el elfo.
-Originariamente nuestra orden fue fundada en la era de las leyendas para
emular y comprender a los dragones, así que es bastante lógico que quiera
aprender esas artes.
-Pero él ya sabe. ¿No? -Preguntó ella
frunciendo el ceño. -Es decir, se le nota que sabe al menos moverse con
firmeza.
-Sí, él ya es un dragontino, pero es un
principiante, sobre todo en lo que respecta al estilo de lucha con armas.
-Confesó Richard suspirando. -Pero en cuestión de magia arcana es bastante
bueno, creo que debería de saber todos los hechizos de nivel aprendiz.
-¿Todos? Vaya, estoy impresionada. -Y era
verdad, la viera sabía lo difícil que era estudiar magia arcana ya que vio a su
hermana mayor trabajar sin descanso para dominarla. -Pero... ¿Crees que irá
bien? Está solo...
-Por eso le pedí a Ketriken que fuera
amiga del chico. -Respondió el dargontino. -De ese modo no se sentirá solo, y
aprenderá sobre cómo actúan los jóvenes.
Faraheidy, por el contrario, estaba
segura de que su hija sería la que tendría problemas por culpa de su timidez.
*.-.*.-.*.-.*.-.*
La habitación de invitados estaba en el
primer piso de la casa, justo al lado del cuarto de Ketriken. Era un cuarto
grande, con mucho espacio, una cama grande al fondo entre dos mesitas de noche,
un escritorio en la pared con su silla a juego y un armario antiguo, todo de
estilo élfico. En las paredes podían verse estanterías con algunos libros y al
menos dos lámparas de aceite en cada una de ellas.
-Ya que te vas a quedar aquí, si quieres,
podemos preguntarle a padre si nos deja algún arcón para tus cosas. -Dijo
Ketriken viendo como Ankar miraba el cuarto.
-Sería de mucha utilidad. -Asintió Ankar.
-Te lo agradezco.
La joven viera sintió que volvía a
ponerse colorada. Al ser miembro de la nobleza estaba acostumbrada a que se
dirigieran a ella con educación, pero siempre sentía que lo hacían por
obligación o incluso con burla, pero cuando lo hacía este chico sentía que
salía con naturalidad. Nunca había visto un lunarian tan de cerca, así que le
resultó muy extraño, pero muy interesante al mismo tiempo, y la sensación que
transmitía Ankar le hacía sentirse tranquila y, a la vez, inquieta.
``Quizás es porque no tengo muchos
amigos´´ pensó la viera. ``No se cómo debería tratarlo´´.
Cuando el albino abrió la ventana, rugió
un trueno no muy lejano que asustó a Ketriken un poco. No le temía a las
tormentas, se había criado ahí, pero los truenos tan fuertes daban sustos. Pero
vio que Ankar ni pestañeaba.
-¿De dónde eres, Ankar? -Preguntó
Ketriken algo nerviosa.
-Fui criado en las montañas de Nivel, en
la provincia de Lix. -Respondió él mirando por la ventana.
-Es muy lejos. ¿Fue un viaje muy largo?
-Muchísimas horas de vuelo. -Dijo él asintiendo.
-Diría que una semana de viaje.
-Vaya, el barco volador debió ser muy
rápido.
-No vinimos en barco volador.
Ketriken se quedó extrañada por esa
respuesta, pero vio que él se quedaba viendo por la ventana. Se acercó a su
lado, algo tímida.
-¿Ocurre algo?
-Lo siento, no quería atribularte. -Dijo
Ankar. -Pero es la primera vez que estoy en una casa dentro de una población, y
me resulta inquietante.
-Oye... ¿Ankar? -Preguntó ella, y el
chico la miró.
-¿En qué puedo ayudarte?
-¿Quieres ser mi amigo?
-Sería grandioso.
-Entonces... -Ketriken tragó saliva. -No
hables tan formal. Los amigos se tratan más relajadamente.
La chica se puso muy nerviosa, ni
siquiera sabía cómo había tenido el valor de decirle algo así.
``Definitivamente no puedo compararme con la descarada de mi prima, pero
realmente quiero que seamos amigos... y no quiero que me trate como a una
extraña´´. Pero cuando vio la mirada de Ankar, se puso nerviosa.
-¿Dije algo raro? -Preguntó él.
-¿Raro? No... solo quiero que actúes con
más tranquilidad. -Respondió la viera juntando sus manos para que no notara que
temblaban. -Quiero que los dos nos llevemos bien.
-Ya veo... -Dijo él, y asintió. -Todavía
no se bien cómo comportarme, con mis ermanos es más sencillo hablar, aunque no
usamos el clavat.
-¿Qué idioma usáis?
-El dracónido normalmente.
-Entonces habla conmigo como si fuera una
de tus hermanas. -Dijo la chica, pero se volvió a poner nerviosa y contestó
rápidamente. -Pero no quiero ser tu hermana, quiero ser tu amiga.
Ankar la miró y soltó una pequeña risa
que hizo sonrojarse más a Ketriken.
-Vale. -Aceptó el chico. -Hablaré contigo
como hablo con ellos. ¿Así es como hablan los amigos?
-¿No tenías amigos en Lix? -Preguntó
ella.
-No, solo a mis padres y hermanos.
-Contestó él dejando en el escritorio un grueso libro que sacó de entre los
bolsillos de su capa. -No he hablado mucho con humanoides.
-¿De qué es el libro? -Preguntó Ketriken
llena de curiosidad, pero antes de que respondiera tomó de un lado la capa de
él. -Puedes quitártela, estás en casa.
-Oh, si, disculpa. -Dijo Ankar y empezó a
quitarse la capa. -Es un libro de joyería élfica, es bastante complicada de
replicar y he tenido que estudiar bastante.
-¿Joyería? -Ketriken tomó la capa de
Ankar, sorprendiéndose de lo pesada que era y el tacto escamoso que notaba en
sus dedos. Miró a Ankar.
Tenía ropa azul oscuro, un chaleco rojo
granate y un cinturón de tela morada bajo un grueso cinturón de cuero con una
daga larga en la espalda baja, en la cintura. Todo parecía estar hecho de piel
de escamas, incluso las botas altas de color del cuero. Dejó la capa en la
silla.
-Mis padres me enseñaron el arte de la
joyería para templar mi paciencia y mi inventiva. -Explicó él con una sonrisa.
-Me dijeron que no solo de guerrear puede sobrevivir uno, y el arte es algo
bello.
-¿Me explicarías? -Preguntó ella con
curiosidad. -Pensé que solo querías ser aprendiz de dragontino.
-Yo ya soy dragontino. -Respondió Ankar
empezando a sacar varios objetos de los bolsillos de la capa, y los dejaba en
su cama. Ketriken no perdía detalle de aquello. -Se lo básico, lucha con armas,
moverme con armadura pesada, esas cosas. Pero la magia arcana y el salto del
dragontino los domino a la perfección.
-¿Qué tienes en esta caja? -Preguntó la
viera tomando una pequeña caja de madera. Se escuchaban tintineos en el
interior.
-Mis primeras creaciones. -Dijo el albino
mirando la caja. -Me recuerda mis inicios y lo que puedo llegar a mejorar.
-¿Puedo verlas? -La emoción se escuchaba
en la voz de la chica. Cuando él asintió, abrió la cajita con cuidado.
Dentro había pequeñas alhajas de
diferentes materiales y colores. Pendientes, anillos, cadenas y pulseras eran
lo que predominaban en el interior, y muchos se veían algo extraños. Las fue
sacando hasta que encontró una larga cadena plateada trenzada.
-Es preciosa. -Dijo Ketriken tomándola
con las dos manos. -¿Qué es?
-Es una obra mixta. -Explicó Ankar algo
tímido. La tomó y se la puso en la muñeca con varias vueltas antes de atarla.
-Si lo haces así, es una pulsera. Pero haciendo lo mismo con menos vueltas es
un collar. Es solo un prototipo... ¿Te gusta?
-Mucho, aquí en Burmecia no hay este tipo
de joyas. -Explicó Ketriken levantando el brazo para ver la pulsera. -No suelen
gustarme las joyas ostentosas que prefieren los nobles de aquí, prefiero cosas
más simples, o inventivas, llenas de originalidad. Las que venden aquí las hacen
en masa, o son demasiado feas, grandes o exageradas.
-Entonces... quédatelo. -Dijo Ankar
después de un corto silencio. La viera lo miró sin comprender. -Bueno, no es
muy buena, y puede que se rompa pronto, pero si la quieres puedes quedártela.
Ketriken se quedó sin habla mirando a
Ankar, que parecía incómodo... ¿O era nervioso? Sintió como se enrojecía
completamente y miró de nuevo la pulsera, para sonreír a Ankar.
-La guardaré como un tesoro. -Respondió
ella contentísima, y se sentó en la cama. -¿Cómo la hiciste?
Fue como si con esa pregunta se destapara
una botella, y Ankar comenzó a hablar con pasión sobre las diferentes técnicas
y formas de la forja de joyas, mientras que Ketriken le hacía varias preguntas
para aclarar sus muchas dudas, con la lluvia y los truenos como música de
fondo. No dejaron de hablar ni siquiera cuando entró Faraheidy con una bandeja
portando tazas de chocolate caliente y bizcochos.
Farah los miró hablando animadamente, y
sonrió al ver la divertida expresión de su hija. Se notaba que estaban
congeniando, y realmente pensó que ese era el mejor curso de acción para ellos.
Ketriken era muy tímida, demasiado para poder tener amistades fuera del círculo
familiar, y Ankar no había tratado casi nada con humanoides, así que podía
aprender mientras estuviera con su pequeña.
-¿Estáis cómodos? -Preguntó la maga roja.
Ambos la miraron.
-Sí, señora. Le estoy agradecido. -Dijo
Ankar, que tenía en las manos unas herramientas que le estaba mostrando a
Ketriken.
-Mamá. ¿Tenemos algún arcón para Ankar?
-Preguntó la chica mientras ordenaban todos los objetos del suelo. -Sería
difícil para él tener todas sus herramientas perdidas por el cuarto.
-No tenemos ninguno. -Contestó tras
pensar un rato la mujer viera. -Pero me han dicho que en un rato bajará la
tormenta, así que podríais ir al mercado y comprar uno.
-Pero no tengo dinero en estos momentos,
señora. -Le dijo el albino. Farah sonrió.
-Eres el pupilo de Richard. -Le dijo
ella. -Eso significa que nosotros nos ocuparemos de tus gastos. No has de
preocuparte ahora por eso.
-Pero necesitaré efectivo, no es correcto
que no me ocupe de mis propios gastos.
-Te propongo algo. -Dijo Faraheidy
después de mirar las herramientas. -Richard tiene un amigo en el gremio de
joyeros. Podrías ir a pedir plaza.
-¿No habrá problemas?
-Para nada, algunos soldados también
forman parte de gremios, como el de artistas o herreros. -Explicó la viera.
-Seguramente tendrás que pasar algún tipo de prueba, pero no creo que sea
difícil para ti.
-Sería de gran ayuda. -Respondió Ankar
asintiendo. Miró a Ketriken. -¿Me llevarás? Solo se el camino a los establos de
drakos de viento.
-Claro. -Contestó contenta la chica. -Si
quieres incluso podríamos comprar herramientas nuevas, o el arcón para tu cuarto.
-Pero primero tomad vuestros chocolates.
-Dijo Faraheidy. -Hoy es un día frío, y no quiero que tu primer día esté
marcado por la enfermedad.
-Cierto, no me gustaría que Ketriken se
enfermara por mi culpa. -Contestó el albino.
-Y yo no quisiera que tú te enfermaras
por mi culpa... -Respondió con timidez la chica, a lo que Ankar respondió con
una sonrisa.
-Yo no me enfermo, pero no me gustaría
verte a ti enferma.
-Algún día pasará...
-Entonces ese día yo cuidaré de ti.
La hija de Richard se puso del color de
la granada y se levantó de la cama rápidamente para irse del cuarto. Ankar se
extrañó, pero volvió a seguir a Ketriken. Farah no pudo reprimir una sonrisa,
ya que su hija no estaba acostumbrada al trato que Ankar le estaba dando. Los
únicos que la trataban de una manera similar eran Richard, ella misma y su
abuela, la madre de Farah, y aunque el resto de su familia la trataba bien, no
era normal que le dijeran esas cosas alguien que acababa de conocer.
Bajó las escaleras con la bandeja intacta
para encontrarse con que su hija estaba moviéndose nerviosa por la casa
mientras Ankar se había sentado al lado de Richard en la mesa. Su esposo estaba
empezando a charlar con el joven sobre los horarios de entrenamiento, pero como
también debía aprender a sociabilizar, estaban enfrascados en cómo lo iba a
hacer.
-Ketriken. ¿Tú qué opinas? -Preguntó
Farah al escuchar la conversación. -¿Se te ocurre alguna idea?
-¿Yo? -Preguntó la chica, y se puso de
nuevo colorada.
-Sí, es buena idea, sois de la misma
edad, seguramente algo se te ocurrirá. -Respondió la madre.
Ketriken se puso ya con el color de las
langostas al darse cuenta de que todos la estaban mirando, y tartamudeó un poco
antes de responder.
-Bueno... si tiene que saber nuestras
costumbres... Podría ir a la escuela conmigo.
-¿Escuela? -Preguntó Ankar extrañado.
-Sí, ya sabes, para estudiar. ¿No teníais
escuelas en Lix? -Preguntó Ketriken tímida.
-No es ese el caso, si las hay, pero
nunca asistí a una. -Respondió él.
-¿Y cómo aprendiste todo?
-Mis padres me enseñaron.
-Pero es una buena idea. -Dijo Richard
asintiendo. -Quizás así puedas interactuar con gente de tu edad.
-Podríais aprovechar que al rato iréis al
gremio de joyeros para ir a la escuela. -Propuso Faraheidy. -Os escribiré una
carta para el director.
-Gracias mamá. -Dijo la chica sonriendo.
Mientras la viera escribía la carta,
Ketriken le explicaba a Ankar lo que era ir a la escuela. Al chico le resultaba
extraño que la gente se juntara en un edificio para aprender, pero sí entendía
que la gente aprendiera de los sabios para conocer y compartir conocimientos.
La escuela a la que asistía Ketriken era
en realidad una de las torres de magia de Burmecia. Faraheidy impartía
geografía, pero tenía una buena relación con el director y sus compañeros, y su
hija y sobrina asistían aunque solo compartían unas pocas clases, como la de
ella, aunque... ¿Quién podía saber cómo iba a salir ese experimento?
Pasaron dos horas hasta que bajó la
intensidad de la lluvia, tiempo que Faraheidy aprovechó para darle la carta a
su hija y explicarle a Ankar los lugares más fáciles y necesarios de los
alrededores. Richard le explicó al chico que si tuviera alguna duda, le
preguntara a Ketriken.
-¿Estás listo, Ankar? -Preguntó Ketriken
colocándose el sombrero de maga negra.
Ankar asintió y se colocó su capa con
capucha, y al abrir la puerta el agua ya no caía con tanta fuerza. Ketriken iba
a avanzar, pero se detuvo al ver que el albino colocaba su brazo para que ella
lo tomara. Se puso colorada de nuevo, pero lo aceptó con una sonrisa enorme al
ver cómo el chico le devolvía la sonrisa sin un ápice de ironía.
-Vamos a lo desconocido. -Respondió
Ankar. -¿Me muestras el camino?
Por toda respuesta, Ketriken tiró de él
para salir a la lluvia.
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