Welgaia Team

La Tierra de las Mil Lunas...

Borrador - Capítulo de Doma Parte 2 (FFCD)

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Una flecha se clavó en el centro de una diana de paja, y los aplausos se escucharon. Ellander miró detrás de si y pudo ver a varios niños con traje de entrenamiento aplaudiéndola, y a Ankar, Lylth y Hassle sentados cerca. Se puso colorada al saberse observada. Plegó su arco y se acercó a sus compañeros mientras los niños se iban a practicar.

-Eres muy buena con el arco. –La halagó el mago rojo sonriendo. –Se nota que eres cazadora.
-Dryhg oui jano silr vun dra lusbmesahd. –Contestó ella sentándose frente a ellos. Hassle miró a Lylth.
-Dice que te lo agradece. Creo que tendré que enseñaros la lengua Al’bhed. –Dijo la maga blanca mirando a su compatriota. Y tú deberías acostumbrarte a usar más el Clavat.
-Oui sayh dra Hyur. –Le contestó ella en su lengua. Lylth negó.
-La lengua común aquí se llama Clavat.
-Oh… Pido disculpas. –Dijo Ellander mientras Hassle se colocaba dónde estaba antes ella. Ankar hizo un gesto para quitarle importancia con la mano.
-No te preocupes, poco a poco te irás acostumbrando a nosotros y nuestra lengua.

Ellander asintió y miró hacia los blancos de prácticas, donde los muchachos y el viera practicaban con el arco y la magia. Todavía no se sentía del todo a gusto con esos buscadores, pero el elemental que dormía en su brazo robótico le instaba a acompañarles. No se acostumbraba a la magia, ya que de donde ella venía solo la élite de la élite podía usarla… Y ella no se sentía así.

-Tienes que relajarte… -Le sorprendió Lylth. –No somos malas personas.
-Ruf lyh yh Al'bhed...? –Empezó a decir ella, pero se interrumpió. –Perdón… ¿Cómo pudo una Al’bhed acabar en Gaia y usando magia?

Lylth la miró seria, y luego suspiró.

-Creo que ya llegó el momento… -Dijo la maga blanca, y miró a Ankar. –Los Al’bhed venimos de Terra, no de Gaia. Siempre pensé que Gaia y Terra son como dos caras de una misma moneda, aunque nunca encontré ningún indicio. Allí, la magia es un don escaso. Solo la élite tiene magia, y eso es menos del quince porciento de la población Terrana. –Lylth vio la curiosidad en los ojos de Ankar antes de seguir. –Hay varios tipos de… Tecnomagos. Pero los más típicos solo usan piedras conocidas como materias. Dan magia pero de manera muy escasa.
-Por eso te parece tan extraño que usemos magia tan a la ligera. –Dijo Ankar mirando a Ellander. Ella sintió.
-Oac…
-No sé cómo se puede viajar entre ambos mundos, pero… -Dijo Lylth suspirando. La pelirroja la miró.
-Nosotros vinimos a través de la vuk… -Contestó la pelirroja. –En común es… ¿Niebla? –La maga blanca asintió. –Pero una vez aquí ya no podíamos regresar. –Sacó de su cuello un colgante y se lo dio a Ankar. –Quien nos envió nos dio esto. Nos dijo que debíamos llevarlo por lo menos dos semanas para no perder la cabeza o algo así.

Cuando Ankar y Lylth miraron el colgante, sintieron inmediatamente el poder mágico casi palpable que emanaba esa pequeña luna de cristal negro tallado. Extrañada, la maga miró a la cazadora.

-Yo no tengo nada de eso, y estoy totalmente cuerda.
-¿Y cómo llegaste a Gaia? –Preguntó la otra con curiosidad.

Lylth miró a Ellander y después a Ankar… ¿Cómo reaccionarían? Pero no podía ocultarlo por mucho más tiempo, así que se decidió. Desabrochó parte de su vestido y mostró una marca que bien parecía un extraño tatuaje en su vientre, cerca del ombligo. Ellander abrió mucho los ojos.

-¡Eres una Lu’Cie! –Dijo sorprendida. -¡Claro, entonces todo tiene sentido!
-¿Una qué? –Preguntó Ankar mientras Lylth se guardaba la marca de nuevo.
-En Terra se nos llama también “Semi Magis”. –Explicó la maga. –Yo nací en una ciudad llamada Iniclos. Nieva nueve meses al año y graniza los otros tres. Mis padres eran investigadores, y cuando yo era pequeña descubrieron que había formado un pacto con un espíritu.
-Espera un momento. –Cortó Ellander. -¿Tu padre era Maxwell Whitherwings?
-Si…
-¿¡Eres Lylth Whitherwings!? –Ante la sorpresa de la pelirroja, la otra maga asintió lentamente. Ellander la tomó de los brazos. -¡Por Minerva! ¡Lylth! ¡Soy tu prima Ella!
-Oh… -La cara de Lylth era de sorpresa, mientras que la pelirroja la miraba con una sonrisa.
-¡Todos pensaron que habías muerto! ¡Y estabas aquí, en Gaia!

El escaso color que tenía el rostro de la maga blanca había desaparecido, pero tragó saliva antes de hablar.

-¿Por qué pensaron eso…?
-Bueno… -Ellander se apartó de su prima. –Las autoridades nos dijeron que había habido unas cuantas actitudes extrañas, y días después encontraron descuartizados a… bueno… a tus padres…

Lylth no dijo nada, algo que no pasó desapercibido a Ankar. La pelirroja siguió.

-Nunca encontramos tu cuerpo… o restos de él. –La al’bhed tomó la mano de ella. –Te buscaron, pero con el paso del tiempo perdimos toda esperanza… ¡Pero estás viva! –Volvió a decir Ellander. –¿Cómo viniste?
-Yo… -Empezó a decir ella, pero tragó saliva antes. –Yo llegué aquí gracias al espíritu que me dio mis poderes. No supe nada de Terra desde entonces, hasta el Templo del Árbol Eterno.
-Tantos años… -Dijo Ellander, y se levantó. –Voy a por algo para celebrar el reencuentro. Esto no puede quedarse sin remojarse.
-Puedes pedir sake caliente. –Sugirió Ankar, mientras Lylth lo miraba extrañada. –Es muy popular aquí.

Ellander asintió y se fue corriendo. El dragontino miró a la maga blanca.

-Tendremos tiempo suficiente si pide sake caliente. –Dijo él mientras ella le miraba. –Intuyo que hay más. ¿Verdad? Quizás a ella se lo puedes ocultar, pero no es tan fácil conmigo.

Lo miró atónita, y sin palabras por primera vez. ¿Qué diría Ankar si se lo dijera todo? No quería perder la amistad de ese grupo, pero ahora que su prima había aparecido… ¿Cuánto tiempo podría ocultarlo? Se tomó las manos, pues empezaron a temblarle. Si Ankar había aceptado el pasado de Onizuka y de Ylenia… ¿Aceptaría también el suyo?

Inspiró con fuerza para tranquilizarse antes de hablar.

-Mis padres… me trataban como conejillo de indias. –Explicó ella, temblando. –No es normal encontrar Lu’Cie fuera del ejército, y menos en zonas como Iniclos. Los espíritus que conceden poder a los Lu’Cie piden algo a cambio, siempre. En mi caso fue la pigmentación de mi cuerpo, así conseguí los poderes de un mago blanco… Para poder salvar a mi padre, que había caído en el hielo. –Se tomó la cabellera y la echó para atrás con lentitud, sintiendo un poco como sus manos se tranquilizaban. –Ahora se que el frío extremo pudo haberle afectado a su mente, pero él enloqueció, y me encerró en un cuarto, convenciendo a mi madre para hacerme pruebas. Tomaron muestras de sangre, de tejido, de… de todo. –Dijo mientras miraba a Ankar con temor en los ojos, como si estuviera reviviendo todo lo que pasó. –Cómo podía curarme eso les dio pie a seguir sin preocuparse por mi salud… hasta que un día el espíritu volvió a aparecer ante mí y me ofreció un nuevo trato… Me sacaría de ahí si…
-Si le dabas algo a cambio… -Concluyó Ankar. Ella asintió. –Y por lo que nos dijo Ellander…

Se quedaron en silencio un rato, hasta que Lylth suspiró.

-Siempre sospeché algo así… -Dijo ella. –Pero nunca llegué a saberlo. Desde que llegué a Tycoon no he vuelto a saber nada de Terra…
-A veces el sacrificio que uno hace no llega a descubrirse jamás. –Contestó Ankar. –En Gaia hay muchas leyendas sobre eso… -Le posó una mano en el hombro, y ella tembló un poco por el contacto. Él no se apartó. –No fue culpa tuya.
-¿Tú crees…? –Preguntó ella tomando la mano de Ankar como si fuera un tablón en el mar. –Yo quería escapar de eso a toda costa… sin importar las consecuencias… ¿En qué me convierte eso si no en…?
-En una persona desesperada. –Terminó Ankar, y ella le miró. –No te mortifiques más.

Lylth le miró asombrada, sin creerse las palabras del albino. Una lágrima rodó por su mejilla, y trató de ocultarla rápidamente. No le había contado eso a nadie, ni siquiera a su madre adoptiva, por miedo al rechazo, pero con la aceptación del dragontino sentía que algo se había roto y no podía detener las lágrimas. Ankar le puso el brazo por encima del hombro, dándole espacio por si quería apartarse, pero ella colocó su cabeza en el pecho de él sin dejar de llorar. Así se mantuvo un rato, llorando.

-Puede que no dijeras nada por miedo. –Le dijo el albino frotando su espalda con la mano de manera suave. –Pero no te culpes, no fue culpa tuya.

Al pasar un par de minutos, Lylth se apartó un poco de él, secándose las lágrimas.

-Gracias…
-¿Por qué? Si no hice nada.
-Ya sabes por qué. –Contestó ella levantándose. –He de escribir una carta… Si ves a Ellander dile que ando en la biblioteca.
-Claro.
-Ah, y Ankar… -Dijo ella antes de irse. Le guiñó el ojo de manera coqueta. –Algún día te devolveré el favor.

Cuando se marchó, Ankar no pudo contener una sonrisa, pues ese gesto le traía recuerdos de otra persona que hacía mucho que no veía. Pudo ver como Hassle se le acercaba despidiéndose con la mano de Lylth, y se sentó a su lado.

-Conozco de sobra el buen oído viera. –Dijo al mago rojo. –Lo escuchaste todo. ¿Verdad?
-Sí. –Contestó Hassle. –Tenemos otra asesina en el grupo. –Pero perdió la sonrisa ante la mirada de Ankar, y agachó un poco las orejas. –Lo siento, no quería ser grosero.
-No digas nada. –Dijo Ankar. –Es cosa suya hacerlo… Cuando llegue el momento.
-¿Y si no llega nunca ese momento? –Preguntó Hassle.
-Entonces espero que seas muy bueno guardando secretos.

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Esa noche se habían reunido todos en uno de los grandes comedores del palacio del daimio. Las puertas de papel y las paredes tenían colores azules, con las maderas de un marfil suave, y justo en una de las zonas se podía ver el jardín interior, lleno de pequeñas piedras de río grises con tonos azulados u oscuros, y un estanque donde las carpas nadaban tranquilamente. La cena fue frugal pero muy nutritiva, aun cuando algunos no se sentían cómodos estando de rodillas. Hassle charlaba con Lylth y Emberlei sobre temas de conjuros y magia, comparando hechizos que pudieran conocer. Cyan tocaba su instrumento nuevo mientras charlaba con Kahad y Ellander, ya que esta última estaba preguntando acerca de la política Gaiana. Dreighart reía mientras una maltratada Ylenia le explicaba la sesión de entrenamiento de aquella tarde. Ankar, Lomehin y Onizuka tomaban sake caliente mientras hablaban en voz baja. La entrada y salida de sirvientes trayendo la comida los interrumpía de vez en cuando, pero no dejaban de hablar con calma. Cuando terminaron de cenar la calma se fue instaurando junto a la música de Cyan. Cuando todos estaban pensando en irse a dormir, Lomehin puso una de las mesas en el centro de la sala, y Ankar colocó un pergamino y un paquete en ella.

-Necesito que me escuchéis un momento.
-Eso será complicado.
-Ya cállate, Onizuka.
-Sí, mami.

Después de algunas risas, Ankar empezó a sacar el interior del paquete, mostrando la WyrmSlayer dentro de la vaina. Algunos soltaron un pequeño silbido, pero Hassle perdió la sonrisa de repente… Algo que no pasó desapercibido a algunos.

-Te agenciaste una buena espada.
-No es una espada común. –Dijo el dragontino mientras la desenvainaba. Las runas brillaban ante la luz de las linternas de papel.
-¡Por el fantasma del gran Alexander! –Gritó Cyan acercándose asombrado. –¡Una WyrmSlayer!
-¿Las conoces? –Preguntó Ankar serio.
-¿Es una broma? –Preguntó a su vez Cyan, pero al ver la seriedad del albino siguió hablando. –No, ya veo que no lo es. –Suspiró antes de sentarse al lado de la mesa. Los demás se acercaron igual, incluido el viera, pero más lentamente. –Como ya sabéis, soy licenciado en leyes, entre otras cosas, por la Universidad de Alexandría. Una de las leyes más duras que he visto es la de la lucha contra los cazadores de dragones. Nos enseñaron a identificar las armas por sus runas, runas como estas. –Dijo señalando la hoja de la espada. –Te encontraste con algo muy peligroso…
-¿Por qué se lucha contra los que matan dragones? –Preguntó Ellander. Cyan la miró.
-Bueno… hace cientos de años los dragones eran muy populares, pero empezaron a cazarlos indiscriminadamente. El Rey Mago, Solomon Castella, promulgó una ley en contra de la caza indiscriminada de dragones, ya que si hacemos caso de los rumores, tan solo hay alrededor de una veintena de dragones en Gaia.
-Esta espada ya la registré ante Baron. –Dijo entonces Ankar. –Todo aquel que consigue una de estas debe informarlo.
-¿Por qué? –Volvió a preguntar la pelirroja.
-Crearlas sin permiso expreso de las autoridades es ilegal. –Explicó el bardo. –Incluso de manera legal, es muy difícil tener el permiso… ya que para crear armas mata dragones se precisa partes de dragones muertos.
-Esta espada la tenían unos asesinos que trataban de acabar conmigo. –Explicó ahora Ankar. Tomó el pergamino y empezó a desatarlo. –Es de un gremio que caza dragones.
-Eso huele mucho a cuero. –Comentó Emberlei arrugando la nariz.
-Es porque es cuero. –Contestó el albino, y al desenrollar el pergamino Hassle pudo ver el tatuaje de Demian mientras ahogaba un gemido. –Este es el símbolo de este gremio.

Todos pudieron ver la serpiente alada en el tatuaje estando tan cerca como estaban. El rostro pálido de Hassle no pasó desapercibido a los ojos de Ankar y Dreighart.

-¿Cómo sabes que eran cazadores de dragones? –Dijo el ladrón sin perder de vista al viera.
-Se refirieron a los dragones de una manera muy despectiva… -Contestó el albino. –Antes de amenazarme con matarme a mí y a mi dragón.
-Fuiste tú…

Todos se giraron al mago rojo, el cual estaba tomando el pergamino de piel. Las manos le temblaban mientras recordaba la última reunión con los mellizos, cuando su jefe les entregó las misiones. La de los hermanos era la de atacar dragontinos, pero nunca pensó que Ankar fuera uno de sus objetivos. Apretó el cuero con la mano, sintiendo una furia irracional.

No se dio cuenta de que el dragontino, el ladrón y el bardo estaban mirándolo con seriedad. Tomó al resto por sorpresa cuando saltó por encima de la mesa para golpear a Ankar, pero este lo apartó a tiempo, cayendo ambos en el jardín de piedras. Ankar y Hassle se levantaron, aunque el viera fue más rápido y le dio un puñetazo en la cara al dragontino antes de que el ladrón lo apartara.

-¡¿Tenías que profanar su cuerpo?! ¡Asesino! –Soltándose, Hassle se lanzó de nuevo sobre Ankar, pero él se levantó antes y golpeó al viera, tirándolo al suelo, desorientado.
-¡¿Piensas que esto es un juego?! –Dijo Ankar. Tenía un pequeño rastro de sangre en la comisura del labio. Se acercó al viera y lo levantó de las solapas. La nariz de Hassle sangraba manchando las manos del de ojos verdes. –¡¿Acaso sabes lo que iban a hacerme?! ¡¿Lo que hacen con los dragones?!
-¿Y eso te da derecho a mutilarles…? –Aunque seguía algo desorientado, el viera miraba con odio al que lo tenía preso. –No tenías derecho… ¡Solo un monstruo haría algo así!

Ankar dejó en el suelo a Hassle, que vio una oportunidad y empezó a conjurar un hechizo. Pero un segundo puñetazo lo lanzó de nuevo al suelo haciéndole perder la concentración, y cuando Dreighart saltó encima de él para sujetarle las manos sintió como sus armas le eran extraídas por el hábil peliazul.

-¡¿Me llamas monstruo a mi cuando ellos descuartizan a mi familia?! –Gritó ahora Ankar al tiempo que varios soldados llegaban. Cuando el viejo Onizuka llegó, Ankar señaló a Hassle. –¡Por orden del rey Cecil, quedas arrestado bajo sospecha de cazador de dragones!

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Lylth estaba curando el labio partido de Ankar con un ungüento en una sala apartada. El viejo Onizuka les había llevado hasta ahí para que no atacaran los nervios del dragontino con preguntas Pidió té mientras esperaba.

-Gracias. –Dijo el albino. Ryuusuke se encogió de hombros.
-El tratado de Narshe obliga a todo reino y ciudad a capturar a los sospechosos de ese tipo. –Le contestó él mientras llenaba una taza de humeante infusió y colocándola frente a él. Lo miró serio antes de hablar. –¿Qué vas a hacer con él?

Ankar cerró los ojos mientras Lylth se apartaba. Tomó la taza y bebió de ella, sintiendo el escozor del corte por el calor.

-Hablaré con él. –Contestó con calma. –Antes perdí los estribos, pero sigue siendo mi compañero… Solo espero que no sea un espía de ese gremio.
-Piénsalo con cuidado. –El viejo Onizuka se levantó y se dirigió a la puerta. –Estuvo luchando a tu lado todo este tiempo, algo tendrá que decir.

Cuando salió, Ankar bebió un poco más de té, ya casi sin sentir el ardor de la herida, pero no tardaron mucho sus demás compañeros en entrar en la sala. Se sentaron junto a él en silencio, hasta que Dreighart y Cyan dejaron las armas del viera en el suelo.

-¿Qué vamos a hacer con Hassle? –Preguntó el ladrón.
-Es obvio, entregarlo a las autoridades. –Contestó Ylenia de mal genio.
-No sabemos nada de él. –Dijo Kahad. –Quizás…
-¿Quizás qué? –Dijo molesta la guerrera. –¿Quizás no sea malo? Está en un gremio que mata dragones, entre otras muchas cosas.
-Quizás tuvo un motivo. –Le dijo Dreighart extrañado. Miró a Cyan. –Las investigaste. ¿Qué dices tú?

Cyan separó la daga larga del resto de armas.

-El estoque es completamente normal, y el sable se lo acababa de dar el honorable señor Ryuusuke. –Dijo el bardo. –Pero la daga tiene las mismas runas que la nueva espada de Ankar.
-Puede que esté registrada, al igual. –Comentó Kahad.

Se quedaron en silencio un rato hasta que Ankar se levantó.

-Hablaré con él. –Dijo de nuevo el dragontino. –Pero si resulta ser un cazador de dragones, lo entregaré a las autoridades.

Cuando salió del cuarto, Cyan suspiró.

-¿Qué ocurre? –Preguntó Dreighart.
-La pena por ser un cazador de dragones es el desmembramiento…
-Pero… ¿Qué pasa con ellos? –Preguntó Ellander. –Siendo cazadragones y tal.
-Yo también quisiera saber más. –Dijo Lylth con curiosidad.
-¿Alguien tiene conocimiento del Tratado de Narshe? –Preguntó Cyan.

Onizuka y Lomehin levantaron la mano. Ylenia hizo un gesto con la suya.

-Algo conozco, pero no se los detalles… -Contestó ella.
-Bueno… el tratado de Narshe, de nombre “Volvagia”, es una ley que el rey mago Solomon Castella promulgó hace cientos de años… lo mencioné antes. ¿Recordáis?
-¿Por qué tendríamos que conocer a ese Solomon? –Preguntó aburrida Emberlei.
-Fue el primer rey con poderes mágicos, sin contar con que era uno de los primeros Altos Invocadores que existieron, si no el primero, y fue coronado Rey de Alexandría. –Enumeró el bardo, a lo que Ember volvió a mirar con curiosidad. –Pero eso no nos atañe. –Volvió a decir mirando a la maga negra. –Lo que si nos importa ahora es una de las tantas leyes que creó. El tratado de Narshe dice que los dragones son una especie en peligro de extinción, y al ser seres tan sabios y tan inteligentes suelen ser muy valorados por la gente, así que el Rey Mago puso graves penas para los que cazaran dragones.
-Siempre hay excepciones… -Continuó Lomehin, sorprendiendo a todos. –Si un dragón decide atacar una población y se acaba con él no es ilegal. Son seres pensantes como nosotros.
-Muy bien explicado, mi oscuro amigo. –Dijo Cyan. –Sin embargo, existen aquellos que buscan los tesoros de los dragones, y no es muy legal que digamos. La pena por matar dragones es una pena propuesta en otro tiempo, pero que se ha mantenido hasta ahora… Aunque según mis estudios y mis fuentes, el último ajusticiado por eso fue hace como cuatro años.
-¿Eres un abogado? –Preguntó Ylenia asqueada. Cyan rasgó su lira nueva con una sonrisa.
-Es una de mis muchas cualidades, sí. –Contestó él.
-Eso explica muchas cosas…
-El caso es que conozco a este gremio. –Siguió diciendo el trovador, sin dejar de tocar su instrumento. –Su nombre es WyrmSlayers. Dentro del submundo son conocidos por vender armamento ilegal y asesinar dragontinos y drakos de viento, aunque los rumores hablan que sus presas favoritas son los propios dragones.
-Yo conozco bien a esa chusma. –Soltó Ylenia. –No solo hacen eso, también tienen muchos negocios. Por ejemplo la venta de esclavos y de drogas.
-¿Hay esclavitud en Gaia? –Preguntó extrañada Ellander.
-En muy pocas zonas. –Contestó Cyan. –Lugares como Burmecia o Eblan tienen una ley de uso de siervos, pero no se pueden comprar o vender, ya que es una condena, como una temporada en prisión.
-En Limblum y Zozo, sin embargo, si hay venta de esclavos. –Continuó la guerrera. –No tan descarada como antes, eso es cierto, pero sigue existiendo.
-¿Cómo los conociste, Ylenia? –Preguntó Dreighart. –No pareces de esas personas que les preocupe la supervivencia de los dragones.
-Y no lo soy. Los dragones son grandes, fuertes y poderosos. Pueden destruir ejércitos y arrasar países por si solos. Saben cuidarse solos. –Dijo la guerrera con una mueca de desdén. –Estoy bastante más preocupada sobre sus otras actividades.
-Te refieres a lo de la venta de esclavos y drogas. ¿Verdad? –Preguntó Lylth, aunque el rostro de Ylenia parecía más bien de resignación al tiempo que asentía.
-Es cierto que su principal objetivo es matar dragones, que si tienen huevos para hacerlo pues genial, allá su idea. Pero para financiarse tienen cientos de negocios ilegales, como el de las armas, o los esclavos. Sobornos y jueces en nómina. Es un dragón de mil cabezas. Eso es el gremio de WyrmSlayers. –Dijo ella soltando un suspiro. –Desde hace unos años llevan incluso cazando recompensas… algunas de las cuales ellos mismos colocan para sacarse de encima a sus enemigos. Yo estoy entre ellas. –Se encogió de hombros como para quitarle importancia, pero Onizuka y Dreighart se dieron cuenta de que no estaba tan tranquila como quería dar a aparentar.
-¿Cómo contactaste con ellos? –Preguntó Emberlei. –Por tu forma de ser yo diría que no te gustan esas cosas, precisamente.
-Fue hace varios años. Yo trabajaba como guardaespaldas de una nodriza y dos niñas en una caravana, de una ciudad a otra. Nos atacaron en mitad del bosque, y yo tuve que escapar con las niñas entre los árboles. Conseguí lidiar con los atacantes cuando casi habíamos llegado a un poblado en medio del bosque.
-¿Eran WyrmSlayers? –Preguntó Kahad, y mientras Ylenia asentía, él volvió a preguntar. –¿Sobrevivieron las niñas?
-Sí, sí lo hicieron, pero tardaron meses en dejar de tener pesadillas. –La mueca que la guerrera daba a los demás daba la suficiente explicación de lo que había pasado. –Y no había pasado ni año y medio cuando un oficial de ese mismo gremio me contactó para reclutarme. Obviamente me negué. No tenía muy buen recuerdo de ellos. Intentó convencerme y, cada vez que me negaba, se volvía más agresivo con sus intentos. Hasta que intentó darme una paliza para arrastrarme por la fuerza con él, no sé si para reclutarme o para algo peor. –Dijo mientras tomaba un sorbo de té que les habían traído. –Terminé la pelea con una patada en la entrepierna, y tras eso huyó lo más rápido que le dieron las piernas. Pero en ese momento era yo la que estaba enfadada con el así que le seguí hasta su lugar de origen, a ver qué diablos pasaba con él y su gremio. Y acabé descubriendo todo lo que hacían. Los esclavos, los malos tratos… -Continuó mientras se tocaba una de las cicatrices de su brazo. –Me opuse. De forma rotunda. Desde ese día, si encuentro con algún miembro de WyrmSlayer o una de sus operaciones, actúo. Por eso acabé con una recompensa por mi cabeza de parte de ese gremio.
-Ahora entiendo por qué estuviste tan seria cuando rescatamos a aquellos niños en Baron. –Dijo Onizuka dándose un golpe en la mano.
-Y por qué estás tan obcecada con Hassle… -Dijo Ellander.
-Es un WyrmSlayer. –Dijo Ylenia, con voz cansada. –Asesinan, esclavizan y usan niños como soldados. Niños. No creo que… -Ylenia se levantó con un suspiro de la mesa, el agotamiento estaba claro en sus facciones. –Creo que es suficiente por ahora. Iré a tomar un baño… -Y sin decir más salió de la sala.

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La oscuridad reinaba dentro de la mazmorra. El goteo incesante era bastante molesto, pero en la zona donde él estaba tan solo había las cadenas que lo ataban a la pared. Hassle había tratado de usar su magia para liberarse, pero al igual que su sombrero y sus armas, esta se quedó fuera de la celda.

No sabía cuánto llevaba ahí, ya que no había ventanas ni luz de ningún tipo. Se llevó la mano a la nariz, pensando que Ankar se la habría roto, pero aunque le dolía diabólicamente no sentía el hueso partido. Suspiró aliviado y recargó la cabeza en la pared. Las cadenas atadas a sus argollas eran lo suficientemente largas como para poder sentarse, aunque eso significara que el frío le mordiera en las nalgas.

Colocó sus manos en su rostro, cansado. Su reacción había enviado al garete toda su fachada hasta la fecha, y sabía que debía sobrevivir con ella, pero la furia que sintió fue demasiado irresistible, y le hizo actuar sin pensar… Aunque tampoco se esperaba que Ankar fuera tan poderoso como para acabar con dos de los mejores cazadores de los WyrmSlayers, y menos por si mismo… Después de la primera hora ya sabía, dentro de la celda, que Ankar había actuado en defensa propia, pero eso de quitarle la piel tatuada a Demian… ¿Un mensaje, quizás? ¿Una advertencia? Todavía pensaba en ello.

Sus pensamientos se interrumpieron al escucharse el cerrojo y cegarle la luz entrante. Tuvo que tener cerrados los ojos hasta que se acostumbraran de nuevo ala luz amarillenta de la antorcha, mientras escuchaba movimiento, y después de nuevo el cerrojo. Cuando pudo volver a abrir los ojos, pudo ver a Ankar sentado frente a él en una silla que antes no estaba. La antorcha que proyectaba luz estaba colocada en la pared, en un soporte. Sonrió cansado.

-¿Vienes por la segunda ronda? Creo que sería muy desigual.

Ankar tan solo levantó una ceja, sin decir nada. Se quedaron mirándose un rato, en silencio, hasta que Hassle soltó un suspiro.

-¿Me enviarás con el torturador?
-Depende de lo que aquí ocurra. –Contestó Ankar. Hassle lo miró. –Te haré unas preguntas, luego decidiremos.
-Muy bien. –Contestó el viera mientras el dragontino sacaba una placa de madera y un pergamino del cajón bajo su silla. Tomó una pluma amarillenta.
-Nombre y procedencia. –Preguntó Ankar. Hassle inspiró fuerte.
-Sargento Hassle Argel del ejército de Alexandría, nacido en Narshe.

Ankar lo miró extrañado.

-¿Es una broma? –Preguntó el albino. –Porque no estamos como para bromear.
-Para nada. –Contestó serio el viera. –Puedes confirmarlo con la teniente Namaelenn Pieldorada, es mi superiora.

El dragontino se quedó callado antes de ponerse a escribir.

-¿Eres un espía del gremio oscuro conocido como WyrmSlayer?
-Al contrario. –Respondió el preso. –Soy un espía alexandrino dentro del gremio.

Ankar volvió a mirarlo antes de escribir.

-Por lo que dices, estás dentro de ese gremio…
-Como tantos otros espías. –Le contestó el viera. El de ojos verdes escribió de nuevo.
-¿Has matado a algún dragontino, sea de Baron o de Burmecia?
-Ni de ningún otro lado. –Contestó Hassle de inmediato. –Solo he matado criminales buscados como parte de mi fachada como caza recompensas, aunque la mayoría de veces los capturaba vivos pues la recompensa era mayor.

Ankar escribió más, y lo miró serio antes de seguir.

-¿Has matado, o cazado, a algún miembro de la familia de los dragones, como drakos de viento o dragones propiamente dicho?

Hassle volvió a inspirar fuerte antes de hablar.

-¿Cómo llamarías al hecho de acabar con el sufrimiento de alguien querido, el cual ya no tiene cura? ¿Asesinato o clemencia? –Ante el silencio del dragontino, el viera continuó. –Solo maté a uno… estaba muy herido, y me pidió el don de la misericordia… ¿Se lo habrías negado tú?
-Lo que yo hubiera hecho o no, realmente no importa ahora. –Contestó el otro sin dejar de escribir. –Pero entiende que sin contar con mi rango en el ejército, mis padres adoptivos fueron dragones.
-Puedo comprenderte demasiado bien… -Contestó Hassle suspirando, mientras Ankar levantaba una ceja. –En parte compartimos pasado. A mí también me educó un dragón.
-¿Fue él…?
-Si… fue a él a quien maté… -La mirada de Hassle era de profunda tristeza. –Pero es algo que no me siento todavía suficientemente preparado para contártelo…
-Sabes que estás en la cuerda floja… -Contestó Ankar, a lo que el viera asintió.
-Lo sé, pero… ¿No crees que si te dijera algo más podría afectar a tu raciocinio? –Preguntó él mirándolo. –Sé que eres justo, sé que no vas a actuar de manera impulsiva…
-¿Cómo antes?
-Bueno, antes era antes, ahora es ahora. –Dijo riendo el viera. –A lo que me refiero es… que sabía que este camino me podía llevar a este desenlace. Pero es cierto que maté a un dragón. Incluso hice todo lo que pude para evitar que tomaran su cuerpo o su sangre para crear armas… Solo sobrevivió un hueso, y es el que usaron para la espada que le arrebataste a Shara… La daga larga que tengo fue hecha de un colmillo de ese dragón, pero no lo he usado para nada más.

Ankar se quedó en silencio mientras escribía. Le sorprendió que Hassle lo mirase sin decir nada.

-Es muy posible que los demás no estén de acuerdo con tu forma de vida. –Le dijo.
-Es posible… es más que posible, es comprensible. Yo haría lo mismo. –Explicó el de ojos carmesí. –Pero confío en tu criterio… Es más, creo que de entre toda esta panda de lunáticos… creo que eres en el único en quien confío.
-¿Después de haber matado a tus amigos?
-Esas cosas pasan… Al fin y al cabo, fue en defensa propia. Son gajes del oficio… -Suspiró el viera. –Te pido perdón, sinceramente.
-Eso no afectará a mi juicio. –Contestó el albino.
-Lo sé, pero al menos la educación no me debe de faltar.

Ankar escribió un rato más y suspiró. Se levantó con los papeles y miró al viera.

-Espero, por el bien de tu propia vida, que lo que me hayas dicho sea cierto. –Dijo mientras golpeaba en la puerta, y le abrían. Tomó la antorcha y salió. –Sinceramente, espero que así sea.

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El albino caminó por las dependencias de Doma con un silencio completamente inusual. Cuando llegó al cuarto donde estaban todos, se sentó en uno de los cojines frente a los demás, que lo miraban en silencio vistiendo yukatas de baño.

-¿Y bien? –La pregunta provino de los labios de Kahad. -¿Qué vas a hacer con él?
-Debo meditarlo… hacer algunas cartas… pensar en lo que me ha dicho… -Contestó Ankar tras un corto silencio. –Querría estar solo, por favor…

Todos se miraron antes de empezar a levantarse y salir. Cuando todos estuvieron fuera, el albino cerró la puerta corredera sin decir nada. Al dejar vacío el pasillo, Onizuka se giró mirando la puerta. Emberlei y Lylth lo imitaron.

-¿Qué ocurre? –Preguntó la maga blanca.
-Algo le pasa a Ankar. –Contestó el pelirrojo. La maga negra se encogió de hombros.
-Quizás por fin se dio cuenta de que confiar en desconocidos te lleva solo a puñaladas por la espalda.
-Vaya, gracias. –Le dijo mordaz Lylth.
-De nada, siempre puedes aprender algo nuevo. –Contestó la pelo morada sin captar el sarcasmo.
-No es eso. –Contestó el samurái. –Es algo mucho más profundo, lo conozco bien…

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La noche estaba avanzando, aunque varios no podían dormir. Ylenia estaba en uno de los dojos, con el yukata azul oscuro puesto, mirando las estrellas, hasta que apareció Dreighart con una indumentaria igual a la de ella.

-Ylenia, quisiera hablar contigo. Salgamos al jardín. –La nombrada se giró hacia Dreighart, y tras contemplarlo durante unos segundos con expresión perdida, se encogió de hombros y lo siguió al exterior.

El jardín era el mismo lugar con el pequeño lago que podía verse desde el dojo en el que ella entrenó con Onizuka y Lomehin. El sonido del bambú golpeando la piedra al llenarse de agua le resultaba reconfortante. Se agachó la guerrera frente al estanque para ver las carpas mientras Dreighart se cruzaba de brazos detrás de ella.

-¿Por qué mientes?

La brusquedad de la pregunta hizo que Ylenia sintiera un escalofrío. Era extraño ver al de cabello azul tan serio, siendo tan bromista.

Antes de que pudiera contestarle, el chico se acercó a ella y la hizo girarse, levantándose, mirándole a los ojos directamente.

-Mira, Ylenia… Te debo la vida. Si no fuera por ti, posiblemente hubiera muerto en más de una ocasión. Somos un equipo, y estamos juntos en esto, para lo bueno y para lo malo. Tienes que confiar en nosotros. Todos deberíamos confiar los unos en los otros, sobre todo cuando estamos hablando de situaciones como éstas. Si hay algo que te preocupe, dínoslo. Puede que algunos seamos un poco... "especialitos", como Onizuka –Hace una pausa al notar una risita de ella. –Pero somos un grupo. Y somos amigos, y para eso estamos. –Dreighart hizo una pausa, había estado todo el rato mirando a Ylenia a los ojos. De repente se ruborizó y se levantó de golpe, dándole la espalda. –Esto no se me da bien… Ankar seguro que te diría lo que necesitas oír, con esa filosofía que tiene y demás, a mí me hizo eso… –Se giró de nuevo a ella. –Lo que quiero decir, es que estamos aquí si nos necesitas. ¿De acuerdo?

Ylenia se retiró los anteojos de la cara y se pasó la mano por los ojos, pensando.

-Dreigh… Yo… Estoy cansada. Eso es lo que me ocurre. Estoy cansada de encontrarme a monstruos de piel humana no importa cuántos derrote. Estoy cansada de ser uno de ellos. Estoy cansada de enfrentarme a los WyrmSlayer y de ser atacada una y otra vez sin que, a la larga, mis acciones sirvan para algo. –La guerrera desvió la vista al suelo, con aspecto de derrota. –A veces simplemente… me siento cansada de vivir… –Y se quedó quieta unos segundos, antes de darse cuenta de lo que había dicho y llevarse la mano a la frente, como si su cabeza fuera muy pesada.

Miró con algo de vergüenza a su compañero, pero se extrañó de verlo rígido, como si le hubieran dado una puñalada con un cuchillo de hielo. Ylenia apenas podía enfocar nada. ¿Qué era lo que había dicho? ¿Qué no tenía ganas de vivir? El sólo hecho de decirlo había sido como abrir un dique, y muchos sentimientos reprimidos salieron a la superficie: Su soledad, su culpa, su impotencia… La fuerza de sus sentimientos la ahogaba, tenía que luchar por respirar. “Maldita sea, un ataque de ansiedad…” Pensó.

-Yo… yo he vivido una vida horrible… –Explicó ella, soltándolo todo y luchando porque las lágrimas no surgieran, apretándose ahora el yukata a la altura de su pecho por la falta de aire. Empezó a sudar de manera exagerada. –Y encontrar enemigos en todas las esquinas hace que piense… que haga lo que haga no servirá de nada… ¿Cuántos esclavistas matamos en Baron? ¿Cuántos denunciamos en Zozo? ¿Cuántos desgraciados que siguen con sus malas mañas no hemos conseguido eliminar? ¡¿Qué hago con mi vida para que los dioses puedan perdonarme?!

De repente, Dreighart se giró de nuevo a ella. Aquella sensación de dulzura y de inocencia se evaporó en su rostro, como la niebla al salir el sol. En cambio, ahora había un frío helador, un frío que llegaba hasta los huesos. En su mano izquierda llevaba una de sus dagas apretada firmemente, haciendo que la piel de sus nudillos se tornara blanca. Esto hizo que Ylenia se recuperara de su ataque de ansiedad por puro instinto. Ella era dura, pero la mirada que vio en su compañero, ya la había visto en otros antes, como Ankar u Onizuka. La mirada del que lucharía hasta la muerte por los suyos, da igual lo que tuviera que hacer. Vio como el ladrón movía los labios, pero era casi como un mantra, no le escuchaba ni tenía sentido. Al poco, pudo entender una palabra.

-… jamás…
-¿Qué…? –La mujer pudo apartar la mano de su pecho, mirando a uno de los que podía llamar “amigo” dentro de ese extraño grupo, y él le devolvía la mirada con una determinación fuera de lugar.
-Jamás… jamás… jamás…

Antes de que pudiera percatarse de nada, la muñeca de Dreighart se movió con gran velocidad. Lo siguiente que oyó fue un golpe seco… al enterrarse la daga en la tierra que había entre sus pies.

-¡Jamás vuelvas a decir eso! –Gritó el muchacho con todas las fuerzas de sus pulmones. Toda la rabia, la impotencia, y la culpa que sentía Ylenia se veía reflejada en ese grito. Todo aquello que ella sentía, y que había liberado en aquel apacible jardín, resonó en el cuerpo de su amigo, haciéndose eco en su alma.

Se acercó a ella con pasos decididos, y tomó la daga que estaba enterrada en las piedras de río con un movimiento hábil. Ella perdió el equilibrio y cayó al suelo de nalgas, pero sin sentir las piedras de río en su piel. Conforme se acercaba a la guerrera, parecía que el rostro del peliazul se suavizaba, pero seguía con una mirada dura, mirando ahora su arma.

-Una vez, hace mucho tiempo, una persona querida para mí dijo lo mismo… Mi hermana.
-¿Tu… hermana? –Ylenia miró a Dreighart mientras permanecía sentada. Tenía una visión clara de la cara de su amigo, que miraba su daga con gran pena, como si fuera ella misma, y no un arma lo que sostuviera entre sus manos.
-Sí. Mi hermana… Layla. Ella es… –El ladrón hizo una pausa antes de seguir. –… era alegre, dulce y buena. Era mi hermana melliza, pero siempre cuidaba de mí. Desde que tengo memoria vivíamos en la calle. No sé quiénes eran mis padres, ni como terminamos abandonados en esas calles sucias y polvorientas, pero fue su afán de vivir lo que hizo que sobreviviéramos. Pero un día… se rindió. Un día no pudo más. Y dijo esas mismas palabras que tú acabas de pronunciar ahora. Desde entonces no volvió a ser la misma, y tuve que ser yo la que cuidara de ella. Y… fallé. –Bajó con cansancio la mano donde tenía la daga, y la miró a ella. –Un día, por un despiste mío, nos metí en una pelea que había entre dos bandas. Ella… me salvó. Mientras intentábamos escapar de allí, uno de los mayores nos sorprendió, y fue directo a clavarme un puñal en mi corazón. Entonces, Layla… Layla…

Se quedó callado un momento, y se llevó la mano a la frente. Ella escuchó un susurro de sus labios mientras veía como la palidez tomaba el rostro de Dreighart y empezaba a sudar.

-¿Qué hizo… Layla…?

En ese momento, los ojos del ladrón se pusieron en blanco, mientras la sangre le empezaba a manar de su nariz. Como una marioneta a la que le han cortado los hilos, el cuerpo de Dreighart cayó al suelo, empezando a convulsionar, presa de unos espasmos incontrolables.

La guerrera se quedó congelada unos segundos por lo inesperado de la situación, pero en el instante en que su amigo empezara con los movimientos involuntarios, la mujer se había levantado de un salto y se arrodilló a su lado. Cuando los espasmos se hicieron más fuertes, le colocó las manos por debajo de la cabeza, colocándola en su regazo para evitar que se diera contra algo, y puso su mano en su boca para que no se mordiera, antes de empezar a gritar por ayuda lo más alto posible.

-¡Ayuda! ¡Por el amor de Mateus, que venga un mago blanco!

Un par de criados surgieron de algunas de las puertas, y corrieron hacia ella. Entre los tres lo consiguieron sujetar hasta que la de cabello cenizo sintió como alguien la apartaba un poco, sin mover la cabeza de él, y viendo a Lylth con un yukata igual al suyo y con todo el cabello suelto colocándose donde estaba ella originariamente. La magia en sus manos no se hizo esperar, y dirigiendo sus manos hacia la cabeza del peliazul empezó a dar instrucciones a los criados. Ambos se fueron rápidamente, dejándolas solas con él.

-Yo… yo estaba… -Empezó a decir Ylenia, dándose cuenta de que, por primera vez en su vida, no tenía palabras. Lylth negó con la cabeza.
-No importa ahora. –Le dijo ella. –Ya hiciste bien al evitar que se golpeara. Solo apóyame cuando te pida algo. Con calma y tranquilidad. ¿De acuerdo?

La guerrera asintió mientras miraba a Dreighart. La magia continuó durante unos treinta segundos que se le hicieron eternos a Ylenia, hasta que pudo ver que los ojos del ladrón se cerraban y dejaba de convulsionar. El brillo de las manos de la maga desapareció, y lanzó un conjuro que creó una esfera de luz a su alrededor, iluminándose de una manera fantasmagórica. Lylth abrió los ojos del peliazul para comprobar su estado con dicho resplandor, le tomó de la mano para sentir su pulso, y asintió más para sí que para nadie.

-Está lo bastante estable como para transportarlo. –Dijo ella mirando a Ylenia, y señaló con la cabeza hacia los dos criados que se acercaban, portando una sábana. –Pedí que prepararan un cuarto personal para poder tratarle. Ayúdame a llevarlo, pero con cuidado de que no se le parta el cuello.

La guerrera asintió, y entre los cuatro subieron al inconsciente encima de la sábana y lo llevaron con cuidado hacia el cuarto en cuestión. Era pequeño, con un futón preparado en el suelo y una ventana que daba al exterior. La luz que conjuró la Al’bhed desapareció cuando los criados encendieron un par de lámparas de papel, y la de cabello rosado les pidió algunas hierbas, dejándolas solas con el joven.

-Bien, ya que no hay oídos indiscretos, dime qué ocurrió. –Habló con tono profesional la maga blanca mientras preparaba algunas cosas. Ylenia miró como trabajaba antes de ponerse a hablar.

-Estaba hablando con el sobre… bueno, eran confidencias entre ambos, así que no puedo difundir nada sin su permiso… Pero… Bueno, una mala elección de palabras mía le produjo un ataque de pánico.

-¿Estás segura de que era un ataque de pánico? –Dijo la curandera sin dejar de trabajar.
-Bueno… yo diría que si… -Contestó la guerrera, aunque ya no estaba tan segura.
-¿Qué hablasteis? –Preguntó la maga. Ante la mirada reprobatoria de Ylenia, Lylth se puso seria. –Si tengo que arreglar un desbarajuste, primero tengo que saber qué hizo ese desbarajuste. Como maga blanca hay confidencialidad, pero aunque puedo hacer pociones para dormir, para no soñar e incluso para olvidar, no sé qué darle si no sé primero qué le pasó. ¿Entiendes?

Ylenia asintió, preocupada por un debate moral que no solía tener que lidiar. ¿Qué era más importante, el secreto que se le había confiado, o la salud de su amigo? Al final, llegó a la conclusión de que Dreighart jamás dijo que fuera un secreto… y al menos podría salvarle la vida.

-Estaba hablando de... la muerte de un familiar… en circunstancias muy dolorosas. Y entonces sufrió el ataque. –Meditó un momento antes de seguir. –Se le pusieron los ojos en blanco, y le sangró la nariz. Tardó poco en empezar a convulsionar…

Lylth se quedó en silencio, trabajando. Ylenia prácticamente sentía como el cerebro de su compañera trabajaba a marchas forzadas.

-¿Qué dijo él antes del ataque? –Preguntó de repente. La de cabellos cenizos se extrañó y trató de recordar.
-Creo… creo que no recordaba bien lo que pasó… -Le contestó. –Aunque no estoy segura… todo pasó muy rápido…

Se quedaron en silencio de nuevo antes de que la curandera contestara.

-Lo que me describes no es un ataque de pánico… Quizás empezara como un ataque de ansiedad…
-Yo sufrí un ataque de ansiedad… -Dijo Ylenia de repente. –Y no era para nada igual…
-Cada persona es un mundo, Ylenia. –Contestó la maga. –No solo en su forma de ser, sino también en afrontar las diferentes crisis mentales. –Le explicó mientras las criadas llegaban con las hierbas y una gran tetera, y un pequeño fuego preparado para cocinar. Lo dejaron todo y se marcharon, mientras que se ponía a trabajar con ello. –Convulsiones… Castañeo de dientes involuntario… ¿Cómo tienes los dedos? ¿Te mordió?
-Sí, pero no lo suficiente como para hacerme sangrar. –Dijo la guerrera mostrando la mano. Lylth asintió.
-Entre nosotros a eso le llamamos "ataque epiléptico"... –Explicó la joven mientras empezaba a calentar el agua de la tetera. –En el pasado se decía que esta gente era poseída por demonios y tal, pero la verdad es que es algo neurológico... es algo dentro del cerebro... y confirma algunas de mis sospechas... –Dijo Lylth abatida y suspirando con fuerza.
-¿Qué sospechas? –Preguntó algo alarmada Ylenia. La maga blanca le indicó que le pasara unas hierbas.
-Esto es entre tú y yo. –Dijo mientras empezaba a picar las hierbas. –Tu sabes igual o mejor que yo que Dreighart tiene fuertes lagunas de memoria. ¿Verdad? –La guerrera asintió, recordando varias de las veces en las que su amigo conocía cosas que no recordaba haber estudiado. –Desde la batalla contra Quetzacoatl me pidió un refuerzo de memoria, porque le preocupaba eso, además de que no quería olvidar cosas cuando Onizuka lo lanzara por los aires y cayera de cabeza.
-Ese idiota…
-Abre la ventana. –Dijo la maga, y la de cabello cenizo lo hizo sin chistar. Se sentó de nuevo con ella. –Las infusiones que uso son especiales, lleva bebiéndolas desde entonces. Tienen el efecto de despertar la memoria cognitiva de Dreighart poco a poco.
-¿La qué…?
-Es la memoria apagada en su mente. –Le contestó la maga. –Quizás tenga recuerdos que no tiene conocimiento, y eso hace que poco a poco los vaya asimilando, pero el hecho de que haya habido una reacción como esta… Me preocupa que tenga un daño cerebral importante.
-Entiendo... –Murmuró la guerrera. –Y que reaccionara de una forma tan brutal a un recuerdo traumático... ¿Sería por daño cerebral?

Lylth echó las hierbas a la tetera y la tapó, colocándola en la ventana con el pequeño fuego mágico que le dieron. Suspiró con fuerza.

-No estoy segura... eso es lo que me preocupa... –Dijo ella frotándose los ojos. –Tengo que estudiarlo, por suerte estamos en Doma, donde tienen una gran biblioteca...
-¿Qué puedo hacer para ayudar? –Preguntó Ylenia. No quería quedarse quieta, y sabía que ahora no iba a poder dormir.
-Podrías ayudarme a encontrar dichos libros, aunque primero debo terminar esta infusión.
-¿Qué hace esa?
-Es la misma que se toma él, pero debe de administrársele por vía cutánea.
-¿Te refieres a la piel?
-Sí. –Dijo ella sacando la tetera del fuego y echándola en un pequeño capazo. Tomó una compresa y se la colocó en la frente de Dreighart. –De esta manera.
-¿Cuándo despertará?
-Esta noche… quizás mañana… quizás en una semana… -Se encogió de hombros con seriedad. –Es difícil de decir. Esperemos que esto sea suficiente.
-Avisaré a un criado para que vele por él.
-Bien… -Le dijo la pelirrosa, y antes de que se fuera le colocó el yukata de manera más sensual. –Y si vas a ir por ahí luciendo cuerpo, hazlo así.

Ylenia se miró, viendo como el cuello del yukata le llegaba a los hombros, mostrando una generosa parte de su cuello y un gran escote. Le era más difícil moverse, pero definitivamente era más bello a la vista.

-Vaya, no está mal…
-Me crié con una experta. –Contestó ella mientras se empezaba a peinar el cabello suelto.
-La marquesa a la que serví nunca me enseñó a vestir bien… solo a llevar un traje de sirvienta.
-Me cuesta imaginarte con ropas de sirvienta, aunque a Onizuka le encantaría. –Dijo riendo, mientras se colocaba los pechos debajo del yukata. –Mi madre adoptiva me enseñó este tipo de trucos. Puedo enseñarte algunos, así los hombres pueden estar a tus pies.
-O las mujeres… -Contestó la guerrera con una sonrisa. Lylth se encogió de hombros.
-Vivimos en un mundo completamente libre. –Se levantó y abrió la puerta. -¡Necesito un criado, por favor!

No tardaron ni dos minutos en llegar una joven con ropa de criada. Lylth le explicó lo que debía hacer y que le avisara si había algún cambio. La muchacha asintió y entró en la habitación.

-Ella se ocupará de Dreighart, ya le di  las instrucciones que debía darle. –Contestó la maga blanca. –Vamos, debemos ir a la biblioteca. Con suerte encontraremos algo.

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La mañana llegó con una fuerte niebla que cubría toda la ciudad y el castillo. Pocas luces estaban encendidas cuando el sol iluminó el lugar, pero varios ya estaban despiertos. Algunos entrenaban, otros estaban desayunando…

Lylth e Ylenia habían regresado antes del amanecer para descansar un rato después de haber encontrado algunos libros que a la maga blanca le podían servir. Ellander había despertado antes de que el sol surgiera y estaba en el campo de tiro, con los muchachos que empezaban a entrenar a esa hora.

Onizuka y Lomehin estaban sentados en la vereda de la casa, cerca del estanque de carpas donde Dreighart se había desmayado. El sonido de las carpas saltando alegremente no los distraía. Ni siquiera el bambú lleno de agua golpeando la piedra podía perturbar su concentración, ya que ambos estaban enfocados en un tablero de madera lleno de pequeñas piedras cortadas como un botón, de colores blanco y negro que ambos estaban colocando de vez en cuando. Lomehin aprendió rápidamente las reglas del juego, aun cuando Onizuka le dijo que podía ser complicado al principio, pero ya llevaban un buen rato enfrascados en esa partida. Una criada les había traído té caliente para esa mañana fría, y de vez en cuando tomaban un sorbo en silencio.

-Tu tierra es hermosa. –Dijo Lomehin tomando un poco de té. Después dejó la taza al lado del tablero. –Se respira paz, y una extraña armonía que calma el espíritu.
-¿Verdad que si?- Preguntó Onizuka tomando una piedra blanca de un pequeño capazo de madera que tenía entre sus piernas y el tablero, y la colocó con un pequeño sonido en el tablero. –La verdad es que todo samurái aspira a esa perfección, tanto en cuerpo como en espíritu. Se puede tener paz espiritual con una simple partida de go, como nosotros, o practicando con las armas. La ceremonia del té es muy famosa para calmar la mente, mientras que la poesía estimula la mente.

Lomehin tomó una de sus fichas negras y la colocó en el tablero sin decir nada, pensando en lo que decía su amigo. Después del día anterior, donde todos estuvieron tensos por lo de Hassle, aquella mañana podía respirar la tensión entre los compañeros que ya estaban despiertos, y la propuesta de jugar con Onizuka fue como un escape que no esperó fuera tan productivo.

No es que estuviera preocupado por el viera… Ankar había demostrado ser un líder bastante cuerdo cuando se tenían que tomar decisiones inmediatas, y a diferencia de lo que podría haber pensado tiempo atrás, no era por inocencia o por credulidad, no… Había algo más. Como si el albino sintiera que había “algo más” en las personas en las que confiaba… igual que con él. Su misión había dado un vuelco completo desde que el muchacho muriera, desde que Imara lo conociera, desde que luchó con ella en el Templo del Viento Eterno… Desde que se dio cuenta de que sus sentimientos como humano eran más fuertes que sus propios sentimientos… Todo había cambiado, y extrañamente, no le molestaba en absoluto.

Onizuka colocó una de sus fichas, sin mirar al caballero oscuro.

-¿Te preocupa Hassle? –Preguntó al pelirrojo.
-No.

Lomehin tomó otra de sus fichas y la colocó en el tablero. Una carpa saltó en el estanque al tiempo que un rayo de sol iluminaba el agua.

-Te preocupa Ankar. –Dijo el moreno, esta vez sin preguntar.
-No tanto como crees. –Le contestó el samurái. Lomehin levantó la vista, tomando su taza de té.
-¿En serio? –Dijo antes de beber.
-En serio. –Volvió a decir Onizuka mientras colocaba otra de sus fichas. –Ankar tiene una fortaleza mental mucho mayor de la que tienen muchos guerreros experimentados.
-Me di cuenta… -Dijo el de cabello negro mirando el tablero. –De que Ankar prefiere ver el bien que reside en el interior de cada uno, y darle siempre una segunda oportunidad. No de una manera infantil, sino de una forma más…

Se quedaron en silencio, intentando el moreno de encontrar la palabra mientras colocaba su ficha.

-Más por instinto. ¿Verdad? –Terminó Onizuka mirando el tablero.
-Si…
-Es la misma sensación que tuve yo al conocerlo. –Contestó el pelirrojo colocando una ficha en el tablero. –A él no le importa si fuimos asesinos o magos terribles. A él le importa el ahora.
-Pero Hassle es un miembro de los WyrmSlayers “ahora”. –Suspiró Lomehin tomando un sorbo de té. Onizuka asintió.
-Si… Pero hay algo extraño en él.

El moreno asintió, pues él también se había dado cuenta. Salvo la daga larga con las runas especiales, el resto de su equipo era completamente normal. Si fuera un cazador de dragones debería llevar al menos una pieza de equipo que lo protegiera contra los reptiles. Además, no sentía la típica ansia de sangre que debería de tener un asesino cerca de su objetivo.

Onizuka tomó una ficha y la colocó en el tablero, sonriendo. Lomehin se rascó la cabeza.

-Parece que he perdido… -Dijo el moreno. El pelirrojo se rio.
-Diste batalla para ser tu primera partida. –Dijo recogiendo las fichas. -¿Te apetece otra?
-¿Por qué no?

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Después de haber dormido un rato, Ylenia y Lylth se habían levantado y desayunado junto a Cyan y Ellander, los cuales hablaban sobre política y sobre las leyes de esclavismo. Las ojeras se notaban perfectamente en los ojos de la guerrera, pero Lylth parecía estar perfectamente. Cuando terminaron de comer su desayuno, ya estaban los cuatro reunidos preparados para hablar sobre las armas mata dragones, como la daga de Hassle que custodiaba Cyan. La desenvainó y la colocó encima de una de las mesas.

-Esto son runas dracónicas. –Explicó Cuan señalando los símbolos. –Es un idioma muy extraño que solo los dragontinos suelen saber. Su magia usa este idioma en vez del idioma mágico que usan los magos.
-Entonces… ¿Cómo acaban en un gremio de mata dragones? –Preguntó Lylth. Cyan se encogió de hombros mientras suspiraba.
-No es un idioma secreto, solo es difícil. Yo mismo conozco la escritura y puedo traducirla de oída, pero no se hablarla.
-Pero esto demuestra que está con ellos. –Dijo Ylenia molesta. La falta de sueño le había agriado el carácter, sin contar con el susto de la noche. –Quizás el desmembramiento sea excesivo, pero merece que lo castiguen.
-Ylenia, creo que te estás excediendo. –Dijo entonces Ellander. Extrañada, la guerrera la miró seria.
-Con todo el respeto, Ellander, pero no sabes lo mal que lo pasan los esclavos que esta gente vende para financiarse.
-No dudo que sea así. –Le contestó la pelirroja con una máscara de tranquilidad en su rostro. –Pero si metes todas las manzanas rojas en un saco, quizás no quieras ver la manzana verde.
-Cualquiera que trabaje con ellos es un cómplice. –No tenía cabeza como para discutir, y ni siquiera alzó la voz.
-Entonces todos los al’bhed somos iguales. –Las palabras de la prima de Lylth sorprendieron a la de cabellos de color ceniza.
-No es lo mismo.
-¿Por qué no?
-Vosotros no vendéis esclavos para luchar contra dragones.
-Pero varios de los que vinieron conmigo tenían la idea de acabar con toda forma de vida inteligente que hubiera en Gaia. –Explicó Ellander seria. –No todos tenían esa idea, es cierto, pero algunos pensaban que para tener paz, primero debían conquistaros. Otros pensábamos que el entendimiento entre razas nos llevaría a un nuevo mundo de respeto y alianza, algo que se afianzaba más con el hecho de saber que había varias razas aquí y que el racismo era poco o nada. Pero eso no significa que algunos prefirieran la masacre antes que la diplomacia.
-A lo que se refiere Ellander es que no sabemos si Hassle trabajó con ellos por su cuenta y riesgo, o si tuvo un motivo, o incluso si fue obligado. –Explicó ahora Lylth haciéndose trenzas en un largo mechón de cabello. –De momento solo podemos esperar a ver la decisión de Ankar.
-¡Trabajó con ellos! –Gritó Ylenia poniéndose de pie. -¡Atacó a uno de nosotros! ¡No a Kahad ni a mí, sino al líder de nuestro viaje!
-Y por eso debería de ser Ankar quien decidiera el destino de nuestro orejudo amigo. –Dijo con calma Cyan, sin usar su típico tono pedante. –¿O acaso no recuerdas qué pasó en Wutai? –Ylenia miró al bardo extrañada.
-¿A qué te refieres?
-Según la ley… -Empezó a decir de nuevo el trovador. –Cualquier asesino en serie debe de apresarse o ajusticiarse en el acto. Y nuestro buen líder no hizo ni una cosa ni la otra cuando se enteró de tus… digamos, problemas familiares. Al contrario, te defendió a capa y espada.

Ylenia se quedó callada ante esa respuesta. Ella sabía perfectamente cómo era la ley, pero eso era algo que la había estado siguiendo desde que salieron de su ciudad natal. Onizuka se lo había dicho… ¿Por qué no podía darle el beneficio de la duda a alguien con quien había luchado?

-¡Bien! –Dijo con frustración la guerrera mientras se sentaba. -¡Esperaré al veredicto de Ankar! Tengo demasiado sueño como para pensar coherentemente en un argumento para rebatirte.
-El término concreto es “touché”. –Le contestó el bardo, a lo que la guerrera le lanzó la daga del mago rojo.

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Habían pasado tres días desde el encierro de Hassle. Todos estaban tensos, esperando la decisión de Ankar, pero éste seguía reuniéndose a solas con el viejo Onizuka.

En uno de los pabellones de té del castillo estaban sentados Kahad y Emberlei, tomando un ligero desayuno él y una gran cantidad de alimentos ella. El ninja se sentía muy a gusto en ese país, pues era muy similar al ambiente de Eblan. Sin embargo había algo que no le cuadraba, y era su protegida.

Desde la detención del viera la invocadora parecía contrariada. No hablaba mucho normalmente, pero ahora estaba hablando menos de lo habitual.

-¿Qué te ocurre? –Decidió preguntar él. Ella se sobresaltó y luego se encogió de hombros.
-No te entiendo…
-Si lo haces. –Cortó Kahad con calma. –Hablas poco, pero desde lo de Hassle menos de lo normal. No quieres ver a nadie y menos oírles. Estás más encerrada en ti misma de lo que sueles estar.

Ember soltó un bufido de molestia antes de dejar los palillos encima de uno de los boles de arroz. Se quedó en silencio para pensar su respuesta.

-Es que no lo entiendo. –Dijo al fin, sorprendiendo a Kahad por el tono de frustración que proyectaban sus palabras. –Ankar ha conseguido lo que tanto buscaba, una puñalada trapera, y ahora todos andan molestos… ¡Pero todavía confían en su liderazgo cuando yo he tenido razón siempre!
-¿En qué tenías razón?
-En que no se puede confiar en la gente como lo hace él. –Repuso ella. –Acepta a cualquiera que le pida venir, se arriesga a que lo traicionen, y cuando lo hacen… ¿Alguien me dio la razón? ¡No! De una manera ilógica todos se preocupan por Hassle y por Ankar.
-La ley dice que todos somos inocentes hasta que se demuestra lo contrario. –Dijo Kahad sin dejar de comer tranquilamente.
-¡Pero la lógica…!
-La lógica es algo subjetivo. –Dijo Kahad sin inmutarse. –De todos modos, tu misma me lo dijiste en Eblan. No necesitas compañeros, solo peones. Y sin embargo, aquí estás, preocupándote por todos los del grupo.

Emberlei se quedó callada, molesta, mirando al teñido.

-¿Qué sabrás tú?
-Sé que tratas de instaurar una lógica aplastante a todo. –Dijo el joven. –Algo que entre en los cánones de lo que tú consideras “normal”, y cuando algo o alguien sale de eso no puedes comprender por qué la gente actúa de manera ilógica. Pero… ¿Sabes algo?
-¿Qué?
-La gente, de por sí, es ilógica. –La cara de sorpresa de Emberlei fue enorme, lo que supuso un pequeño triunfo para Kahad, que continuó con una sonrisa. –Los sentimientos hacen que los humanoides seamos como somos.
-Los sentimientos son ilógicos. –Dijo ella.
-Es cierto. –Corroboró él. –Pero es lo que nos hace humanoides. El amor, que nos hace proteger a aquellos que nos importan sin pensar en las consecuencias. El odio, que nos empuja a hacer actos por el puro enfado. La amistad, la camadería, el honor…
-El amor no existe. –Repuso la maga negra. –Solo es atracción sexual entre dos individuos para perpetuar la especie. El odio es irracional, solo es desagrado a niveles extremos. ¿Amistad? ¿Camadería? ¿Para qué sirve eso si no es para aprovecharse?
-¿No has sentido nada desde que nos unimos al grupo de Ankar? –Preguntó Kahad. –Es decir… ¿No has visto cómo se tratan, como se ayudan, como se apoyan? Eso es amistad.
-Solo se unen para un bien común.
-Espero sinceramente que algún día pienses diferente. –Dijo con sinceridad el ninja. –Nadie merece estar solo por siempre.
-Pues ahora desearía estarlo. Quiero estudiar.

Kahad soltó un suspiro y se levantó para salir. En cierta medida, sabía que Emberlei llevaba tiempo pensando en eso, porque si no, no habría estallado de la manera en la que lo hizo. Dejó sola a la maga negra, la cual estaba mirando a la nada en el jardín, y volvió a suspirar mientras cerraba la puerta.

Caminó un rato hasta que se encontró a Ankar caminando con decisión hacia el exterior. Se acercó a él.

-¿Cómo te encuentras? –Preguntó el ninja. El dragontino se detuvo para mirarlo a los ojos. Llevaba un pergamino en las manos que cerró al verlo.
-Bien… más o menos. –Le contestó él. -¿Sabes algo de Dreighart?
-Cuando hablé con Lylth me dijo que todavía se mantenía inconsciente. –Contestó el ninja. –Pero dice que es normal…
-Espero que despierte pronto.

Desde que Dreighart había caído inconsciente, estuvieron vigilándolo día y noche, pero al haber estado el dragontino ocupado poco pudo preguntar por él. Sin embargo Lylth le había avisado de todo cuando lo vio en uno de esos días. El dragontino había estado con la mente en otro lugar, pero se notaba que se preocupaba por sus compañeros.

Kahad le puso la mano en el hombro a Ankar.

-Ankar… No tienes la culpa de nada. –Dijo el ninja. El albino lo miró extrañado. –No es culpa tuya que Hassle sea… bueno, lo que quiera que sea. Tienes un buen sentido del honor, y por lo que me di cuenta, una forma de confiar en los demás diferente a cualquier cosa que haya visto. Muchos te apoyarán en lo que necesites… y en la decisión que tomes.

Ankar lo miró extrañado, y asintió.

-Gracias, Kahad. Sin embargo puede que la decisión que tome no guste a algunos.
-Al carajo entonces con ellos. –El improperio de Kahad tomó desprevenido al dragontino. –Si siguen en esta empresa es porque quieren, nadie les obliga. Tú eres el líder, por lo tanto deben de acatar tus órdenes.
-No me gusta ser un dictador. –Dijo el albino mientras empezaba a caminar. El de negro lo siguió.
-No lo eres. –Le contestó. –Yo soy miembro del ejército de Eblan, tú lo sabes. Al igual que tú, he estado bajo las órdenes de líderes y superiores. Ambos sabemos qué define a un líder, y qué a un superior. Un superior no es más que un jefe, alguien que manda a sus hombres a luchar y morir por él. Tú no eres así.

Ankar sonrió y le dio unas palmadas en el hombro a Kahad.

-Gracias por pensar eso de mí, creía que no me aguantabas.
-No es que no te aguante. –Confesó el ninja. –Solo me cuesta seguir según qué órdenes, ya que chocan con mi misión.
-Pero te estás volviendo más flexible. –Le dijo el albino. El de negro se encogió de hombros.
-Me he dado cuenta de que no estoy rodeado de enemigos, es todo.

Ankar sonrió, y miró el pergamino. Se quedó en silencio unos momentos antes de dárselo a Kahad, el cual lo tomó, lo abrió y lo leyó. Luego miró a Ankar.

-¿Es auténtico?
-Lleva el sello oficial. –Contestó Ankar. –Y me aseguré de que fuera verificado.
-Por esto estuviste esperando tanto tiempo. ¿Verdad? –Dijo el ninja con una sonrisa mientras le devolvía el pergamino. –Querías ver donde acababa todo este asunto… –Ante el asentimiento de Ankar, el ninja miró hacia el pasillo. –¿Quieres que te acompañe?
-No será necesario… Pero gracias de todos modos, Kahad.

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El frío viento de las montañas golpeaba en su capa roja, pero habiendo crecido ahí no le importaba mucho al joven viera. Estaba muy contento, pues acababa de pasar su última prueba para ser mago rojo, y su maestro, Iregore, lo había premiado con un flamante sombrero de mago rojo nuevecito. Habían pasado varios años desde la muerte de su madre adoptiva, y por fin tenía algo parecido a un futuro. Luciendo su conjunto de mago rojo, paseaba por las estepas nevadas cercanas a la tumba de Lada, al norte de Narshe, cuando escuchó una explosión.

Corrió en dirección al estallido, y un fuerte rugido le puso sobre aviso de que Iregore estaba en apuros, pero… ¿Qué podía poner en problemas a un dragón rojo?

Cuando subió a una enorme roca pudo ver el enorme cuerpo carmesí volando, pero había algo extraño en su vuelo. Empezó a bajar a gran velocidad, y tuvo que cubrirse cuando la nieve fue levantada al caer pesadamente el dragón.

Al volver a mirar, le aterró lo que veía. Flechas, lanzas y espadas clavadas por todo su cuerpo le estaban haciendo sangrar, y casi todas las heridas abiertas parecían de esas armas o de poderosos hechizos. La cabeza gigantesca del reptil estaba semienterrada en la nieve, sin fuerzas para levantarla, y uno de sus globos oculares estaba cerrado, sangrando.

-Hassle… -Dijo telepáticamente el dragón, sorprendido. -¿Qué haces aquí…?
-¡¿Qué importa?! ¡Estás herido! ¡Empezaré la curación! –Gritó el viera lanzando su magia sobre el dragón. Este suspiró, cayéndosele varios colmillos de sus fauces en la nieve.
-Mis heridas son demasiado profundas… -Miró con ternura al muchacho antes de hablar a su mente de nuevo. –Vas a tener que hacer algo por mí. –Él miró anhelante al dragón. –Vas a tener que darme el don de la misericordia.
-¡No me pidas eso! –Gritó Hassle sin dejar de usar su magia, aun cuando estaba sintiendo que no servía de nada. -¡No quiero matarte!
-Si los que me hicieron esto me toman vivo, me despedazarán sin matarme. –Contestó el reptil. Lanzó una pequeña exhalación hacia los colmillos para señalarlos. –Tu arma no podrá atravesarme, pero si usas uno de esos no tendrás problemas para atravesar mi frente.

Él miró los colmillos con lágrimas en los ojos. Entendía lo que Iregore le decía, ya que cuanto más fresco fuera el cuerpo del dragón, más propiedades tendrían sus restos, y la magia de esos seres se disipaba rápidamente al morir… Tomó el colmillo más largo, que más parecía una larga daga, y miró a su mentor. Este cerró el ojo sano y suspiró cansado, mientras Hassle se subía a su cabeza.

-Me hubiera gustado haber visto por última vez a mi familia…

El colmillo atravesó su frente ante el peso del viera, cerrando permanentemente los ojos de aquel magnífico dragón y anegando en lágrimas los del mago rojo. Se quedó unos instantes quieto, y de repente reaccionó. Sacó el colmillo, se bajó de Iregore y empezó a lanzar cortes por la parte inferior de su cuerpo, donde la piel era más suave, y la sangre empapó no solo el suelo si no también el cuerpo de Hassle. Después de eso, empezó a lanzar conjuros sobre el cuerpo carmesí, incinerándolo por varias partes. Si los que hicieron eso a su maestro querían el cuerpo del dragón, lo tendrían difícil.

Tardaron alrededor de dos horas en llegar a la pira funeraria. Varios hombres y mujeres armados hasta los dientes, pero eso no le importaba a Hassle. El que parecía el líder se acercó asombrado y empezó a gritar.

-¡Rápido! ¡Apagad el fuego y salvad lo que podáis! –Ordenó mientras se dirigía al viera, el cual seguía empapado de la sangre del dragón. -¿Fuiste tú?
-Yo fui. –Dijo con una sonrisa. –Ese dragón me tenía encerrado, pude buscar venganza.

El hombre rio mientras le daba unas palmadas en el hombro.

-Llevábamos mucho detrás de este bastardo. Espero podamos sacar algo de él.
-¿Cazáis dragones? –Preguntó el mago rojo, ante el asentimiento del hombre, continuó. –Quisiera trabajar de eso.
-¿Y tú eres…?
-Antes era caza recompensas. Antes de que este me secuestrara. –Contestó Hassle señalando con la cabeza la pira funeraria. –Llevaba años buscando a un dragón en especial para cobrar venganza cuando este me capturó.
-¿Qué dragón…?
-Uno que mató a mi madre… No muy lejos de aquí.

El hombre lo miró serio y asintió.

-Todos hemos perdido a alguien importante por culpa de estos desgraciados. –Dijo el líder de aquel operativo. –Ven con nosotros, es muy posible que tengas una silla esperándote.

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Abrió los ojos con cansancio. Desde que había tenido la charla con Ankar, Hassle había estado soñando con aquel fatídico día durante todas las veces que dormía. A parte de dormir, en esa celda poco se podía hacer, y aunque le alimentaban medianamente bien, seguía sin saber cuándo era de día y cuando era de noche. No le gustaba esa sensación de impotencia.

Y ese sueño… no hacía más que hacerle crecer la culpa en su interior. ¿Acaso Doom, la diosa de la noche y de los sueños, quería atormentarlo mientras estuviera ahí? Ni siquiera sabía si estaban sus viejos compañeros en Doma todavía, o si lo iban a ajusticiar al final, porque ni siquiera los chillidos de los chocobos.

¿Qué iba a hacer si lo ajusticiaban? Su misión principal se iría al garete… Y dejaría solo a Sugoi. Su pobre chocobo negro… ¿Qué haría si ahora fuera libre? Llevaban años juntos, prácticamente lo había visto nacer del huevo… Y si ahora se ve en libertad… ¿Sabría sobrevivir por sí mismo?

Se frotó la cara con las manos sucias, sintiendo un poco de barba en su rostro. Maldijo en voz baja, ya que normalmente él no tenía que afeitarse más que una vez cada mes para tener la cara limpia de pelos, pero la presión siempre le ha jugado malas pasadas, y cuando estaba en periodos muy fuertes de estrés hacía que su cuerpo se volviera en contra, y el pelo crecía sin parar.

El ruido del cerrojo lo hizo saltar en el lugar, y anticipándose, se tapó los ojos con una mano. Cuando dejó de oír ruido, poco a poco fue abriendo la mano para que sus ojos se acostumbraran a la luz una vez más. La antorcha volvió a estar en el mismo soporte, la silla de nuevo en el lugar que la había visto la otra vez, y el dragontino sentado en ella con varios papeles en sus manos.

-No tienes buen aspecto. –Dijo Ankar moviendo unos cuantos papeles, pero sin mirarlo siquiera. Hassle soltó un bufido.
-Me gustaría verte a ti, sentado durante días, sin luz y sin una cuchilla para afeitarte. –Contestó el viera rascándose la barbilla.

Se quedaron en silencio mientras que el albino preparaba hojas sin mirarlo. Eso puso más nervioso a Hassle hasta el punto en que no aguantó más.

-¿Qué va a pasar?

Ankar lo miró lentamente, y soltó un bufido. Levantó un pergamino, y Hassle lo reconoció. Era la orden de ejecución en su contra. Incluso con la poca luz podía leer las letras y el sello oficial.

-Entonces…
-Entonces, quiero saber más. –Dijo Ankar dejando de nuevo el pergamino en la carpeta. –Quizás cambie de opinión.

Hassle asintió, la oreja derecha le temblaba en un tic que se detuvo con la mano. Odiaba eso de él, se le notaba demasiado que estaba asustado, aunque casi nadie se daba cuenta.

-¿Conoces el idioma dracónido? –Preguntó Ankar de nuevo con la pluma preparada.
-Sí.
-¿Lo hablas?
-Me resulta difícil, y hace años que no lo practico, así que sería mejor decir que soy bueno leyéndolo y escribiéndolo.

Escribió algo en el papel.

-¿Sabes el arte de la forja?
-Sí.
-¿Estarías dispuesto a crear armas mata dragones con ese conocimiento?
-Jamás. –Contestó él inmediatamente.
-¿Lo harías si tu vida dependiera de ello? –Preguntó Ankar mirándolo seriamente.
-No.
-¿Y si te dijera que si me haces una lanza mata dragones en estos días, rompo tu orden de ejecución?

Hassle lo miró extrañado, pero negó con la cabeza.

-Juré ante la tumba de mi maestro que solo crearía una única arma mata dragones, y esa fue mi daga… Ni siquiera para salvar la vida haría otra.
-¿Y si te dijera que yo tengo un asunto pendiente con un dragón horrible, que es un ser despreciable que mató a varios de mis hermanos y me mutiló a tal punto de que quizás no pueda volver a usar mi voz nunca más? ¿Harías esa arma para mí?
-Te diría que te acompañaría al fin del mundo si hiciera falta, que lucharía a tu lado codo con codo, que sangraría contigo si así lo quieres, pero no te haría un arma mata dragones.

La decisión de Hassle podía leerse en los ojos carmesíes del viera. Casi parecía haber enojo en su mirada. Ankar escribió algo más mientras pensaba. Miró de nuevo al mago rojo.

-Si te pidiera que hicieras un arma normal. ¿Lo harías?
-¿Si es para ti? Sin problema, hasta una mágica si quieres.
-¿Y si fuera para otro del grupo?
-No hay problema igual.
-Si te dijera que necesito una armadura. ¿La harías?
-Claro.
-¿Y si te pidiera una armadura para protegerse de los dragones?
-No he tenido nunca suficientes materiales.
-Pero… ¿Si los tuvieras?

Hassle se quedó en silencio y suspiró.

-Una armadura protectora de dragones es algo completamente diferente a un arma que mata dragones. Quizás, dependiendo de las circunstancias, podría hacerla. Si fuera para ti y tuviera suficientes escamas, no habría problema, pues eres un dragontino, te conozco desde hace un tiempo y sé que no atacarías a dragones, así que a ti si te la haría. ¿A Onizuka o a Kahad? Quizás, si tuviera suficiente cuero dracónido… ¿Ylenia o Lomehin? La primera no tiene pinta de querer matar dragones, y el segundo tiene un férreo código de honor, así que todo dependería del líder del grupo… de ti.

Ankar escribió algo más antes de volver a hablar.

-¿Hay miembros de los WyrmSlayers en Doma?
-No, Doma es de los pocos lugares donde no hay bases.
-¿Tienes conocimientos de esas bases?
-Tengo datos precisos.

Escribió de nuevo.

-Si nos encontramos a miembros de los WyrmSlayers… ¿Qué bando tomarías? ¿El del gremio, o el de tu grupo?

Hassle abrió los ojos, extrañado. Se dio cuenta de que la elección de palabras de Ankar no fue al azar, ya que dijo “el gremio”, y no “tu gremio”. Sin embargo, si dijo “tu grupo”, refiriéndose a esa panda de locos en donde estaba metido el dragontino. Sonrió abiertamente.

-Me encariñé demasiado con vosotros, y ya saqué toda la información que podía del gremio. Me pondría de parte de nuestro grupo, sin pensármelo dos veces.
-¿Y si hubiera más amigos en el ataque? –Preguntó Ankar serio. Hassle se encogió de hombros.
-Es uno de los riesgos de ser un espía. A veces puedes tener que dañar a tus amigos. No los mataría, si eso me preguntas, pues no todos los que luchan en los WyrmSlayers son mata dragones.
-¿Qué quieres decir?
-Venta de armas ilegales, de esclavos, de drogas, sobornos, robos, posadas, casas de apuestas, casinos, extorsión, prostitución, secuestros… -Fue enumerando con los dedos el viera. –Hay muchas maneras de trabajar dentro de los WyrmSlayers. Hasta tienen toda una sección de cazadores de recompensas, como yo, pero solo la élite de esos forman parte de los auténticos cazadores de dragones. Algunos ni siquiera han visto de cerca un lagarto, mucho menos un drako de viento… ya no hablemos de un dragón.
-¿Tienes conocimientos de…?
-Sí.
-No he terminado la pregunta. –Dijo serio Ankar.
-Ibas a preguntar si tenía datos y conocimientos de todo lo que te he dicho, y la respuesta es sí. Tengo datos de ellos, incluso hace poco conseguí hacerme con la cara, el nombre y el título de uno de los últimos cabecillas de la Hidra.
-Explícame eso.
-Dentro de un tiempo se van a reunir todos los líderes de los WyrmSlayers. –Explicó Hassle con una sonrisa. –No sé el momento ni el lugar todavía, pero esa información está reservada a solo unos pocos. Además, WyrmSlayers es un gremio muy desorganizado. Solo están unidos gracias a los líderes, por ello nos referimos al gremio entre los espías como “La Hidra”, porque si cae un cabecilla, dos de los demás líderes lo sustituirían hasta entrenar a uno nuevo. Pero si todas las cabezas son cortadas…
-El cuerpo moriría…

Ankar escribió bastante antes de volver a mirarlo, pero sacó una botella de bambú llena de agua y bebió de ella. La tapó y se la lanzó a Hassle, que la tomó al vuelo de pura suerte.

-Bebe, creo que hace bastante que no pruebas el agua.
-Gracias. –Dijo el mago rojo terminando el contenido, que era casi todo. Cuando terminó, se lo lanzó al albino otra vez. –Perdona, creo que me la acabé.
-No pasa nada. –Dijo él, y lo miró. -¿Te quedan amigos en el gremio?
-Algunos… pero casi todos son espías, como yo.

Ankar escribió y dejó la pluma en el mismo lugar que la otra vez, bajo la silla. Guardó todos los papeles en la carpeta y se levantó, acercándose a Hassle. La decisión en los ojos del albino asustó en un momento al viera, y cuando levantó las manos, cerró los ojos, pensando que iba a golpearle…

Entonces, escuchó una cerradura abrirse, y sintió los brazos libres. Abrió los ojos, y pudo ver sus muñecas libres… heridas por los mordiscos del metal, pero libres.

Miró hacia arriba y pudo ver a Ankar de pie. Cuando iba a decir algo, sacó una hoja de pergamino. La orden de ejecución de Hassle, y la rompió por la mitad frente a los ojos rojos y sorprendidos del preso.

-Pero… -No llegaba a comprender lo que acababa de hacer el dragontino. Este extendió su mano hacia él.
-Confirmé tu historia con Alexandría, igual el hecho de que tienes tu daga registrada en el país.
-¿Entonces…? –Dijo el mago tomando la mano de Ankar para levantarse. -¿Por qué esas preguntas?
-Porque quería estar seguro.
-¿Seguro de qué?
-De que eras mi amigo, y no un cazador de dragones.

Hassle lo miró extrañado, y sonrió abiertamente. No como solía hacer, si no una sonrisa de corazón, pues por algún motivo, la forma de ser de Ankar le recordaba a la de Iregore. Apretó su mano.

-Ahora ya puedo decir que tengo un nuevo amigo. –Contestó el viera. –Y me agrada de que seas tú, sinceramente.

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Varios estaban todavía esperando noticias de la decisión de Ankar. Ylenia estaba en el jardín donde Dreighart había caído inconsciente, pensando en todo lo que le habían dicho. Era cierto que Ankar había hecho lo que Cyan había dicho, pero… ¿Qué derecho tenía él de recordárselo? Lanzó una de las piedras de río al estanque, viendo como todas las carpas se escapaban.

Lylth había estado casi cada hora en el cuarto de Dreighart, tratando de hacerlo despertar. Si sus cálculos eran correctos, y gracias a los libros de Doma creía que lo son, despertaría en ese día. No estaba preocupada por Hassle, si no por Ankar, el cual parecía bastante agotado y no queriendo hablar con nadie. Aunque, en cierta medida, lo entendía, pues necesitaba estar despejado para tomar una decisión.

Lomehin se había aficionado a acompañar a Onizuka en los entrenamientos, ya fueran de espada o simplemente tomando el té, jugando una partida de go. No consiguió vencer nunca a Onizuka, pero no lo frustraba, pues le gustaba esa atmósfera. Había decidido que, fuera lo que fuese lo que Ankar decidiera, confiaría en él. Por lo tanto, decidió disfrutar de esos días. Por algún motivo se sentía a gusto en aquel lejano lugar.

Kahad había estado practicando su puntería en la zona de tiro con arco, lanzando shurikens. No podía depender solo de la magia de Emberlei, mucho menos si esta estaba desconcentrada como estaba ahora. Había visto los papeles que Ankar había recibido y sabía que pronto vería al viera, pero prefería estar ocupado, y gracias a eso pudo ver la puntería de Ellander en acción.

Sin embargo, había algo que le molestaba de ella. Mientras lanzaba flechas, el ninja pudo ver a la al’bhed con detenimiento, y se sorprendió al encontrar que tenía movimientos muy calculados. Si no fuera porque es de una región desconocida, diría que fue entrenada por ninjas en el arte del sigilo y del tiro con arco, pues le resultaba familiar el modo en el que disparaba. Prefirió observarla más antes de decir nada.

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Habían pasado ya tres horas, y el dragontino y el mago rojo no habían salido del cuarto. Hassle había sacado toda la información que tenía sobre los WyrmSlayers, y estaba explicando en ese momento donde estaban las bases del gremio.

-Aquí… y aquí. –Dijo el viera señalando en unos puntos de los mapas que había sacado de algunas ciudades. La de aquí hace tiempo que no la visito, y la de Wutai del Oeste estuve hace poco, por lo que sigue en activo.

Estaban ambos sentados en el suelo, con varios pergaminos con mapas entre ellos. Había varios puntos marcados con tinta roja donde estaban las bases, y Hassle usaba el pincel con dificultad por falta de uso. Al lado de Ankar había un grueso libro con toda la información que había recopilado el espía en el gremio, incluyendo nombres de miembros y nombres de sus compañeros espías.

-Mucha de esta información ya está en poder de Alexandría. –Explicó el mago rojo. –Todavía no he tenido tiempo de informar de todo.
-¿Por qué?
-En Wutai me tenían vigilado, ya que alguien acabó con dos de sus cazadores. –Dijo con una sonrisa. –Y en Alexandría estuve todo el rato junto a las chicas, por lo que no pude escabullirme para avisar a nadie.

Ankar asintió, mirando todos los mapas de Hassle. Ese gremio oscuro era grande, lo suficientemente grande como para ocultarse en las capitales y salir airosos sin ser descubiertos. Había oído hablar de él hacía años, pero pensó que ya habían desaparecido.

-¿Cómo pueden ser tan grandes y que nadie se haya dado cuenta? –Preguntó entonces el albino tomando el libro de notas de su compañero. Éste se encogió de hombros.
-Que yo tenga entendido, hay muchos gremios legales que están detrás de ellos. Pero el que tiene el oro hace las reglas.
-Ya… sobornos. –Concluyó Ankar. –Gracias a eso pueden operar.
-Los sobornos no son lo único que usan. –Explicó el viera. –El chantaje también es muy útil en esos aspectos. Además, muchas de las bases son negocios legales que usan para lavado de dinero y ocultar miembros. Posadas, tabernas, tiendas… Ya te imaginarás.
-Entonces en esas tabernas se entregan las órdenes, como si fueran sedes gremiales. –Reflexionó el albino mientras tomaba una carpeta que le pasaba Hassle y la abría. Su compañero asintió. -¿Cómo se comunican?
-Halcones mensajeros, carteros del servicio de correos comprados, mensajeros, conjuros telepáticos… Estos últimos son los problemáticos, pero ya hay gente en el asunto, y la verdad es que muy pocos magos blancos están dentro del gremio.

Mientras Hassle preparaba una nueva carpeta, Ankar leyó lo que tenía la que le había dado antes.

-Carteles de “Se Busca”… -Dijo mirando algunos de ellos. El viera asintió.
-Sí. Para hacer dinero legalmente el gremio acepta a veces órdenes para caza recompensas. El dinero es limpio y abastece al gremio.
-Esta es tu lista. ¿Verdad? –Preguntó Ankar pasando hojas. –Hay criminales bastante famosos.
-Si los capturo vivos, la recompensa es mayor. –Dijo el mago rojo riendo. –Nunca les di un mísero guil, eso sí. Los entregaba en la zona donde estaba, y no en la sede. Muchas veces se molestaron conmigo, pero siempre les decía que no había nadie cerca del gremio para arreglar el papeleo.

Siguió pasando hojas hasta llegar a otras que tenían el sello de la serpiente alada de los WyrmSlayers. Tomó uno de esos carteles y se lo enseñó a Hassle.

-Órdenes de asesinato. –Explicó el viera. –Enemigos, objetivos del gremio, gente que ha desertado sin motivo. Ese tipo de cosas. Son como los carteles de “Se Busca” pero estos solo los pagan las sedes del gremio. Si se acaba con uno y se demuestra con, digamos, una cabeza, te dan la suma ahí puesta.

El dragontino siguió pasando carteles hasta llegar a uno específico. La orden contra Ylenia. Una recompensa alta, aunque habían otros con peores números. Suspiró dejando la carpeta en el suelo junto al resto de la papelería.

-Recuerdo que estos tuvieron como aliados a otro gremio oscuro, uno que llevaba desde hace cientos de años en activo, pero ese ya no existe. –Explicó Ankar.
-Normalmente absorben a sus aliados, pero creo que se a cuál te refieres. –Habló el viera. –Un gremio ancestral que cazaba a seres especiales. ¿Verdad?

Ankar asintió mientras tomaba la tercera carpeta. En ella estaban escritos en idioma Burmeciano varias cartas que tenía junto a su superiora.

-No hay muchos vieras en el gremio. ¿Verdad?
-Verdad. Solo un pequeño puñado, y casi todos en Burmecia. –Explicó Hassle. –Por eso el idioma que usamos es el nuestro.

Asintió ante tal posibilidad. Después miró hacia la puerta.

-Podéis entrar, si vais a estar escuchando a través de la puerta mejor entrad y sentaros.

Se escuchó un golpe antes de abrirse la puerta. Todos salvo Onizuka, Lomehin y Dreighart entraron en el cuarto, mirando todo el desorden.

-¿Entonces? –Preguntó con dureza Ylenia. Ankar la miró.
-Hassle no es un criminal. –Explicó el albino. –Es un espía de Alexandría actuando encubierto dentro del gremio oscuro conocido como WyrmSlayers.
-¿Cómo estás seguro?
-Mandé un mensaje a Alexandría. –Explicó el dragontino. –Me mandaron su expediente. Con el sello del ejército. Tiene su arma mata dragones registrada y está dando toda la información que tiene.
-¿Y no has pensado que es una treta para que confíe en ti? –Preguntó Ylenia mordaz, mirando al viera. –WyrmSlayers tienen jueces en nómina, sobornar a un miembro del ejército no sería difícil.
-Conozco a la persona que está a cargo. –Explicó Kahad entonces. –No es precisamente una de esas personas a las que se les puede sobornar con facilidad. Pieldorada es alguien de fiar.
-Entonces… ¿Ya está? –Dijo Ylenia molesta. –¿Por un simple sello ya está todo arreglado? No. Me niego.
-Me parece perfecto. –Dijo entonces Ankar sorprendiéndola. –Es por eso que vas a estar vigilándolo por si hace algo sospechoso. Además, quiero que pongas en los mapas de Hassle las bases que hayas denunciado.
-¿Cómo…? –Empezó a decir Ylenia, pero se giró a Lylth. –Tú le dijiste. ¿Verdad?
-No, fui yo. –Sorprendió Ellander a la de cabello gris. –No soy una espía, pero pensé que eso necesitaría saberlo el líder de nuestra expedición.
-¿Ya te incluyes en ella? –Preguntó de nuevo molesta Ylenia, a lo que Ellander la miró con fijeza.
-Él es el líder, él me aceptó. En esta empresa está mi prima, que hace más de diez años que no veo, y gente que comparte cierto paralelismo con lo que a mí me pasó. Por lo tanto, si, me considero una más dentro del grupo.

Ylenia fue a replicar, pero Ankar dejó el fajo de mapas en el suelo de repente.

-Ylenia, te doy esta misión. Vigila a Hassle por si hace algo que no esté dentro de lo normal. Cuando te convenzas de que es uno de los buenos, me avisas. ¿Queda claro?

Ella se quedó en silencio, mirando a Ankar un tanto sorprendida. Pero no tardó en asentir. Al fin y al cabo le estaban dando una tarea que podía realizar bastante bien, y no permitiría que un WyrmSlayer hiciera lo que le diera la gana en ese grupo que cada vez más cariño le daba.

-Bien, entonces vamos a comer. –Dijo de repente Hassle con su sonrisa mientras se levantaba. –Tengo más hambre que un licántropo a dieta de verduras.

Ylenia lo miró desconfiada, pero cuando empezó a salir, ella se levantó y salió detrás de él. Cerraron la puerta al salir, y Kahad lo miró.

-Habías hablado eso con él. ¿Verdad?
-Así es. –Contestó Ankar. –Sé que algunos no confiaréis en él, así que la mejor manera de que lo hagáis es que os lo demuestre. Lo que me lleva a lo siguiente. –Dijo mirando a Cyan y entregándole el libro de notas de Hassle. –Cyan, eres experto en leyes, y conoces a prácticamente cada noble de Gaia. ¿Me equivoco?
-Me conoces bien. –Contestó el bardo tomando el libro. –¿Qué necesitas que haga?
-Quisiera que leyeras todos estos datos y me digas si podemos empezar acciones legales contra el gremio. –Explicó el albino. Después le dio los mapas. –Aquí hay varias de sus bases. ¿Crees poder?

El bardo hojeó el libro y soltó un pequeño silbido con admiración.

-Veo mucho material aquí… -Empezó a decir mientras miraba ahora los mapas. –Aunque necesitaré algo de ayuda… Kahad. ¿Podrías asistirme?
-¿Qué necesitas? –Preguntó extrañado el ninja. Cyan le dio los mapas.
-Conozco la ley de Eblan y de otros países, pero tú siendo un cargo en el ejército debes estar más familiarizado con la de tu país. Además, con tus conocimientos de algunos lugares, podríamos…
-Entiendo tu punto. –Cortó Kahad al bardo. –Y extrañamente, es bastante lógico. Aunque para leer todo eso creo que tardarás bastante.
-Mi querido amigo sombrío, cuando estás en la universidad aprendes a leer rápidamente. Este libro no será un problema. –Contestó con una sonrisa el bardo mientras se levantaba. –Vamos a la biblioteca, ahí habrá mucha más luz y nos será fácil encontrar posibles libros de referencia.

Ambos se fueron dejando al dragontino junto a las dos al’bhed y la maga negra. Esta fue inesperadamente la que habló.

-¿Cómo sabías que no era un mata dragones? –Por la expresión de Emberlei, no parecía entender ese curso de acción.
-Por un pálpito. –Contestó él. –Madre siempre me dijo que hiciera caso de mis instintos, que suelen acertar. A veces esos pálpitos son inconscientes y actúan por su propia norma.
-Pero podrías haberte equivocado. –Dijo la chica contrariada. –Y podrías haber perdido mucho.
-Cierto. –Asintió Ankar. –Pero vale más equivocarse salvando una vida, que puede tener solución, antes que quitar una vida que puede ser una solución final. Además de que el que muera puede ser inocente.
-No tiene lógica. –Contestó Emberlei levantándose. –Tiene que haber una explicación para esos pálpitos, no puede que exista una intervención sin fundamento.
-Los Cetra hablan con los dioses, y los Viera con la naturaleza. –Contestó Lylth. -¿Por qué sería tan raro que alguien tuviera un sexto sentido para estas cosas?

Emberlei la miró seria, como si acabara de decir una estupidez.

-Las personas que se comunican con la naturaleza leen las fluctuaciones del maná de la zona. –Explicó la de cabellos morados. –Lo mismo que esos charlatanes que dicen hablar con los dioses. Los dioses no existen, son cúmulos de maná sin forma física.
-¿Y Bahamut? –Preguntó de repente Ankar, y ella lo miró.
-¿Qué ocurre con él?
-Bahamut es el Dios de los Espers. –Dijo el albino. –Y tiene forma física. Hay dos personas que pueden invocarlo en esta época, y a diferencia de otros espers que tienen el mismo nombre, solo hay un único Bahamut.
-Bahamut es un esper. –Contestó ella molesta. –Además de ser un dragón. Es normal que civilizaciones primitivas pensaran que fuera un dios, igual que el resto de Espers. Los invocadores éramos considerados como los servidores de los dioses, pero lo que pasa es que no tienen la lógica de alguien que vive cada día con ellos.
-En mi tierra tenemos mucha más lógica y tecnología que aquí. –Explicó Ellander de repente. –Y no por eso somos menos espirituales. Uno de los mayores científicos y filósofos de Terra dijo una vez que no puede entenderse la ciencia, la lógica y la magia sin antes entender lo divino, y a la inversa.
-Entonces ese filósofo era un estúpido, como todos los filósofos. –Dijo Ember con desdén. –Creeré en los dioses cuando vea a uno de ellos. Y opino lo mismo de esos pálpitos. Cuando me demuestres que son reales creeré en ellos. –Y después de eso, se marchó con paso decidido.
-Últimamente está más irascible de lo normal. –Dijo Ellander, mientras Lylth asentía.
-Sí, y no creo que cambie de opinión. –Contestó su prima, y miraron a Ankar. -¿Entonces?
-¿Entonces qué?
-¿Qué vas a hacer ahora?

Ankar se quedó en silencio unos segundos antes de contestarle.

-Primero quiero que todo esté en orden antes de marcharnos. –Explicó el albino. –¿Cómo se encuentra Dreighart?
-Si todo va bien, despertará pronto. –Explicó la maga blanca. –No creo que ya tarde mucho en reaccionar al tratamiento.
-¿Sabes ya qué le ocurrió?
-Alguna idea tengo, pero todavía debo confirmarlo. –Explicó Lylth. –No puedo dar un diagnóstico fiable si no tengo todas las variables.
-Bien. Avísame cuando despierte, por favor. –Pidió el dragontino. –Quiero que estemos preparados lo antes posible.
-¿Otro de tus pálpitos? –Preguntó Ellander, a lo que Ankar asintió.
-Si… y por desgracia no es uno que me guste.

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Kahad y Cyan se enclaustraron en la biblioteca de Doma con varios libros que tomaron prestados. La luz había descendido mucho desde que empezaran a estudiar, y pronto sería de noche.

En un libro de notas, el bardo había estado apuntando varias cosas mientras hablaba con el ninja.

-Por lo que veo, tenemos nombres de nobles y mercaderes. –Explicó Cyan quitándose los lentes. –Mucha de esta gente será problemática de incriminar.
-Por eso me pediste ayuda. –Dijo con una sonrisa el ninja. –Porque puedo contactar con los espías de Eblan para conseguir pruebas. ¿Verdad?
-No se os escapa una, mi sombrío amigo. –Dijo Cyan frotándose los ojos con una mano. –Pero aun así, será muy difícil de conseguir.
-¿Qué pruebas necesitaríamos? –Preguntó Kahad apilando los mapas.
-Documentos oficiales… -Empezó a decir el castaño. –Testigos… pruebas que los incriminen de algún modo… Incriminar a un noble no es fácil, sobre todo si tiene dinero.
-Déjame enviar unas cartas. –Dijo el ninja tomando pergamino, tinta y pluma. –Si lo que necesitamos son ese tipo de pruebas, conozco a las personas adecuadas que pueden ayudarnos. Al fin y al cabo si tenemos tantas pruebas podemos saltarnos algunos procedimientos.
-La red de los ninjas es grande. –Dijo Cyan juntando el dosier. Kahad asintió. –Dime… ¿qué opinas de este cambio de eventos?
-¿Te refieres a lo de Hassle? –Ante la pregunta del ninja, el bardo asintió. –Como dije, conozco a la persona que está a cargo de nuestro amigo viera. Es una mujer de armas tomar, pero muy de fiar.
-Pero… ¿Qué opinas tú?
-¿Yo? –Se encogió de hombros. –Confío en el criterio de Ankar.
-Sigues sin contestar mi pregunta.
-Creí que con eso bastaba.
-No mucho, la verdad.
-Bueno… Normalmente cuando alguien miente tiene ciertos tics. –Explica el ninja. –Tú como bardo debes haberlo visto. Siempre tienen un modo de esconder sus mentiras. –Cyan asintió mientras recogía algunos de los papeles que habían estado escribiendo. –En el caso de Hassle es igual. Si hubiera mentido, hubiera sonreído de una manera diferente, o se habría rascado la oreja, o algo. Me fijé en todo momento. No ha hecho nada de eso.
-Pensé que era el único que se estaba fijando en esas cosas. –Contestó con sincera admiración el bardo. –No me esperaba que tú también lo miraras.
-No voy a poner en peligro mi misión solo porque una persona se equivoque. –Explicó Kahad. –Sin embargo, eso unido a que Ankar le dio una segunda oportunidad es suficiente para mí.
-Por desgracia, no lo es para mí. –Dijo Cyan suspirando. –No me malentiendas, confío en el criterio de Maese Ankar, ha demostrado que tiene un buen tino para la gente, pero la vida me ha enseñado que los más fáciles de engañar son los que creen en algún código.
-Puedo entenderte… Pero por eso nos mantendremos vigilantes. –Comentó Kahad. –No solo Ylenia lo vigilará. Siempre estaremos uno de nosotros con él. ¿Qué te parece?
-Querido Kahad, me parece una excelente idea. –Contestó Cyan extrañamente serio. –Además, nosotros no tendremos una mirada perjudicada por el pasado como la que puede tener nuestra dama de hielo.

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Ylenia miraba fijamente a Hassle mientras comía. No podía entender cómo podía comer con tanta tranquilidad toda aquella comida después de haber estado en prisión. Estaba irritada, molesta, y aun cuando Ankar le había dado una segunda oportunidad, por mucho que pueda decir conocía demasiado bien los procesos de los malhechores. No era difícil hacer que alguien falsificara documentos oficiales, incluso en Alexandría.

Por su parte, el viera no dejaba de comer, pues los días que estuvo a oscuras le habían hecho mella con esas asquerosas gachas que le dieron de comer. Echaba de menos la comida bien hecha y regada con vino, aunque fuera de arroz. Miró entonces a Ylenia, y le sonrió.

-Entiendo tus reticencias. –Dijo Hassle llenando su copa de sake.
-No entiendes nada. –Dijo ella molesta, sin dejar de mirarlo.
-Oh, calma, Ylenia. Que aquí nadie está atacándote. –Le contestó él bebiendo el licor.
-Tú me atacaste al estar en ese gremio. –Repuso ella apartándose un poco. –A mí y a todos los que tu asqueroso grupo ha hecho infeliz.
-¿Aun cuando demostré que era un espía alexandrino en el gremio? –Preguntó extrañado él.
-Es fácil falsificar documentos. –Contestó ella. –No me fío de ti, no voy a dejarte ni a sol ni a sombra.
-¿También cuando vaya al baño? –Preguntó con una sonrisa él, pero ella golpeó el suelo con el puño.
-¡Maldita sea, Hassle, esto es serio! –Gritó ella. –¡No pienso tolerar que te tomes a  broma lo que ando diciendo! ¡Conozco a demasiada gente que ha sufrido de esclavitud por culpa de los WyrmSlayers! ¡De gentuza como tú!
-Bueno, me hace gracia que pienses que todos los pájaros sean gajos. –Contestó sin perder la sonrisa el viera. –Pero yo haría lo mismo que tú.
-No me vengas con tonterías, Hassle. –Dijo ella de nuevo.
-No, no son tonterías, te digo la verdad. Si tú hubieras atacado a Ankar y yo tuviera que vigilarte, obviamente desconfiaría de todas tus palabras. Ya lo hablé con Ankar, es normal que algunos desconfíen de mí después de lo que le hice a nuestro amigo. Pero oye, eso ya quedó entre él y yo.
-No sólo debe quedarse entre vosotros dos. –Dijo con voz venenosa la chica.
-Uy, cuidado con ese tono, querida. –La sonrisa de Hassle no desaparecía, ni siquiera cuando hablaba serio. –Yo no hice nada para molestarte, creo yo.
-No me hagas repetirme.
-Entonces dame una respuesta concreta. –La voz del viera se puso seria, pero la sonrisa no la perdió.

Ella soltó un bufido, mirándolo con seriedad. No podía entender por qué esa sonrisa le estaba molestando tanto, pero tampoco podía entender por qué seguía sonriendo.

-Estás metido en un gremio que prefiere esclavizar gente que ganarse la vida honradamente. Todos los que ahí están son despojos de la sociedad, asesinos en masa, ladrones y demonios.
-Oh, ya veo. Entonces según tú, hasta el niño que roba para poder dar dinero y que no lo maten también es un despojo de la humanidad. –Contestó Hassle con calma. Ylenia lo fulminó con la mirada.
-No es…
-¿Lo mismo? –Terminó Hassle, algo cansado de la conversación. –Déjame hablarte de un muchacho al que conocí, Ylenia. Era un muchacho inocente, bueno con las letras y la magia. Tenía un buen maestro y una madre que amaba. Pero un día, esa madre que amaba fue asesinada por un dragón, y su maestro fue herido de gravedad a tal punto que le pidió a este chico que acabara con su sufrimiento. Este chico juró vengarse, y desde entonces está dentro de los WyrmSlayers, buscando venganza. Pero todo lo que hace para el gremio es curar a gente, vivir honradamente, y solo tiene que mantener en su casa a aquellos miembros de WyrmSlayers que vayan por ahí y busquen refugio. En pocas palabras, solo deja dormir en su casa a algunas personas mientras él cura a los del pueblo. ¿Es un despojo de la humanidad?
-Podría vivir sin estar dentro de ese gremio.
-Podría, sí, pero entonces no tendría información de su venganza. Y como a él no le interesa en lo más mínimo la misión de los WyrmSlayers, vende información de ellos a gente como yo. –Dijo Hassle mirándole a los ojos. –Conocí a una muchacha que vivió toda su vida como esclava de WyrmSlayers. Le debía todo a uno de los miembros que la compró. Cuando le entregaron su libertad, no supo qué hacer con ella.
-No me hables de esclavos, conozco mejor que tu sobre ese tema. –Dijo fría la chica, pero Hassle no se quedó callado.
-La muchacha terminó sin saber cómo vivir, como moverse, cuando hacer algo y cuando no. Un buen hombre del gremio la adoptó y le enseñó a vivir por su cuenta. Cuando ese hombre murió, ella ocupó su lugar y empezó a comprar esclavos para liberarlos. ¿También es un despojo de la humanidad?
-¡Eso no habría pasado si no fuera esclava! –Gritó de nuevo Ylenia.
-Quizás sea cierto, pero es la época en la que nos ha tocado vivir. –Dijo imperturbable el viera. –Te guste o no te guste.
-No es lo mismo… Lo que dices y lo que ocurre son dos cosas diferentes.
-Claro, olvidaba que eres la blanca inmaculada, la que nunca rompió un plato. –Dijo frío ahora el viera, mirándola a los ojos. –Porque claro, tu dolor es más fuerte que el de los demás. ¿Verdad? ¿Qué importa que un chico de las arenas de gladiadores tuviera que matar a cinco de sus mejores amigos y dejar que lo violaran para poder ser libre, aun cuando esa libertad fue conquistada con sangre y dolor? ¿Qué más dará si fue una WyrmSlayer la que compró su libertad para evitar que matara a más de sus amigos, para evitar que cayera en la oscuridad sin retorno? –Dejó los palillos encima de su cuenco de arroz vacío. –¿Qué es peor, que tu hayas sido poseída por un demonio, o que el propio demonio te haya convencido de hacer maldades para sobrevivir?
-¡No es para nada igual! –Gritó ella poniéndose de pie. –¡¿Qué sabrás tú?! ¡Has vivido con calma y rodeado de lujos toda tu maldita vida! ¡No has tenido que escarbar en la basura para buscar un mendrugo de pan sin demasiado moho para llevarte a la boca! ¡No has tenido que venderte para que no te mataran! ¡No sabes nada!
-Si eso es lo que piensas… -Dijo el viera sin alterar su voz. –Entonces supongo que así será. –Dijo y tomo de nuevo sus palillos para comenzar a comer la carne. –Teniendo en cuenta que tú lo sabes todo sobre la vida, entonces yo habré vivido rodeado de lujos, con comida caliente todos los días y una manta por las noches. Yo no tuve que vivir en un orfanato donde solo nos daban de comer una vez al día, donde no había dinero para comprar leña para el fuego durante el invierno en Narshe, época en la que cada día había un niño que no despertaba por la mañana. –Masticó la carne, esta vez más deprisa. –Pero claro, yo soy un WyrmSlayer, yo vivo en una casa de oro con copas de cristal Burmeciano. Bebo hidromiel de Lix todos los días y compro ropas a Elfheim. –Se encoge de hombros. –Piensa lo que quieras. Solo tengo a dos personas que demostrar lo contrario, y tú no eres una de ellas.

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Lylth dejó a su prima hablando con Ankar sobre religión. Aun cuando ella era una maga blanca no profesaba el sacerdocio hacia Goddess, la diosa blanca, y prefería quedarse a un lado cuando empezaban esas conversaciones. Que si las tres diosas de la magia, que si los cuatro dioses elementales, que si los cuatro grandes dioses… Ella sabía de eso la teoría, pero prefería dejárselo a otras personas. Cuando le preguntaron si iba a entrar en el sacerdocio de Goddess al ser una maga blanca, se negó en redondo. Su abuela no era una sacerdotisa y llegó a ser una poderosa maga blanca con el título de devota. ¿Por qué ella debería ser diferente?

Sin embargo, no los había dejado porque no le gustara la religión, sino porque tenía algo más en mente. Pasó por el almacén de hierbas medicinales y tomó varias para preparar una nueva infusión. Había estado cuidando de Dreighart desde que había caído en ese extraño coma, y la alimentación había sido difícil pero no imposible. Un trapo empapado de infusiones, pociones y demás líquidos hizo que no se deshidratara o desnutriera, así que por ese lado estaba tranquila.

Cuando llegó a la habitación y la abrió, miró desde ahí al ladrón, todavía con los ojos cerrados en el futón. Le hizo una inclinación de cabeza a la muchacha que cuidaba de él y se apartó para dejarla salir. Cerró la puerta, colocó la pequeña mesa cerca de él y se sentó en el suelo, colocando todos los enseres que tenía en la bolsa para empezar con la infusión.

Desde que lo conoció había sentido la energía que había en su interior, y pocas cosas recordaba de sus tierras… Pero el brillo de los ojos del peliazul era demasiado característico… Lo había visto de pequeña en alguna ocasión, y en los libros de sus padres, pero en un mundo donde la magia era tan típica… Sincerándose consigo misma, existía la duda de si realmente era o no era el mismo brillo.

Tomó el agua caliente y llenó una tetera, y colocó en una bolsa de papel varios restos de las hierbas que estaba preparando. El olor a flores inundó la habitación mientras la infusión se iba preparando, y ella le colocaba gotas de varias pociones que traía consigo. La alquimia fue una de las asignaturas favoritas que tuvo cuando aprendió el oficio, y necesitaba de ella para crear esos remedios tan especiales. La mente era algo muy difícil de tratar, y las dosis debían estar fríamente calculadas… Pero debían estar haciendo efecto si se le empezó a desbaratar el cerebro.

Recordó cuando Dreighart le pidió ayuda. Fue en Burmecia, después de la batalla contra Quetzacoatl. Dijo que temía tener problemas por el lanzado hacia el Ave de Jade, y ella había empezado un tratamiento con infusiones, algo no muy invasivo y fácil de digerir, pero que despertaría recuerdos bloqueados. Sin embargo que tuviera un ataque nervioso al tratar de recordar algo y que su cerebro se apagara por protección era algo que no habría esperado. Le preparó la misma infusión que ahora, una amalgama de plantas y flores junto algunas gotas de pociones más elaboradas que hacían que el olor que la infusión desprendía reactivara la memoria cognitiva, mientras que al beberla calmaría los nervios y el choque sería más suave. En la teoría debería tomar algo de tiempo, pero temía que los ataques eléctricos de aquella batalla estuvieran acelerando el proceso.

Removió con un palito las hierbas, y escanció la mezcla en otra tetera mientras se colaba en una pequeña red. La mezcla sin sedimentos tenía un tono morado, casi violeta, que parecía un simple té de flores. Asintió satisfecha mientras inspiraba el olor con fuerza.

-Perfecto…

Tomó una compresa y la llenó de la infusión, y tras escurrirla se la colocó en la frente a Dreighart. Se secó su propio sudor y empezó a guardar en botellas la infusión que quedaba para que el ladrón se la tomara al despertar. Suspiró con satisfacción y se sentó al lado del futón del chico y abrió el libro que le dio el abuelo de Onizuka para estudiar un rato. Quizás con suerte despertaría en poco tiempo.

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No recordaba cuando había llegado hasta ahí, pero algo le decía que debía moverse, y rápidamente. Podía escuchar el sonido de los pájaros mientras el sonido de las campanas hacía saber que ya era tarde. En esa zona de la ciudad no solía llegar la luz del sol, por lo que muchos sabían las horas por las campanadas o los relojes. Estaba subido a lo que pensó que era un árbol, pero eso no era posible, pues los árboles no crecían en esa zona de los suburbios, ya que llevaba años abandonada por todos los gobiernos que había habido.

Miró hacia abajo, y pudo ver el color que estaba buscando. Azul eléctrico. Tan parecido al suyo… Se bajó del árbol y se ocultó bajo una construcción para niños. A un lado pudo ver a Juto, agachado detrás de un barril de metal, y al otro lado pudo ver dentro de un armario a Ludius, también oculto. Los tres se miraron y asintieron, saliendo de sus escondites con mucho sigilo. Giraron a la derecha, y siguieron esos cabellos en silencio. Llevaban mucho tiempo juntos y sabían cómo moverse. Se escondió detrás de una gran masa de metal, colocando su espalda en ella, y sacando un pequeño cilindro negro miró a través de él por detrás de sí. Unas construcciones en forma de animales intentaban ocultar a la chica que buscaban, pero esta estaba moviéndose hacia una zona despejada. Podía ver como estaba hablando con un hombre, alto como una torre y con un traje de etiqueta de color rojo. Sus cabellos, cortados a la manera militar, eran también pelirrojos.

¿De qué estarían hablando? Y lo peor de todo… ¿Por qué tanto secretismo?

Bajó el catalejo y se movió por los escombros para escuchar mejor, acercándose con cuidado entre metal y suciedad. Apartó un par de bolsas sin hacer ruido, se arrastró por el suelo y de fondo podía escuchar como sus dos compañeros hacían lo mismo que él por su parte. Al final consiguió acercarse más a la pareja y notó que la discusión estaba empezando a acalorarse. Se levantó como pudo y apoyó de nuevo su espalda contra una pared de piedra medio derruida, mientras veía como sus amigos hacían lo mismo pero en otras zonas. La voz de ella le llegó entonces con claridad.

-… años con esto, y aún no ha ocurrido nada. ¡Me prometieron resultados!
-Te dije que requeriría tiempo. –La voz de él era educada pero inflexible, casi carente de emoción.
-¡Demasiado tiempo! –Ella golpeó una puerta de metal haciéndola caer, y levantó el puño con algo colgando de él. –¡Usted me dijo que sería lo más impresionante que el mundo vería, y lo único que hace…!
-Lo que hace es convertirte en la más grande de entre los tuyos. –Repuso el hombre con dureza.

Ella golpeó de nuevo una pared y completamente fuera de si, lanzó el objeto hacia donde estaba él escondido.

-¡Estoy harta de esperar! –Gritó ella. –¡Quiero resultados, y los quiero ahora!

La discusión continuó, y él aprovechó para agacharse para recoger lo que ella lanzó. Cuando se empezó a levantar, ya apoderado de ese objeto, pudo ver que sus compañeros lo miraban y asentían. Se levantó completamente, pero un sonido le puso la piel de gallina. Miró a uno de sus compañeros en el preciso instante en que unos barrotes de hierro caían en un gran estrépito. Miró a la chica, que se giró, y una gran llamarada apareció iluminándolo todo. Gritó horrorizado al esconderse detrás de la pared.

-¡No!

Se levantó rápidamente del lugar y salió corriendo en la dirección opuesta, donde no estaba ni ella ni el desconocido, pero perdió el equilibrio y tuvo que tomarse de un barrote para no caerse. Una llamarada nueva casi le devora la cabeza, y al mirar atrás, pudo ver otra gran masa de fuego… Gritó.

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 Abrió los ojos de repente, con la respiración agitada. El techo no le parecía familiar, pero al mirar al lado vio a Lylth quitándole una compresa de la frente.

-¿Qué ha pasado? –Preguntó Dreighart levantándose. Le dolía todo el cuerpo, como si le hubiera apisonado un monstruo.
-Te desmayaste. –Contestó la maga blanca mientras se giraba para tomar un vaso, acercándoselo. Al mirar, el peliazul pudo ver que era agua. –Creo que tuviste una experiencia traumática.
-Recuerdo que charlaba con Ylenia… -Dijo, pero se interrumpió cuando Lylth le puso el vaso de agua en la mano.
-No fuerces tu cerebro. –Dijo ella. –Toma esto, perdiste agua al sudar.
-Gracias… -Repuso él tomando el agua. La frescura le supo a gloria. –Tuve un sueño muy extraño.
-¿De verdad?
-Si… -Contestó él, dejando el vaso vacío. –Pero casi ya no lo recuerdo.
-¿Qué recuerdas? –Preguntó la maga blanca con calma.
-Solo… Tristeza. –Dreighart se rascó la cabeza. –Tristeza… terror… y dolor. Una llamarada que me engullía entero…
-Bien… Ya no te fuerces más. –Dijo ella dándole un nuevo vaso, lleno de infusión fría. –Bebe.

El ladrón obedeció. Conocía ese sabor, era la misma infusión que tomaba diariamente, pero ella se la dio fría esta vez.

-¿No que debía tomarla caliente? –Preguntó el peliazul. La chica se encogió de hombros.
-Caliente tiene más efectos, pero ahora es mejor que la tomes fría. –Contestó mientras cerraba su libro.
-¿Qué pasó con Hassle?
-Oh, cierto… Estás muy desactualizado, dormiste mucho.
-Espera… ¿Cuánto dormí?
-Casi una semana.
-¡¿Cómo?! –Exclamó el ladrón. -¿Una… semana?
-Más o menos, sí. –Corroboró ella. –Pero en esa semana pasaron algunas cosas. Resultó que Hassle es un espía de Alexandría dentro de los WyrmSlayers. –Explicó la maga blanca mientras guardaba las botellas en una bolsa. –Solo se le fue la cabeza al enterarse de que sus dos amigos habían muerto.
-Ya veo… -Dijo el ladrón algo triste. –Yo también hubiera reaccionado igual…

Pero se quedó callado, recordando. ¿No habían muerto sus dos amigos…? ¿No había matado a ese alguacil…? ¿Cómo era su nombre…? No recordaba a aquel hombre… ¿O era una mujer?

Su cabeza empezó a doler, y Lylth le apremió a beber más. El dolor remitió.

-No trates de forzarte, te digo. –Repitió la pelirrosa. Él asintió.
-Mejor me levanto. –Comentó Dreighart alzándose con dificultad. –Me duele todo el cuerpo… Y necesito nutrientes.
-Sería mejor que fueras a comer algo, pero me preocupa que vayas solo.
-No te preocupes, ahora ya estoy bien… más o menos. –Repuso él sonriendo, y la miró. -¿Cómo va el plan de irnos?
-Ahora que estás despierto, seguramente tardaremos menos en irnos.
-¿Me estabais esperando? –Preguntó extrañado. Ella lo miró sin entender.
-Por supuesto. Ankar así lo decidió. ¿Tanto te extraña?
-Yo… no, no, para nada… -Dijo entonces, algo azorado. –Debería ir a hablar con él antes de ir a comer.
-Como veas que te sientas mejor. Pero no fuerces la máquina, por favor.
-Claro. –Dijo él sonriente y comenzó a caminar, pero al salir se encontró con Ellander, que iba precisamente hacia la habitación. –Vaya, hola.
-¿Te sientes mejor? –Preguntó la pelirroja. El ladrón asintió.
-Sí, quizás el cansancio pudo conmigo. –Contestó él. –Voy a comer, tengo mucha hambre, y la doctora dijo que debía comer.

La pelirroja lo miró extrañada mientras observaba marchar al joven. Cuando lo perdió de vista se giró a su prima, que seguía recogiendo cosas.

-¿Lo has oído? –Preguntó a Lylth. Ella solo asintió. -¿Se suele usar ese término en Gaia?
-La verdad es que no. –Contestó la maga con un suspiro. –Normalmente se usa el término de “Curandero” o de “Mago Blanco”, pero el de “Doctor” aquí no existe.
-El término es de Terra… ¿Les hablaste de algo?
-No… -Contestó ella mirando a su prima. –Intuyo que… sus recuerdos están alterados.
-¿Qué quieres decir?
-Él cree que es un humano de Gaia.
-Pero eso no puede ser. –Repuso Ellander sentándose en el suelo junto a ella. –Salta a la vista que es un Selkie.
-Ya, si eso ya lo sé… -Contestó la maga blanca masajeándose las sienes. –Y no cualquier Selkie, si me fío de sus ojos.

La pelirroja abrió la boca, sorprendida.

-Entonces estaba en lo correcto. –Dijo ella. –Él es…
-Es Dreighart Firius. –Cortó Lylth. –Al menos de eso estamos seguros.
-¿De verdad…? –Repuso Ellander, pero suspiró, entendiendo. –En fin… Ya que estamos a solas… Pongámonos al día. Hace años que no sabemos de ti.

Por toda respuesta, Lylth sonrió antes de ponerse a hablar.

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Todavía tuvieron que pasar otros siete días antes de que Ankar decidiera que el grupo estuviera preparado. Dreighart entrenó junto a Kahad para recuperar la musculatura perdida por los días inconscientes, aunque como el propio ninja dijo, no había sido mucha la pérdida. El ninja le puso al corriente sobre lo ocurrido completamente, y algo que no entendía el ladrón era que, si habían algunos que no confiaban en Hassle… ¿Por qué dejarlo todo el tiempo cerca de Ankar?

Y es que durante esos días, el viera y el dragontino estuvieron charlando sobre todo lo referente al gremio, bajo la atenta mirada de Ylenia en algunas ocasiones, o de Cyan tomando notas… O de ambos al mismo tiempo. El albino decidió entregarle sus armas aun con las protestas de la guerrera.

El penúltimo día, Lomehin por fin aceptó la palabra del anciano Onizuka, y dejó su vieja espada con él a cambio de la que le dio. Durante todo el tiempo que estuvieron, el Caballero Oscuro entrenó con Onizuka y con Ylenia, aunque la mayor parte de las veces pasaban el día jugando en el tablero.

Por su parte, Emberlei se había recluido en la biblioteca y devoraba libro tras libro, como si buscara algo en particular. Lylth y Ellander en una ocasión la encontraron con libros de psicología humanoide, pero murmuraba cosas como “No tiene sentido”. Cuando le preguntaban a qué se refería, ella tan solo negó y tomó el libro para leer en silencio, apartada de los demás.

El último día antes de marcharse, cuando estaban cenando, un sirviente llamó a Onizuka, y lo llevaron hasta la habitación de su abuelo. Cuando llegó, se sentó con las piernas cruzadas al lado de la ventana, junto al anciano, ambos mirando hacia fuera. Se quedaron en silencio, pues el joven samurái sabía que en el momento en que su abuelo quisiera decirle algo, no dudaría en decírselo.

Estuvieron escuchando el correr del agua en la balanza de bambú durante un rato hasta que llegó una sirvienta con una mesa y dos tazas de té. Ambos tomaron un sorbo, y el pelirrojo pudo ver que al lado de su abuelo había un paquete largo de tela, que daba toda la sensación de que era una katana. Pero no dijo nada.

-Mañana ya es el día del adiós. –Dijo de repente su abuelo. Él tan solo asintió.
-Así es.
-¿Cómo está la moral del equipo?
-¿Desde lo de Hassle? Bueno… -Se encogió de hombros ante su propia pregunta. –Algunos todavía no confían en él, como Ylenia o Cyan. Aunque Cyan lo disimula muchísimo mejor.
-Es un bardo, al fin y al cabo. –Dijo riendo su abuelo.
-Sí, bueno… Por lo demás, creo que iremos bien.

El anciano asintió, y se giró hacia el pelirrojo, colocándose de rodillas. Onizuka lo imitó, y pudo ver como tomaba el paquete de tela y lo desenvolvía. Como pensaba, era una katana, pero toda la superficie era negra. Pudo ver como la empuñadura estaba tejida con hilos negros, su guarda era de un metal oscuro y circular con forma de una serpiente mordiendo su cola, y la vaina igual era de un negro mate sin iluminar. Ryuusuke sacó de su vaina la katana y se pudo ver como la hoja era negra como la noche sin estrellas, con una luna justo encima de la guardia, con un tigre negro dentro de la luna. La luz de las linternas de papel o de la luna no se reflejaba en la hoja de esa espada.

-Es muy bella. –Dijo el pelirrojo, a lo que su abuelo asintió.
-Esta es una de las katanas más emblemáticas de Doma. –Explicó el anciano tomándola con reverencia. –Kokuutoraken. La espada del tigre negro. Es una de las katanas que demuestran el seguimiento de un samurái noble. Data de la época en que Doma era mitad elvaan. –Miró a su nieto. –Es la espada que tu padre utilizaba antes de marcharse.

Onizuka se puso serio. Poco habían hablado de su padre, salvo cuando le explicó el por qué había desaparecido. Miró la espada, recordando cuando su abuelo le dijo que durante el embarazo de su madre, esta había caído muy enferma, y su padre, Ryuuho, había salido de Doma para encontrar una cura milagrosa que los magos de Doma nunca pudieron encontrar… Desgraciadamente nunca regresó, su madre perdió la vida en el parto, y con su padre también se perdió la espada milenaria del clan Onizuka, la Ikkitousen, una katana legendaria que databa a las guerras entre Elfos y Humanos.

Su abuelo le extendió la espada hacia él con ambas manos, y él la tomó de igual manera, sintiendo su peso.

-Esta espada ahora te pertenece. –Explicó el anciano. –Si pudiera, te daría la Ikkitousen, pues ya tienes edad para…
-Lo entiendo, abuelo… -Dijo el joven. –Pero no sé si deberías…
-Ya eres merecedor de este honor. –Cortó Ryuusuke. –Igual que tu padre y tu abuelo antes que tú. Ya no eres un monstruo, ahora controlas tu poder, e incluso eres experto en el uso de las técnicas milenarias de los samuráis de exterminio de demonios… Y además, tienes una misión honorable y muy respetable… Lleva esto como símbolo del clan y del reino, por favor.

El joven miró a su abuelo asombrado, pero después se puso serio e hizo una gran inclinación hasta tocar el suelo con la frente.

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Al día siguiente, cuando el sol salía por el este, una gran niebla cubría toda Doma. Lylth y Hassle habían comprado ropas nuevas en esos días, ropas de mago más enfocadas a la batalla y de corte domés. En el país samurái llamaban a esas ropas “Túnicas de Shugenja”, ya que a los magos de Doma se les llama “Shugenja” y saben luchar con armas, y su aspecto era más parecido al de Onizuka que a los magos típicos. Kahad y Dreighart compraron algunas ropas también similares, enfocadas a la ligereza. Todos iban ataviados con sus armas o ropas nuevas, así que ya estaban preparando a los chocobos cuando llegó el viejo Onizuka acompañado del joven hombre de la depuradora.

-¿Ya os vais? –Preguntó el daimyo con una sonrisa. -¿Ni siquiera una despedida o algo?
-Vamos, sabías que nos marchábamos al amanecer. –Dijo su nieto sonriente.
-Sí, por eso vine. Mi amigo Cid quiere unas palabras con tu amigo albino.

Extrañado, el dragontino se acercó a ellos y el joven se apartó. Ambos quedaron algo alejados, y el de cabellos rizados suspiró.

-¡Buh! Que aventura llevas. ¿Verdad Ankar? –Dijo Cid, pero el albino lo miró extrañado. –Ah, claro. No me habías dicho tu nombre y te acabo de hablar directamente. Bueno, es normal, después de todo fue tu madre quién me habló de ti.
-Mi… Espera. ¿Mi madre?
-Sí, claro, Angelus. Tu madre. Ya sabes, entre doce y veinte metros de tamaño, escamas azules, ojos verdes como los tuyos… Angelus.
-Sí, ya entendí, pero… ¿Cómo conoce a mi madre?
-Oh, querido Ankar, no me trates de usted. Te conocí cuando estabas todavía en pañales, así que puedes llamarme “Tío Cid”, el “Tío Cid Einhery”.
-… ¿Me lo estás diciendo en serio…?
-No, claro que no. Con solo Cid basta. –Dijo el joven de la túnica con una sonrisa. –Pero es cierto que Angelus y yo somos viejos amigos. Nos conocemos desde hace más de trescientos años, año arriba, año abajo.
-Oh… Pocas veces he tenido la oportunidad de hablar con alguien que conoció a mi madre antes de tomarme como hijo. –Confesó el albino. –Es grato ver a alguien que le tiene tanta estima.
-Por supuesto que le tengo estima, es una de mis mejores amigas. –Contestó Cid dándole un golpecito en el hombro. –Pero eso no era lo que quería decirte. Verás, Ankar… -De repente, la seriedad del hombre puso en guardia al dragontino. –Quiero mucho a tu madre, es como una hermana, y por lo tanto eres como un sobrino… Si en algún momento ocurre algo, lo que sea, y necesitas ayuda… Solo tienes que buscarme. –Dijo con solemnidad y le dio un pergamino al dragontino. –Solo pon “Soy Ankar Einor, necesito tu ayuda” y te buscaré. ¿De acuerdo?
-Es… muy amable por tu parte… -Contestó el albino tomando el pergamino, con curiosidad. –Pero… ¿Por qué…?
-Los caminos de Crystalos son misteriosos… -Cortó el ingeniero, con una sonrisa. –Aunque desearía que nunca tuvieras que usar ese pergamino. –Le extendió la mano, y Ankar la estrechó. –Fuerte, como tu padre…
-Gracias, Cid…
-Cuídate mucho, Ankar. Espero no tener que verte hasta dentro de mucho tiempo.

Se apartaron y Ankar se regresó hacia el grupo. Lylth le miró desde el chocobo que compartía con el dragontino.

-¿Todo bien?

Ankar miró a la chica, y luego hacia atrás, donde estaba el hombre alejándose mientras tarareaba una canción. Algo en su interior le decía que no sería la primera vez que veía a ese hombre misterioso llamado Cid. Después negó con la cabeza y subió a su chocobo.

-No lo sé… ¿Recuerdas el pálpito del otro día?
-Sí, claro.
-Por algún motivo… se ha vuelto más oscuro… -Dijo el dragontino, pero se giró a los demás. -¿Estamos listos? Entonces marchemos hacia el Templo del Destello Eterno.

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Mi foto
Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?