Welgaia Team

La Tierra de las Mil Lunas...

Grimorio de Cuentos 03

Donde tengas la olla...

Sara era pelirroja y exuberante, como en las películas. No era por casualidad. Sabía cuales eran las fantasías de los hombres y se había moldeado (con silicona, tinte, maquillaje, ropas) en consecuencia. El dinero, al fin y al cabo, no era problema para ella.

Sara era una diablesa y que el cuerpo en el que se encarnó tuviera nombre bíblico le hacía sonreír. No le tenía miedo a nada ni a nadie, mucho menos a los ángeles. Sabía algunos trucos que la protegían contra los ataques directos. Las espadas de los ángeles al servicio de las cazas de demonios no cortarían su vida. En cuanto a los otros, los intelectuales, los “quiero y no puedo”, como decía el demonio al que servía, solo merecían su desprecio. Ella sí que era intelectual. Una intelectual sin ninguna moral castradora, más fuerte, más inteligente, más perversa. No, nadie la podría matar. Nadie.

Y llevaba siendo así desde hace 30 años, e incluso pensaba que podía desafiar a Dios.

Un día, Sara contrató a un nuevo secretario. Para su productora solamente contrataba humanos, pues los demonios solían ser demasiado… irresponsables, en el mejor de los casos. Su método de selección era muy especial, a la vez que simple: Solo le interesaban hombres inteligentes y eficaces, pero lo menos carismáticos e independientes posible. Tipos grises que solo tienen su trabajo, y que en casa solo leen un libro o ven un poco la tele. Todo para que pudieran venerarla a ella con auténtica pasión.

Su nuevo administrativo era un auténtico pardillo. Joven, algo guapo, con gafas y barba. Parecía siempre entre fascinado y aterrorizado por Sara, trabajaba hasta la medianoche sin cobrar horas extras, se anticipaba siempre a sus menores deseos y se sonrojaba hasta las orejas por cualquier cumplido que ella le dirigía.

Al principio, Sara no le prestó más atención de la que le prestaba a las hormigas. Sin embargo, con el tiempo, día a día, se dio cuenta de que el hombre era bueno en su trabajo. Muy bueno. Sus mismos colegas estaban encantados y admirados, los problemas diarios parecían temerle. Solo apareciendo y echando unas palabras parecía capaz de solucionar cualquier conflicto. Su voz era dulce, persuasiva… sexy.

Empezó a tratarlo más a fondo. Le divertía ver como su mano temblaba cada vez que le traía una taza de café, se acostumbró a desabrocharse uno o dos botones de su camisa cuando tenía que consultar algunos documentos de oficina con él. Se las arregló para crear sesiones de trabajo fuera de horas, en las que estaban los dos solos, solamente por el placer de verle ese sudor frío por su frente cada vez que sus ojos se encontraban.

¿Qué intenciones tenía respecto a Miguel? (Otro nombre bíblico, y este más fuerte… más risas para ella) Por supuesto, no era amor. Más bien era manipulación, el morboso placer de hacerle sufrir, hacerlo bailar como una simple marioneta. Al fin y al cabo… ¿No es ese el trabajo de los demonios, el corromper almas? Ese humano, con su cara de inocente y su sonrisa trémula, iba a ser corrompido… Por ella.

Nada personal, pues… Al menos al principio. Sara se dejó invitar a un restaurante. Le escuchó hablar sobre literatura medieval y fantástica (Siempre sin saber realmente lo que eso implicaba). Le recitó un extracto de un libro antiguo, versos tiernos y, a la vez, ardientes, mientras la música les envolvía. Empezó a ver a Miguel con otros ojos… ¿Qué se escondía detrás de esos grandes ojos oscuros?

Fue gracias a sus historias y escritos que ella accedió a ir a su casa. Un apartamento como había imaginado, con el típico desorden de soltero y libros por todas partes. Él quería mostrarle un viejo libro de poemas de amor. Sara se dejó caer en el desgastado sofá mientras él empezaba a leerle en voz alta las poesías, mejor que nunca, y Sara cerró los ojos bajo la música de su voz. Notó vagamente que él se acercaba, más varonil, más enérgico. Notó cómo le tomaba de la mano. Todo iba bien, muy bien. Con pasión, sus labios encontraron su rostro, su cuello…

No notó el aleteo. No notó la punzada.

La blanca espada se hundió con un movimiento seco y preciso. El cuerpo sin vida de Sara cayó en el sofá, desapareciendo como si fuera polvo, bajo el cuerpo inerte de Miguel. Detrás de ellos, otro Miguel, de ojos celestes y largos cabellos, dejó a un lado el arma, se apartó los cabellos, volvió a mirar al muchacho.

Había requerido tiempo. Pero lo había conseguido… sin embargo, no tenía esa satisfacción de haber obrado bien… Había tenido que sacrificar a un valioso aliado para ello… En esos momentos era cuando Miguel, “El que es como Dios”, se preguntaba si el fin justificaba los medios…

Recogió delicadamente el caído volumen de poesía y se limpió con una mirada triste la sangre que había caído en sus blancas alas.

1 comentarios:

A veces los mas inocentes son el verdadero peligro C':
Me ha gustado mucho este mini relato, envuelve desde el inicio >.< felicidades!

 

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Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?