Welgaia Team

La Tierra de las Mil Lunas...

Grimorio de Cuentos 05

El Color de la Noche...

Caminaba con la quietud que me caracterizaba. Conocía aquel palacio. Lo había visitado varias veces y sabía donde agazaparme, donde quedarme quieto, donde los guardias no me verían… Por eso me resultó tan sencillo llegar hasta el jardín.

La alta torre donde ella vivía se erigía ante mi. Se notaba que los cristianos habían llegado a esas tierras, pero eso tan solo me facilitaba las cosas. La noche era silenciosa, y la luna estaba ausente… La oscuridad, esa tenebrosa compañera que asusta a algunos, a mi me protegía como si una hermana mayor se tratase.

Atravesé los jardines en ese silencio que me caracterizaba. Los soldados no se dieron cuenta cuando pasé a su lado, y lo agradecí. Mi trabajo consiste en hacer que el Camino de los demás termine, pero no me gusta terminar sus Caminos antes de hora… o sin motivo.

Miré hacia la entrada y encontré a dos guardias. Su Vista no era gran cosa… todavía recuerdo cuando pasé a su lado y no se inmutaron, como si yo solo fuera un fantasma… Las enseñanzas de Shayide siempre me resultaron muy útiles.

Ah, mi bella Shayide… Su rostro sonriente me mira a través de las brumas de mi Vista, protegiéndome a cada segundo que pasa. ¿Qué estaría haciendo ahora? ¿Levantaría plegarias a los ancestros para mi protección? Quisiera pensar que si, pues toda persona que se me cruzaba cambiaba sin explicación alguna de dirección. No me costó encontrar aquella zona… Tomé algunas ropas, me vestí como alguien del servicio bajo mis ropas reales y, ocultando mis armas, tomé un odre de vino. Nunca entenderé como los cristianos siguen bebiendo de este líquido que, aunque esté sabroso, ellos dicen que es la “Sangre” de su mesías… Pobres ilusos.

Subo las escaleras con el odre en mis brazos, y llego hasta lo más alto. De nuevo, al amparo de la oscuridad, abro el recipiente de cuero y dejo dentro un poco de adormidera bastante concentrado. No quiero que intervenga nadie en lo que voy a hacer.

Me dirijo a la única puerta que hay en todo el pasillo, custodiado por dos guardias cristianos. Les saludo, y ellos también lo hacen. Hace frío, así que uso esa escusa para darles el vino, y ellos se lo beben inocentemente… No es de extrañar, pues si hubiera luna estaría muy alta ya.

La planta hace su efecto, y caen rendidos a mis pies. Me quito las ropas de sirviente y saco la daga que deberé usar. Es fina, algo larga y extremadamente afilada. En su pomo están grabados los símbolos para separar del cuerpo lo que la gente no puede ver. La guardo en mi cinturón, me escondo tras mi capucha y abro la puerta con sigilo.

Los cristianos nunca comprenderán que una bisagra que chirría es un buen sistema de seguridad, pero gracias a ello yo puedo entrar por las puertas sin darse cuenta. Atranqué con una viga de madera la única entrada del lugar y me giré. Todo estaba a oscuras salvo la gran chimenea al fondo, mostrando una gran cama y a una mujer de largos cabellos negros. Fijé mi mirada en esa mujer, vestida como las más altas cortesanas árabes pero que sin duda no le eran necesarias.

Mi Vista lo advirtió enseguida. De ella surgía un aura muy poderosa. Sin embargo, había mucha maldad en ella, y su Vista estaba tan negra como la noche fuera de la torre.

Me fijé en toda ella. Tenía una especie de muñeco de trapo en sus manos, y estaba trenzando sus cabellos para colocarlos dentro. También tenía algo más, pero no lo vi con exactitud. No me importaba. Sabía cual era mi misión… Mi modo de hacer las cosas era mucho más sutil que la suya.

Me moví en silencio de nuevo, evitando que ella se percatara de mi presencia. Como un lobo que acecha su presa, me coloqué en la ventana, y de la bolsa que llevaba saqué la cuerda. La até en una argolla cerca de la ventana y la preparé a su lado. Había llegado el momento.

Me alcé y caminé demostrando mi presencia. También dejé ir mi aura. Se incorporó antes por esto último que por lo primero. Dejó en el suelo el muñeco de trapo con la mirada llena de desconcierto, y se acercó a mí.

-¿Hakim? –Dijo ella como si no pudiera creerlo.

Yo no dije nada. Seguí caminando y el fuego me iluminó. Ella sonrió, primero con alegría, luego con soberbia, y me tomó de las manos.

-Sabía que vendrías a mí.

Yo seguí sin decir nada. Sentía su fuerza en intentar hechizarme con sus palabras, pero yo era inmune. La miré a los ojos, y ella parece que por fin se dio cuenta. La aparté y le di una patada al muñeco de trapo, cayendo en el fuego de la chimenea. Olía a hilo quemado… A cabello quemado. Algo oscuro salió del fuego, pero alguien dormido no podría haberlo visto. Ella gritó.

-¡¿Qué crees que estás haciendo?!

Pero cuando me giré, ella lo comprendió todo. Dio dos pasos hacia atrás mientras yo me giraba y sacaba la daga… Mi daga. Corrió hacia la puerta gritando a los guardias. No sabía que estaban durmiendo. Sonreí por ello.

-Fátima.

Mi voz sonó con fuerza, tanto interna como externamente. Esta se giró asustada. Alargué mi brazo izquierdo y le tomé del largo pelo. Ella gritaba y pedía por favor que no le hiciera daño.

-¿Acaso has olvidado todo lo que hemos pasado juntos?
-Precisamente por eso voy a acabar con todo, para que no vuelvas a lanzar ninguna de tus hechicerías, bruja.

Estiré de su cabellera negra hacia atrás y ella gritó de nuevo. Pidió clemencia. Pidió auxilio. Nadie la oía en esa oscura noche.

Alcé la daga. Todo acabaría pronto. Concentré mi poder en mis manos. Si alguien con una Vista Abierta hubiera mirado en ese momento hubiera visto fuego en mis dedos extendiéndose por todo mi brazo. Ella lloró al ver como la daga destelló en plata en lo alto.

-¡No! ¡Te lo suplico Hakim! ¡No lo hagas!
-¡Basta de tus palabras serpiente!

Mis palabras le helaron su ya de por sí frío corazón. Sabía que no había vuelta atrás.

Di mi golpe mortífero. Ella gritó.

Gritó y lloró cayendo al suelo, viva, pero sin su cabello. Mi Vista lo confirmó. Su poder desaparecía de su cuerpo mientras se concentraba en cada fibra de cabello que sostenía en mi mano siniestra. Se tomó de su cabeza, ahora desprovista de su larga cabellera, y dejó de llorar de golpe. Me miró con una expresión indescriptible, como si fuera la primera vez que me veía en toda su vida.

-Hakim… ¿Qué has hecho…?
-Quitarte lo más preciado… Lo único que apreciabas.

Acto seguido, me giré y me dirigí a la chimenea. Ella supo qué quería hacer y se levantó, tomó uno de los cuchillos de la comida que apenas había tocado y se acercó corriendo hasta mí. Me giré, solté mi daga y con la mano le di una sonora bofetada que la echó al suelo con el cuchillo cayendo lejos en un estrépito metálico. Me acerqué a ella, la cual estaba intentando subirse a la cama. Llevé mi mano hasta la repisa del lecho más cercana y saqué antes que ella una nueva daga, sucia y antigua.

-Fui yo quien te enseñó a dormir siempre con una daga cerca, bruja. –Le dije mientras guardaba esa daga en mi bolsa. –Pero no pienso correr riesgos, ya que esta daga también fue mía. Tus brujerías nunca volverán a surtir efecto, pues ahora mismo voy a acabar con tu vista.
-No lo hagas Hakim… te lo imploro. Te lo suplico.
-¿Suplicar? Me río de tus súplicas.

Me volví hacia el fuego y lancé la larga cabellera de Fátima a las abrasadoras llamas. Ella volvió a gritar, pero mi paciencia se había acabado. Me giré a ella y le di un fuerte golpe en el mentón, haciendo que cayera nuevamente al suelo, pero esta vez no se movió. Mientras el fuego devoraba el cabello y la Vista de la mujer, comprobé si estaba viva.

Lo estaba.

Sonreí. No quería acabar con un Camino antes de tiempo… Y mucho menos cuando un Camino había encontrado tantas piedras en él.

Terminado el último de los cabellos en la chimenea, tomé de nuevo la daga del suelo, la daga marcada para separar lo que puede verse de lo que no, la guardé en mi cinturón y me dirigí a la ventana. Tomé la cuerda y salí al exterior. Eché una última mirada a Fátima, la bruja sin poderes.

-Deberías haber vivido tu vida y olvidarte de los demás. Ahora vive una vida siendo odiada por todos.

Me deslicé en silencio en la larga cuerda. Sabía que no llegaría hasta el final, pero mi objetivo no era caer en la tierra de los cristianos, si no en el suave y cálido río que había un poco más allá. Lo había hecho cientos de veces en otras tantas cientos misiones.

La cuerda se había terminado y todavía había mucha distancia hasta el suelo. Me giré hacia el río, puse toda mi energía en mis piernas y salté desde la cuerda hasta el agua.

Pronto llegaría de nuevo hasta Shayide, y esta vez estaríamos a salvo, sin interrupciones ni maldiciones de brujas y hechiceros.

Caí al agua.

Abrí los ojos y boqueé. Me giré para apagar el despertador. Ese sonido infernal siempre me despierta de mal humor. Me levanté de la cama mirando al frente, recordando lo que acababa de soñar.

Bajé de la cama y me dirigí al baño. Me lavé la cara con agua abundante mientras recordaba cada escena y cada pensamiento… Decidí plasmarlo en algún lugar para que no se me olvidara.

Me senté frente al ordenador y empecé a escribir… sin embargo, me giré un momento a mi lecho.

No recuerdo desde hace cuanto tiempo, pero si no está ahí no consigo dormir por las noches. Está ahí, quieta y vigilante por si algún día debo usarla… En la repisa más cercana al colchón sigue durmiendo una daga muy vieja…

Mi mano todavía recuerda el tacto de esa daga… De las dos…

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Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?