Welgaia Team

La Tierra de las Mil Lunas...

Borrador - Capítulo de Doma Parte 1 (FFCD)



El mercado de Wutai seguía abarrotado, como cada mañana. Ankar caminaba deprisa entre la gente, había salido del grupo precisamente para eso y no quería llegar tarde. Sabía que lo esperarían hasta que llegara él pero nunca le había gustado hacer esperar a la gente. Al poco tiempo pudo divisar a la chica de traje wutareño. No se dio cuenta de su presencia hasta que el albino golpeó la mesa con los nudillos, provocándole un susto a la muchacha.

-Disculpa, no quería asustarte.
-Oh… oh, señor… No debe preocuparse, es que últimamente he tenido varios sustos… -La chica se sentó en una caja de madera y, respirando hondo, miró al peliblanco. –¿Ha venido a por su armadura?
-Así es.
-Pues tengo una buena y una mala noticia. –Ella se levantó y le hizo pasar detrás de la mesa, al lado de todas las cajas. –Verá, la mala noticia es que su armadura recibió unos impactos demasiado… extraños. No eran de flecha ni saeta, y algunos componentes de su protección no era posible de arreglar si no debilitábamos el grosor de su armadura.
-¿Me estás diciendo que mi armadura se ha vuelto más débil?
-Más o menos… pero nosotros ofrecemos un buen nivel hacia los buenos clientes. –Sonrió la chica abiertamente. –Por eso hemos encontrado otra cosa que puede que le interese.

Con un movimiento rápido, abrió la caja que estaba justo a la derecha de Ankar, y de ella sacó un pectoral de armadura de color azul claro, muy parecido al color de su armadura original.

-Fíjese. Esta armadura es el último grito en protecciones para dragontinos. El reino de Baron las ha terminado hace escasos días, y nosotros tenemos la suerte de que, como suministramos armaduras también a Burmecia, nos ha llegado un pequeño cargamento de estas preciosidades. –Le dio el pectoral al mudo mientras ella iba sacando los guanteletes. –El conjunto completo entra con armadura pectoral, brazos, piernas y yelmo, sin contar con la capa estabilizadora para el salto dragontino. Además, ahora la capa es más estética.

Con la ayuda de la muchacha, Ankar se fue colocando la armadura encima de su ropa. Era cómoda y muy ligera, y también parecía mucho más resistente que la anterior. Cuando se colocó las hombreras, la capa de la armadura las tapó. De un movimiento, el manto se abrió como si fuera unas alas.

-¿Lo ve? Cuando salte, podrá tener más equilibrio en el aire gracias a estas alas tan estéticas.

Mientras reían un poco, el albino dejó caer de nuevo las alas y tomaba el yelmo. Era diferente al que tenía antes, parecido al que usaba su maestro en el pasado, con una visera para los ojos con una especie de cristal para que no le dañaran los orbes oculares, pero además, tenía un par de placas a los lados para cerrar y tapar la boca. Se lo colocó mirándose a un gran espejo que había allí. Tenía la forma de las escamas de los dragones por cada zona de metal, y las hombreras tenían forma de garras muy estilizadas. Las botas eran parecidas a las que consiguió en Burmecia, pero más cómodas aún, mientras que los puños tenían forma de garras. El yelmo, extendido hacia atrás para darle aerodinamismo, simulaba perfectamente la cabeza de un dragón, con los ojos en la zona alta mientras que los de Ankar estaban en lo que sería la boca. Si cerraba la zona bucal, parecía que sus ojos estuvieran dentro de las fauces del dragón. Miró el pecho, donde estaba un símbolo con forma de un dragón oriental grabado en negro. La muchacha mientras tanto estaba buscando unas cosas entre las ropas cuando habló de nuevo el dragontino.

-Y… ¿Cuánto me va a costar esta broma?

La chica se giró y lo miró con una mirada extraña, como de alguien que quiere decir algo sin decirlo. Se acercó a él con un sobre.

-Por favor, señor. Esto ya lo ha pagado usted.
-¿Cómo?
-Claro. Usted me pagó para que reparara su armadura, y como tal debo ofrecerle el mejor servicio. –Mientras le ayudaba a colocarse algunos arneses, le colocó en el zurrón el sobre. Ankar la miró con seriedad, pero ella siguió hablando como si no hubiera ocurrido nada. –Además, por las molestias… -Hurgó de nuevo en la misma caja y sacó un escudo con la esfinge de dos dragones y varias joyas azules. Era de color del marfil oscuro. –… le entrego este escudo especial para dragontinos. Vi que la herida que sufrió en el brazo estaba hecha porque no había interpuesto un escudo ante usted.
-Si… fue un error de cálculo muy doloroso. –Dijo Ankar agarrando el escudo extrañado y sopesándolo. Si lo llevara a la espalda podría cubrirle prácticamente toda la zona, con forma romboide. Lo pasó de una mano a la otra, sintiendo que se adaptaba perfectamente a ambas.
-Además, puede guardarlo sobre la vaina de su espada, o en el cinturón. Y no molesta para nada al caminar.

Él asintió y picó con el puño en el centro de su nueva armadura. Sonaba bien, y el efecto no se hizo esperar. Un resplandor suave y, como si fuera líquido, fue absorbida dentro de un nuevo colgante con la forma del dragón que portaba en el pecho. Colocó el escudo en la vaina de su nueva espada, y miró a la mercader, pero antes de que dijera nada, ella levantó una mano por lo bajo para que no hablara. Él frunció el ceño.

-Puedo hablar solo para ti, es una de las ventajas de ser telépata. –Dijo ahora más molesto que enfadado. Ella suspiró y susurró.
-Lea eso cuando esté seguro de que no hay ojos a la vista. –Su voz y rostro volvieron a la normalidad y le sonrió. –Espero que todo haya sido de su agrado.

Él la miró, pero asintió con una sonrisa.

-Sí. Muchas gracias, ha sido un placer hacer negocios con usted. –Le dijo haciendo una pequeña reverencia. Ella se la devolvió.
-El placer ha sido todo mío.

Se fue caminando con precaución. Aquella forma de dar cartas la había visto cuando estaba en la guerra, pero era solo para que no se supieran las noticias si algún espía observaba pero… ¿Quién querría espiarles? Estaban en paz, no había guerras y entre reinos no había malas relaciones. Entonces… ¿Por qué usar ese método?

Siguió caminando hasta llegar al establo donde le esperaba su chocobo y lo llevó hasta la entrada de la ciudad, donde a lo lejos pudo observar a los demás yendo a paso lento, algunos incluso iban aún a pie.

-Mirad, ahí viene. –El ladrón, que era uno de los que cerraban la retaguardia junto con Hassle y Lylth, fue el que lo vio a lo lejos. La maga blanca se giró, pues estaba en el suelo aún.

Cuando estuvo junto a ellos en la cola de la comitiva, ayudó a la pelirrosa a subir a su chocobo, detrás de él. La marcha no se hizo esperar, encabezada por Lomehin y Onizuka, ambos hablando sobre antiguas leyendas sobre espadas, mientras que Cyan rasgueaba su guitarra haciendo el paso más ameno subido detrás del samurai en Highwind. Ylenia, más animada, tenía una buena conversación con Kahad mientras que Ember restaba en silencio. Ellander, subida en el chocobo del ladrón, intentaba seguir las conversaciones del peliazul y el viera, ambos hablando con el peliblanco y la curandera.

-Menuda adquisición tenéis, maese Ankar. –La sonrisa de Hassle surgía como una chispa eléctrica.
-Especial para dragontinos. –El albino le dio unos pequeños golpecitos con la mano al escudo, haciéndolo sonar mientras sonreía orgulloso. –Y ha sido una ganga, me lo dieron junto a la armadura.
-Hablando de gangas, he conseguido unas cuantas cosas en el pueblo. –Comentó Dreighart mientras se acercaba a Ankar, sacando una bolsa de cuero tintineante y dándosela al dragontino.
-¿Eres un ladrón? –Preguntó en común la pelirroja.
-Digamos que soy “amigo de lo ajeno”.
-Es un ladrón. –Contestó Ankar revisando el contenido de la bolsa.
-¡Oye!
-Un ladrón que nos es de gran ayuda. ¿Mejor? –Riendo, el dragontino guardó la bolsa en el zurrón. –Además, es el que se encarga de vender las pieles y demás artículos en las tiendas. Así sobrevivimos aquí.
-¿Vendéis las pieles de los monstruos con que lucháis?
-Así es. Muchas tiendas pagan bien por ello, además de que algunas rarezas siempre te las pagan a altos precios. –Le contestó el peliazul mientras rebuscaba en su bolsa, y sacó una pluma de color azul oscuro. –Esto, por ejemplo, son plumas de Zú. Son unas aves enormes y de muy mala leche, pero sus plumas están muy valoradas tanto por escribanos como por sastres.
-Entonces… yo puedo ayudaros con esto. –Ellander agarró la pluma curiosa. –Soy experta en el rastreo de animales, de todo tipo. Soy buena con las bestias, y sé el tipo de objetos que se pueden sacar de ellos.
-¿Qué habilidades tienes? A parte de saber tirar con un arco. –Preguntó curioso Dreighart tomando la pluma de nuevo.
-Bueno… -La pelirroja parecía un poco cohibida. –Se cazar, eso ya os lo dije… Y puedo rastrear a cualquiera, incluyendo a personas… -Levantó un poco el brazo mecánico. –Pero desde que esto está pegado a mí, puedo hacer… cosas diferentes.
-¿Por ejemplo? –Preguntó Hassle interesado.
-No se… creo que vosotros lo llamáis “Magia”, aunque de donde yo vengo lo llamamos “Habilidades Mentales”. –Dijo mientras miraba a Lylth. –Tú sabes más. ¿Verdad?
-Bueno, se magia blanca, sí, pero Hassle también. –Lylth le pidió a Ankar que se acercaran a Ellander y a Dreighart. Cuando estuvieron a la par le tomó de las manos. –A ver, déjame ver qué tipo de magia es.
-¿Puedes hacer eso?
-Es una práctica frecuente entre los magos. Hay gente que sabe usar magia pero no sabe de qué tipo, por eso nos enseñan a distinguir las fluctuaciones de energía. –Explicó en tono catedrático el viera al otro lado de la maga blanca.
-Este mundo es muy curioso…

Ellander sintió algo de calor en la mano de piel cuando un resplandor azulado surgió de las palmas de Lylth. Cuando se las soltó, todavía sentía la calidez de su palma. La maga blanca suspiró.

-Tienes potencial para la magia. Pero creo que tu magia es diferente a la mía. –Le explicó la pelirrosa. –Creo que, por tu condición de cazadora, es posible que tengas una buena capacidad para la magia azul.
-¿Qué es la magia azul? –Preguntó curiosa la cazadora.
-Es la magia de los monstruos. –La voz de Emberlei los sorprendió, y pudieron ver como Kahad había retrasado su chocobo para que la maga negra pudiera escuchar la conversación. Ylenia se había unido a Onizuka y Lomehin en su charla más adelante. –Hay tres tipos de magia: La magia blanca, que es de curación. –Dijo levantando un dedo. –La magia negra, que es de ataque. –Levantó un segundo dedo. –Y la magia azul, que es la que se aprende de los monstruos. –Al alzar el tercer dedo, bajó su mano. –Hay una clase de magia especial, que es la roja, pero en realidad solo es una mezcla de magia blanca y negra.
-Gracias por decir que soy la mitad de bueno en magia que vosotras. –La voz dolida del viera no concordaba con su sonrisa, pero sintió un empujón de parte de Ankar.
-Gracias a eso, tú y Lylth pudisteis quitarme aquella cosa del brazo. No es que sea moco de pavo.

El viera rio un poco junto a la maga blanca, mientras que Ember se encogía de hombros y miraba a Ellander.

-La magia azul no es como las otras magias. Se puede aprender de libros, pero es mucho mejor aprenderlo desde la fuente… has de aprenderlo de los monstruos.
-Observación, asimilación y utilización. –Recitó Lylth con una sonrisa. –No es mucho más que eso. Una vez que domines un conjuro de monstruo, no tendrás que preocuparte. De todos modos, te has dejado muchos tipos de magia, como la de Invocación, la magia verde y la magia del tiempo.
-La de invocación es una burda imitación de nuestro don como invocadores. –Repuso Emberlei. –La magia verde ni la considero una magia, y la del tiempo no es más que un mito.
-De donde yo vengo no lo llamamos “Magia Azul”. –Explicó Ellander. –Lo llamamos “Psicomagia”. Los usan los psíquicos, pero solo son unos pocos…

La conversación siguió en esa tónica, los magos hablando sobre cómo ayudar a Ellander a comprender su nuevo poder, mientras que Ankar y Dreighart hablaban sobre el siguiente punto a parar con Kahad.

-La siguiente parada es Alexandría. –Dreighart miraba el mapa que le había dejado Ankar. –¿Tenemos algo que hacer allí?
-La verdad es que no, podríamos pasar por alto la ciudad. –Contestó Kahad, pero de repente sintió algo extraño. Los magos se habían callado de golpe.
-Discrepo. –Soltó Hassle con su perenne sonrisa.
-El conejito tiene razón. –Continuó la maga blanca. –Debemos descansar al menos un día en una cama mullida, algunas no tenemos el culo tan duro como lo tienes tú, ninja verde.
-Un día de estos, Lylth, te juro que…
-Oh, Kahad, no le hagas caso, son solo bromas. –Dijo inocentemente Emberlei. –Además, necesitamos algunas cosas de Alexandría.
-¿Cómo qué?
-Un libro de magia azul. –Dijo Hassle. –Para que pueda aprender la base de su nueva magia nuestra nueva amiga.
-Además, en estos días de camino voy a seguir observando las heridas de algunos. –Explicó Lylth. –No quiero que os caigáis a trozos por el camino.

El ninja suspiró, y miró a Ankar.

-¿Tú qué dices? ¿Paramos en Alexandría?

El albino se acarició la barbilla y concentró su mente para no dejar escapar sus pensamientos. Era cierto que él necesitaría tratamiento, el ataque del templo casi estaba curado, pero el que le hicieron en Wutai era prácticamente una herida abierta. Además, necesitaba mandar un informe de su situación a Baron, hacía mucho que habían salido de Eblan y fue ahí la última vez que vio a alguien relacionado con la misión.

-Creo que podremos hacer un alto en Alexandría de al menos un día. –Empezó a transmitir Ankar. –Me parece bien que encuentren un libro de magia azul para Ellander, pues si va con nosotros creo que lo mejor es que aprenda nuestras habilidades. Además, yo soy uno de los heridos, así que quisiera tomar un descanso antes de llegar a Doma.
-No decepcionaré la confianza que ha puesto en mí, líder. –Dijo la pelirroja con una sonrisa decidida.
-Es la primera vez que me llaman así en todo el viaje. –Ante el comentario, la mayoría rio.

El camino siguió durante todo el día, teniendo algunos bandidos que derrotar en el puente que cruzaba el río al sur de Wutai. Siguieron la línea de la costa, cerca de la arena, acabando contra algunos monstruos. Ellander demostró ser una auténtica experta en el arte de la caza mostrándoles con un arco extraño que podía plegarse como podía atravesar enemigos a grandes distancias. También pudieron ver lo entendida que estaba en materia de objetos, pues entre ella y Dreighart despiezaban a los animales. La noche empezaba a caer cuando decidieron hacer un alto, aunque la enorme ciudad de Alexandría podía verse a lo lejos.

-¿No crees que lleguemos a tiempo a la ciudad? –Preguntó Lomehin desde lo alto de una colina al lado de Ylenia.
-Hemos hecho bien en acampar aquí. –Le contestó la guerrera. –Si hubiéramos seguido seguramente el sueño nos vencería antes de llegar.

“Limitaciones del cuerpo humano” Pensó el caballero oscuro suspirando, y bajó a pasos largos hacia el pequeño campamento. Estaban cerca del mar, por lo que el frío del invierno les hacía apretarse entre ellos. Las guardias las prepararon para que descansaran la mayor cantidad de tiempo. Una de las guardias fue formada por el propio Lomehin y Ankar.

El caballero oscuro estaba avivando el fuego mientras miraba como todos dormían. Aquella sensación tan desagradable al principio empezaba a hacerse sostenible, y es que ya llevaba bastante tiempo pensando en que, si debía estar en ese cuerpo humano… ¿Por qué no aceptar también vivir como uno de ellos, con sus pros y sus contras, como por ejemplo, sus sentimientos?

Sin embargo, le costaba confiar en la gente. Confiaba bastante en Ankar, aunque no quería contarle todo lo que sabía, y sabía que la confianza del dragontino de ojos verdes era igual de alta que la suya propia. Su código le había obligado a estar junto a ellos por honor, pero ahora pensaba que no era solo por eso. Le gustaba estar con aquella panda de lunáticos.

Ankar, por su parte, estaba sentado en una roca grande que habían colocado delante del fuego, y sacó la carta que la wutareña comerciante le había guardado en el zurrón. Estaba sellada sin marcas ni escudos. La abrió y empezó a leerla. Se asombró de que estuviera escrita en una lengua común, sin cifrar.

Sir Dragontino:

Le escribo esta carta sin saber si podrá llegar a leerla. Espero que sí, aunque mis esperanzas son pocas.

Seré rápida y concisa.

Pertenezco a un grupo especial de informadores, los cuales muchos de nosotros estamos infiltrados en cierto gremio oscuro. Dicho clan se hace llamar WyrmSlayer, y muchos de sus miembros se dedican en exclusiva a atacar dragones y dragontinos. Como habrá supuesto por su combate con dos de sus miembros, han ido a acabar con usted. En todo Wutai del Oeste solo había un único dragontino, y por eso supuse, después de saber que habían acabado con dos miembros del clan, que había sido usted.

Como habrá podido observar por mis palabras, no son pocos, aunque tampoco son una cantidad suficiente como para conformar un ejército, pero tienen a gente trabajando para ellos lo suficiente como para ser una preocupación. Si es cierto que han cazado dragones y sus jinetes desde hace más de uno o dos siglos, o al menos eso es lo que yo he llegado a escuchar. Lo que si sé es que la mayoría de dracónidos que han cazado son drakos de viento, pero ha habido dragones que han caído en sus manos.

Muchos usan armas ilegales, y también usan equipo hecho por sus herreros con las escamas y los huesos de los dracónidos que cazan, por eso son tan peligrosos.

Hay miembros de este clan en cada ciudad, aunque intentan evitar las ciudades de Baron y Burmecia. Su símbolo es una serpiente alada. Nuestros miembros infiltrados no han sido identificados, pero debemos extremar las precauciones. Por eso el hecho de que le intentaré entregar esta carta al modo de guerra.

Baron está informado de todo esto.

Tenga cuidado.

-¿Qué lees?

La voz de Lomehin le hizo dar un respingo. Al mirarlo, le vio extrañado mirando hacia él. Ankar suspiró.

-Baja un poco la voz, por favor. No quiero que se enteren ellos de esto… no todavía. –Expresó mentalmente solo para el caballero negro. -¿Recuerdas aquel trozo de cuero con el símbolo tatuado? –Lomehin acertó a asentir con la cabeza para no hacer ruido, y él le dio la carta. –Lee.

Con una mirada extrañada, el de cabello negro tomó la carta y la leyó con rapidez. La leyó una segunda vez y después miró a Ankar, susurrante.

-Esto explica ese símbolo.
-Sí, pero hay que extremar las precauciones. –Contestó el albino. –De momento, sólo lo sabemos tú y yo.
-Confías mucho en mí.
-Y no creo que mi confianza caiga en saco roto. –Le contestó el peliblanco, a lo que Lomehin sonrió. –En cualquier caso… cuando lleguemos a Doma quiero decirles a todos sobre esto.
-¿Les enseñarás la carta?
-No. No quiero que estén influenciados por ella…
-¿Y por qué Doma? ¿Por qué no Alexandría?
-Podrían haber oídos indiscretos en esa ciudad.
-¿Y en Doma no?
-También, pero estando bajo la protección de Ryuusuke no creo que tengamos problemas.

El caballero negro le devolvió la carta, extrañado por el nombre que acababa de decir. Ankar guardó el papel.

-¿Ryuusuke? ¿Quién es ese con un nombre tan extraño?
-Es el miembro más mayor de los daimyo de Doma. –Le explicó Ankar. –Doma se rige por un consejo de ancianos, y el mejor de todos es el líder del reino. Este es Ryuusuke.
-¿Cómo de mayor es?
-Creo que supera los cien años.
-Entonces tiene que ser un vejestorio inútil. –Contestó bufando Lomehin, pero vio que Ankar reía. –Me equivoco. ¿Verdad?
-Ya lo comprobarás cuando lleguemos allí. –Fue lo único que pudo decirle antes de levantarse. –Vamos a cambiar de guardia, ya toca al siguiente grupo.

El camino hasta Alexandría fue rápido incluso con los monstruos de por medio. Se mantuvieron en todo momento vigilantes en el cielo por si veían alguna de aquellas extrañas aeronaves, pero al parecer no les hicieron caso. Cuando llegaron a las puertas de Alexandría, pudieron ver el enorme palacio incluso desde fuera.

-Según las leyendas… -Empezó a decir Cyan. –Se dice que el propio dios Alexander, Señor del Fuego Divino, Dios de las Llamas, es el gran castillo de Alexandría.
-Me resultaría extraño que un dios dejara vivir a los mortales dentro de sí. –Contestó Ylenia airada.

Pero algo si era cierto. El enorme castillo podía verse desde cualquier zona de la ciudad, desde el barrio teatral hasta los suburbios. Desde el mercado principal hasta las casas más pequeñas. Un enorme palacio hecho de piedra blanca y metal claro, coronado en el centro por un enorme cristal prismático que nadie sabe de dónde salió.

-Te noto más tensa de lo normal. –El bardo se rascó la cabeza. -¿Acaso aquí también has hecho alguna de las tuyas?

Pero se quedó callado al recibir un golpe de parte de Onizuka, mientras la guerrera lo miraba con frío odio.

-No me gusta estar aquí, simplemente eso. –Contestó ella bajando del chocobo.

Se dirigieron todos al establo, viendo la diversificación de personas. Fue Cyan quien empezó a explicar las diferencias entre Alexandría y otros lugares.

-Yo viví aquí. –Explicó el bardo mientras caminaban por la entrada principal de la ciudad. –Es más, todavía mi familia sigue viviendo en el barrio teatral. Regentamos un teatro. Bueno, no yo, mi hermana mayor. El barrio teatral es una zona al este, cerca del mar, allí es mejor, pues también suelen venir barcos voladores que en sí mismo son teatros móviles, y ahí está el aeropuerto.
-¿Cuánto hace que no ves a tu familia? –Preguntó Dreighart curioso.
-No lo recuerdo… Pero creo que podríamos descansar en mi casa. –Contestó el bardo.
-Me niego. –Dijo Lylth. –No vamos a tener una charla familiar como la que tuvimos en Wutai, sino que solo estamos de paso. Nosotros iremos a la posada, si tú quieres ir a charlar con tu familia ya sabrás donde estamos.
-Oh, que ruda, tus frías palabras rompen mi poeta corazón. –Contestó riendo el bardo. –Pero no creo que pueda ver a mi familia igualmente.
-¿Por qué?

Por toda respuesta, el bardo señaló un cartel colocado en un tablón de anuncios. El cartel mostraba a una mujer, bastante hermosa, vestida con un traje de cortesana y simulando que cantaba, y unas grandes letras anunciando una obra teatral llamada “Quiero ser tu Canario” cerca del puerto. La mujer tenía cierto parecido con Cyan, y el apellido “DeMagenta” se podía leer al pie de la imagen.

-¿Es tu hermana?
-Así es. Por lo tanto… Venid conmigo, os llevaré a una buena posada. –La sonrisa de Cyan era igual a la que mostraba desde el principio. Nadie entendió por qué estaba tan tranquilo.

Sin embargo, al llegar a la posada, pudieron ver un ambiente muy relajado, con música tranquila de fondo y una mujer realmente hermosa detrás de la barra.

-Cecilia, mi amor. –Dijo Cyan abriendo los brazos hacia la joven tabernera.

Esta sonrió y abrazó al bardo, mientras que los demás tomaban asiento. La mujer parecía joven, y hablaba animadamente con Cyan, hasta que se acercó a los demás. Las habitaciones fueron pedidas mientras que los cuatro magos decidieron salir por su cuenta a la gran biblioteca de Alexandría, la cual era, junto a la de Tycoon, la más grande del mundo, seguidos por el ninja. Por su parte, Cyan acompañó a Ankar hasta el puesto de mensajería para enviar el informe a Baron. En la posada se quedaron Onizuka y Lomehin, bebiendo y charlando sobre antiguas batallas, mientras que Dreighart e Ylenia habían salido a comprar provisiones.

El resto del día fue sencillo y simple. Algunos, como Dreighart, habían olvidado lo que era el simple hecho de salir a comprar sin tener que preocuparse por estar en tensión. Llevaban un gran número de jornadas con mucha presión en sus espaldas, yendo desde Kolinghen hasta Zozo, y después hasta el Templo del Árbol Eterno… La batalla contra Titán no fue tan dolorosa como la de los al’bhed… Y su brazo todavía dolía.

Dormir en una cama mullida, sin tener que hacer guardias, llevarse al estómago comida cocinada con tranquilidad y no trozos de comida asados con hierbas medicinales… Todo aquello pudieron sentirlo y disfrutarlo durante aquella noche. La cena alegre mientras Lylth y Hassle se encargaban de las heridas de algunos, con la música de fondo de Cyan y de otros bardos.

El amanecer despuntó haciendo que todos salieran de las murallas de la ciudad. Habían descansado bien y levantado antes del alba, con los chocobos preparados y a punto.

-Nos esperan algunas jornadas hasta llegar a Doma. –Explicó Onizuka sonriente sobre Highwind. –Así que mejor nos apresuramos. ¿No?
-Según lo que nos ha dicho Ellander, lo más seguro es que los al’bhed no nos ataquen todavía. –Kahad, que seguía llevando a Emberlei delante de él en el chocobo, parecía contrariado. –Pensé que nos atacarían una y otra vez.
-Que poco sabes de guerra, minininja.
-¿Y tú sabes más, por casualidad?
-Yo provengo de una familia de guerreros, idiota. Sé de lo que hablo. –Empezó a decir Onizuka mientras Cyan empezaba a tocar suavemente. –Necesitarán tiempo para preparar una nueva ofensiva. Saber dónde estamos, cuántos somos todavía, si somos más o menos fuertes. Solo un idiota mandaría cinco batallones a una batalla que no sabe si ganará o perderá.

Molesto por haber quedado en ridículo frente al samurái, el ninja arropó un poco más a una dormida Emberlei, la cual estaba apoyada en su pecho. Miró hacia atrás para encontrarse con que el resto de magos parecía igual de exhausto. Hassle iba dormido sobre su chocobo negro, el cual parecía no necesitar más que alguien delante a quien seguir, y Ellander y Lylth iban abrazadas a las espaldas de Dreighart y Ankar respectivamente, durmiendo también.

-¡Ankar! ¡Despierta a Ellander para preguntarle si pueden atacarnos en estos días! –Gritó el ninja desde su posición, pero sintió como Emberlei le daba un golpecito en el pecho con una de sus manos.
-No grites… los magos necesitamos recuperar energía más que los demás. ¿Recuerdas? Necesito dormir…

Los días siguientes fueron una extensión bastante calmada del viaje. Combatieron contra monstruos, consiguieron nuevo material para vender y durmieron por la noche con guardias. No hubo grandes sorpresas salvo los primeros conjuros que dominó Ellander como lo que ella llamaba “Psíquica”, que no era otra cosa que la versión de un Mago Azul de su mundo, hasta que llegaron al río cercano a Doma, la ciudad samurái.

A lo lejos podían ver perfectamente la amurallada ciudad de estilo japonés rodeada de agua proveniente de uno de los ríos más largos del continente, trayéndola desde las montañas al norte. Sin embargo, cuando algunos llevaron sus chocobos hasta el agua, Onizuka les soltó un grito.

-¡¿Pero estáis taraos o qué?! –Excepto Ankar y el propio pelirrojo, el resto de la comitiva había llevado sus animales a que bebieran agua, y se giraron extrañados al samurai.
-¿Qué pasa? –Preguntó extrañado Dreighart.
-¿Alguno de vosotros no ha ido a clase de historia o qué? –Onizuka bajó de Highwind. Parecía furioso, nunca lo habían visto así.
-¿Por qué lo preguntas? –Ylenia parecía igual de extrañada que su compañero cuando el pelirrojo se acercó a ellos y tomó las riendas de todos los chocobos.
-Nuestro amigo samurái se refiere sin duda a lo que llevó a Doma a estar a un paso de la muerte en el pasado. –Empezó a decir Cyan, que seguía subido en Highwind.

Onizuka juntó a todos los chocobos y comenzó a caminar hacia la ciudad. Ylenia, con mala cara, miró al bardo.

-No me gusta hacer esto pero… ¿Qué es eso de la muerte en el pasado?
-Pasó hace unos veinte años. –Empezó a decir Ankar, y el Alexandrino empezó a tocar una tonada triste. –Durante la guerra, las reservas de agua en Doma siempre han provenido desde las montañas, al norte. –Dijo señalando el cauce del río ascendiente, mostrando las montañas. –De este río se abastecía la ciudad, tanto por fuera como por los pozos subterráneos. Pero en la guerra, uno de los generales de Alexandría plantó unas bayas mágicas venenosas en la montaña.
-Podríais ganaros la vida contando historias, maese Ankar. –Dijo Cyan riendo, y sin dejar de tocar, puso cara seria por primera vez. –Ese general fue disfrazado mágicamente como la reina Rosa de Baron, pero fue apresado y desenmascarado.
-Sin embargo, el veneno no pudo ser arrancado de la montaña. –Siguió Ankar mientras sus chocobos seguían a los que llevaba el pelirrojo. Los demás los seguían interesados a pie. –El río y los pozos de la ciudad fueron contaminados y se volvieron una muerte potencial para cualquiera que tomara tan solo un sorbo.
-Por eso el loco nos pegó ese grito… -Ylenia, asombrada, miró la espalda del samurái. –Bueno, algo de cerebro sí que parece tener al fin y al cabo.

Pero la pulla de la guerrera pareció no hacer efecto esta vez en Onizuka. El samurái caminaba en silencio, con la mirada fija en la entrada de la ciudad. Alrededor se podían ver varias personas trabajando en algo mecánico. Todavía faltaba algo para llegar, pero su vista estaba fija en aquellas personas. Recordó con un suspiro y se quedó quieto a que llegaran los demás a su altura.

-¿Estás bien? –Escuchó la voz telepática de Ankar. No hacía falta girarse para saber que solo le hablaba a él.

Onizuka se giró cuando llegaron todos y devolvió las correas con un simple “Que no beban agua a no ser que se los dé alguien de la ciudad” y miró a Ankar.

-Parece que las heridas de entonces duelan. ¿Verdad? –Preguntó el dragontino. Onizuka sonrió triste y asintió tomando las riendas de Highwind. –Me ocurre lo mismo cuando vuelvo al monte Nibel.

Caminaron mientras Ankar siguió explicando sobre la guerra de las sombras. El general envenenador fue conocido como el “Mago Loco” y su nombre era Kefka Palazzo, y era uno de los generales más cercanos a la anterior reina de Alexandría. Pero fue ejecutado en Doma cuando descubrieron quién era.

-Me avergüenza decir que el reino al que pertenezco, con toda su sabiduría, fue controlado por tales elementos… -Explicó el bardo dejando de tocar. –Pero gracias a los héroes de los reinos que querían la paz pudimos salir de esa época oscura.
-Incluso la propia hija de la reina alexandrina luchó contra su madre. –Explicó Kahad, a lo cual Emberlei le miró.
-¿Te refieres a Garnet Til Alexandros? –El ninja asintió, y la de ojos morados miró al bardo. –He escuchado que es una Alta Invocadora, igual que la maestra Rydia. ¿Es eso cierto?
-Oh, sí, es cierto. –Explicó Cyan. –Además, tiene el título de Devota, la más alta clasificación de los magos blancos. Y por si fuera poco, su reinado ha hecho que todos en Alexandría olvidaran los oscuros años de guerra bastante rápido.
-Nunca entenderé porqué alguien con el título de Alto Invocador se entesta en tener poderes blancos… -Dijo más para sí que para nadie la maga negra. –La maestra Rydia también dijo que echaba de menos sus poderes curativos…
-¡Eh! ¡Héroes!

Todos se detuvieron a unos metros de la gran muralla y miraron de donde provenía la voz. En uno de los pozos había un hombre joven, de cabellos castaños cortos y ropas marrones. A sus pies había una máquina extraña que parecía una especie de araña, y su rostro parecía algo manchado de grasa. Se acercó a ellos limpiándose las manos con un trapo.

-Veo que habéis llegado a esta ciudad. ¿Verdad? Es un alivio ver a guerreros tan fuertes como vosotros de una sola pieza.
-¿Perdón? –La palabra surgió de varios de los miembros del grupo, pero el rostro cambió a uno de sorpresa.
-¡Oh! ¡Maldición! ¡Tengo que avisar del depurador! –Tomó una capa larga de color crema, se la echó por encima y se fue corriendo hacia la ciudad. -¡Nos vemos héroes!

Cuando desapareció, todos miraron con extrañeza hacia la estela que había dejado aquel hombre.

-¿Por qué nos ha llamado “Héroes”? –Rompió el silencio Lomehin.
-Quizás nos escuchó hablar sobre los héroes de la guerra… -Contestó Ankar.
-¿Te ha estado escuchando? –Preguntó con una mueca extraña Ylenia. -¿A ti?

Se quedaron perplejos. Era imposible escuchar la voz del dragontino, solo se comunicaba por telepatía. Entonces… ¿A qué se refería?

-Vamos. –La voz de Onizuka era algo más apagada de lo normal. –Si no nos presentamos al daimyo no podremos hacer nada en la ciudad.
-¿Conoces al daimyo?

Pero la pregunta de Dreighart se quedó en el aire cuando pasaron por el portón. La ciudad estaba hecha de piedra gris, aunque las paredes altas eran de color blanco y los techos, picudos y en forma de pirámide, tenían el color de la piedra de río. La gente que paseaba llevaba trajes típicos de Doma, largos y anchos pantalones iguales a los de Onizuka y camisas cruzadas de diversos colores, y llevaban sandalias en vez de botas. Muchos hombres y mujeres portaban al cinto dos espadas, una katana y una wakizashi. El ambiente era relajado y se podía respirar en el aire, aunque podían ver que todas las casas tenían varios toneles al lado de las paredes. Algunas cortinas estaban en las entradas a los hogares, y muchos bancos de madera estaban repartidos por la calle principal, la cual seguía hasta la parte más profunda, donde se podía ver el gran castillo de Doma, de varios pisos de altura, con ventanales grandes y pequeños y de color caoba. El suelo, a diferencia de otros reinos, no estaba empedrado, era la propia tierra la que formaba parte del camino, y algunas piedras eran chutadas mientras caminaban.

Mientras iban en dirección al gran castillo, pudieron ver como algunos niños jugaban con pequeñas espadas de madera, o con pequeñas pelotas hechas de piel, hasta que llegaron a la entrada del palacio. El pelirrojo les hizo una seña con la mano para que esperaran, y se acercó hasta el guardia.

-Puede que conozcáis al viejo Onizuka después, y quizás nos deje dormir en su casa. –Dijo el dragontino.
-Oye Ankar… -La guerrera le dio un golpecito en el brazo. –Parece que conoces a su padre o a su abuelo… ¿Son tan… alocados como el que conocemos?
-Creo… -Dijo después de una pausa. –… que en el diccionario, hay un retrato de su abuelo apareciendo al lado de la definición de la palabra “Locura”.
-Lo que me faltaba… -El sonoro golpe que se dio con la mano en la frente hizo que algunos se giraran hacia ella. –Mis peores temores se han hecho realidad…
-¿Qué quieres decir?
-¿De verdad tienes que preguntármelo? –Contestó ella mirando al albino. -¿Después de todas las perrerías que me ha hecho el idiota pelirrojo este durante el viaje? Y ahora vas y me dices que el viejo es aún peor… Espero que no se le meta entre ceja y ceja el tirarme los tejos como hace su nieto, aunque si es un viejo no creo que lo haga…
-Creo que un hombre con más de cien años tiene un mínimo de madurez. –Explicó él rascándose la cabeza.
-¿Puedes jurármelo sobre Mateus de que es así? –La mirada que le echó al dragontino era de pura necesidad, de ruego y misericordia. Ankar se volvió a rascar la cabeza.
-Hablamos de la familia Onizuka… ¿De verdad quieres que te haga un juramento así…?
-Sabía que no ibas a ser sincero… Espera. ¿Cuántos años dijiste…? –Pero se quedó callada al escuchar a lo lejos al pelirrojo.
-Vengo con mis compañeros a ver al daimyo. –Dijo con firmeza al soldado, el cual lo miró desconfiado.
-Pareces de Doma, así que seguro sabes que el daimyo no acepta a cualquier pordiosero.
-¡Eh Ankar! –Gritó Onizuka, y el dragontino lo miró. -¡Trae esa explicación tuya tan chachi!

El dragontino se acercó extrañado, pero entendió a qué se refería cuando vio la cara del guardia.

-Venimos de parte del rey Cecil de Baron. –Las breves palabras mentales de Ankar hicieron efecto, sobre todo después de mostrar el anillo del reino. -¿No podríamos pasar?
-De acuerdo… -Dijo después de una pausa. –Venid conmigo, he escuchado que el daimyo está en el dojo. Seguidme.
-¿Qué es un dojo? –Preguntó Ellander mientras caminaban hacia donde estaban el samurái y el dragontino.
-Es el lugar donde pueden entrenar el arte de la espada. –Explicó Ylenia. –Son parecido a habitaciones en grandes edificios como este, o también pueden ser un único edificio.

Se detuvieron en la entrada para poder ver el entarimado de madera, y todos se quitaron las botas antes de entrar. Pudieron ver algunos tapices con escenas de batallas, y de lejos escuchar la voz de alguien recitando algún tipo de poema mientras caminaban sobre el suelo liso. Mientras caminaban, Lylth, al lado de Ylenia, le dio un golpecito en el brazo y le señaló hacia delante con la cabeza. La guerrera miró en esa dirección, y pudo ver que, aunque siempre había estado con la cabeza bien alta y sonriente, ahora Onizuka llevaba una mueca de seriedad.

“Parece que, después de todo, hasta los que están locos se ponen serios cuando vuelven al hogar.” Pensó Ylenia. “Espero que todo esté bien dentro de esa cabeza llena de nubes que tiene…”

Se detuvieron frente a una puerta hecha de papel y largas tiras de madera, y el soldado se giró a ellos.

-¿Nombre?
-Derakainu. Él sabrá quién soy.

El guardia abrió la puerta corredera y entró, cerrándola detrás de sí. Ankar se deshizo la coleta y se peinó con los dedos para rehacerse el peinado, mientras que Onizuka se limpiaba el pantalón.

-Vamos a ver a alguien con el rango de un rey, poneos algo menos feos. –Dijo con su típica sonrisa el samurái.

Todos excepto Lomehin y Emberlei intentaron adecentarse, pero no tuvieron mucho tiempo antes de que la puerta volviera a abrirse. El soldado miró al pelirrojo.

-Se os permitirá hablar con el Daimyo Ryuusuke Yajorobais. –Un sonido a punto de convertirse en risa surgió de la garganta de Dreighart, pero se calló por un codazo de parte del caballero oscuro. El hombre lo miró con desaprobación. –Podéis pasar.

Todos ellos pasaron y pudieron ver el interior del dojo. Largas esterillas de color verde suave sustituían el entarimado marrón hasta el momento puesto en el suelo, mientras que a lo lejos podían verse grandes ventanales para que entrara la luz del sol, mostrando las espadas de madera en las paredes. En el interior había varios niños practicando movimientos con ropas muy parecidas a las que habían visto hasta ese momento, pero se detenían conforme el grupo caminaba hacia un hombre mayor que estaba de rodillas al lado de los ventanales, con los ojos cerrados. Todos pudieron comprobar que era un hombre alto, con un kimono sin mangas y pantalones a juego de color negro, y un gran rosario de grandes cuentas de color blanco en el cuello. Sus cabellos eran largos y blancos como la leche, atados en una coleta de caballo, y su barba era frondosa y le llegaba hasta el pecho atada en una nueva coleta también para la propia barba. Su piel era algo morena, pero no tenía muchas arrugas y los músculos, descubiertos de toda tela, eran prácticamente los de un joven. En su rostro llevaba unas pequeñas gafas redondas, aunque sus ojos estaban cerrados y él mismo estaba cruzado de brazos.

Se pusieron a una distancia prudencial de no más de tres pasos de aquel anciano mientras el grupo de niños se ponía de rodillas, en silencio.

-Dejadnos. –La voz del anciano, aunque algo suave, era enérgica y poderosa. Los niños le hicieron caso inmediatamente, algunos incluso salieron corriendo.

Todos estaban tensos frente al hombre que se hacía llamar “Yajorobais”. Lomehin estaba serio, mucho más que de costumbre, y podía ver alrededor de ese anciano un aura de peligrosidad que no podría llegar a describir, algo conocido pero mucho más poderoso. Ylenia lo miraba con sus nervios a flor de piel, y sentía una presión viniendo de él tan grande como si estuvieran frente a un Guardián de Cristal. La perenne sonrisa de Hassle casi había desaparecido por la tensión igual que la expresión de altanería que solía adornar el rostro de Cyan, y Lylth y Ellander estaban quietas como estatuas, algo poco natural en ellas. Dreighart estaba sentado junto a Kahad, y ambos sentían como si el aire se hubiera congelado en la habitación. Los únicos que parecían estar bien eran Emberlei, Ankar y Onizuka. La primera no entendía como un simple anciano quisiera imponer tanto respeto sin decir nada, sin llevar ningún tipo de arma o haber pronunciado ningún tipo de amenaza. El dragontino seguía serio, aunque internamente estaba preparado para cualquier cosa. No eran nervios, era la calma antes de la tempestad. El pelirrojo, sin embargo, estaba serio y siguió igual cuando se puso de rodillas delante del anciano. Los demás lo imitaron.

-Onizuka Derakainu vuelve a Doma, mi señor, por un viaje importante, y pedimos asilo para poder pasar unos días en la ciudad.

Todos excepto Ankar miraron a Onizuka con una expresión de sorpresa. No se había dirigido nunca a nadie con esa formalidad y esa seriedad. Se quedaron callados esperando la respuesta del anciano, pero este estaba callado sin abrir los ojos. El sudor comenzó a salir en algunas frentes, y se sintieron incómodos por la posición. Kahad parecía el único que no movía las piernas, aunque tanto silencio también le estaba poniendo nervioso.

Onizuka carraspeó y habló de nuevo.

-Onizuka Derakainu vuelve a Doma, mi señor, por un viaje importante, y pedimos asilo para poder pasar unos días en la ciudad. –Las mismas palabras y el mismo tono, pero el anciano no se movió ni un ápice. Los puños de Onizuka se cerraron y levantó un pie para mirarlo más de cerca. -¡Me cago en tu padre, viejo de los cojones, a ver si dejas de hacerte el sordo de una jodida vez y me contestas!

Todo sucedió en un momento, y nadie pudo ver el por qué Onizuka ahora estaba volando hacia el fondo del dojo y atravesando las puertas de papel con un fuerte estrépito. Lomehin se giró inmediatamente al viejo con la espada en mano e intentó golpearle, pero de un único movimiento este le desarmó y apuntó con su espada oscura a Kahad, que había sacado dos shurikens.

-Creo que esto no os concierne, niños. –La voz del anciano hizo que se apartaran, y le devolvió la espada al caballero oscuro. Dio grandes zancadas hasta llegar donde estaba Onizuka y le alzó del cuello. -¡¿Cómo que viejo de los cojones?! ¡¿Qué puto vocabulario es ese?! ¡Yo no te enseñé a insultar a los ancianos, capullo insensible! ¡¿Qué pasa, que has venido a casa a que te dé un par de ostias como cuando eras pequeño?!
-¡Capullo lo será tu hermana por parte de abuela, idiota! ¡¿Quieres hacer el jodido favor de soltarme y dejarme explicar, o tendré que darle una paliza a ese viejo y asqueroso culo arrugado tuyo?!

De un movimiento, Onizuka volvió a pasar volando, esta vez en dirección a donde estaban los demás, y pudieron ver como caía de espaldas delante de ellos. Antes de hacer nada, el anciano ya estaba encima de él con el pie encima de su pecho.

-¡Ja! ¡Te faltan todavía cien años para poder darme una paliza a mí, chaval! –Dijo riendo con fuerza en una carcajada estridente. Todos pudieron ver los ojos del anciano, amarillos como el oro y con un fuego en el interior muy fuerte. Miró al resto del grupo y volvió a reír. –Así que vosotros sois los pobres desgraciados que tenéis que soportar al demonio de mi nieto. ¿Verdad?

Todos se quedaron perplejos ante esas reacciones, pero abrieron más la boca con la última frase. Ankar no pudo más y empezó a reír con esa risa que parecía de animal y se levantó. El viejo lo miró sin dejar de sonreír y lo señaló con la mano.

-¡Qué tenemos aquí! ¿No eres tú el pequeño pupilo de Kain? –Bajó el pie del pecho del samurai y estrechó la mano del dragontino. –No me lo puedo creer, sí que has crecido.
-Señor, solo han pasado tres años desde que nos vimos, no he cambiado gran cosa. –Contestó Ankar sonriente, y miró a Onizuka. –¿Qué, esperabas un recibimiento de abuelo típico, con abrazos y esas cosas?
-¿Por quién me tomas, por el idiota de Kahad? –Riendo, el samurái se levantó y miró al resto. –Os presentaré… este es el daimyo de Doma, Onizuka Ryuusuke, apodado “Yajorobais”, Campeón Elemental y mi viejo y cascarrabias abuelo.
-Sigue así y te partiré el hocico de nuevo. –Cruzándose de brazos, el anciano Onizuka miró a su nieto y le hizo una seña con la cabeza para que se pusiera con los demás. –Anda, siéntate ahí, vamos a hablar de porqué cojones has llegado de nuevo aquí y si voy a tener que picarte de nuevo la cresta.

Cuando todos volvieron a estar sentados o de rodillas, el viejo sonrió por primera vez abiertamente y rio con ganas.

-Como echaba de menos estas situaciones, diablos. –Decía mientras golpeaba el suelo. –Hacía como siete años que no teníamos una pelea tan buena. ¿Eh, Dera-chan?
-Por todo lo que más quieras, viejo, no me llames “Dera-chan”. –Riendo, el pelirrojo miró a los demás con una mirada asesina, como queriendo decir “¿Quién se atreve a hacerlo?”.
-Va, has sido el crío de la familia desde siempre, no te me quejes ahora. –Cruzó sus brazos y miró a todos. –En fin, me han dicho que venías de parte de Baron. ¿Qué haces trabajando para otro reino?
-Eh, me exilié. ¿Recuerdas? No debo nada a nadie.
-¿Qué ha ocurrido para que vengas aquí?
-Vamos para el Templo del Destello Eterno.

Los ojos del anciano se abrieron en una mueca de sorpresa mirando a su nieto y, sin poderlo evitar, se puso serio.

-A ver que me aclare… ¿Podéis entrar en ese templo?
-Mejor que te lo cuente el jefe. –Y miró a Ankar, el cual se puso algo nervioso.

Las palabras de Ankar fueron sinceras y explicó el viaje hasta ese momento. Tardaron bastante y para hacer más ameno el relato trajeron tazas de té para todos mientras algunos sirvientes arreglaban la puerta. Explicaron lo esencial, sobre todo después de mostrar los cuatro pedazos de los cristales elementales. La mirada de Ryuusuke era dura e imperturbable, pero ahora todos podían ver el parecido físico que tenía el anciano con su nieto.

-Bien… esto ya es otra cosa… -El viejo sorbió de su té y los miró a todos. –Quiero ayudaros.
-¿Cómo vas a hacerlo? –Preguntó el pelirrojo. –No creo que ninguno de ellos pueda aprender ninguna de tus técnicas.
-Olvidas quien soy, Dera-chan. –Contestó con una sonrisa macabra realmente parecida a la de su nieto. –Soy Onizuka Ryuusuke, Campeón Elemental. ¿Piensas que algo así me será difícil?
-Disculpe la pregunta, señor Onizuka… -Dijo Dreighart levantando la mano algo inseguro. –Pero quisiera saber… ¿Qué es eso de “Campeón Elemental”?
-Oh, es cierto, las nuevas generaciones no saben una mierda. –Asintió para si mientras cavilaba. –Veamos… Os habéis enfrentado ya a los cuatro guardianes elementales. ¿Verdad? –Ante el asentimiento de su nieto, el viejo siguió. –Bien… hay gente que se quiere poner a prueba a sí misma. Son los llamados “Campeones de los Reinos”. Cada reino tiene uno o varios campeones, aunque siempre hay un único Campeón que, por así decirlo, gobierna sobre el resto.
-Algo había oído decir. –Dijo entonces Cyan. –Es cierto que cada reino tiene a su guerrero más poderoso. Por ejemplo, en Baron creo que es maese Highwind, el maestro de Ankar.
-Así es. Sin embargo, siempre hay alguien que se considera más poderoso. –Explicó el viejo Onizuka. –Y para ello existe el “Reto Elemental”, que consiste en ir a los cuatro templos elementales y vencer por sí solo a los Guardianes.
-¿Quieres decir que tú has vencido a Ifrit, al maestro Leviathán, a Quetzacoatl y a Titán por tus propios medios? –Preguntó abriendo los ojos con sorpresa la maga negra del grupo. –Eso es imposible, solo los invocadores como yo podemos…
-Los invocadores están sobrevalorados. –Cortó Ryuusuke. –Es cierto que tenéis el don de enviar las almas al otro mundo y contactar con los espers, pero si cometes el error de que sois los únicos que podéis vencerlos, es que este viaje a ti no te ha sentado muy bien, muchacha… ¿Cómo te llamabas, por cierto?
-… Emberlei Oakheart. –La contrariedad de la chica se notaba, pero la mirada que le lanzaba el anciano la ponía nerviosa.
-¿Oakheart? Es curioso…
-¿El qué es curioso? –Preguntó Kahad en guardia.
-Cuando era más joven conocí a otra Emberlei, hace mucho tiempo, en Kolinghen. Se parecía a ti, con el mismo tono de cabello y de ojos, pero deberías ser una de sus nietas o algo, porque su apellido no era Oakheart sino Colina. Era una bastarda, no de manera insultante, sino realmente, hija de una relación no oficial.
-Sí, seguramente… -Dijo forzando la sonrisa la chica, y cuando el abuelo de Onizuka cerró los ojos y siguió hablando, sintió como si un enorme peso le fuera quitado de encima, cerrando los ojos y suspirando. Reacción que no pasó inadvertida para Kahad.
-El caso es que al vencer a los cuatro guardianes elementales por sí mismo, el Campeón puede reclamar el título de Campeón Elemental. Y ese soy yo.

Un suspiro de admiración llenó la sala, pero no duró mucho hasta que Onizuka Nieto soltó una risa.

-Seguro que estás muriéndote de envidia porque nos toca ir a los templos que tú nunca pudiste ir. ¿Verdad?
-Niño malcriado… -Riendo, Onizuka Abuelo le dio un golpe al pelirrojo y miró a los demás. –Me encantaría ir con vosotros y patear unos cuantos culos guardianes, pero no puedo hacer lo que se me antoja. Al fin y al cabo tengo ciento cincuenta y cinco años y ya no puedo seguir el ritmo de los jóvenes, aunque todavía puedo romperos la cabeza a todos juntos.

Las risas de ambos Onizukas hicieron que pasaran desapercibidas las miradas de todos los demás, los cuales pensaron que no podía ser que tuviera la edad que dijera. Pero la atención de todos fue recibida de nuevo por Ryuusuke al dar una palmada muy sonora.

-Bien, os quedaréis aquí unos días y entrenaréis como es debido. Tengo unas cuantas cosas que os irán bien a cada uno de vosotros. –Miró uno por uno a los miembros del grupo y señaló a Lomehin. –Por ejemplo, tu eres bueno con la espada oscura, pero la que tienes está desgastada y sin cuidar. Te proporcionaré una nueva.
-No es necesario, la arreglaré yo mismo. –Dijo inmediatamente el caballero oscuro.
-Entonces te propongo que, después de arreglarla estos días, te enfrentes a la espada oscura que tengo pensada para ti. Si piensas que tu espada puede ser mejor, me rendiré.
-Me gustan los retos. –Contestó con una sonrisa Lomehin. Pero acto seguido Ryuusuke señaló a Hassle.
-Y tú, conejito. He visto que cuando había pasado todo el meollo habías preparado un conjuro. Eres rápido, pero no te concentres solo en la magia. Te daré un arma también. ¿Qué te parece? Algo que pueda competir con tu poder.

Hassle se había quedado perplejo, pues había pensado que sus manos habían sido suficientemente sigilosas como para que nadie se diera cuenta, pero asintió sin decir nada. El anciano rio de nuevo y dio unas nuevas palmadas, y un soldado llegó hasta ellos.

-Llévalos a la sala de invitados y que preparen dos habitaciones, una para hombres y otra para mujeres. –Se giró a ellos. –Id con él y descansad un poco. Luego podréis ir a los baños y relajaros del viaje.

Todos se levantaron, pero el único que se quedó allí fue el pelirrojo. Ylenia se giró para decirle algo, pero vio que Ankar le hacía señas para salir. Cuando los dejaron solos, los dos samuráis se miraron seriamente, y el anciano suspiró con fuerza.

-No esperaba que vinieras, la verdad.
-Han pasado siete años desde entonces… La ciudad ha vuelto a la normalidad. –Dijo el pelirrojo sentándose al lado de la ventana. Su abuelo hizo lo mismo y sorbió un poco de té. -¿Cómo están las cosas con la gente?
-Hay niños que todavía tienen pesadillas. –Contestó después de una pausa su abuelo. –No es fácil hacer sacar de la mente de un niño la imagen de un demonio sediento de sangre.
-Todavía no lo han olvidado…
-Al menos no se acuerdan de quién fue ese demonio sediento de sangre. –Onizuka abuelo miró a Onizuka nieto. –Sabía lo que iba a pasar sobre los cristales.
-¿Qué quieres decir? –El joven parecía totalmente sorprendido.
-Hace tiempo, el rey Cecil de Baron quiso hacer un cónclave de reyes. –Empezó a explicar el anciano. –Yo, como daimyo, tuve que ir en representación de Doma. En aquel cónclave fueron personas muy importantes… La reina Garnet y el rey Zidane de Alexandría… La reina Fran de Burmecia… La reina Lenna y el rey Bartz de Tycoon… Incluso pude ver a los reyes de Eblan, Edward y Rydia… Sin contar con el que pidió el cónclave, Cecil y Rosa…
-Yo he conocido a los de Baron y los de Eblan, aunque los segundos fue más bien fortuito. –Contestó serio el pelirrojo.
-El caso es que había una muchacha más. –Siguió el anciano. –Una muchacha de cabellos castaños que hablaba de una misión… de vuestra misión.
-¿Una chica que tenía una hermosura parecida a la de una katana?
-Si… Frejya creo que se llamaba. –Corroboró Ryuusuke. –Hermosa pero peligrosa… algo que si llegas a tocarlo podría hacerte daño. –Tomó otro sorbo de té. –Creo que es peligrosa, mucho más que cualquiera de los que habían allí. Mucho más que yo.
-Eso es decir mucho, viejo. –También sorbió su té. –No he conocido a nadie más peligroso que tú… ni en todos estos años, ni en todos estos combates.
-Era una sensación más primitiva… más extraña que todo eso…
-¿Quieres decir que tenías miedo?
-Idiota, no he tenido miedo salvo en una ocasión, y no fue precisamente en esa.

El pelirrojo suspiró y miró por la ventana. Habían niños jugando en el patio interior de la casa del daimyo, y otros más mayores que entrenaban con sus espadas de madera.

-Creo… que les debo una explicación a mis compañeros.
-¿No les has contado nada?
-Solo a un par de ellos.
-¿El dragontino?
-Si… ese lo sabe desde que nos conocimos.
-Parece que te aprecia.
-Somos los mejores colegas.
-Creo que deberías explicarles lo que pasó hace siete años.

Ambos miraron por la ventana escuchando como los niños reían y jugaban.

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-No entiendo a esta familia…

La voz de Ylenia hizo que algunos rieran. Estaban todos sentados encima de cojines en una sala grande, donde cabían todos sin problemas. Ankar había estado hablando con Lomehin sobre lo de la espada que Ryuusuke le dijo, mientras que Ellander hacía muchas preguntas a Cyan y Kahad sobre la política del lugar. Hassle y Lylth estaban hablando sobre los conjuros de magia blanca mientras que la otra maga, Emberlei, estaba mirando distraída por la ventana. Fue Dreighart el que jugaba a Triple Triad con la guerrera cuando dijo esa frase.

-¿Qué quieres decir?
-¿No está claro? Parece que lo único que sepan usar son los puños y las palabrotas. Son una panda de bárbaros. ¿Acaso todos los de Doma están tan locos?
-Por Mateus, no creo…
-Tú conocías a Onizuka de antes. ¿Verdad Ankar? –Preguntó Lomehin mirando la hoja de su espada oscura. El albino asintió. –Su abuelo es alguien a quien temer… ¿Qué puedes decirme de ellos?
-Poca cosa… creo que el que debería decir algo es el propio Onizuka.

Como invocado por el pensamiento del dragontino, el samurai abrió la puerta y entró con un grupo de sirvientes que traían la comida. Todos se sentaron sin decir gran cosa y, cuando las pequeñas mesas de madera estaban colocadas, se quedó el grupo otra vez solo. Onizuka rio.

-Bueno, pues… Ahora sí, bienvenidos a mi casa, cabrones.
-¿Eres el nieto del daimyo… y nunca habías dicho nada? –Preguntó alucinada Lylth.
-Pero… una pregunta… -Todos miraron a Ember, que había estado callada hasta ese momento. –Antes se dijo que un daimyo era el equivalente a un rey en Doma… Eso te coloca a ti como un noble y también como una especie de príncipe… ¿Verdad?
-¿Eh? Sí. ¿No os lo había dicho nunca?

El grito de sorpresa fue tan grande que el propio Onizuka se apartó un poco.

-¡No puede ser que seas un noble! –Gritó Ylenia.
-¡Estoy de acuerdo! ¡No tienes los modales mínimos siquiera! –Secundó esta vez Kahad.
-¡¿Qué importan los modales?! ¡No pega como noble! ¡Ni con cola!
-Calmaos, por favor… -Lylth fue la que pidió calma, y miró a Onizuka. –Seguro que nos explicará todo. ¿Verdad?
-No me mires con esa sonrisa bonita que me pongo to’ burro.
-¡A eso me refiero!
-Ylenia, déjale hablar.
-A ver… -Las palabras de Onizuka hicieron que todos se callaran. –En teoría, sería el segundo príncipe… Mi padre debería ser el primero, pero lleva veintidós años desaparecido. Pero sí, soy un noble. –Bebió un poco de sake que tenía en la copa y continuó. –Pero a fin de cuentas, el daimyo se elige por quien es el más fuerte y sabio, y por eso es mi abuelo.
-¿Y por qué estás en esta misión en vez de estar aquí descansando tranquilamente? –Preguntó Kahad frunciendo el ceño. –Si quieres, podrías quedarte, no hay problema.
-Cállate, que no tienes ni puta idea. –Dijo serio el samurái. –Yo no puedo quedarme aquí así como así.
-¿Por qué?
-Porque yo fui quien acabó con casi la mitad de la población de Doma hace siete años.

Todos se quedaron callados y mirándolo con la boca abierta, todos excepto Ylenia y Ankar, los cuales miraban con calma al grupo.

-¿Te refieres a la historia inverosímil del “Demonio Carmesí” que arrasó Doma? –Preguntó Cyan sudoroso.
-¿El “Demonio Carmesí”? –Lylth miró asustada al bardo. –Es imposible, Onizuka es humano.
-Solo en parte. –Cortó el interpelado y volvió a recuperar la atención de todos. –Esto se remonta a siete años atrás… En ese entonces, Doma era dirigida por el daimyo y un consejo de ancianos, y llevábamos trece años en una paz bastante estricta. La guerra de las sombras había hecho mucho daño al país, y pudimos sobrevivir gracias a las ayudas de otros reinos, pues nuestras reservas de agua siempre han sido precarias.
-Pero tenéis baños. ¿Verdad? Como los que tenemos en Wutai. –Preguntó Ylenia contrariada.
-Sí, pero ese agua no es buena para beber. –Contestó Kahad, y todos lo miraron. –El agua termal es calentada por el fuego interno de la tierra. Gracias a eso el agua no es tóxica ni está envenenada, pero si se bebe no es buena para la salud.
-Exacto, por eso las aguas termales no son una vía para sobrevivir. –Siguió hablando Onizuka. –Por aquel entonces, yo estaba a punto de hacer mi gempuku.
-¿Tu qué?
-Mi ceremonia de adultez. –El pelirrojo tomó un sorbo de sake. –En Doma, al llegar a los quince años, los niños recibimos nuestro Daisho, es decir, nuestras primeras espadas de adulto. A partir de ese momento, un joven es tratado como adulto, como un auténtico samurái.
-Intuyo que pasó algo en tu gempuku. –Dijo Lylth mirándolo seria.
-Bueno… yo tenía catorce años… -El samurái, por primera vez, parecía triste y alicaído, y solo Ylenia pudo ver como acariciaba su espada de fuego enfundada a su lado. –En esa época, todos los niños de Doma están muy alborotados, pero yo había sido un ejemplo a seguir para todos. Serio, sin fallos… lo que se esperaba de un Onizuka, al fin y al cabo.
-¿Serio? ¿Quién, tú? Me cuesta verte así. –Soltó bufando el ninja.
-Un samurái no es solo un guerrero. –Dijo Ankar entonces, y todos lo miraron. –Un samurái debe saber luchar tanto en el campo de batalla como en la corte. Eso es lo que se espera de él.
-¿Cómo sabes tanto de eso? –Preguntó Hassle.
-Conozco a Onizuka desde hace años, y he visto samuráis en Baron, incluyendo a su abuelo, Ryuusuke. Siempre se puede aprender algo.
-¿Queréis hacer el favor de dejarle continuar? –Preguntó Ylenia algo fastidiada. –Para una vez que lo tenemos serio y vosotros no dejáis de interrumpirle.
-Interesante, Ylenia defendiendo a Onizuka, esto tengo que apuntarlo.
-Cyan, o te callas, o te juro que…
-Vale, vale, callaos todos, por favor. –Onizuka dio unas palmadas, recordando a su abuelo, y centró la mirada en él. –En fin… Como iba diciendo, aunque yo era un modelo a seguir para todos, la presión que era ser un Onizuka era muy fuerte… No tenéis ni idea de lo que es ser alguien cuyas esperanzas para el clan eran tan altas que debías hacerlo todo perfecto. Caligrafía, ceremonia del té, montar, recitar poesía, tiro con arco…
-¿Sabes usar arcos? –Ellander lo miró asombrada. –Pensé que solo yo podía usar arcos por aquí.
-Ya te enseñaré el campo de tiro otro día. –Onizuka se rio seco, casi sin ganas. –El punto fuerte de un samurái es que debe ser perfecto… aunque somos humanos, después de todo. Pero mis maestros querían que yo lo fuera, que suprimiera mis sentimientos y que fuera completamente sublime… Claro, el único que no quería que fuera así era mi abuelo… ya lo habéis conocido, creo que nos parecemos un poco.
-Creo que eres una versión joven de tu abuelo. –La sonrisa de Hassle había vuelto. –En el buen sentido, claro.

Todos rieron un poco, pero el único que tan solo sonrió fue el pelirrojo. Continuó hablando cuando todos se callaron.

-Cuando todo aquello me superaba, tomaba un chocobo y corría por las praderas hasta llegar a la playa. Ver el mar siempre me relajaba, y sentir la arena en mis pies hacía que mi mente se pusiera en blanco… y en una ocasión, en una de esas escapadas, me encontré con alguien. La recuerdo como si fuera ayer…
>Su cabello era largo, casi le llegaba a las rodillas, y era del color del fuego. Su piel era algo tostada, sus ojos verdes con un brillo parecido al jade. Parecía tener mi misma edad, y vestía un yukata rojo y naranja. Estaba sentada en la roca que yo comúnmente solía usar para sentarme. Cuando me vio, me sonrió. Parecía tener una cara creada por un artista, como si fuera una estatua, pero cuando sonreía… oh, chicos… era la mujer más maravillosa que podía echarme a la cara…
>Empezamos a hablar, y me dijo su nombre: Honoikazuchi. Me dijo que venía de lejos, en el norte, y que había llegado hasta ahí tan solo para poder observar el mar. Tardamos poco en congeniar, y cada día salía a cabalgar para llegar con ella y seguir hablando… Fueron los meses más pacíficos que tuve en mi vida… A veces llevaba un shamisen y tocaba mientras ella simplemente me observaba… Nos enamoramos el uno del otro, y durante unos meses fuimos muy felices. Yo no sabía dónde vivía, suponía que viviría en Doma, pues solo había entonces pequeños pueblos costeros antes de que Alexandría y Doma tomaran el gobierno de la pesca… Llegó un punto en el que estábamos tan enamorados, que le pedí que, al realizar mi gempuku, quería que ella se convirtiera en mi esposa, y ella aceptó…

Se quedó callado un momento y cerró los ojos, recordando el rostro de la muchacha que estaba hablando. Los demás se quedaron en silencio, en tensión la mayoría. Abrió los ojos de nuevo y siguió contando.

-Un día, uno de los ancianos me preguntó, poco antes de mi gempuku, qué iba a hacer todas las tardes y donde iba. Yo le dije que tenía el permiso de mi abuelo, que también era mi maestro y el cabeza de mi familia, por no hablar de que era el daimyo, de salir por las tardes a relajarme cabalgando. Sin embargo, el día anterior a la ceremonia… Me encerraron en mi cuarto y uno de los ancianos dijo que sabían que me había estado viendo con una monstruosidad, que habían descubierto que había sido tentado por lo que ellos llamaban “la semilla de la discordia”. Yo no entendí nada, y argumenté en contra del anciano con tan mala suerte de que todavía faltaba un día para que mi abuelo, que había salido de viaje, pudiera ayudarme. No me hicieron caso, y entré en cólera… y golpeé al anciano y escapé.
-Eso ya es más de tu estilo… -Pero Kahad recibió un codazo de parte de Dreighart para que se callara.
-Tienes razón… pero me capturaron a medio camino para ir a ver a Honoikazuchi… Aunque no supieron dónde estaba ella por mí. Sin embargo, cuando me llevaron de vuelta a Doma, el anciano al que golpeé me acusó de traición y de demonólogo.
-¿Demonólogo? Quieres decir…
-Si… Honoikazuchi era una diablesa.
-¿Y tú lo sabías?
-Yo lo sabía.
-¿Y qué importaba eso?
-En Doma… -Empezó a hablar Cyan, muy serio. –Por lo que se, después de la guerra de las sombras, se adoptaron medidas para evitar que fueran engañados. Demonios, magos de otros reinos y demás cosas fueron prohibidas… Ya no hablemos de tener una relación con una diablesa…
-Es como dice Cyan… Por mi ascendencia, los ancianos hubieran perdonado la pena impuesta a mi delito, que era la pérdida de mi gempuku y no poder ser samurái jamás. Sin embargo, golpear a un miembro del consejo, seas quien seas, salvo claro, el propio daimyo, es un acto de alta traición y es penado con la muerte, así que me dijeron que me llevarían a la cala donde solía ir y, en un último intento de recuperar mi honor perdido, me dejarían cometer sepukku el día de mi adultez.
-¿Qué es sepukku? –Preguntó Lomehin curioso.
-Suicidio ritual. –Onizuka vio las caras de sorpresa que pusieron los demás.
-¿Tan extremistas eran entonces?
-Sí, Lomehin… así eran… -Cerró los ojos de nuevo y siguió hablando. –Me llevaron hasta la cala, pero yo solo acepté si Honoikazuchi no recibía daño alguno. Me lo prometió el anciano, así que acepté por el amor que tenía a la que iba a ser mi esposa…
>Me llevaron a la cala, al lado de aquella roca donde tantas veces habíamos estado sentados los dos juntos. ¿Sabéis como es la ropa ritual para el sepukku? Es como la que tenemos todos, pero de color blanco.
-El blanco es el color del luto en Doma. –Explicó Ankar antes de que nadie preguntara.
-Vinieron conmigo tres personas. –Continuó el samurai. –El anciano y dos soldados testigos, y me dieron mi katana y un tanto… un cuchillo ceremonial, vamos.
-¿Y cómo te suicidas? ¿Te cortas las venas y ya está? –Preguntó curiosa Ylenia.
-No… Lo que se hace es ponerse de rodillas, quitarte la parte superior del kimono, tomar el cuchillo y rajarte el estómago. –Mientras explicaba, se levantó la ropa del estómago y se pudo ver una larga cicatriz que iba de derecha a izquierda. –Para muchos, el dolor es tan grande que mueren a los pocos segundos…
-Esa herida te debería haber arrancado las entrañas de cuajo… -Dreighart miró más de cerca la cicatriz. –La había visto en los baños termales en Wutai, pero nunca imaginé que fuera por eso… ¿Cómo sobreviviste?
-Esa es la gran pregunta… -La voz de Kahad era fría y llena de significado. –Un suicidio significa que acabas con tu vida… No te suicidaste.
-Lo hice. –Contestó Onizuka serio, y se bajó la ropa. –Realmente lo hice. Tomé el cuchillo, penetré en mi carne y me rajé el estómago. Pero el grito hizo que Honoikazuchi llegara corriendo, y en medio de todo, el anciano ordenó que la mataran… -Lylth se llevó una mano al rostro mientras que la expresión de Hassle parecía haberse congelado. –Yo me alcé y encaré a uno de los soldados y conseguí matarlo con el cuchillo, pero el otro fue directo a Honoikazuchi… Ella se defendió, usó su forma demoníaca y acabó con el soldado, y el anciano se fue corriendo con los chocobos…
-Los viejos burócratas siempre son unos cobardes… -Pero el caballero oscuro se calló al ver como Onizuka reía un poco.
-Sí, yo también lo pienso… sin embargo, Honoikazuchi se acercó a mí… Jamás la había visto en su forma demoníaca, y aun cuando podía ver sus colmillos, sus cabellos encendidos en llamas y formando alas… aun con todo eso, a mí me seguía pareciendo hermosa. Dioses… aquellos ojos verdes me encandilaron… -Se quedó callado un momento y se sirvió algo más de sake. –Me dijo que no quería que muriera. –Bebió y suspiró. –E hizo algo bastante… duro. Se fusionó conmigo.
-Quieres decir que te poseyó. ¿Verdad? –Dijo Ylenia tragando saliva.
-No, no me poseyó… se fundió conmigo en un solo ser. El poder curativo de los demonios es mucho más grande. ¿Sabéis? Y mi herida… bueno, eso no hubiera podido haberse curado en aquel lugar. –Dijo riendo el samurái. –Así que nos fundimos… pero… ¿Sabéis que pasa? Que me salvó la vida a cambio de perder su forma física. Parte de sus poderes fueron entrando en mí, y yo los asimilé, pero su cuerpo no pudo aguantarlo y tomó la forma de un objeto, mientras que su alma residía en ese objeto y en mí mismo… -Se quitó el parche del ojo y todos pudieron ver el color verde jade escondido. –Este ojo es suyo… dijo que debía comérselo para poder hacer el cambio de poder… y cuando lo hizo… ella desapareció, tan solo quedaba su nueva forma… y yo estallé en rabia.

Cerró los ojos durante un momento y rememoró aquel día. Era casi de noche, lo recordaba perfectamente, y recordó el sonido de las olas. Se miró las manos, llenas de sangre, pero también temblorosas. Su estómago estaba cerrado, aunque seguía teniendo sangre fresca encima. Se levantó, sin preocuparse de ponerse la camisa, y miró a los lados, buscándola. Sus cabellos ahora eran rojos como el fuego, iguales a los de ella, y lo único que había en el suelo era una enorme katana envuelta en llamas. Dio dos pasos y tomó la espada, y escuchó su voz en su cabeza tan claramente como si la hubiera escuchado con sus oídos… “Solo podía hacer esto para salvarte… perdóname…”. Sintió la rabia y el fuego lo envolvió…

-Mi cuerpo se transformó. –Retomó el relato mirándose las manos. –Tomé parte de la esencia diabólica de Honoikazuchi y tomé una forma parecida a la de ella. Lo único que tenía en mente era venganza contra la traición que aquel anciano me había hecho… Pero perdí los estribos, y terminé acabando con casi la mitad de la población samurái que había entonces. El poder de los demonios es terrorífico, hizo que un chaval de quince años pudiera derrotar a hombres y mujeres experimentados como si nada…
-¿Cómo terminó todo? –Tragando saliva, la voz de Dreighart salía algo débil.
-Llegué yo. –La voz de Ryuusuke desde la puerta los sorprendió a todos. Estaba serio pero solo, y al cerrar la puerta se sentó al lado de su nieto. –Cuando llegué, Doma era un caos. Había cuerpos por todas partes, la mayoría de ellos cortados y calcinados por una espada de fuego, y en la sala del consejo me encontré un demonio de pantalones blancos, empuñando dicha katana… Me di cuenta enseguida de quién era, los rasgos no habían perdido firmeza.
-¿Qué dijeron los que había allí cuando vieron quién era?
-¿Quién, los miembros del consejo? No había ninguno vivo para entonces. –Contestó el anciano. –Por lo tanto, lo único que tuve que hacer fue un exorcismo y decir que me encontré a mi nieto luchando contra el demonio y que entre los dos lo expulsamos.
-Pero yo no pude seguir aquí. Simplemente no quería. –Tomó más sake y suspiró. –Así que me exilié, y me fui lejos. Eso fue hace siete años.

Todos se quedaron callados, escuchando el sonido de los niños afuera. Al final, Ryuusuke dio un golpe en el suelo y se levantó.

-Antes de nada, tengo algo para vosotros. –Empezó a señalar a Ylenia, Lylth, Emberlei, Kahad, Dreighart y Ankar. –La blanquita, la de pelo chicle, la rarita, el sombrío, el que se cree discreto y el niño de Kain, veníos conmigo. Los demás podéis quedaros.
-¿Cómo se atreve a llamarnos…? –Pero Dreighart no pudo acabar la frase cuando Ankar e Ylenia ya estaban levantados. Los demás les siguieron, dejando al resto solos en la habitación.
-¿Tienes una buena historia ahora, Cyan? –Preguntó Onizuka sonriente. El bardo lo miró con recelo.
-La tengo… pero esto no me serviría si no llegamos al final del viaje. –Contestó el chico. El samurái rio un poco.
-No pensaba dejarte decir nada de eso aquí. –Lomehin parecía bastante serio, y se sentó al lado del pelirrojo sacando su espada. –Ahora, échame una mano sobre mi espada.
-Mi abuelo tiene razón, está hecha polvo. –Dijo al mirar la hoja. –Te convendría mejor una espada oscura nueva.
-Lo sé, pero como dije antes, me gustan los retos.
-¿Qué les irá a dar el anciano? –Preguntó el viera sentándose también cerca. La al’bhed y el bardo también se acercaron. –Dijo que quería ayudarnos.
-Seguramente algunas técnicas, la biblioteca de guerra de Doma tiene muchas cosas chachis. –Contestó Onizuka. –A vosotros seguramente os de armas. A Lomehin ya lo dijo, igual que al conejito. Vosotros dos no tenéis buenas armas.
-Mi guitarra es suficiente. –Dijo dolido el bardo.
-No, no lo es. Hay instrumentos más fuertes. Confía en el viejo, ya lo verás.

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Todos caminaban sin decir nada. Muchos estaban trastornados todavía sobre lo que había sido revelado. Ylenia había escuchado la versión reducida, pero saber todo de primera mano fue bastante impactante, y no sabía qué pensar muy bien. Emberlei estaba realmente asustada, no se esperaba que alguien cercano a ella hubiera podido haber hecho tal cosa conscientemente, y se preguntaba si realmente era lícito llamarle “monstruo” aunque intentara redimirse… Pero no lo haría, no le gustaba que le llamaran eso a ella, mucho menos llamarlo a otra persona. Kahad por su parte no se esperaba eso, era algo que en Eblan no se hubieran tomado tan tajantemente, pero la reacción de su compañero también había sido comprensible… pero desmedida. Lylth, por su parte, estaba más seria de lo habitual, incluso más pálida de lo que su propia piel era. Un pequeño codazo de Ankar hizo que ella lo mirara.

-¿Estás bien? Te noto tensa.

La maga blanca suspiró y se frotó la frente con la mano.

-No me esperaba algo así… pero tranquilo, me repondré.
-¿Estás segura? Eres nuestra curandera, tus manos sostienen nuestras vidas.
-Confía en mí, Ankar.
-Ay, juventud, divino tesoro… -Se escuchó la voz de Ryuusuke riendo, a lo que Lylth se sonrojó y tomó con fuerza su bastón.
-No me obligue a pegarle como suelo hacerlo con su nieto. –Dijo mientras se detenían en una pequeña biblioteca.

Pudieron ver altas estanterías llenas de libros y pergaminos, con varios estudiosos leyendo en silencio que, al ver a Ryuusuke, hicieron una reverencia y siguieron con lo suyo. Las dos magas miraron alucinadas todo aquel rellano de conocimiento, y fueron las primeras en recibir algo del anciano.

-Tomad. –Dijo sacando un par de libros de una estantería y se los dio a ellas. –Creo que estáis en el nivel para aprender estos hechizos.
-¿Cómo sabe si podemos o no usar estos conjuros? –Preguntó Emberlei algo extrañada tomando el suyo, un tomo negro de bordes azules, mientras que el de Lylth era a la inversa, blanco con bordes rojos.
-Soy experimentado, conozco mucho sobre la gente. No preguntéis y quedároslos de una vez.

Tardaron poco en salir de la biblioteca para poder leer con tranquilidad, mientras que hacía que los otros cuatro le siguieran. Tomó un pergamino de color azul claro y se lo dio a Kahad.

-Tú serás capaz de usar esto. Es de tu estilo, seguro que podrás dominarlo. –El ninja abrió el pergamino y, de una rápida mirada, asintió.
-Gracias. Estoy seguro de que será útil.

Con un gesto, Ryuusuke echó al guardián de la maga negra, el cual se fue caminando rápidamente. Avanzó hacia una pequeña repisa y sacó un pequeño guante, y se lo dio a Dreighart.

-Esto te servirá a ti. Es bueno para gente hábil, y seguro que podrás vaciar a los enemigos por fuera y por dentro.

Dreighart rio algo nervioso y se fue corriendo, mientras que Ryuusuke se sentó en una mesa y abrió un pequeño armario, y de ahí saco otros dos pergaminos. Uno se lo dio a Ankar y el otro lo dejó en la mesa frente a Ylenia.

-Este será perfecto para ti. –Le dijo al albino, y después miró a la guerrera. –Tú… eres diferente.
-¿A qué te refieres? –Preguntó ella.
-Tienes cierto aire parecido a mi chaval. –Ryuusuke acarició el papel del pergamino. Ella se sintió nerviosa. –Aunque tú tienes un aura muchísimo más débil, creo que tú has tenido contacto con demonios también. ¿Me equivoco? –Ante el silencio de Ylenia, el anciano rio. –No te preocupes, no voy a hacerte nada. Pero por eso te doy esto. –Le acercó el pergamino. –Es una técnica de guerrero avanzado, comúnmente no se debería dejar aprender hasta haber conseguido más energía interna, pero en tu caso creo que serás capaz de dominarla.

La guerrera tomó el pergamino y miró al anciano, algo dubitativa.

-Gracias…
-No te pega el ser recatada y tímida. –Rio el viejo. –Ahora, ve al patio de atrás a entrenar. Estaréis aquí unos días, los suficientes como yo crea.
-¿Y a los demás no les va a dar nada? –Preguntó Ankar extrañado.
-A ellos les daré armas y una buena charla, tranquilo. –Contestó riendo, y el albino asintió mientras empezaban a salir de la biblioteca.

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Sentada en la sombra de uno de los árboles del palacio de Doma, Emberlei pasaba las páginas del libro negro que había conseguido apoyándolo en su regazo. Sus hojas eran de un color grisáceo antiguo, mientras que sus palabras estaban escritas en distintos colores. Algunas veces eran en tinta negra, otras, en tinta azul, e incluso había veces en que la tinta era roja. Era extraño, pero estaba maravillada por aquel objeto de sabiduría mágica el cual nunca esperaría encontrar en un reino de guerreros como aquel…

Pasó los dedos por algunos de los hechizos, pensando para sí misma si podría conseguir conjurarlos pronto. En el inicio del libro venían versiones más potentes de algunos que ya conocía, pero otros… se rascaba la cabeza en un signo de intranquilidad que, para sí misma, no era muy propio de ella.

Se acercó el libro a los ojos para ver algunas de las runas que estaban escritas en menor tamaño.

-No se te ocurrirá hacer más estupideces con magia o pequeñas agujas mágicas. ¿Verdad? –Dio un respingo que hizo que hasta se le cayera el libro al suelo cuando Kahad le habló al ponerse a su espalda sin que se diera cuenta. Se giró un poco para ver a su guardián, el cual llevaba el pergamino todavía en la mano. Lo movió como sin ganas. –A mí me han dado una buena técnica para aprender.
-Oh… -La escueta respuesta de la maga negra mientras tomaba de nuevo el libro daba por más que entendida la motivación que tenía la de pelo morado en hablar de aquello, pero pensó que era de mala educación decirlo directamente.

El silencio, solo roto por el piar de pájaros y las risas lejanas de los niños, era pesado y distante, e hizo que Kahad suspirara de impaciencia. Se colocó delante de ella y le cerró el libro, quitándoselo. La mirada de ella era como si le hubieran quitado a un niño su juguete favorito.

-Tenemos que hablar de algo. –Apartando el libro del alcance de la chica, obligó a esta a mirarle. -¿De qué conoces al abuelo de Onizuka?
-No fui yo… -Contestó ella con una sonrisa forzada. –Fue mi bisabuela la que…
-No hay bisabuela. Lo sé.

La curva de los labios de la chica cambió inmediatamente y, levantándose, se encaró con el ninja, con fuerza en la voz.

-¿Qué sabes tú? –Preguntó retadora. Se sentía amenazada ante aquel ninja, y debía mostrarse fuerte para aparentar no estar nerviosa. Por su parte, Kahad estaba perfectamente calmado.
-Sé, por ejemplo, que hubo una mujer llamada Margaery Freir que vivió en Kolinghen, que está enterrada en el cementerio de la arboleda, y cuya casa fue convertida en un telar porque a eso se dedicaba ella. Sé que sus padres la repudiaron cuando dio a luz a una bastarda… una Colina. Sé que su hija se llamaba Emberlei Colina.
-¿Y sabes cuánto tiempo hace de eso?
-No. –Admitió él asombrado por aquella pregunta. –Pero sé que la casa no se vendió hasta hace unos años, pues se pensaba que en ella habitaba el espíritu de un demonio, pues Margaery murió de enfermedad mientras que su hija no envejecía ni crecía...
-Cuarenta y seis años. –Replicó Emberlei con sequedad, pero con un atisbo de rudeza en la mirada. –Esa edad tenía la hija de Margaery cuando se quedó huérfana.
-¿Y su padre?
-No lo conoce. –La voz se le quebró un instante. –Bien podría ser un demonio como… cualquier otra cosa.

Movió su mano con rapidez para intentar tomar de nuevo el libro de las manos del ninja, pero este fue más rápido y le tomó con la que tenía libre la muñeca, y la obligó a mirarle. Ella empezó a moverse con furia.

-Seamos sinceros. –Apretó un poco la muñeca. Sintió dolor, pero no lo transmitió a su rostro… solo dejó de forcejear. –Esto me hace tan poca gracia como a ti.
-Por supuesto, especialmente ahora que sabes que estás “cuidando” de un monstruo que tiene la edad para ser la abuela de…
-No es por eso. –Cortó él el rápido argumento de ella, pero la chica continuó.
-¡Claro que sí! –De un fuerte tirón, se soltó de su presa, aún con algo de dolor. –No sé qué soy, no crezco, no envejezco, no me muero y… -Se quedó callada unos instantes antes de continuar. –Y ni siquiera sé de donde provengo, si tengo hermanos por parte de mi padre, un padre que no conozco. ¡No puedes entenderlo!
-Esto me repugna… -Volvió a decir tras unos segundos de silencio el ninja mirándola a los ojos. –porque no es más que una orden: acompañarte y procurar que no te suceda nada. Realmente podría haber dejado esta misión cuando te uniste a este grupo, pues ya tenías gente que te guardara, pero continué. –Se cruzó de brazos sin cambiar de mueca. –Tampoco creo que a ti te haga mucha gracia tener a alguien detrás de ti todo el día, vigilándote como si fueras una mocosa… -Emberlei no dijo nada, pero asintió levemente, como sin quererlo. Parecía muy alterada como para hablar. –Bien. Pero tenemos que cargar con esto igualmente y, por eso, al menos tengo que conocer a la persona de la que me ocupo. Es mi derecho.
-En ese caso, también yo exijo ese derecho. –Reclamó la maga negra súbitamente. –También tengo el derecho a conocer a la persona que va detrás de mí como… como una niñera.

El teñido suspiró pesadamente, ligeramente contrariado. Claro, tenía mucho sentido lo que ella reclamaba, pero realmente… ¿Por qué tenía que hablar de sí mismo?

-Está bien. –Accedió finalmente. –Si me preguntas algo, contestaré.
-Y me darás más libertad.
-Siempre y cuando eso no signifique faltar a mis órdenes.
-Bien.
-Y vamos a procurar llevarnos bien.
-Ya nos llevamos bien.
-Tú te llevas igual con todo el mundo. –Respondió el ninja. –Tratas a Onizuka o a Ylenia igual que a mí. O incluso a Cyan…
-No. –La negativa tajante de la maga le dejó perplejo. –Contigo hablo por hablar, con ellos hablo porque me hablan. En todo caso… me llevo contigo tan bien como me llevo con Ankar.

Y como llamado por ella, el dragontino apareció por las puertas cercanas, y al igual que Kahad, llevaba un pergamino en la mano, desenrollado y observándolo. Levantó la vista cuando estuvo cerca de ellos y se acercó con un saludo con la mano. El ninja y Emberlei se esforzaron a parecer tranquilos y recuperar la calma que generalmente mostraban.

-¿Ocurre algo? –Preguntó cuando llegó hasta ellos. Kahad frunció un poco los ojos “Demasiado perceptivo” pensó.
-¿Qué te ha dado Ryuusuke? –Preguntó la maga negra inmediatamente.
-Es una técnica… similar al aliento de dragón pero que usa otro tipo de fuerza… -Miró el pergamino extrañado. –Aunque en un principio pensé que sería imposible para mí el usarla, dicen que es factible para la gente que ha perdido la voz.
-En mi caso, Ryuusuke me proporcionó un hechizo de ninjutsu. –El ninja extendió el pergamino azul y se lo mostró al dragontino. –Supongo que no se parece mucho a las técnicas que un dragontino puede hacer.
-En una ocasión alguien me dijo que todo es intentarlo. –Dijo el albino. –Pero no creo que fuera capaz sin el entrenamiento adecuado, pues mi magia es conocida como “arcana”… –Se cruzó de brazos y miró el gran descampado de entrenamiento. –Estaremos unos días aquí para entrenar, así que… ¿Qué te parece si hacemos algún combate de práctica?
-¿Para probar las técnicas? –Asintiendo con la cabeza, el teñido lo miró. –Es una gran idea, así podremos saber qué sabe hacer cada uno de nosotros. Aunque tendré que estudiarla bien, por lo que si me das algo de tiempo…
-Por supuesto, yo igual tengo que entender la mía.

Kahad asintió y dejó el libro en manos de Emberlei, la cual lo abrazó con un gesto protector, y empezó a alejarse, dejándolos a los dos solos mientras empezaba a hacer sellos con las manos, algo alejado.

-¿Tu entiendes algo de eso? –Preguntó ella de pronto, observando fijamente a su guardián. Era la primera vez que se fijaba en los movimientos de las manos que hacía el ninja, y le resultaba curioso.
-Algo entiendo, sí. –Contestó él suspirando con fuerza. –En la guerra nos adiestraron para saber cuándo los ninjas hacían sellos y cuando no. –Ember se dio cuenta de que se estaba esforzando para que solo la escuchara ella. –Por lo que se, los sellos que hacen tienen significados mágicos en su cultura, y con ello consiguen moldear la energía a su placer.
-Es algo extraño… Una forma de magia tan distinta a la normal… Igual que la tuya. –Se quedó en silencio otra vez antes de volver a hablar. -¿Estuviste antes en Eblan?
-Solo en la vieja Eblan. –La mirada de Ankar se ensombreció. –Cuando fue atacada en la guerra, yo llevaba ya un tiempo alistado como dragontino…

Emberlei asintió, pero lo miró extrañada, con los ojos bien abiertos.

-La guerra fue hace más de veinte años… -Dijo ella. –Y tú aparentas más o menos esa edad.

El albino se rascó la cabeza, algo incómodo y la miró.

-Yo… bueno… Ya conociste a mi madre, Angelus…
-Oh, sí, la dama dragón… ¿Eres un semi-dragón? –Preguntó abriendo más los ojos.
-No… no del todo… Nací humano, si eso es lo que quieres saber, pero mi esencia fue modificada gracias a los cuidados de mi madre y de mi padre, otro dragón. Gracias a ellos supe todo lo que se ahora.
-¿Qué edad tienes?

Ankar se quedó callado un momento y sonrió afablemente.

-Casi un siglo. –Ella le miró asombrada. –Pero ni una palabra.
-Soy una tumba.

Era bastante increíble conocer a alguien más mayor que ella misma fuera de las razas longevas, como los Elvaan, y sin contar con la extravagancia que había dicho el anciano Onizuka. Pero su pensamiento cambió al escuchar de nuevo a Ankar.

-¿Cómo sabías que Eblan estaba…?
-¿Dónde está? –La chica sonrió. –Hace algunos años, cuando hice el pacto con el maestro Ramuh, él me lo dijo… Me dijo que la reina de Eblan era una Alta Invocadora que podría llevarme hasta el maestro Leviathán.
-¿Ya entonces buscabas… a quien buscas?
-Así es…

Ember suspiró cansada. Tenía la sensación de que, si seguía por esa línea, la conversación volvería a ponerse desagradable, y no estaba dispuesta a aguantar ponerse de malas con la segunda persona con que al menos se llevaba un poco bien. Abrió su libro y comenzó a buscar la página donde antes estaba leyendo mientras se sentaba a la sombra del árbol una vez más.

-Lo cierto es… -La voz mental de Ankar la distrajo otra vez, pero no la molestó. –De los miembros del grupo, tú eres de las pocas que conoció a Angelus… y es curioso el hecho de que solo contigo se paró a hablar tranquilamente.
-¿Ah, sí?
-Sí, así es. –El dragontino advirtió, con cierto malestar, que su conversación no parecía llamar la atención de su compañera, por lo que se apresuró a encauzarla. –El punto es que ella no es mi verdadera madre, y a mí no me importa. De hecho, la pareja de Angelus nos dejó poco después de… bueno, de cierto incidente… -Inconscientemente se estaba tocando la cicatriz del cuello. –Por lo que Angelus actuó también como padre y madre a la vez. No pude haber tenido más suerte.
-Me alegro por ti.
-Lo que quiero decir es que, si tu caso es parecido, entonces… ¿Por qué te preocupas tanto? –Ella lo miró un momento sin entender. –Alguien hubo en tu vida que se preocupó por ti. ¿Verdad? Alguien que fuera como la madre o… o el padre que te faltaron. Así que no deberías preocuparte tanto por ello.
-¿Por qué me dices esto? –Preguntó la chica, desconcertada. Tenía la sensación de que Ankar se estaba compadeciendo de ella. Él se llevó las manos a los bolsillos.
-Antes… tuve la sensación de que Ryuusuke te había hecho sentir incómoda, y me preocupaba que estuvieras bien. –Miró hacia ella con una sonrisa. –Por eso quería hablar contigo tranquilamente.

Emberlei se quedó perpleja mirando al albino. Alguien más se había dado cuenta de lo que había pasado antes… y había tenido la consideración de preocuparse por ella, y no por su pasado. Eso era algo nuevo a lo que no estaba acostumbrada, y no pudo evitar sonreír de corazón. Él, al ver esto, apartó la mirada algo azorado y volvió a fijarla en el ninja, que seguía ensimismado en su entrenamiento.

-Es difícil vivir como lo que no eres… Yo me crié con dragones sin ser uno… O sin saber que mi madre adoptiva fue, hace muchos años, una paladín de Baron.
-¿Angelus?
-No me preguntes cómo… lo descubrí por casualidad estando allí. –La chica asintió con la cabeza, comprendiendo, y Ankar continuó. –Sé lo que es… tener que mantener una imagen que no es real, cumplir con unas expectativas y, a la vez, intentar guardar tus propios secretos.
-¿Qué quieres decir?
-Imagino quién era la persona que recordaba el abuelo de Onizuka.
-Oh… cierto… Angelus lo dijo aquella vez que nos conocimos… -Ella suspiró y lo miró algo seria. -¿También necesitas saber qué clase de… persona aceptaste en tu grupo?
-En este grupo hay un par de asesinos de masas, un ladrón, una mujer que no es de este mundo… -Rio un poco como solo él hacía. -¿Crees que eso importa mucho? Teniendo en cuenta que incluso en este grupo hay alguien con casi un siglo de vida.
-No... Es decir… no se… -Se rascó la cabeza, habiendo perdido totalmente el enfado que tenía al soltar sus últimas palabras. –El pensamiento de la gente común no es algo a lo que esté familiarizada. ¿Te contó también Kahad?
-Algunas cosas… como lo de la tumba… -Se encogió de hombros. –Es curioso porque, cuando averiguó todo eso fue cuando tú y Hassle fuisteis secuestrados. Lylth casi lo mata por no cuidar de su herida.
-¿Herida? ¿Qué herida?

El dragontino se quedó un momento recordando la escena. Vista con la mirada fría, era bastante graciosa, y sonrió abiertamente recordando los hechos de Kolinghen.

-Pues… en el estómago, de lado a lado. –Se señaló dicha zona con los dedos. –Por lo que se, fue bastante profunda pero nada peligroso.
-¿Tan gracioso es que hieran a alguien? –Preguntó con cara de contrariedad la maga negra. No creía que Ankar se estuviera burlando de Kahad por haber sido herido, pero tampoco entendía a qué venía esa mueca de diversión.
-No, no es que fuera gracioso el hecho de ser herido. –El albino se dio cuenta de que ella no lo había visto y se esforzó por ponerse otra vez serio. -¿Recuerdas la historia de Onizuka? Pues la herida de Kahad era igual a la suya, y por eso empezó a decir que le estaba imitando.
-¿Fue muy grave?
-Kahad estaba tan preocupado y se sentía tan culpable de que te hubieran secuestrado que estuvo a punto de conseguir que Lylth le partiera una pierna solo para que se quedara quieto.
-Por alguna razón no me imagino a una maga blanca haciendo eso…

De pronto, Ankar se dio cuenta de que quizás había hablado demasiado, pero no sabía cómo rectificar. En el momento en el que una buena excusa se le pasó por la cabeza, Ember se levantó con su libro en las manos, como lista para marcharse.

-¿Ocurre algo?
-Voy a ver si Hassle puede aprender alguno de estos hechizos. ¿Podrías decírselo a Kahad cuando entrenéis? Dile que no se preocupe, y que… que si quiere, más tarde le daré los libros y todas las cosas para que las guarde él.
-Ya… Claro…

Emberlei sonrió, agradecida, y se marchó, mientras Ankar suspiraba, sin posibilidad de réplica. Cuando ella estuvo en la entrada del edificio, el dragontino sintió un pequeño peso en la espalda.

-¿Problemas? –Preguntó Lylth cruzando los brazos en la espalda del albino. Este sonrió.
-¿Acaso te pitaban los oídos o algo?
-Un poco. –Rio ella y se sentó al lado de él. –Te noto mustio, decaído, lúgubre. Te pareces un poco al de allá a lo lejos. –Dijo señalando al ninja.
-¿En serio? Tendré que sonreír más. –Rieron un poco, y él suspiró.
-Sufres de un mal un poco peliagudo, cariño. –La sonrisa de la maga blanca era directa mientras apoyaba uno de sus codos en su rodilla para colocar su barbilla en la mano, sujetándola.
-¿Tú crees?
-Demasiado bien que lo sé. –Le dio un empujoncito con el hombro en modo amistoso y sonrió. –Pero no te preocupes, todo se pasa o se consigue.
-Vete a saber lo que me termina ocurriendo. –Le contestó él mientras Kahad se acercaba. –¿Preparado?
-Tan solo necesitamos algún juez para que no haya peligros.

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La chica de cabellos morados caminaba con velocidad por los pasillos. No se acostumbraba al hecho de que tenía que descalzarse para poder ir por esa zona, y que sus pies tocaran directamente la madera le hacía sentir extraña. Sin embargo, sus sentimientos estaban extrañamente revoloteados desde la conversación que tuvo con sus dos compañeros. Nunca había encontrado a gente que se preocupara tanto de ella, salvo su maestro, tiempo atrás descansando ya en el etéreo. Sin embargo, no se esperaba lo que Ankar le contó, ni sobre su edad, ni sobre lo que Kahad hizo mientras estaba herido.

Y ella, discutiendo con él.

Quizás, solo quizás, le debía una disculpa por comportarse así con él… Pero. ¿Y él? ¿Cómo tenía el descaro de decir que “tenía derecho a saber sobre ella” y no contarle lo que le había pasado? Enterarse por una tercera persona era demasiado feo a sus ojos. Pero había hecho un trato con él, y debía cumplirlo, así que ahora debía contestar sus preguntas… Solo debía decidir correctamente qué preguntas debía hacer. Y sin embargo, sentía que todo aquello había llegado a su mente gracias a la amabilidad de Ankar… Debía agradecérselo, no podía olvidarse.

-Perdona, eh… Emberlei.

La maga negra se giró al oír su nombre. Tras ella había un hombre vestido de ingeniero de color marrón y lleno de grasa y barro, aunque su capa crema la mantenía limpia. Sin embargo, el cabello medio rizado y castaño del hombre, y su rostro jovial aunque manchado, no le resultaban conocidos a Ember.

-¿Quién eres? –Preguntó algo extrañada. -¿Nos hemos visto antes…?
-Claro… Esta mañana vi que venías con el resto del grupo, y hace un rato oí a uno de tus compañeros decir tu nombre.

La chica se quedó unos instantes en silencio, intentando recordar, hasta que se dio cuenta de algo como con un destello de lucidez.

-¡Ah! ¡El chico de los “héroes”!
-¡Exacto! ¡El mismo! –El chico sonrió, mostrando su dentadura totalmente blanca en sus labios. –Me llamo Einhery, por cierto. Cid Einhery, ingeniero, estudiador, experto en muchas clases de artes y diferentes áreas. Si tuviera una tarjeta de visita te la daría, pero seguramente no sabrás qué es eso…
-Esto… -La chica se encontraba cada vez más confundida con aquella extraña charla que aquel hombre le daba, y que ni siquiera hacía el amago por quitarse la porquería que llevaba encima. -¿Querías algo…?
-Bueno, perdona si me meto donde no me llaman pero… ¿Estás bien?
-Pues… si, pero…
-¿De verdad? Si dices pero es que no estás convencida, pero oye, tampoco es que quiera ser un pesado ni un metiche ni nada de eso… Solo me preocupas porque, bueno, hace algunos años conocí a una mujer… si, una mujer que tenía el mismo problema que tu y lo pasó realmente mal, en parte porque estaba aquel borrico encima siempre, dándole la vara con cosas como el orgullo, la lealtad y tonterías así, aunque siempre fue un verdadero idiota, pero supongo que yo tuve parte de culpa, pero eso no viene al caso, si no que ella siempre estuvo sola. –Emberlei siguió todo el monólogo que el tal Cid había empezado, medio interesada, aunque con dificultad por su forma rápida e ininterrumpida que tenía de expresarse el ingeniero. –Hasta donde sé, aún a día de hoy vuelve cada año a su pueblo natal, donde nadie la recuerda, y va a visitar la tumba de sus familiares muertos. Lo pasaba muy mal con todo eso, y me imagino que aún ahora se sigue sintiendo así pero… Confío en que ahora pueda vivir feliz.
-Pero, esta amiga tuya… -Cuando por fin se calló, empezó ella su frase, pero él la cortó inmediatamente.
-No era humana… del todo. Es extraño, ya lo se, aunque…
-Pero si yo no te recuerdo… -Susurró Emberlei anonadada, perdiendo el poco color en las mejillas que tenía. Pero se asustó más ante la carcajada del hombre.
-¿Recordarme tú? ¡Venga ya! –Con las carcajadas parecía como caían retazos de porquería de su rostro. -¿Estabas pensando que hablaba de ti? Para eso deberías tener más de tres… en fin, da igual. –Dijo Cid negando con las manos. –A lo que iba, ella tampoco tenía claro quién era en realidad. Cuál era su lugar en este mundo, donde y con quién debía estar, o por qué sus padres la habían criado así.
-¿Así… cómo…? –Preguntó más interesada la chica, ahora que recuperaba su propio aliento.
-Bueno, su padre nunca estuvo con ella, y su madre… Su madre tenía incluso miedo de su hija, por ser solo medio humana.
-¿Y… qué hizo ella al final…?
-¿Quieres saberlo? –La maga negra asintió con la cabeza frente a la misteriosa sonrisa del ingeniero, y este abrió las manos en forma de cruz de golpe. –Extendió sus alas todo lo que pudo, y se fue, volando, a fundar su propio hogar y su propia familia.

La de ojos morados se quedó extrañada mientras Cid hacía como si aleteara con los brazos. ¿Qué quería decir con eso de “extender las alas”?

-¿Cómo se llamaba ella? –Preguntó cuando él bajó los brazos por fin.
-Ah… ¡Ah! ¡Diablos! –El chico se dio una palmada en la frente y, como una costra, una capa de barro se desprendió de su cabeza y cayó al suelo impoluto de madera. –Yo tenía que preguntarte una cosa.
-Ah, si. ¿Cuál es?
-¿Me podrías decir cómo encontrar al señor Onizuka Ryuusuke? Es que tengo que informarle de algunas cosas del depurador.
-Ah…Ahora estaba algo ocupado con otros asuntos… pero creo que si giras por la derecha puede que lo encuentres. El suelo era de color rojo, por si te sirve de algo.
-¡Ah! Claro, claro, ya se, muchas gracias.
-No, no hay de qué… Perdona, una última pregunta. ¿Cómo se llamaba ella…?
-¡Emberlei! ¡Mira detrás de ti! –Agitado y parecía que asustado, Cid señaló hacia la espalda de ella. -¡Un mono de tres cabezas!

Asustada, se giró hacia donde señalaba su interlocutor, pero lo único que vio fue a criados y pájaros, ningún tipo de mono con tres cabezas. Algo mosqueada, se giró hacia Cid, pero él había desaparecido. Chasqueó su lengua en un signo de frustración por el hecho de que aquel ingeniero no le había dicho el nombre de la chica de la historia… Pero mientras caminaba hacia su búsqueda del mago rojo continuó meditando sobre esa historia, sobre esa semihumana, pero sobretodo, sobre esa frase de “extender las alas”.

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Ylenia caminaba absorta por el pergamino que acababa de conseguir. Después de la charla que tuvo en Wutai con el pelirrojo, esta era la segunda vez que debería agradecerle a un Onizuka. Esa técnica era suficientemente buena como para sacarla de apuros, y toda ayuda sería agradecida en esa aventura.

No se dio cuenta de que había vagado sin rumbo hasta que llegó a un gran dojo con vistas al lago interior. Entró y tomó una de las espadas de madera con una sonrisa y la balanceó. Era mucho más ligera que las armas que solía usar, pero le traía recuerdos del pasado.

-¿Cuánto hace que no entras en un dojo?

La guerrera se giró para encontrarse con Onizuka en el interior. Tan absorta estaba que no lo vio, y sus palabras la hicieron mirar a sus pies. Dentro de los dojos se debía ir descalzo, pero ella había entrado con las botas y había manchado el suelo. Se recriminó su falta de tacto, y se las quitó.

-Perdona. –Le dijo, pero el pelirrojo hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
-Tranquila. ¿Qué te dio el viejo? –Ella se acercó, ya descalza, y le dio el pergamino. Él lo abrió y lo leyó, soltando un pequeño silbido. –No está mal. ¿Quieres practicar?
-¿Contigo? –Preguntó ella tomando de nuevo el pergamino. Él se encogió de hombros. –Siempre quise enfrentarme a ti.
-Pero será con estos. –Le dijo él tomando otra espada de madera.
-¿Temes que te haga daño? –Preguntó Ylenia en son de broma. Onizuka soltó una pequeña risa antes de tomar el arma con ambas manos, extrañando a la mujer.
-Incluso estos te pueden dañar. ¿Estás lista?
-¿Para darte una paliza? –Preguntó a su vez ella poniéndose en guardia. –Siempre.

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-Lo que tenéis vosotros es que sois polifacéticos en el uso de armas. El viejo Onizuka caminaba entre las estanterías llenas de todo tipo de armas en la armería del castillo de Doma. Hassle y Ellander le pisaban los talones, mientras Lomehin iba detrás de ellos con una sonrisa curiosa, y después de él, Cyan prestaba atención a todo lo que pasaba a su alrededor. –En Doma entrenamos a los magos en el uso de las armas, los llamamos “Shugenjas”. Por eso tenemos buenas armas para ellos. –Se detuvo frente a una estantería llena de espadas curvas y tomó una bastante fina. La desenvainó y pudieron ver los dos filos en la hija curva, con un acero tan pulido que parecía blanco. –Perfectamente equilibrada, una espada ligera pero muy fuerte, ya que la leyenda dice que fue hecha por y para un esper.
-¿Y es verdad? –Preguntó el viera con una sonrisa. Ryuusuke se rió, dándole el arma enfundada.
-Bueno, la leyenda forma parte de la diversión. –Ambos rieron antes de que Hassle le hiciera una reverencia y se fuera con el sable. Se giró a Ellander. -¿Qué tipo de armas sueles usar?
-Soy cazadora, lo de la magia empezó hace poco. –Contestó la pelirroja. El daimio asintió y caminó hasta los estantes de arcos, y tomó uno negro y robusto.
-Toma éste. –El viejo hizo algunos movimientos y lo plegó para dárselo a ella. –Este arco está hecho de una madera muy resistente conocida como “Maderacero”, muy usada por los elvaan. Y al ser plegable es más fácil de transportar.

La pelirroja tomó el arco con ambas manos, abriéndolo.

-Esta madera es muy extraña. –Comentó Ellander mirando al viejo.
-La “Maderacero” es una madera realmente dura, casi como el propio metal. Hay una leyenda que dice que un héroe Elvaan salvó a una princesa con una espada de este material.

Asombrada, Ellander miró el arco y luego a Onizuka Ryuusuke con una sonrisa, y se marchó con una inclinación de cabeza. El daimio llevó a los otros dos hasta una vitrina llena de hermosos instrumentos musicales que maravillaron a ambos. Tomó una lira con hermosos motivos de nubes y cuerdas de plata, y se lo enseñó a Cyan.

-Siendo bardo reconocerás la hermosura de este instrumento. –Dijo Ryuusuke mientras Cyan asentía en silencio. –Las notas de esta lira pueden adormecer a quienes la escuchan si se toca correctamente. –Sacó un pequeño pergamino de una de las nubes y se lo acercó. –Aquí verás algunas canciones para eso.

El trovador tomó el pergamino y la lira, con una mirada de admiración en los ojos.

-Un instrumento para asombrar a todos. –Dijo Cyan moviendo los mástiles. –Y muy útil, puede tener forma de liria, de guitarra o de laúd. Es perfecto. Le estoy muy agradecido.
-Espero escuchar tu música más tarde.
-Por supuesto. –Contestó el bardo mientras se marchaba. Lomehin se cruzó de brazos.
-Señor, respeto su poder, pero mi espada…
-Hace mucho tiempo… -Cortó el viejo Onizuka mientras caminaba hacia otra sala. El caballero oscuro lo siguió de mala gana. –Las armas oscuras eran usadas por más que los vuestros. Los ninjas, los samuráis, incluso los dragontinos tenían armas oscuras. En la actualidad se considera normal que solo tu orden las use, pero las antigüedades siempre pueden encontrarse en las ruinas y criptas abandonadas.

El viejo maestro abrió una puerta y Lomehin bajó los brazos asombrado. En el interior de esa sala había hachas, katanas, espadas, lanzas… Todo tipo de armas con una cosa en común: emanaban un oscuro poder que estremecía al caballero. Reconocía ese poder, ya que su armadura y su espada despedían el mismo aroma.

-Pensaba que solo había espadas oscuras. –Confesó mientras acariciaba una gran espada con la mano.
-Es un error normal. –Contestó el anciano. –Antes era muy común que los ninjas y algunos samuráis usaran katanas oscuras, o la extinta orden de los Dragonitnos Oscuros con sus lanzas oscuras. Los que empezaban el camino que tu seguiste una vez solían usar estas. –Onizuka señaló varias espadas cortas con tintes oscuros en la hoja.
-Para que se acostumbraran al flujo de poder. –Extrañado, Lomehin se dio cuenta de que conocía el procedimiento. Se tocó la cabeza mientras se giraba. –Pero esas armas no me servirían, estoy acostumbrado a las armas de adulto.
-Sin embargo, aquí puedes ver tu espada. –El viejo maestro señaló a su lado, y el moreno pudo ver la misa espada que usaba él, solo que más cuidada. –Esta se les solía dar a los recién investidos en la orden de Doom.
-Si, he estado luchando con un juguete… -Se recriminó el caballero oscuro.
-Pues para ser un juguete has luchado bien. –Rió Ryuusuke dándole una palmada en el hombro y lo llevó hasta una estantería. –Esta, sin embargo, creo que estaría a tu nivel.

La espada en cuestión era larga, de un acero negro con pequeñas líneas rojas que parecía hecho de cristal. La empuñadura tenía forma de sol con pequeños rayos rojos. El mango era largo, para ambas manos. Lomehin tomó el arma y acarició la hoja con uno de sus dedos. Conocía esa espada larga, por algún motivo que escapaba a su comprensión.

-Esta espada se otogaba a los que protegían los intereses de la orden al proteger a reyes, personas o hasta los propios templos. –Explió el moreno con sorpresa. –La última se dio hace como trescientos años, casi no se ven.
-Así es. Estás más instruído que la mayoría de los de tu orden. –Dijo sorprendido el anciano Onizuka. –Es una gozada que alguien recuerde esas cosas… -Miró a Lomehin con la espada. –¿Qué opinas? ¿Crees que sea mejor que la tuya?
La sopesó en sus manos. La gruesa hoja de doble filo parecía cristalizar la luz en su interior, haciendo que el metal pareciera morado y no negro. La empuñadura de sol era negra y dos de sus rayos formaban la guarda. Era pesada, pero no más que otras armas.

-Es impresionante. –Levantando la hoja hacia la luz, Lomehin podía ver a través del metal. –Simplemente no tengo palabras…
-Es tuya. Dale un buen uso.

El moreno miró a Ryuusuke, el cual le estaba tendiendo la vaina. La tomó con ambas manos, en actitud ceremonial, y agachó la cabeza en agradecimiento. Guardó su nueva espada en su cintura y se marchó pensativo. Cuando llegó al exterior se sentó en la hierba con una calma que para nada sentía.

¿De donde habían venido esos recuerdos? Él nunca había sido un caballero oscuro… Ni siquiera había sido humano antes. Entonces… ¿Por qué tenía ese sentimiento tan profundo de haber recibido algo que siempre había deseado? ¿Cómo era posible que tuviera tantos conocimientos de la orden de Doom? ¿Acaso la mentira de buscar sus memorias no era tanto una mentira? No, él no era humano… Pero desde el viaje hasta Tycoon habían aflorado en él sentimientos que había atribuído a su buen disfraz… Y en parte estaba aceptándolos pero… ¿Por qué recuerdos?

De alguna manera tenía memorias que no eran suyas, pero todavía no conseguía materializarlas. Estuvo durante un buen rato sentado con la espada en sus manos, tratando de darles forma, pero desistió. Poco a poco irían llegando más, y no le ayudaba ese sonido de espadas de madera chocando. Decidió ir a ver quién entrenaba con tanto ahínco.

Cuando llegó al dojo se encontró con Ylenia estirada en el tatami, y al joven Onizuka apoyando una espada de madera en el suelo, de pie. La mujer estaba sudando de cansancio.

-¿Practicando? –Preguntó mientras se descalzaba. Onizuka se rió.
-Más parece que golpeó un saco de arena. –Contestó el pelirrojo mientras Ylenia trataba de golpearle sin éxito.
-Hiciste trampas… de algún modo… -Ante esa frase de ella, Lomehin miró al samurái.
-Solo usé un estilo diferente. –Contestó él.
-Me encantaría verlo. –Dijo Lomehin tomando otra espada de madera. –Ylenia, descansa un rato y observa.
-¿Observar? –Preguntó ella extrañada.
-Los guerreros sois más autodidactas que otros tipos de luchadores. –Dijo el moreno, sintiendo como las nuevas memorias volvían a fluír. –Si ves a otros luchar puede hacerte mejorar.
-Es lo que yo le dije. –Contestó Onizuka colocándose de nuevo con la espada en ambas manos.
-¡Esa postura no es tuya! –Gritó Ylenia señalando al samurái. El caballero oscuro se rió.
-Me preguntaba cuando usarías una postura típica samurái. –Dijo colocándose también en posición de combate. Ella lo miró.
-¿Qué quieres decir?
-La posición típica de un samuráis es con ambas manos. –Explicó el caballero oscuro. –Solo usan la espada con una mano cuando dominan el estilo de dos armas.
-Sabes mucho. –Contestó Onizuka, mientras Lomehin se encogía de hombros.
-Parece que tengo algunas memorias de esto. –Dijo sin mentir él.

Se quedaron quietos con el sonido del agua de fondo, hasta que Ylenia volvió a ver ese movimiento tan fluído que la sorprendió en la lucha contra Onizuka. Esos golpes jamás los había visto en el pelirrojo, y por eso mismo recibió tantos golpes. Pero Lomehin parecía llevar la defensa mucho mejor que ella, ya que bloqueaba todos los golpes del samurái, y lanzaba los suyos propios. El combate era rápido y fluído, más como una danza que como una pelea, pero terminó cuando la espada de Onizuka chocó en el hombro de Lomehin, y se detuvieron.

-Fallé ese bloqueo. –Dijo este último sobándose el hombro, pero con una sonrisa.
-Ese estilo… -Empezó Ylenia, y ambos la miraron. –Se te ve mucho más cómodo con él.

Onizuka miró la espada de madera antes de hablar.

-Era mi estilo original. –Explicó el pelirrojo. –El estilo de la luna roja. Es el estilo de la familia Onizuka. Pero me siento incómodo al usarlo… Aunque puede que algún día lo recupere. –Se quedó en silencio, y miró a Ylenia. –Vamos, ahora lucharás con Lomehin.
-¿Por qué?
-Para ver si aprendiste algo. –Contestó el pelirrojo.

La guerrera se levantó y se puso delante del caballero oscuro con su posición normal, pero sintió unos golpes en las piernas de parte de la espada del samurái.

-Abre más… Relaja aquí… -Explicaba él dándole pequeños golpes en diferentes zonas de su cuerpo. –Tu posición es muy forzada.
-No trates de acabar el combate en un solo golpe. –Le dijo Lomehin mientras esperaba. –No apuntes a zonas vitales, si esquivan el primer golpe te desestabilizarán, y puede costarte la vida.

Ylenia se quedó en silencio mientras hacía caso a Onizuka. Curiosamente parecía saber de lo que estaba hablando, porque sentía más cómoda su postura, y era cierto que trataba de acabar las batallas rápidamente, pero nunca pensó que eso fuera malo.

-En otras ocasiones he vencido así… -Dijo ella. –Cuando debes proteger a alguien rápidamente puede ser la diferencia.
-Sí, pero yo te gané varias veces al esquivar tus ataques. –Contestó Onizuka, a lo que Ylenia se mordió el labio.
-Trata de derrotarme. –Dijo Lomehin. –Pulirás tu estilo si practicas un poco.


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