El mercado de Wutai seguía
abarrotado, como cada mañana. Ankar caminaba deprisa entre la gente, había
salido del grupo precisamente para eso y no quería llegar tarde. Sabía que lo
esperarían hasta que llegara él pero nunca le había gustado hacer esperar a la
gente. Al poco tiempo pudo divisar a la chica de traje wutareño. No se dio
cuenta de su presencia hasta que el albino golpeó la mesa con los nudillos,
provocándole un susto a la muchacha.
-Disculpa, no quería asustarte.
-Oh… oh, señor… No debe preocuparse,
es que últimamente he tenido varios sustos… -La chica se sentó en una caja de
madera y, respirando hondo, miró al peliblanco. –¿Ha venido a por su armadura?
-Así es.
-Pues tengo una buena y una mala
noticia. –Ella se levantó y le hizo pasar detrás de la mesa, al lado de todas
las cajas. –Verá, la mala noticia es que su armadura recibió unos impactos
demasiado… extraños. No eran de flecha ni saeta, y algunos componentes de su
protección no era posible de arreglar si no debilitábamos el grosor de su armadura.
-¿Me estás diciendo que mi
armadura se ha vuelto más débil?
-Más o menos… pero nosotros
ofrecemos un buen nivel hacia los buenos clientes. –Sonrió la chica
abiertamente. –Por eso hemos encontrado otra cosa que puede que le interese.
Con un movimiento rápido, abrió la
caja que estaba justo a la derecha de Ankar, y de ella sacó un pectoral de
armadura de color azul claro, muy parecido al color de su armadura original.
-Fíjese. Esta armadura es el
último grito en protecciones para dragontinos. El reino de Baron las ha
terminado hace escasos días, y nosotros tenemos la suerte de que, como
suministramos armaduras también a Burmecia, nos ha llegado un pequeño
cargamento de estas preciosidades. –Le dio el pectoral al mudo mientras ella
iba sacando los guanteletes. –El conjunto completo entra con armadura pectoral,
brazos, piernas y yelmo, sin contar con la capa estabilizadora para el salto
dragontino. Además, ahora la capa es más estética.
Con la ayuda de la muchacha, Ankar
se fue colocando la armadura encima de su ropa. Era cómoda y muy ligera, y
también parecía mucho más resistente que la anterior. Cuando se colocó las
hombreras, la capa de la armadura las tapó. De un movimiento, el manto se abrió
como si fuera unas alas.
-¿Lo ve? Cuando salte, podrá tener
más equilibrio en el aire gracias a estas alas tan estéticas.
Mientras reían un poco, el albino
dejó caer de nuevo las alas y tomaba el yelmo. Era diferente al que tenía
antes, parecido al que usaba su maestro en el pasado, con una visera para los ojos
con una especie de cristal para que no le dañaran los orbes oculares, pero
además, tenía un par de placas a los lados para cerrar y tapar la boca. Se lo
colocó mirándose a un gran espejo que había allí. Tenía la forma de las escamas
de los dragones por cada zona de metal, y las hombreras tenían forma de garras
muy estilizadas. Las botas eran parecidas a las que consiguió en Burmecia, pero
más cómodas aún, mientras que los puños tenían forma de garras. El yelmo,
extendido hacia atrás para darle aerodinamismo, simulaba perfectamente la
cabeza de un dragón, con los ojos en la zona alta mientras que los de Ankar
estaban en lo que sería la boca. Si cerraba la zona bucal, parecía que sus ojos
estuvieran dentro de las fauces del dragón. Miró el pecho, donde estaba un
símbolo con forma de un dragón oriental grabado en negro. La muchacha mientras
tanto estaba buscando unas cosas entre las ropas cuando habló de nuevo el dragontino.
-Y… ¿Cuánto me va a costar esta
broma?
La chica se giró y lo miró con una
mirada extraña, como de alguien que quiere decir algo sin decirlo. Se acercó a
él con un sobre.
-Por favor, señor. Esto ya lo ha
pagado usted.
-¿Cómo?
-Claro. Usted me pagó para que
reparara su armadura, y como tal debo ofrecerle el mejor servicio. –Mientras le
ayudaba a colocarse algunos arneses, le colocó en el zurrón el sobre. Ankar la
miró con seriedad, pero ella siguió hablando como si no hubiera ocurrido nada.
–Además, por las molestias… -Hurgó de nuevo en la misma caja y sacó un escudo
con la esfinge de dos dragones y varias joyas azules. Era de color del marfil
oscuro. –… le entrego este escudo especial para dragontinos. Vi que la herida
que sufrió en el brazo estaba hecha porque no había interpuesto un escudo ante
usted.
-Si… fue un error de cálculo muy doloroso.
–Dijo Ankar agarrando el escudo extrañado y sopesándolo. Si lo llevara a la
espalda podría cubrirle prácticamente toda la zona, con forma romboide. Lo pasó
de una mano a la otra, sintiendo que se adaptaba perfectamente a ambas.
-Además, puede guardarlo sobre la
vaina de su espada, o en el cinturón. Y no molesta para nada al caminar.
Él asintió y picó con el puño en
el centro de su nueva armadura. Sonaba bien, y el efecto no se hizo esperar. Un
resplandor suave y, como si fuera líquido, fue absorbida dentro de un nuevo
colgante con la forma del dragón que portaba en el pecho. Colocó el escudo en
la vaina de su nueva espada, y miró a la mercader, pero antes de que dijera
nada, ella levantó una mano por lo bajo para que no hablara. Él frunció el
ceño.
-Puedo hablar solo para ti, es una
de las ventajas de ser telépata. –Dijo ahora más molesto que enfadado. Ella
suspiró y susurró.
-Lea eso cuando esté seguro de que
no hay ojos a la vista. –Su voz y rostro volvieron a la normalidad y le sonrió.
–Espero que todo haya sido de su agrado.
Él la miró, pero asintió con una
sonrisa.
-Sí. Muchas gracias, ha sido un
placer hacer negocios con usted. –Le dijo haciendo una pequeña reverencia. Ella
se la devolvió.
-El placer ha sido todo mío.
Se fue caminando con precaución.
Aquella forma de dar cartas la había visto cuando estaba en la guerra, pero era
solo para que no se supieran las noticias si algún espía observaba pero… ¿Quién
querría espiarles? Estaban en paz, no había guerras y entre reinos no había malas
relaciones. Entonces… ¿Por qué usar ese método?
Siguió caminando hasta llegar al
establo donde le esperaba su chocobo y lo llevó hasta la entrada de la ciudad,
donde a lo lejos pudo observar a los demás yendo a paso lento, algunos incluso
iban aún a pie.
-Mirad, ahí viene. –El ladrón, que
era uno de los que cerraban la retaguardia junto con Hassle y Lylth, fue el que
lo vio a lo lejos. La maga blanca se giró, pues estaba en el suelo aún.
Cuando estuvo junto a ellos en la
cola de la comitiva, ayudó a la pelirrosa a subir a su chocobo, detrás de él.
La marcha no se hizo esperar, encabezada por Lomehin y Onizuka, ambos hablando
sobre antiguas leyendas sobre espadas, mientras que Cyan rasgueaba su guitarra
haciendo el paso más ameno subido detrás del samurai en Highwind. Ylenia, más
animada, tenía una buena conversación con Kahad mientras que Ember restaba en
silencio. Ellander, subida en el chocobo del ladrón, intentaba seguir las
conversaciones del peliazul y el viera, ambos hablando con el peliblanco y la
curandera.
-Menuda adquisición tenéis, maese
Ankar. –La sonrisa de Hassle surgía como una chispa eléctrica.
-Especial para dragontinos. –El
albino le dio unos pequeños golpecitos con la mano al escudo, haciéndolo sonar
mientras sonreía orgulloso. –Y ha sido una ganga, me lo dieron junto a la
armadura.
-Hablando de gangas, he conseguido
unas cuantas cosas en el pueblo. –Comentó Dreighart mientras se acercaba a
Ankar, sacando una bolsa de cuero tintineante y dándosela al dragontino.
-¿Eres un ladrón? –Preguntó en
común la pelirroja.
-Digamos que soy “amigo de lo
ajeno”.
-Es un ladrón. –Contestó Ankar
revisando el contenido de la bolsa.
-¡Oye!
-Un ladrón que nos es de gran
ayuda. ¿Mejor? –Riendo, el dragontino guardó la bolsa en el zurrón. –Además, es
el que se encarga de vender las pieles y demás artículos en las tiendas. Así
sobrevivimos aquí.
-¿Vendéis las pieles de los
monstruos con que lucháis?
-Así es. Muchas tiendas pagan bien
por ello, además de que algunas rarezas siempre te las pagan a altos precios.
–Le contestó el peliazul mientras rebuscaba en su bolsa, y sacó una pluma de
color azul oscuro. –Esto, por ejemplo, son plumas de Zú. Son unas aves enormes
y de muy mala leche, pero sus plumas están muy valoradas tanto por escribanos
como por sastres.
-Entonces… yo puedo ayudaros con
esto. –Ellander agarró la pluma curiosa. –Soy experta en el rastreo de
animales, de todo tipo. Soy buena con las bestias, y sé el tipo de objetos que
se pueden sacar de ellos.
-¿Qué habilidades tienes? A parte
de saber tirar con un arco. –Preguntó curioso Dreighart tomando la pluma de
nuevo.
-Bueno… -La pelirroja parecía un
poco cohibida. –Se cazar, eso ya os lo dije… Y puedo rastrear a cualquiera,
incluyendo a personas… -Levantó un poco el brazo mecánico. –Pero desde que esto
está pegado a mí, puedo hacer… cosas diferentes.
-¿Por ejemplo? –Preguntó Hassle
interesado.
-No se… creo que vosotros lo
llamáis “Magia”, aunque de donde yo vengo lo llamamos “Habilidades Mentales”.
–Dijo mientras miraba a Lylth. –Tú sabes más. ¿Verdad?
-Bueno, se magia blanca, sí, pero
Hassle también. –Lylth le pidió a Ankar que se acercaran a Ellander y a
Dreighart. Cuando estuvieron a la par le tomó de las manos. –A ver, déjame ver
qué tipo de magia es.
-¿Puedes hacer eso?
-Es una práctica frecuente entre
los magos. Hay gente que sabe usar magia pero no sabe de qué tipo, por eso nos
enseñan a distinguir las fluctuaciones de energía. –Explicó en tono catedrático
el viera al otro lado de la maga blanca.
-Este mundo es muy curioso…
Ellander sintió algo de calor en
la mano de piel cuando un resplandor azulado surgió de las palmas de Lylth.
Cuando se las soltó, todavía sentía la calidez de su palma. La maga blanca
suspiró.
-Tienes potencial para la magia.
Pero creo que tu magia es diferente a la mía. –Le explicó la pelirrosa. –Creo
que, por tu condición de cazadora, es posible que tengas una buena capacidad
para la magia azul.
-¿Qué es la magia azul? –Preguntó
curiosa la cazadora.
-Es la magia de los monstruos. –La
voz de Emberlei los sorprendió, y pudieron ver como Kahad había retrasado su
chocobo para que la maga negra pudiera escuchar la conversación. Ylenia se
había unido a Onizuka y Lomehin en su charla más adelante. –Hay tres tipos de
magia: La magia blanca, que es de curación. –Dijo levantando un dedo. –La magia
negra, que es de ataque. –Levantó un segundo dedo. –Y la magia azul, que es la
que se aprende de los monstruos. –Al alzar el tercer dedo, bajó su mano. –Hay
una clase de magia especial, que es la roja, pero en realidad solo es una mezcla
de magia blanca y negra.
-Gracias por decir que soy la
mitad de bueno en magia que vosotras. –La voz dolida del viera no concordaba
con su sonrisa, pero sintió un empujón de parte de Ankar.
-Gracias a eso, tú y Lylth
pudisteis quitarme aquella cosa del brazo. No es que sea moco de pavo.
El viera rio un poco junto a la
maga blanca, mientras que Ember se encogía de hombros y miraba a Ellander.
-La magia azul no es como las otras
magias. Se puede aprender de libros, pero es mucho mejor aprenderlo desde la fuente…
has de aprenderlo de los monstruos.
-Observación, asimilación y
utilización. –Recitó Lylth con una sonrisa. –No es mucho más que eso. Una vez
que domines un conjuro de monstruo, no tendrás que preocuparte. De todos modos,
te has dejado muchos tipos de magia, como la de Invocación, la magia verde y la
magia del tiempo.
-La de invocación es una burda
imitación de nuestro don como invocadores. –Repuso Emberlei. –La magia verde ni
la considero una magia, y la del tiempo no es más que un mito.
-De donde yo vengo no lo llamamos
“Magia Azul”. –Explicó Ellander. –Lo llamamos “Psicomagia”. Los usan los
psíquicos, pero solo son unos pocos…
La conversación siguió en esa
tónica, los magos hablando sobre cómo ayudar a Ellander a comprender su nuevo
poder, mientras que Ankar y Dreighart hablaban sobre el siguiente punto a parar
con Kahad.
-La siguiente parada es
Alexandría. –Dreighart miraba el mapa que le había dejado Ankar. –¿Tenemos algo
que hacer allí?
-La verdad es que no, podríamos
pasar por alto la ciudad. –Contestó Kahad, pero de repente sintió algo extraño.
Los magos se habían callado de golpe.
-Discrepo. –Soltó Hassle con su
perenne sonrisa.
-El conejito tiene razón.
–Continuó la maga blanca. –Debemos descansar al menos un día en una cama
mullida, algunas no tenemos el culo tan duro como lo tienes tú, ninja verde.
-Un día de estos, Lylth, te juro
que…
-Oh, Kahad, no le hagas caso, son
solo bromas. –Dijo inocentemente Emberlei. –Además, necesitamos algunas cosas
de Alexandría.
-¿Cómo qué?
-Un libro de magia azul. –Dijo
Hassle. –Para que pueda aprender la base de su nueva magia nuestra nueva amiga.
-Además, en estos días de camino
voy a seguir observando las heridas de algunos. –Explicó Lylth. –No quiero que
os caigáis a trozos por el camino.
El ninja suspiró, y miró a Ankar.
-¿Tú qué dices? ¿Paramos en
Alexandría?
El albino se acarició la barbilla
y concentró su mente para no dejar escapar sus pensamientos. Era cierto que él
necesitaría tratamiento, el ataque del templo casi estaba curado, pero el que
le hicieron en Wutai era prácticamente una herida abierta. Además, necesitaba
mandar un informe de su situación a Baron, hacía mucho que habían salido de
Eblan y fue ahí la última vez que vio a alguien relacionado con la misión.
-Creo que podremos hacer un alto
en Alexandría de al menos un día. –Empezó a transmitir Ankar. –Me parece bien
que encuentren un libro de magia azul para Ellander, pues si va con nosotros
creo que lo mejor es que aprenda nuestras habilidades. Además, yo soy uno de
los heridos, así que quisiera tomar un descanso antes de llegar a Doma.
-No decepcionaré la confianza que
ha puesto en mí, líder. –Dijo la pelirroja con una sonrisa decidida.
-Es la primera vez que me llaman
así en todo el viaje. –Ante el comentario, la mayoría rio.
El camino
siguió durante todo el día, teniendo algunos bandidos que derrotar en el puente
que cruzaba el río al sur de Wutai. Siguieron la línea de la costa, cerca de la
arena, acabando contra algunos monstruos. Ellander demostró ser una auténtica
experta en el arte de la caza mostrándoles con un arco extraño que podía
plegarse como podía atravesar enemigos a grandes distancias. También pudieron
ver lo entendida que estaba en materia de objetos, pues entre ella y Dreighart
despiezaban a los animales. La noche empezaba a caer cuando decidieron hacer un
alto, aunque la enorme ciudad de Alexandría podía verse a lo lejos.
-¿No crees
que lleguemos a tiempo a la ciudad? –Preguntó Lomehin desde lo alto de una
colina al lado de Ylenia.
-Hemos hecho
bien en acampar aquí. –Le contestó la guerrera. –Si hubiéramos seguido
seguramente el sueño nos vencería antes de llegar.
“Limitaciones
del cuerpo humano” Pensó el caballero oscuro suspirando, y bajó a pasos largos
hacia el pequeño campamento. Estaban cerca del mar, por lo que el frío del
invierno les hacía apretarse entre ellos. Las guardias las prepararon para que
descansaran la mayor cantidad de tiempo. Una de las guardias fue formada por el
propio Lomehin y Ankar.
El caballero
oscuro estaba avivando el fuego mientras miraba como todos dormían. Aquella
sensación tan desagradable al principio empezaba a hacerse sostenible, y es que
ya llevaba bastante tiempo pensando en que, si debía estar en ese cuerpo
humano… ¿Por qué no aceptar también vivir como uno de ellos, con sus pros y sus
contras, como por ejemplo, sus sentimientos?
Sin embargo,
le costaba confiar en la gente. Confiaba bastante en Ankar, aunque no quería
contarle todo lo que sabía, y sabía que la confianza del dragontino de ojos
verdes era igual de alta que la suya propia. Su código le había obligado a
estar junto a ellos por honor, pero ahora pensaba que no era solo por eso. Le
gustaba estar con aquella panda de lunáticos.
Ankar, por su
parte, estaba sentado en una roca grande que habían colocado delante del fuego,
y sacó la carta que la wutareña comerciante le había guardado en el zurrón.
Estaba sellada sin marcas ni escudos. La abrió y empezó a leerla. Se asombró de
que estuviera escrita en una lengua común, sin cifrar.
Sir Dragontino:
Le escribo esta carta sin saber si podrá
llegar a leerla. Espero que sí, aunque mis esperanzas son pocas.
Seré rápida y concisa.
Pertenezco a un grupo especial de
informadores, los cuales muchos de nosotros estamos infiltrados en cierto
gremio oscuro. Dicho clan se hace llamar WyrmSlayer, y muchos de sus miembros
se dedican en exclusiva a atacar dragones y dragontinos. Como habrá supuesto
por su combate con dos de sus miembros, han ido a acabar con usted. En todo
Wutai del Oeste solo había un único dragontino, y por eso supuse, después de
saber que habían acabado con dos miembros del clan, que había sido usted.
Como habrá podido observar por mis palabras,
no son pocos, aunque tampoco son una cantidad suficiente como para conformar un
ejército, pero tienen a gente trabajando para ellos lo suficiente como para ser
una preocupación. Si es cierto que han cazado dragones y sus jinetes desde hace
más de uno o dos siglos, o al menos eso es lo que yo he llegado a escuchar. Lo
que si sé es que la mayoría de dracónidos que han cazado son drakos de viento,
pero ha habido dragones que han caído en sus manos.
Muchos usan armas ilegales, y también usan
equipo hecho por sus herreros con las escamas y los huesos de los dracónidos
que cazan, por eso son tan peligrosos.
Hay miembros de este clan en cada ciudad,
aunque intentan evitar las ciudades de Baron y Burmecia. Su símbolo es una
serpiente alada. Nuestros miembros infiltrados no han sido identificados, pero
debemos extremar las precauciones. Por eso el hecho de que le intentaré
entregar esta carta al modo de guerra.
Baron está informado de todo esto.
Tenga cuidado.
-¿Qué lees?
La voz de
Lomehin le hizo dar un respingo. Al mirarlo, le vio extrañado mirando hacia él.
Ankar suspiró.
-Baja un poco
la voz, por favor. No quiero que se enteren ellos de esto… no todavía. –Expresó
mentalmente solo para el caballero negro. -¿Recuerdas aquel trozo de cuero con
el símbolo tatuado? –Lomehin acertó a asentir con la cabeza para no hacer
ruido, y él le dio la carta. –Lee.
Con una
mirada extrañada, el de cabello negro tomó la carta y la leyó con rapidez. La
leyó una segunda vez y después miró a Ankar, susurrante.
-Esto explica
ese símbolo.
-Sí, pero hay
que extremar las precauciones. –Contestó el albino. –De momento, sólo lo
sabemos tú y yo.
-Confías
mucho en mí.
-Y no creo
que mi confianza caiga en saco roto. –Le contestó el peliblanco, a lo que
Lomehin sonrió. –En cualquier caso… cuando lleguemos a Doma quiero decirles a
todos sobre esto.
-¿Les
enseñarás la carta?
-No. No
quiero que estén influenciados por ella…
-¿Y por qué
Doma? ¿Por qué no Alexandría?
-Podrían
haber oídos indiscretos en esa ciudad.
-¿Y en Doma
no?
-También,
pero estando bajo la protección de Ryuusuke no creo que tengamos problemas.
El caballero
negro le devolvió la carta, extrañado por el nombre que acababa de decir. Ankar
guardó el papel.
-¿Ryuusuke?
¿Quién es ese con un nombre tan extraño?
-Es el
miembro más mayor de los daimyo de Doma. –Le explicó Ankar. –Doma se rige por
un consejo de ancianos, y el mejor de todos es el líder del reino. Este es Ryuusuke.
-¿Cómo de
mayor es?
-Creo que
supera los cien años.
-Entonces
tiene que ser un vejestorio inútil. –Contestó bufando Lomehin, pero vio que
Ankar reía. –Me equivoco. ¿Verdad?
-Ya lo comprobarás
cuando lleguemos allí. –Fue lo único que pudo decirle antes de levantarse.
–Vamos a cambiar de guardia, ya toca al siguiente grupo.
El camino
hasta Alexandría fue rápido incluso con los monstruos de por medio. Se
mantuvieron en todo momento vigilantes en el cielo por si veían alguna de
aquellas extrañas aeronaves, pero al parecer no les hicieron caso. Cuando
llegaron a las puertas de Alexandría, pudieron ver el enorme palacio incluso
desde fuera.
-Según las
leyendas… -Empezó a decir Cyan. –Se dice que el propio dios Alexander, Señor
del Fuego Divino, Dios de las Llamas, es el gran castillo de Alexandría.
-Me
resultaría extraño que un dios dejara vivir a los mortales dentro de sí.
–Contestó Ylenia airada.
Pero algo si
era cierto. El enorme castillo podía verse desde cualquier zona de la ciudad,
desde el barrio teatral hasta los suburbios. Desde el mercado principal hasta
las casas más pequeñas. Un enorme palacio hecho de piedra blanca y metal claro,
coronado en el centro por un enorme cristal prismático que nadie sabe de dónde
salió.
-Te noto más
tensa de lo normal. –El bardo se rascó la cabeza. -¿Acaso aquí también has
hecho alguna de las tuyas?
Pero se quedó
callado al recibir un golpe de parte de Onizuka, mientras la guerrera lo miraba
con frío odio.
-No me gusta
estar aquí, simplemente eso. –Contestó ella bajando del chocobo.
Se dirigieron
todos al establo, viendo la diversificación de personas. Fue Cyan quien empezó
a explicar las diferencias entre Alexandría y otros lugares.
-Yo viví
aquí. –Explicó el bardo mientras caminaban por la entrada principal de la
ciudad. –Es más, todavía mi familia sigue viviendo en el barrio teatral.
Regentamos un teatro. Bueno, no yo, mi hermana mayor. El barrio teatral es una
zona al este, cerca del mar, allí es mejor, pues también suelen venir barcos
voladores que en sí mismo son teatros móviles, y ahí está el aeropuerto.
-¿Cuánto hace
que no ves a tu familia? –Preguntó Dreighart curioso.
-No lo
recuerdo… Pero creo que podríamos descansar en mi casa. –Contestó el bardo.
-Me niego.
–Dijo Lylth. –No vamos a tener una charla familiar como la que tuvimos en
Wutai, sino que solo estamos de paso. Nosotros iremos a la posada, si tú
quieres ir a charlar con tu familia ya sabrás donde estamos.
-Oh, que
ruda, tus frías palabras rompen mi poeta corazón. –Contestó riendo el bardo.
–Pero no creo que pueda ver a mi familia igualmente.
-¿Por qué?
Por toda
respuesta, el bardo señaló un cartel colocado en un tablón de anuncios. El
cartel mostraba a una mujer, bastante hermosa, vestida con un traje de
cortesana y simulando que cantaba, y unas grandes letras anunciando una obra
teatral llamada “Quiero ser tu Canario” cerca del puerto. La mujer tenía cierto
parecido con Cyan, y el apellido “DeMagenta” se podía leer al pie de la imagen.
-¿Es tu
hermana?
-Así es. Por
lo tanto… Venid conmigo, os llevaré a una buena posada. –La sonrisa de Cyan era
igual a la que mostraba desde el principio. Nadie entendió por qué estaba tan
tranquilo.
Sin embargo,
al llegar a la posada, pudieron ver un ambiente muy relajado, con música
tranquila de fondo y una mujer realmente hermosa detrás de la barra.
-Cecilia, mi
amor. –Dijo Cyan abriendo los brazos hacia la joven tabernera.
Esta sonrió y
abrazó al bardo, mientras que los demás tomaban asiento. La mujer parecía
joven, y hablaba animadamente con Cyan, hasta que se acercó a los demás. Las
habitaciones fueron pedidas mientras que los cuatro magos decidieron salir por
su cuenta a la gran biblioteca de Alexandría, la cual era, junto a la de
Tycoon, la más grande del mundo, seguidos por el ninja. Por su parte, Cyan
acompañó a Ankar hasta el puesto de mensajería para enviar el informe a Baron.
En la posada se quedaron Onizuka y Lomehin, bebiendo y charlando sobre antiguas
batallas, mientras que Dreighart e Ylenia habían salido a comprar provisiones.
El resto del
día fue sencillo y simple. Algunos, como Dreighart, habían olvidado lo que era
el simple hecho de salir a comprar sin tener que preocuparse por estar en
tensión. Llevaban un gran número de jornadas con mucha presión en sus espaldas,
yendo desde Kolinghen hasta Zozo, y después hasta el Templo del Árbol Eterno… La
batalla contra Titán no fue tan dolorosa como la de los al’bhed… Y su brazo
todavía dolía.
Dormir en una
cama mullida, sin tener que hacer guardias, llevarse al estómago comida
cocinada con tranquilidad y no trozos de comida asados con hierbas medicinales…
Todo aquello pudieron sentirlo y disfrutarlo durante aquella noche. La cena
alegre mientras Lylth y Hassle se encargaban de las heridas de algunos, con la
música de fondo de Cyan y de otros bardos.
El amanecer
despuntó haciendo que todos salieran de las murallas de la ciudad. Habían
descansado bien y levantado antes del alba, con los chocobos preparados y a
punto.
-Nos esperan
algunas jornadas hasta llegar a Doma. –Explicó Onizuka sonriente sobre
Highwind. –Así que mejor nos apresuramos. ¿No?
-Según lo que
nos ha dicho Ellander, lo más seguro es que los al’bhed no nos ataquen todavía.
–Kahad, que seguía llevando a Emberlei delante de él en el chocobo, parecía
contrariado. –Pensé que nos atacarían una y otra vez.
-Que poco
sabes de guerra, minininja.
-¿Y tú sabes
más, por casualidad?
-Yo provengo
de una familia de guerreros, idiota. Sé de lo que hablo. –Empezó a decir
Onizuka mientras Cyan empezaba a tocar suavemente. –Necesitarán tiempo para
preparar una nueva ofensiva. Saber dónde estamos, cuántos somos todavía, si
somos más o menos fuertes. Solo un idiota mandaría cinco batallones a una
batalla que no sabe si ganará o perderá.
Molesto por
haber quedado en ridículo frente al samurái, el ninja arropó un poco más a una
dormida Emberlei, la cual estaba apoyada en su pecho. Miró hacia atrás para
encontrarse con que el resto de magos parecía igual de exhausto. Hassle iba
dormido sobre su chocobo negro, el cual parecía no necesitar más que alguien
delante a quien seguir, y Ellander y Lylth iban abrazadas a las espaldas de
Dreighart y Ankar respectivamente, durmiendo también.
-¡Ankar!
¡Despierta a Ellander para preguntarle si pueden atacarnos en estos días!
–Gritó el ninja desde su posición, pero sintió como Emberlei le daba un
golpecito en el pecho con una de sus manos.
-No grites…
los magos necesitamos recuperar energía más que los demás. ¿Recuerdas? Necesito
dormir…
Los días
siguientes fueron una extensión bastante calmada del viaje. Combatieron contra
monstruos, consiguieron nuevo material para vender y durmieron por la noche con
guardias. No hubo grandes sorpresas salvo los primeros conjuros que dominó
Ellander como lo que ella llamaba “Psíquica”, que no era otra cosa que la
versión de un Mago Azul de su mundo, hasta que llegaron al río cercano a Doma,
la ciudad samurái.
A lo lejos
podían ver perfectamente la amurallada ciudad de estilo japonés rodeada de agua
proveniente de uno de los ríos más largos del continente, trayéndola desde las
montañas al norte. Sin embargo, cuando algunos llevaron sus chocobos hasta el
agua, Onizuka les soltó un grito.
-¡¿Pero
estáis taraos o qué?! –Excepto Ankar y el propio pelirrojo, el resto de la
comitiva había llevado sus animales a que bebieran agua, y se giraron
extrañados al samurai.
-¿Qué pasa?
–Preguntó extrañado Dreighart.
-¿Alguno de
vosotros no ha ido a clase de historia o qué? –Onizuka bajó de Highwind.
Parecía furioso, nunca lo habían visto así.
-¿Por qué lo
preguntas? –Ylenia parecía igual de extrañada que su compañero cuando el
pelirrojo se acercó a ellos y tomó las riendas de todos los chocobos.
-Nuestro
amigo samurái se refiere sin duda a lo que llevó a Doma a estar a un paso de la
muerte en el pasado. –Empezó a decir Cyan, que seguía subido en Highwind.
Onizuka juntó
a todos los chocobos y comenzó a caminar hacia la ciudad. Ylenia, con mala
cara, miró al bardo.
-No me gusta
hacer esto pero… ¿Qué es eso de la muerte en el pasado?
-Pasó hace
unos veinte años. –Empezó a decir Ankar, y el Alexandrino empezó a tocar una
tonada triste. –Durante la guerra, las reservas de agua en Doma siempre han
provenido desde las montañas, al norte. –Dijo señalando el cauce del río
ascendiente, mostrando las montañas. –De este río se abastecía la ciudad, tanto
por fuera como por los pozos subterráneos. Pero en la guerra, uno de los
generales de Alexandría plantó unas bayas mágicas venenosas en la montaña.
-Podríais
ganaros la vida contando historias, maese Ankar. –Dijo Cyan riendo, y sin dejar
de tocar, puso cara seria por primera vez. –Ese general fue disfrazado
mágicamente como la reina Rosa de Baron, pero fue apresado y desenmascarado.
-Sin embargo,
el veneno no pudo ser arrancado de la montaña. –Siguió Ankar mientras sus
chocobos seguían a los que llevaba el pelirrojo. Los demás los seguían
interesados a pie. –El río y los pozos de la ciudad fueron contaminados y se
volvieron una muerte potencial para cualquiera que tomara tan solo un sorbo.
-Por eso el
loco nos pegó ese grito… -Ylenia, asombrada, miró la espalda del samurái.
–Bueno, algo de cerebro sí que parece tener al fin y al cabo.
Pero la pulla
de la guerrera pareció no hacer efecto esta vez en Onizuka. El samurái caminaba
en silencio, con la mirada fija en la entrada de la ciudad. Alrededor se podían
ver varias personas trabajando en algo mecánico. Todavía faltaba algo para
llegar, pero su vista estaba fija en aquellas personas. Recordó con un suspiro
y se quedó quieto a que llegaran los demás a su altura.
-¿Estás bien?
–Escuchó la voz telepática de Ankar. No hacía falta girarse para saber que solo
le hablaba a él.
Onizuka se
giró cuando llegaron todos y devolvió las correas con un simple “Que no beban
agua a no ser que se los dé alguien de la ciudad” y miró a Ankar.
-Parece que
las heridas de entonces duelan. ¿Verdad? –Preguntó el dragontino. Onizuka
sonrió triste y asintió tomando las riendas de Highwind. –Me ocurre lo mismo
cuando vuelvo al monte Nibel.
Caminaron
mientras Ankar siguió explicando sobre la guerra de las sombras. El general
envenenador fue conocido como el “Mago Loco” y su nombre era Kefka Palazzo, y
era uno de los generales más cercanos a la anterior reina de Alexandría. Pero
fue ejecutado en Doma cuando descubrieron quién era.
-Me
avergüenza decir que el reino al que pertenezco, con toda su sabiduría, fue
controlado por tales elementos… -Explicó el bardo dejando de tocar. –Pero
gracias a los héroes de los reinos que querían la paz pudimos salir de esa
época oscura.
-Incluso la
propia hija de la reina alexandrina luchó contra su madre. –Explicó Kahad, a lo
cual Emberlei le miró.
-¿Te refieres
a Garnet Til Alexandros? –El ninja asintió, y la de ojos morados miró al bardo.
–He escuchado que es una Alta Invocadora, igual que la maestra Rydia. ¿Es eso
cierto?
-Oh, sí, es
cierto. –Explicó Cyan. –Además, tiene el título de Devota, la más alta
clasificación de los magos blancos. Y por si fuera poco, su reinado ha hecho
que todos en Alexandría olvidaran los oscuros años de guerra bastante rápido.
-Nunca
entenderé porqué alguien con el título de Alto Invocador se entesta en tener
poderes blancos… -Dijo más para sí que para nadie la maga negra. –La maestra
Rydia también dijo que echaba de menos sus poderes curativos…
-¡Eh!
¡Héroes!
Todos se
detuvieron a unos metros de la gran muralla y miraron de donde provenía la voz.
En uno de los pozos había un hombre joven, de cabellos castaños cortos y ropas
marrones. A sus pies había una máquina extraña que parecía una especie de
araña, y su rostro parecía algo manchado de grasa. Se acercó a ellos
limpiándose las manos con un trapo.
-Veo que
habéis llegado a esta ciudad. ¿Verdad? Es un alivio ver a guerreros tan fuertes
como vosotros de una sola pieza.
-¿Perdón? –La
palabra surgió de varios de los miembros del grupo, pero el rostro cambió a uno
de sorpresa.
-¡Oh!
¡Maldición! ¡Tengo que avisar del depurador! –Tomó una capa larga de color
crema, se la echó por encima y se fue corriendo hacia la ciudad. -¡Nos vemos
héroes!
Cuando
desapareció, todos miraron con extrañeza hacia la estela que había dejado aquel
hombre.
-¿Por qué nos
ha llamado “Héroes”? –Rompió el silencio Lomehin.
-Quizás nos
escuchó hablar sobre los héroes de la guerra… -Contestó Ankar.
-¿Te ha
estado escuchando? –Preguntó con una mueca extraña Ylenia. -¿A ti?
Se quedaron
perplejos. Era imposible escuchar la voz del dragontino, solo se comunicaba por
telepatía. Entonces… ¿A qué se refería?
-Vamos. –La
voz de Onizuka era algo más apagada de lo normal. –Si no nos presentamos al
daimyo no podremos hacer nada en la ciudad.
-¿Conoces al
daimyo?
Pero la
pregunta de Dreighart se quedó en el aire cuando pasaron por el portón. La
ciudad estaba hecha de piedra gris, aunque las paredes altas eran de color
blanco y los techos, picudos y en forma de pirámide, tenían el color de la
piedra de río. La gente que paseaba llevaba trajes típicos de Doma, largos y
anchos pantalones iguales a los de Onizuka y camisas cruzadas de diversos
colores, y llevaban sandalias en vez de botas. Muchos hombres y mujeres
portaban al cinto dos espadas, una katana y una wakizashi. El ambiente era
relajado y se podía respirar en el aire, aunque podían ver que todas las casas
tenían varios toneles al lado de las paredes. Algunas cortinas estaban en las
entradas a los hogares, y muchos bancos de madera estaban repartidos por la
calle principal, la cual seguía hasta la parte más profunda, donde se podía ver
el gran castillo de Doma, de varios pisos de altura, con ventanales grandes y
pequeños y de color caoba. El suelo, a diferencia de otros reinos, no estaba
empedrado, era la propia tierra la que formaba parte del camino, y algunas
piedras eran chutadas mientras caminaban.
Mientras iban
en dirección al gran castillo, pudieron ver como algunos niños jugaban con
pequeñas espadas de madera, o con pequeñas pelotas hechas de piel, hasta que
llegaron a la entrada del palacio. El pelirrojo les hizo una seña con la mano
para que esperaran, y se acercó hasta el guardia.
-Puede que
conozcáis al viejo Onizuka después, y quizás nos deje dormir en su casa. –Dijo
el dragontino.
-Oye Ankar…
-La guerrera le dio un golpecito en el brazo. –Parece que conoces a su padre o
a su abuelo… ¿Son tan… alocados como el que conocemos?
-Creo… -Dijo
después de una pausa. –… que en el diccionario, hay un retrato de su abuelo
apareciendo al lado de la definición de la palabra “Locura”.
-Lo que me
faltaba… -El sonoro golpe que se dio con la mano en la frente hizo que algunos
se giraran hacia ella. –Mis peores temores se han hecho realidad…
-¿Qué quieres
decir?
-¿De verdad
tienes que preguntármelo? –Contestó ella mirando al albino. -¿Después de todas
las perrerías que me ha hecho el idiota pelirrojo este durante el viaje? Y
ahora vas y me dices que el viejo es aún peor… Espero que no se le meta entre
ceja y ceja el tirarme los tejos como hace su nieto, aunque si es un viejo no
creo que lo haga…
-Creo que un
hombre con más de cien años tiene un mínimo de madurez. –Explicó él rascándose
la cabeza.
-¿Puedes
jurármelo sobre Mateus de que es así? –La mirada que le echó al dragontino era
de pura necesidad, de ruego y misericordia. Ankar se volvió a rascar la cabeza.
-Hablamos de
la familia Onizuka… ¿De verdad quieres que te haga un juramento así…?
-Sabía que no
ibas a ser sincero… Espera. ¿Cuántos años dijiste…? –Pero se quedó callada al
escuchar a lo lejos al pelirrojo.
-Vengo con
mis compañeros a ver al daimyo. –Dijo con firmeza al soldado, el cual lo miró
desconfiado.
-Pareces de
Doma, así que seguro sabes que el daimyo no acepta a cualquier pordiosero.
-¡Eh Ankar!
–Gritó Onizuka, y el dragontino lo miró. -¡Trae esa explicación tuya tan
chachi!
El dragontino
se acercó extrañado, pero entendió a qué se refería cuando vio la cara del
guardia.
-Venimos de
parte del rey Cecil de Baron. –Las breves palabras mentales de Ankar hicieron
efecto, sobre todo después de mostrar el anillo del reino. -¿No podríamos
pasar?
-De acuerdo…
-Dijo después de una pausa. –Venid conmigo, he escuchado que el daimyo está en
el dojo. Seguidme.
-¿Qué es un
dojo? –Preguntó Ellander mientras caminaban hacia donde estaban el samurái y el
dragontino.
-Es el lugar
donde pueden entrenar el arte de la espada. –Explicó Ylenia. –Son parecido a
habitaciones en grandes edificios como este, o también pueden ser un único
edificio.
Se detuvieron
en la entrada para poder ver el entarimado de madera, y todos se quitaron las
botas antes de entrar. Pudieron ver algunos tapices con escenas de batallas, y
de lejos escuchar la voz de alguien recitando algún tipo de poema mientras
caminaban sobre el suelo liso. Mientras caminaban, Lylth, al lado de Ylenia, le
dio un golpecito en el brazo y le señaló hacia delante con la cabeza. La
guerrera miró en esa dirección, y pudo ver que, aunque siempre había estado con
la cabeza bien alta y sonriente, ahora Onizuka llevaba una mueca de seriedad.
“Parece que,
después de todo, hasta los que están locos se ponen serios cuando vuelven al
hogar.” Pensó Ylenia. “Espero que todo esté bien dentro de esa cabeza llena de
nubes que tiene…”
Se detuvieron
frente a una puerta hecha de papel y largas tiras de madera, y el soldado se
giró a ellos.
-¿Nombre?
-Derakainu.
Él sabrá quién soy.
El guardia
abrió la puerta corredera y entró, cerrándola detrás de sí. Ankar se deshizo la
coleta y se peinó con los dedos para rehacerse el peinado, mientras que Onizuka
se limpiaba el pantalón.
-Vamos a ver
a alguien con el rango de un rey, poneos algo menos feos. –Dijo con su típica
sonrisa el samurái.
Todos excepto
Lomehin y Emberlei intentaron adecentarse, pero no tuvieron mucho tiempo antes
de que la puerta volviera a abrirse. El soldado miró al pelirrojo.
-Se os
permitirá hablar con el Daimyo Ryuusuke Yajorobais. –Un sonido a punto de
convertirse en risa surgió de la garganta de Dreighart, pero se calló por un
codazo de parte del caballero oscuro. El hombre lo miró con desaprobación.
–Podéis pasar.
Todos ellos
pasaron y pudieron ver el interior del dojo. Largas esterillas de color verde
suave sustituían el entarimado marrón hasta el momento puesto en el suelo,
mientras que a lo lejos podían verse grandes ventanales para que entrara la luz
del sol, mostrando las espadas de madera en las paredes. En el interior había
varios niños practicando movimientos con ropas muy parecidas a las que habían
visto hasta ese momento, pero se detenían conforme el grupo caminaba hacia un
hombre mayor que estaba de rodillas al lado de los ventanales, con los ojos
cerrados. Todos pudieron comprobar que era un hombre alto, con un kimono sin
mangas y pantalones a juego de color negro, y un gran rosario de grandes
cuentas de color blanco en el cuello. Sus cabellos eran largos y blancos como
la leche, atados en una coleta de caballo, y su barba era frondosa y le llegaba
hasta el pecho atada en una nueva coleta también para la propia barba. Su piel
era algo morena, pero no tenía muchas arrugas y los músculos, descubiertos de
toda tela, eran prácticamente los de un joven. En su rostro llevaba unas
pequeñas gafas redondas, aunque sus ojos estaban cerrados y él mismo estaba
cruzado de brazos.
Se pusieron a
una distancia prudencial de no más de tres pasos de aquel anciano mientras el
grupo de niños se ponía de rodillas, en silencio.
-Dejadnos.
–La voz del anciano, aunque algo suave, era enérgica y poderosa. Los niños le
hicieron caso inmediatamente, algunos incluso salieron corriendo.
Todos estaban
tensos frente al hombre que se hacía llamar “Yajorobais”. Lomehin estaba serio,
mucho más que de costumbre, y podía ver alrededor de ese anciano un aura de
peligrosidad que no podría llegar a describir, algo conocido pero mucho más
poderoso. Ylenia lo miraba con sus nervios a flor de piel, y sentía una presión
viniendo de él tan grande como si estuvieran frente a un Guardián de Cristal.
La perenne sonrisa de Hassle casi había desaparecido por la tensión igual que
la expresión de altanería que solía adornar el rostro de Cyan, y Lylth y
Ellander estaban quietas como estatuas, algo poco natural en ellas. Dreighart
estaba sentado junto a Kahad, y ambos sentían como si el aire se hubiera
congelado en la habitación. Los únicos que parecían estar bien eran Emberlei,
Ankar y Onizuka. La primera no entendía como un simple anciano quisiera imponer
tanto respeto sin decir nada, sin llevar ningún tipo de arma o haber
pronunciado ningún tipo de amenaza. El dragontino seguía serio, aunque
internamente estaba preparado para cualquier cosa. No eran nervios, era la
calma antes de la tempestad. El pelirrojo, sin embargo, estaba serio y siguió
igual cuando se puso de rodillas delante del anciano. Los demás lo imitaron.
-Onizuka
Derakainu vuelve a Doma, mi señor, por un viaje importante, y pedimos asilo
para poder pasar unos días en la ciudad.
Todos excepto
Ankar miraron a Onizuka con una expresión de sorpresa. No se había dirigido
nunca a nadie con esa formalidad y esa seriedad. Se quedaron callados esperando
la respuesta del anciano, pero este estaba callado sin abrir los ojos. El sudor
comenzó a salir en algunas frentes, y se sintieron incómodos por la posición.
Kahad parecía el único que no movía las piernas, aunque tanto silencio también
le estaba poniendo nervioso.
Onizuka
carraspeó y habló de nuevo.
-Onizuka
Derakainu vuelve a Doma, mi señor, por un viaje importante, y pedimos asilo
para poder pasar unos días en la ciudad. –Las mismas palabras y el mismo tono,
pero el anciano no se movió ni un ápice. Los puños de Onizuka se cerraron y
levantó un pie para mirarlo más de cerca. -¡Me cago en tu padre, viejo de los
cojones, a ver si dejas de hacerte el sordo de una jodida vez y me contestas!
Todo sucedió
en un momento, y nadie pudo ver el por qué Onizuka ahora estaba volando hacia
el fondo del dojo y atravesando las puertas de papel con un fuerte estrépito.
Lomehin se giró inmediatamente al viejo con la espada en mano e intentó
golpearle, pero de un único movimiento este le desarmó y apuntó con su espada
oscura a Kahad, que había sacado dos shurikens.
-Creo que
esto no os concierne, niños. –La voz del anciano hizo que se apartaran, y le
devolvió la espada al caballero oscuro. Dio grandes zancadas hasta llegar donde
estaba Onizuka y le alzó del cuello. -¡¿Cómo que viejo de los cojones?! ¡¿Qué
puto vocabulario es ese?! ¡Yo no te enseñé a insultar a los ancianos, capullo
insensible! ¡¿Qué pasa, que has venido a casa a que te dé un par de ostias como
cuando eras pequeño?!
-¡Capullo lo
será tu hermana por parte de abuela, idiota! ¡¿Quieres hacer el jodido favor de
soltarme y dejarme explicar, o tendré que darle una paliza a ese viejo y
asqueroso culo arrugado tuyo?!
De un
movimiento, Onizuka volvió a pasar volando, esta vez en dirección a donde
estaban los demás, y pudieron ver como caía de espaldas delante de ellos. Antes
de hacer nada, el anciano ya estaba encima de él con el pie encima de su pecho.
-¡Ja! ¡Te
faltan todavía cien años para poder darme una paliza a mí, chaval! –Dijo riendo
con fuerza en una carcajada estridente. Todos pudieron ver los ojos del
anciano, amarillos como el oro y con un fuego en el interior muy fuerte. Miró
al resto del grupo y volvió a reír. –Así que vosotros sois los pobres
desgraciados que tenéis que soportar al demonio de mi nieto. ¿Verdad?
Todos se
quedaron perplejos ante esas reacciones, pero abrieron más la boca con la última
frase. Ankar no pudo más y empezó a reír con esa risa que parecía de animal y
se levantó. El viejo lo miró sin dejar de sonreír y lo señaló con la mano.
-¡Qué tenemos
aquí! ¿No eres tú el pequeño pupilo de Kain? –Bajó el pie del pecho del samurai
y estrechó la mano del dragontino. –No me lo puedo creer, sí que has crecido.
-Señor, solo
han pasado tres años desde que nos vimos, no he cambiado gran cosa. –Contestó
Ankar sonriente, y miró a Onizuka. –¿Qué, esperabas un recibimiento de abuelo
típico, con abrazos y esas cosas?
-¿Por quién
me tomas, por el idiota de Kahad? –Riendo, el samurái se levantó y miró al
resto. –Os presentaré… este es el daimyo de Doma, Onizuka Ryuusuke, apodado
“Yajorobais”, Campeón Elemental y mi viejo y cascarrabias abuelo.
-Sigue así y
te partiré el hocico de nuevo. –Cruzándose de brazos, el anciano Onizuka miró a
su nieto y le hizo una seña con la cabeza para que se pusiera con los demás.
–Anda, siéntate ahí, vamos a hablar de porqué cojones has llegado de nuevo aquí
y si voy a tener que picarte de nuevo la cresta.
Cuando todos
volvieron a estar sentados o de rodillas, el viejo sonrió por primera vez
abiertamente y rio con ganas.
-Como echaba
de menos estas situaciones, diablos. –Decía mientras golpeaba el suelo. –Hacía
como siete años que no teníamos una pelea tan buena. ¿Eh, Dera-chan?
-Por todo lo
que más quieras, viejo, no me llames “Dera-chan”. –Riendo, el pelirrojo miró a
los demás con una mirada asesina, como queriendo decir “¿Quién se atreve a
hacerlo?”.
-Va, has sido
el crío de la familia desde siempre, no te me quejes ahora. –Cruzó sus brazos y
miró a todos. –En fin, me han dicho que venías de parte de Baron. ¿Qué haces
trabajando para otro reino?
-Eh, me
exilié. ¿Recuerdas? No debo nada a nadie.
-¿Qué ha
ocurrido para que vengas aquí?
-Vamos para
el Templo del Destello Eterno.
Los ojos del
anciano se abrieron en una mueca de sorpresa mirando a su nieto y, sin poderlo
evitar, se puso serio.
-A ver que me
aclare… ¿Podéis entrar en ese templo?
-Mejor que te
lo cuente el jefe. –Y miró a Ankar, el cual se puso algo nervioso.
Las palabras
de Ankar fueron sinceras y explicó el viaje hasta ese momento. Tardaron
bastante y para hacer más ameno el relato trajeron tazas de té para todos
mientras algunos sirvientes arreglaban la puerta. Explicaron lo esencial, sobre
todo después de mostrar los cuatro pedazos de los cristales elementales. La
mirada de Ryuusuke era dura e imperturbable, pero ahora todos podían ver el
parecido físico que tenía el anciano con su nieto.
-Bien… esto
ya es otra cosa… -El viejo sorbió de su té y los miró a todos. –Quiero
ayudaros.
-¿Cómo vas a
hacerlo? –Preguntó el pelirrojo. –No creo que ninguno de ellos pueda aprender
ninguna de tus técnicas.
-Olvidas
quien soy, Dera-chan. –Contestó con una sonrisa macabra realmente parecida a la
de su nieto. –Soy Onizuka Ryuusuke, Campeón Elemental. ¿Piensas que algo así me
será difícil?
-Disculpe la
pregunta, señor Onizuka… -Dijo Dreighart levantando la mano algo inseguro.
–Pero quisiera saber… ¿Qué es eso de “Campeón Elemental”?
-Oh, es
cierto, las nuevas generaciones no saben una mierda. –Asintió para si mientras
cavilaba. –Veamos… Os habéis enfrentado ya a los cuatro guardianes elementales.
¿Verdad? –Ante el asentimiento de su nieto, el viejo siguió. –Bien… hay gente
que se quiere poner a prueba a sí misma. Son los llamados “Campeones de los
Reinos”. Cada reino tiene uno o varios campeones, aunque siempre hay un único
Campeón que, por así decirlo, gobierna sobre el resto.
-Algo había
oído decir. –Dijo entonces Cyan. –Es cierto que cada reino tiene a su guerrero
más poderoso. Por ejemplo, en Baron creo que es maese Highwind, el maestro de
Ankar.
-Así es. Sin
embargo, siempre hay alguien que se considera más poderoso. –Explicó el viejo
Onizuka. –Y para ello existe el “Reto Elemental”, que consiste en ir a los
cuatro templos elementales y vencer por sí solo a los Guardianes.
-¿Quieres
decir que tú has vencido a Ifrit, al maestro Leviathán, a Quetzacoatl y a Titán
por tus propios medios? –Preguntó abriendo los ojos con sorpresa la maga negra
del grupo. –Eso es imposible, solo los invocadores como yo podemos…
-Los
invocadores están sobrevalorados. –Cortó Ryuusuke. –Es cierto que tenéis el don
de enviar las almas al otro mundo y contactar con los espers, pero si cometes el
error de que sois los únicos que podéis vencerlos, es que este viaje a ti no te
ha sentado muy bien, muchacha… ¿Cómo te llamabas, por cierto?
-… Emberlei
Oakheart. –La contrariedad de la chica se notaba, pero la mirada que le lanzaba
el anciano la ponía nerviosa.
-¿Oakheart?
Es curioso…
-¿El qué es
curioso? –Preguntó Kahad en guardia.
-Cuando era
más joven conocí a otra Emberlei, hace mucho tiempo, en Kolinghen. Se parecía a
ti, con el mismo tono de cabello y de ojos, pero deberías ser una de sus nietas
o algo, porque su apellido no era Oakheart sino Colina. Era una bastarda, no de
manera insultante, sino realmente, hija de una relación no oficial.
-Sí,
seguramente… -Dijo forzando la sonrisa la chica, y cuando el abuelo de Onizuka
cerró los ojos y siguió hablando, sintió como si un enorme peso le fuera
quitado de encima, cerrando los ojos y suspirando. Reacción que no pasó
inadvertida para Kahad.
-El caso es
que al vencer a los cuatro guardianes elementales por sí mismo, el Campeón
puede reclamar el título de Campeón Elemental. Y ese soy yo.
Un suspiro de
admiración llenó la sala, pero no duró mucho hasta que Onizuka Nieto soltó una
risa.
-Seguro que
estás muriéndote de envidia porque nos toca ir a los templos que tú nunca
pudiste ir. ¿Verdad?
-Niño malcriado…
-Riendo, Onizuka Abuelo le dio un golpe al pelirrojo y miró a los demás. –Me
encantaría ir con vosotros y patear unos cuantos culos guardianes, pero no
puedo hacer lo que se me antoja. Al fin y al cabo tengo ciento cincuenta y
cinco años y ya no puedo seguir el ritmo de los jóvenes, aunque todavía puedo
romperos la cabeza a todos juntos.
Las risas de
ambos Onizukas hicieron que pasaran desapercibidas las miradas de todos los
demás, los cuales pensaron que no podía ser que tuviera la edad que dijera. Pero
la atención de todos fue recibida de nuevo por Ryuusuke al dar una palmada muy
sonora.
-Bien, os
quedaréis aquí unos días y entrenaréis como es debido. Tengo unas cuantas cosas
que os irán bien a cada uno de vosotros. –Miró uno por uno a los miembros del
grupo y señaló a Lomehin. –Por ejemplo, tu eres bueno con la espada oscura,
pero la que tienes está desgastada y sin cuidar. Te proporcionaré una nueva.
-No es
necesario, la arreglaré yo mismo. –Dijo inmediatamente el caballero oscuro.
-Entonces te
propongo que, después de arreglarla estos días, te enfrentes a la espada oscura
que tengo pensada para ti. Si piensas que tu espada puede ser mejor, me
rendiré.
-Me gustan
los retos. –Contestó con una sonrisa Lomehin. Pero acto seguido Ryuusuke señaló
a Hassle.
-Y tú,
conejito. He visto que cuando había pasado todo el meollo habías preparado un
conjuro. Eres rápido, pero no te concentres solo en la magia. Te daré un arma
también. ¿Qué te parece? Algo que pueda competir con tu poder.
Hassle se
había quedado perplejo, pues había pensado que sus manos habían sido
suficientemente sigilosas como para que nadie se diera cuenta, pero asintió sin
decir nada. El anciano rio de nuevo y dio unas nuevas palmadas, y un soldado
llegó hasta ellos.
-Llévalos a
la sala de invitados y que preparen dos habitaciones, una para hombres y otra
para mujeres. –Se giró a ellos. –Id con él y descansad un poco. Luego podréis
ir a los baños y relajaros del viaje.
Todos se
levantaron, pero el único que se quedó allí fue el pelirrojo. Ylenia se giró
para decirle algo, pero vio que Ankar le hacía señas para salir. Cuando los
dejaron solos, los dos samuráis se miraron seriamente, y el anciano suspiró con
fuerza.
-No esperaba
que vinieras, la verdad.
-Han pasado
siete años desde entonces… La ciudad ha vuelto a la normalidad. –Dijo el
pelirrojo sentándose al lado de la ventana. Su abuelo hizo lo mismo y sorbió un
poco de té. -¿Cómo están las cosas con la gente?
-Hay niños
que todavía tienen pesadillas. –Contestó después de una pausa su abuelo. –No es
fácil hacer sacar de la mente de un niño la imagen de un demonio sediento de
sangre.
-Todavía no
lo han olvidado…
-Al menos no
se acuerdan de quién fue ese demonio sediento de sangre. –Onizuka abuelo miró a
Onizuka nieto. –Sabía lo que iba a pasar sobre los cristales.
-¿Qué quieres
decir? –El joven parecía totalmente sorprendido.
-Hace tiempo,
el rey Cecil de Baron quiso hacer un cónclave de reyes. –Empezó a explicar el
anciano. –Yo, como daimyo, tuve que ir en representación de Doma. En aquel
cónclave fueron personas muy importantes… La reina Garnet y el rey Zidane de
Alexandría… La reina Fran de Burmecia… La reina Lenna y el rey Bartz de Tycoon…
Incluso pude ver a los reyes de Eblan, Edward y Rydia… Sin contar con el que
pidió el cónclave, Cecil y Rosa…
-Yo he
conocido a los de Baron y los de Eblan, aunque los segundos fue más bien
fortuito. –Contestó serio el pelirrojo.
-El caso es
que había una muchacha más. –Siguió el anciano. –Una muchacha de cabellos
castaños que hablaba de una misión… de vuestra misión.
-¿Una chica
que tenía una hermosura parecida a la de una katana?
-Si… Frejya
creo que se llamaba. –Corroboró Ryuusuke. –Hermosa pero peligrosa… algo que si
llegas a tocarlo podría hacerte daño. –Tomó otro sorbo de té. –Creo que es
peligrosa, mucho más que cualquiera de los que habían allí. Mucho más que yo.
-Eso es decir
mucho, viejo. –También sorbió su té. –No he conocido a nadie más peligroso que
tú… ni en todos estos años, ni en todos estos combates.
-Era una
sensación más primitiva… más extraña que todo eso…
-¿Quieres
decir que tenías miedo?
-Idiota, no
he tenido miedo salvo en una ocasión, y no fue precisamente en esa.
El pelirrojo
suspiró y miró por la ventana. Habían niños jugando en el patio interior de la
casa del daimyo, y otros más mayores que entrenaban con sus espadas de madera.
-Creo… que
les debo una explicación a mis compañeros.
-¿No les has
contado nada?
-Solo a un
par de ellos.
-¿El dragontino?
-Si… ese lo
sabe desde que nos conocimos.
-Parece que
te aprecia.
-Somos los mejores
colegas.
-Creo que
deberías explicarles lo que pasó hace siete años.
Ambos miraron
por la ventana escuchando como los niños reían y jugaban.
=============================================
-No entiendo
a esta familia…
La voz de
Ylenia hizo que algunos rieran. Estaban todos sentados encima de cojines en una
sala grande, donde cabían todos sin problemas. Ankar había estado hablando con
Lomehin sobre lo de la espada que Ryuusuke le dijo, mientras que Ellander hacía
muchas preguntas a Cyan y Kahad sobre la política del lugar. Hassle y Lylth
estaban hablando sobre los conjuros de magia blanca mientras que la otra maga,
Emberlei, estaba mirando distraída por la ventana. Fue Dreighart el que jugaba
a Triple Triad con la guerrera cuando dijo esa frase.
-¿Qué quieres
decir?
-¿No está
claro? Parece que lo único que sepan usar son los puños y las palabrotas. Son
una panda de bárbaros. ¿Acaso todos los de Doma están tan locos?
-Por Mateus,
no creo…
-Tú conocías
a Onizuka de antes. ¿Verdad Ankar? –Preguntó Lomehin mirando la hoja de su
espada oscura. El albino asintió. –Su abuelo es alguien a quien temer… ¿Qué
puedes decirme de ellos?
-Poca cosa…
creo que el que debería decir algo es el propio Onizuka.
Como invocado
por el pensamiento del dragontino, el samurai abrió la puerta y entró con un
grupo de sirvientes que traían la comida. Todos se sentaron sin decir gran cosa
y, cuando las pequeñas mesas de madera estaban colocadas, se quedó el grupo
otra vez solo. Onizuka rio.
-Bueno, pues…
Ahora sí, bienvenidos a mi casa, cabrones.
-¿Eres el
nieto del daimyo… y nunca habías dicho nada? –Preguntó alucinada Lylth.
-Pero… una
pregunta… -Todos miraron a Ember, que había estado callada hasta ese momento.
–Antes se dijo que un daimyo era el equivalente a un rey en Doma… Eso te coloca
a ti como un noble y también como una especie de príncipe… ¿Verdad?
-¿Eh? Sí. ¿No
os lo había dicho nunca?
El grito de
sorpresa fue tan grande que el propio Onizuka se apartó un poco.
-¡No puede
ser que seas un noble! –Gritó Ylenia.
-¡Estoy de
acuerdo! ¡No tienes los modales mínimos siquiera! –Secundó esta vez Kahad.
-¡¿Qué
importan los modales?! ¡No pega como noble! ¡Ni con cola!
-Calmaos, por
favor… -Lylth fue la que pidió calma, y miró a Onizuka. –Seguro que nos
explicará todo. ¿Verdad?
-No me mires
con esa sonrisa bonita que me pongo to’ burro.
-¡A eso me
refiero!
-Ylenia,
déjale hablar.
-A ver… -Las
palabras de Onizuka hicieron que todos se callaran. –En teoría, sería el
segundo príncipe… Mi padre debería ser el primero, pero lleva veintidós años
desaparecido. Pero sí, soy un noble. –Bebió un poco de sake que tenía en la
copa y continuó. –Pero a fin de cuentas, el daimyo se elige por quien es el más
fuerte y sabio, y por eso es mi abuelo.
-¿Y por qué
estás en esta misión en vez de estar aquí descansando tranquilamente? –Preguntó
Kahad frunciendo el ceño. –Si quieres, podrías quedarte, no hay problema.
-Cállate, que
no tienes ni puta idea. –Dijo serio el samurái. –Yo no puedo quedarme aquí así
como así.
-¿Por qué?
-Porque yo
fui quien acabó con casi la mitad de la población de Doma hace siete años.
Todos se
quedaron callados y mirándolo con la boca abierta, todos excepto Ylenia y
Ankar, los cuales miraban con calma al grupo.
-¿Te refieres
a la historia inverosímil del “Demonio Carmesí” que arrasó Doma? –Preguntó Cyan
sudoroso.
-¿El “Demonio
Carmesí”? –Lylth miró asustada al bardo. –Es imposible, Onizuka es humano.
-Solo en
parte. –Cortó el interpelado y volvió a recuperar la atención de todos. –Esto
se remonta a siete años atrás… En ese entonces, Doma era dirigida por el daimyo
y un consejo de ancianos, y llevábamos trece años en una paz bastante estricta.
La guerra de las sombras había hecho mucho daño al país, y pudimos sobrevivir
gracias a las ayudas de otros reinos, pues nuestras reservas de agua siempre
han sido precarias.
-Pero tenéis
baños. ¿Verdad? Como los que tenemos en Wutai. –Preguntó Ylenia contrariada.
-Sí, pero ese
agua no es buena para beber. –Contestó Kahad, y todos lo miraron. –El agua
termal es calentada por el fuego interno de la tierra. Gracias a eso el agua no
es tóxica ni está envenenada, pero si se bebe no es buena para la salud.
-Exacto, por
eso las aguas termales no son una vía para sobrevivir. –Siguió hablando
Onizuka. –Por aquel entonces, yo estaba a punto de hacer mi gempuku.
-¿Tu qué?
-Mi ceremonia
de adultez. –El pelirrojo tomó un sorbo de sake. –En Doma, al llegar a los
quince años, los niños recibimos nuestro Daisho, es decir, nuestras primeras
espadas de adulto. A partir de ese momento, un joven es tratado como adulto,
como un auténtico samurái.
-Intuyo que
pasó algo en tu gempuku. –Dijo Lylth mirándolo seria.
-Bueno… yo
tenía catorce años… -El samurái, por primera vez, parecía triste y alicaído, y
solo Ylenia pudo ver como acariciaba su espada de fuego enfundada a su lado.
–En esa época, todos los niños de Doma están muy alborotados, pero yo había
sido un ejemplo a seguir para todos. Serio, sin fallos… lo que se esperaba de
un Onizuka, al fin y al cabo.
-¿Serio?
¿Quién, tú? Me cuesta verte así. –Soltó bufando el ninja.
-Un samurái
no es solo un guerrero. –Dijo Ankar entonces, y todos lo miraron. –Un samurái
debe saber luchar tanto en el campo de batalla como en la corte. Eso es lo que
se espera de él.
-¿Cómo sabes
tanto de eso? –Preguntó Hassle.
-Conozco a
Onizuka desde hace años, y he visto samuráis en Baron, incluyendo a su abuelo, Ryuusuke.
Siempre se puede aprender algo.
-¿Queréis
hacer el favor de dejarle continuar? –Preguntó Ylenia algo fastidiada. –Para
una vez que lo tenemos serio y vosotros no dejáis de interrumpirle.
-Interesante,
Ylenia defendiendo a Onizuka, esto tengo que apuntarlo.
-Cyan, o te
callas, o te juro que…
-Vale, vale,
callaos todos, por favor. –Onizuka dio unas palmadas, recordando a su abuelo, y
centró la mirada en él. –En fin… Como iba diciendo, aunque yo era un modelo a
seguir para todos, la presión que era ser un Onizuka era muy fuerte… No tenéis
ni idea de lo que es ser alguien cuyas esperanzas para el clan eran tan altas
que debías hacerlo todo perfecto. Caligrafía, ceremonia del té, montar, recitar
poesía, tiro con arco…
-¿Sabes usar
arcos? –Ellander lo miró asombrada. –Pensé que solo yo podía usar arcos por
aquí.
-Ya te
enseñaré el campo de tiro otro día. –Onizuka se rio seco, casi sin ganas. –El
punto fuerte de un samurái es que debe ser perfecto… aunque somos humanos,
después de todo. Pero mis maestros querían que yo lo fuera, que suprimiera mis
sentimientos y que fuera completamente sublime… Claro, el único que no quería
que fuera así era mi abuelo… ya lo habéis conocido, creo que nos parecemos un
poco.
-Creo que
eres una versión joven de tu abuelo. –La sonrisa de Hassle había vuelto. –En el
buen sentido, claro.
Todos rieron
un poco, pero el único que tan solo sonrió fue el pelirrojo. Continuó hablando cuando
todos se callaron.
-Cuando todo
aquello me superaba, tomaba un chocobo y corría por las praderas hasta llegar a
la playa. Ver el mar siempre me relajaba, y sentir la arena en mis pies hacía
que mi mente se pusiera en blanco… y en una ocasión, en una de esas escapadas,
me encontré con alguien. La recuerdo como si fuera ayer…
>Su
cabello era largo, casi le llegaba a las rodillas, y era del color del fuego.
Su piel era algo tostada, sus ojos verdes con un brillo parecido al jade.
Parecía tener mi misma edad, y vestía un yukata rojo y naranja. Estaba sentada
en la roca que yo comúnmente solía usar para sentarme. Cuando me vio, me
sonrió. Parecía tener una cara creada por un artista, como si fuera una
estatua, pero cuando sonreía… oh, chicos… era la mujer más maravillosa que
podía echarme a la cara…
>Empezamos
a hablar, y me dijo su nombre: Honoikazuchi. Me dijo que venía de lejos, en el
norte, y que había llegado hasta ahí tan solo para poder observar el mar.
Tardamos poco en congeniar, y cada día salía a cabalgar para llegar con ella y
seguir hablando… Fueron los meses más pacíficos que tuve en mi vida… A veces
llevaba un shamisen y tocaba mientras ella simplemente me observaba… Nos
enamoramos el uno del otro, y durante unos meses fuimos muy felices. Yo no
sabía dónde vivía, suponía que viviría en Doma, pues solo había entonces
pequeños pueblos costeros antes de que Alexandría y Doma tomaran el gobierno de
la pesca… Llegó un punto en el que estábamos tan enamorados, que le pedí que,
al realizar mi gempuku, quería que ella se convirtiera en mi esposa, y ella
aceptó…
Se quedó
callado un momento y cerró los ojos, recordando el rostro de la muchacha que
estaba hablando. Los demás se quedaron en silencio, en tensión la mayoría.
Abrió los ojos de nuevo y siguió contando.
-Un día, uno
de los ancianos me preguntó, poco antes de mi gempuku, qué iba a hacer todas
las tardes y donde iba. Yo le dije que tenía el permiso de mi abuelo, que
también era mi maestro y el cabeza de mi familia, por no hablar de que era el
daimyo, de salir por las tardes a relajarme cabalgando. Sin embargo, el día
anterior a la ceremonia… Me encerraron en mi cuarto y uno de los ancianos dijo
que sabían que me había estado viendo con una monstruosidad, que habían
descubierto que había sido tentado por lo que ellos llamaban “la semilla de la
discordia”. Yo no entendí nada, y argumenté en contra del anciano con tan mala
suerte de que todavía faltaba un día para que mi abuelo, que había salido de
viaje, pudiera ayudarme. No me hicieron caso, y entré en cólera… y golpeé al
anciano y escapé.
-Eso ya es
más de tu estilo… -Pero Kahad recibió un codazo de parte de Dreighart para que
se callara.
-Tienes
razón… pero me capturaron a medio camino para ir a ver a Honoikazuchi… Aunque
no supieron dónde estaba ella por mí. Sin embargo, cuando me llevaron de vuelta
a Doma, el anciano al que golpeé me acusó de traición y de demonólogo.
-¿Demonólogo?
Quieres decir…
-Si…
Honoikazuchi era una diablesa.
-¿Y tú lo
sabías?
-Yo lo sabía.
-¿Y qué
importaba eso?
-En Doma… -Empezó
a hablar Cyan, muy serio. –Por lo que se, después de la guerra de las sombras,
se adoptaron medidas para evitar que fueran engañados. Demonios, magos de otros
reinos y demás cosas fueron prohibidas… Ya no hablemos de tener una relación
con una diablesa…
-Es como dice
Cyan… Por mi ascendencia, los ancianos hubieran perdonado la pena impuesta a mi
delito, que era la pérdida de mi gempuku y no poder ser samurái jamás. Sin
embargo, golpear a un miembro del consejo, seas quien seas, salvo claro, el
propio daimyo, es un acto de alta traición y es penado con la muerte, así que
me dijeron que me llevarían a la cala donde solía ir y, en un último intento de
recuperar mi honor perdido, me dejarían cometer sepukku el día de mi adultez.
-¿Qué es
sepukku? –Preguntó Lomehin curioso.
-Suicidio
ritual. –Onizuka vio las caras de sorpresa que pusieron los demás.
-¿Tan
extremistas eran entonces?
-Sí, Lomehin…
así eran… -Cerró los ojos de nuevo y siguió hablando. –Me llevaron hasta la
cala, pero yo solo acepté si Honoikazuchi no recibía daño alguno. Me lo
prometió el anciano, así que acepté por el amor que tenía a la que iba a ser mi
esposa…
>Me
llevaron a la cala, al lado de aquella roca donde tantas veces habíamos estado
sentados los dos juntos. ¿Sabéis como es la ropa ritual para el sepukku? Es
como la que tenemos todos, pero de color blanco.
-El blanco es
el color del luto en Doma. –Explicó Ankar antes de que nadie preguntara.
-Vinieron
conmigo tres personas. –Continuó el samurai. –El anciano y dos soldados
testigos, y me dieron mi katana y un tanto… un cuchillo ceremonial, vamos.
-¿Y cómo te
suicidas? ¿Te cortas las venas y ya está? –Preguntó curiosa Ylenia.
-No… Lo que
se hace es ponerse de rodillas, quitarte la parte superior del kimono, tomar el
cuchillo y rajarte el estómago. –Mientras explicaba, se levantó la ropa del
estómago y se pudo ver una larga cicatriz que iba de derecha a izquierda. –Para
muchos, el dolor es tan grande que mueren a los pocos segundos…
-Esa herida
te debería haber arrancado las entrañas de cuajo… -Dreighart miró más de cerca
la cicatriz. –La había visto en los baños termales en Wutai, pero nunca imaginé
que fuera por eso… ¿Cómo sobreviviste?
-Esa es la
gran pregunta… -La voz de Kahad era fría y llena de significado. –Un suicidio
significa que acabas con tu vida… No te suicidaste.
-Lo hice.
–Contestó Onizuka serio, y se bajó la ropa. –Realmente lo hice. Tomé el
cuchillo, penetré en mi carne y me rajé el estómago. Pero el grito hizo que
Honoikazuchi llegara corriendo, y en medio de todo, el anciano ordenó que la
mataran… -Lylth se llevó una mano al rostro mientras que la expresión de Hassle
parecía haberse congelado. –Yo me alcé y encaré a uno de los soldados y
conseguí matarlo con el cuchillo, pero el otro fue directo a Honoikazuchi… Ella
se defendió, usó su forma demoníaca y acabó con el soldado, y el anciano se fue
corriendo con los chocobos…
-Los viejos
burócratas siempre son unos cobardes… -Pero el caballero oscuro se calló al ver
como Onizuka reía un poco.
-Sí, yo
también lo pienso… sin embargo, Honoikazuchi se acercó a mí… Jamás la había
visto en su forma demoníaca, y aun cuando podía ver sus colmillos, sus cabellos
encendidos en llamas y formando alas… aun con todo eso, a mí me seguía
pareciendo hermosa. Dioses… aquellos ojos verdes me encandilaron… -Se quedó
callado un momento y se sirvió algo más de sake. –Me dijo que no quería que
muriera. –Bebió y suspiró. –E hizo algo bastante… duro. Se fusionó conmigo.
-Quieres
decir que te poseyó. ¿Verdad? –Dijo Ylenia tragando saliva.
-No, no me poseyó…
se fundió conmigo en un solo ser. El poder curativo de los demonios es mucho
más grande. ¿Sabéis? Y mi herida… bueno, eso no hubiera podido haberse curado
en aquel lugar. –Dijo riendo el samurái. –Así que nos fundimos… pero… ¿Sabéis
que pasa? Que me salvó la vida a cambio de perder su forma física. Parte de sus
poderes fueron entrando en mí, y yo los asimilé, pero su cuerpo no pudo
aguantarlo y tomó la forma de un objeto, mientras que su alma residía en ese
objeto y en mí mismo… -Se quitó el parche del ojo y todos pudieron ver el color
verde jade escondido. –Este ojo es suyo… dijo que debía comérselo para poder
hacer el cambio de poder… y cuando lo hizo… ella desapareció, tan solo quedaba
su nueva forma… y yo estallé en rabia.
Cerró los
ojos durante un momento y rememoró aquel día. Era casi de noche, lo recordaba
perfectamente, y recordó el sonido de las olas. Se miró las manos, llenas de
sangre, pero también temblorosas. Su estómago estaba cerrado, aunque seguía
teniendo sangre fresca encima. Se levantó, sin preocuparse de ponerse la
camisa, y miró a los lados, buscándola. Sus cabellos ahora eran rojos como el
fuego, iguales a los de ella, y lo único que había en el suelo era una enorme
katana envuelta en llamas. Dio dos pasos y tomó la espada, y escuchó su voz en
su cabeza tan claramente como si la hubiera escuchado con sus oídos… “Solo
podía hacer esto para salvarte… perdóname…”. Sintió la rabia y el fuego lo
envolvió…
-Mi cuerpo se
transformó. –Retomó el relato mirándose las manos. –Tomé parte de la esencia
diabólica de Honoikazuchi y tomé una forma parecida a la de ella. Lo único que
tenía en mente era venganza contra la traición que aquel anciano me había
hecho… Pero perdí los estribos, y terminé acabando con casi la mitad de la
población samurái que había entonces. El poder de los demonios es terrorífico,
hizo que un chaval de quince años pudiera derrotar a hombres y mujeres
experimentados como si nada…
-¿Cómo
terminó todo? –Tragando saliva, la voz de Dreighart salía algo débil.
-Llegué yo.
–La voz de Ryuusuke desde la puerta los sorprendió a todos. Estaba serio pero
solo, y al cerrar la puerta se sentó al lado de su nieto. –Cuando llegué, Doma
era un caos. Había cuerpos por todas partes, la mayoría de ellos cortados y
calcinados por una espada de fuego, y en la sala del consejo me encontré un
demonio de pantalones blancos, empuñando dicha katana… Me di cuenta enseguida
de quién era, los rasgos no habían perdido firmeza.
-¿Qué dijeron
los que había allí cuando vieron quién era?
-¿Quién, los
miembros del consejo? No había ninguno vivo para entonces. –Contestó el
anciano. –Por lo tanto, lo único que tuve que hacer fue un exorcismo y decir
que me encontré a mi nieto luchando contra el demonio y que entre los dos lo
expulsamos.
-Pero yo no
pude seguir aquí. Simplemente no quería. –Tomó más sake y suspiró. –Así que me
exilié, y me fui lejos. Eso fue hace siete años.
Todos se
quedaron callados, escuchando el sonido de los niños afuera. Al final, Ryuusuke
dio un golpe en el suelo y se levantó.
-Antes de nada,
tengo algo para vosotros. –Empezó a señalar a Ylenia, Lylth, Emberlei, Kahad,
Dreighart y Ankar. –La blanquita, la de pelo chicle, la rarita, el sombrío, el
que se cree discreto y el niño de Kain, veníos conmigo. Los demás podéis
quedaros.
-¿Cómo se atreve
a llamarnos…? –Pero Dreighart no pudo acabar la frase cuando Ankar e Ylenia ya
estaban levantados. Los demás les siguieron, dejando al resto solos en la
habitación.
-¿Tienes una
buena historia ahora, Cyan? –Preguntó Onizuka sonriente. El bardo lo miró con
recelo.
-La tengo…
pero esto no me serviría si no llegamos al final del viaje. –Contestó el chico.
El samurái rio un poco.
-No pensaba
dejarte decir nada de eso aquí. –Lomehin parecía bastante serio, y se sentó al
lado del pelirrojo sacando su espada. –Ahora, échame una mano sobre mi espada.
-Mi abuelo
tiene razón, está hecha polvo. –Dijo al mirar la hoja. –Te convendría mejor una
espada oscura nueva.
-Lo sé, pero
como dije antes, me gustan los retos.
-¿Qué les irá
a dar el anciano? –Preguntó el viera sentándose también cerca. La al’bhed y el
bardo también se acercaron. –Dijo que quería ayudarnos.
-Seguramente
algunas técnicas, la biblioteca de guerra de Doma tiene muchas cosas chachis.
–Contestó Onizuka. –A vosotros seguramente os de armas. A Lomehin ya lo dijo,
igual que al conejito. Vosotros dos no tenéis buenas armas.
-Mi guitarra
es suficiente. –Dijo dolido el bardo.
-No, no lo
es. Hay instrumentos más fuertes. Confía en el viejo, ya lo verás.
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Todos caminaban
sin decir nada. Muchos estaban trastornados todavía sobre lo que había sido
revelado. Ylenia había escuchado la versión reducida, pero saber todo de
primera mano fue bastante impactante, y no sabía qué pensar muy bien. Emberlei
estaba realmente asustada, no se esperaba que alguien cercano a ella hubiera
podido haber hecho tal cosa conscientemente, y se preguntaba si realmente era
lícito llamarle “monstruo” aunque intentara redimirse… Pero no lo haría, no le
gustaba que le llamaran eso a ella, mucho menos llamarlo a otra persona. Kahad
por su parte no se esperaba eso, era algo que en Eblan no se hubieran tomado
tan tajantemente, pero la reacción de su compañero también había sido
comprensible… pero desmedida. Lylth, por su parte, estaba más seria de lo
habitual, incluso más pálida de lo que su propia piel era. Un pequeño codazo de
Ankar hizo que ella lo mirara.
-¿Estás bien?
Te noto tensa.
La maga
blanca suspiró y se frotó la frente con la mano.
-No me
esperaba algo así… pero tranquilo, me repondré.
-¿Estás
segura? Eres nuestra curandera, tus manos sostienen nuestras vidas.
-Confía en
mí, Ankar.
-Ay,
juventud, divino tesoro… -Se escuchó la voz de Ryuusuke riendo, a lo que Lylth
se sonrojó y tomó con fuerza su bastón.
-No me
obligue a pegarle como suelo hacerlo con su nieto. –Dijo mientras se detenían
en una pequeña biblioteca.
Pudieron ver
altas estanterías llenas de libros y pergaminos, con varios estudiosos leyendo
en silencio que, al ver a Ryuusuke, hicieron una reverencia y siguieron con lo
suyo. Las dos magas miraron alucinadas todo aquel rellano de conocimiento, y
fueron las primeras en recibir algo del anciano.
-Tomad. –Dijo
sacando un par de libros de una estantería y se los dio a ellas. –Creo que
estáis en el nivel para aprender estos hechizos.
-¿Cómo sabe
si podemos o no usar estos conjuros? –Preguntó Emberlei algo extrañada tomando
el suyo, un tomo negro de bordes azules, mientras que el de Lylth era a la
inversa, blanco con bordes rojos.
-Soy
experimentado, conozco mucho sobre la gente. No preguntéis y quedároslos de una
vez.
Tardaron poco
en salir de la biblioteca para poder leer con tranquilidad, mientras que hacía
que los otros cuatro le siguieran. Tomó un pergamino de color azul claro y se
lo dio a Kahad.
-Tú serás
capaz de usar esto. Es de tu estilo, seguro que podrás dominarlo. –El ninja
abrió el pergamino y, de una rápida mirada, asintió.
-Gracias.
Estoy seguro de que será útil.
Con un gesto,
Ryuusuke echó al guardián de la maga negra, el cual se fue caminando
rápidamente. Avanzó hacia una pequeña repisa y sacó un pequeño guante, y se lo
dio a Dreighart.
-Esto te
servirá a ti. Es bueno para gente hábil, y seguro que podrás vaciar a los
enemigos por fuera y por dentro.
Dreighart rio
algo nervioso y se fue corriendo, mientras que Ryuusuke se sentó en una mesa y
abrió un pequeño armario, y de ahí saco otros dos pergaminos. Uno se lo dio a
Ankar y el otro lo dejó en la mesa frente a Ylenia.
-Este será perfecto
para ti. –Le dijo al albino, y después miró a la guerrera. –Tú… eres diferente.
-¿A qué te
refieres? –Preguntó ella.
-Tienes
cierto aire parecido a mi chaval. –Ryuusuke acarició el papel del pergamino.
Ella se sintió nerviosa. –Aunque tú tienes un aura muchísimo más débil, creo
que tú has tenido contacto con demonios también. ¿Me equivoco? –Ante el silencio
de Ylenia, el anciano rio. –No te preocupes, no voy a hacerte nada. Pero por
eso te doy esto. –Le acercó el pergamino. –Es una técnica de guerrero avanzado,
comúnmente no se debería dejar aprender hasta haber conseguido más energía
interna, pero en tu caso creo que serás capaz de dominarla.
La guerrera
tomó el pergamino y miró al anciano, algo dubitativa.
-Gracias…
-No te pega
el ser recatada y tímida. –Rio el viejo. –Ahora, ve al patio de atrás a
entrenar. Estaréis aquí unos días, los suficientes como yo crea.
-¿Y a los
demás no les va a dar nada? –Preguntó Ankar extrañado.
-A ellos les
daré armas y una buena charla, tranquilo. –Contestó riendo, y el albino asintió
mientras empezaban a salir de la biblioteca.
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Sentada en la
sombra de uno de los árboles del palacio de Doma, Emberlei pasaba las páginas
del libro negro que había conseguido apoyándolo en su regazo. Sus hojas eran de
un color grisáceo antiguo, mientras que sus palabras estaban escritas en
distintos colores. Algunas veces eran en tinta negra, otras, en tinta azul, e
incluso había veces en que la tinta era roja. Era extraño, pero estaba maravillada
por aquel objeto de sabiduría mágica el cual nunca esperaría encontrar en un
reino de guerreros como aquel…
Pasó los
dedos por algunos de los hechizos, pensando para sí misma si podría conseguir
conjurarlos pronto. En el inicio del libro venían versiones más potentes de
algunos que ya conocía, pero otros… se rascaba la cabeza en un signo de
intranquilidad que, para sí misma, no era muy propio de ella.
Se acercó el
libro a los ojos para ver algunas de las runas que estaban escritas en menor
tamaño.
-No se te
ocurrirá hacer más estupideces con magia o pequeñas agujas mágicas. ¿Verdad?
–Dio un respingo que hizo que hasta se le cayera el libro al suelo cuando Kahad
le habló al ponerse a su espalda sin que se diera cuenta. Se giró un poco para
ver a su guardián, el cual llevaba el pergamino todavía en la mano. Lo movió
como sin ganas. –A mí me han dado una buena técnica para aprender.
-Oh… -La
escueta respuesta de la maga negra mientras tomaba de nuevo el libro daba por
más que entendida la motivación que tenía la de pelo morado en hablar de
aquello, pero pensó que era de mala educación decirlo directamente.
El silencio,
solo roto por el piar de pájaros y las risas lejanas de los niños, era pesado y
distante, e hizo que Kahad suspirara de impaciencia. Se colocó delante de ella
y le cerró el libro, quitándoselo. La mirada de ella era como si le hubieran
quitado a un niño su juguete favorito.
-Tenemos que
hablar de algo. –Apartando el libro del alcance de la chica, obligó a esta a
mirarle. -¿De qué conoces al abuelo de Onizuka?
-No fui yo…
-Contestó ella con una sonrisa forzada. –Fue mi bisabuela la que…
-No hay
bisabuela. Lo sé.
La curva de
los labios de la chica cambió inmediatamente y, levantándose, se encaró con el
ninja, con fuerza en la voz.
-¿Qué sabes
tú? –Preguntó retadora. Se sentía amenazada ante aquel ninja, y debía mostrarse
fuerte para aparentar no estar nerviosa. Por su parte, Kahad estaba
perfectamente calmado.
-Sé, por ejemplo, que hubo una
mujer llamada Margaery Freir que vivió en Kolinghen, que está enterrada en el
cementerio de la arboleda, y cuya casa fue convertida en un telar porque a eso
se dedicaba ella. Sé que sus padres la repudiaron cuando dio a luz a una
bastarda… una Colina. Sé que su hija se llamaba Emberlei Colina.
-¿Y sabes cuánto tiempo hace de
eso?
-No. –Admitió él asombrado por
aquella pregunta. –Pero sé que la casa no se vendió hasta hace unos años, pues
se pensaba que en ella habitaba el espíritu de un demonio, pues Margaery murió
de enfermedad mientras que su hija no envejecía ni crecía...
-Cuarenta y seis años. –Replicó
Emberlei con sequedad, pero con un atisbo de rudeza en la mirada. –Esa edad
tenía la hija de Margaery cuando se quedó huérfana.
-¿Y su padre?
-No lo conoce. –La voz se le
quebró un instante. –Bien podría ser un demonio como… cualquier otra cosa.
Movió su mano con rapidez para
intentar tomar de nuevo el libro de las manos del ninja, pero este fue más
rápido y le tomó con la que tenía libre la muñeca, y la obligó a mirarle. Ella
empezó a moverse con furia.
-Seamos
sinceros. –Apretó un poco la muñeca. Sintió dolor, pero no lo transmitió a su
rostro… solo dejó de forcejear. –Esto me hace tan poca gracia como a ti.
-Por
supuesto, especialmente ahora que sabes que estás “cuidando” de un monstruo que
tiene la edad para ser la abuela de…
-No es por
eso. –Cortó él el rápido argumento de ella, pero la chica continuó.
-¡Claro que sí!
–De un fuerte tirón, se soltó de su presa, aún con algo de dolor. –No sé qué
soy, no crezco, no envejezco, no me muero y… -Se quedó callada unos instantes
antes de continuar. –Y ni siquiera sé de donde provengo, si tengo hermanos por
parte de mi padre, un padre que no conozco. ¡No puedes entenderlo!
-Esto me
repugna… -Volvió a decir tras unos segundos de silencio el ninja mirándola a los
ojos. –porque no es más que una orden: acompañarte y procurar que no te suceda
nada. Realmente podría haber dejado esta misión cuando te uniste a este grupo,
pues ya tenías gente que te guardara, pero continué. –Se cruzó de brazos sin
cambiar de mueca. –Tampoco creo que a ti te haga mucha gracia tener a alguien
detrás de ti todo el día, vigilándote como si fueras una mocosa… -Emberlei no
dijo nada, pero asintió levemente, como sin quererlo. Parecía muy alterada como
para hablar. –Bien. Pero tenemos que cargar con esto igualmente y, por eso, al
menos tengo que conocer a la persona de la que me ocupo. Es mi derecho.
-En ese caso,
también yo exijo ese derecho. –Reclamó la maga negra súbitamente. –También
tengo el derecho a conocer a la persona que va detrás de mí como… como una
niñera.
El teñido
suspiró pesadamente, ligeramente contrariado. Claro, tenía mucho sentido lo que
ella reclamaba, pero realmente… ¿Por qué tenía que hablar de sí mismo?
-Está bien.
–Accedió finalmente. –Si me preguntas algo, contestaré.
-Y me darás
más libertad.
-Siempre y
cuando eso no signifique faltar a mis órdenes.
-Bien.
-Y vamos a
procurar llevarnos bien.
-Ya nos
llevamos bien.
-Tú te llevas
igual con todo el mundo. –Respondió el ninja. –Tratas a Onizuka o a Ylenia
igual que a mí. O incluso a Cyan…
-No. –La
negativa tajante de la maga le dejó perplejo. –Contigo hablo por hablar, con
ellos hablo porque me hablan. En todo caso… me llevo contigo tan bien como me
llevo con Ankar.
Y como
llamado por ella, el dragontino apareció por las puertas cercanas, y al igual
que Kahad, llevaba un pergamino en la mano, desenrollado y observándolo.
Levantó la vista cuando estuvo cerca de ellos y se acercó con un saludo con la
mano. El ninja y Emberlei se esforzaron a parecer tranquilos y recuperar la
calma que generalmente mostraban.
-¿Ocurre
algo? –Preguntó cuando llegó hasta ellos. Kahad frunció un poco los ojos
“Demasiado perceptivo” pensó.
-¿Qué te ha
dado Ryuusuke? –Preguntó la maga negra inmediatamente.
-Es una
técnica… similar al aliento de dragón pero que usa otro tipo de fuerza… -Miró
el pergamino extrañado. –Aunque en un principio pensé que sería imposible para
mí el usarla, dicen que es factible para la gente que ha perdido la voz.
-En mi caso, Ryuusuke
me proporcionó un hechizo de ninjutsu. –El ninja extendió el pergamino azul y
se lo mostró al dragontino. –Supongo que no se parece mucho a las técnicas que
un dragontino puede hacer.
-En una
ocasión alguien me dijo que todo es intentarlo. –Dijo el albino. –Pero no creo
que fuera capaz sin el entrenamiento adecuado, pues mi magia es conocida como
“arcana”… –Se cruzó de brazos y miró el gran descampado de entrenamiento.
–Estaremos unos días aquí para entrenar, así que… ¿Qué te parece si hacemos
algún combate de práctica?
-¿Para probar
las técnicas? –Asintiendo con la cabeza, el teñido lo miró. –Es una gran idea,
así podremos saber qué sabe hacer cada uno de nosotros. Aunque tendré que
estudiarla bien, por lo que si me das algo de tiempo…
-Por
supuesto, yo igual tengo que entender la mía.
Kahad asintió
y dejó el libro en manos de Emberlei, la cual lo abrazó con un gesto protector,
y empezó a alejarse, dejándolos a los dos solos mientras empezaba a hacer
sellos con las manos, algo alejado.
-¿Tu
entiendes algo de eso? –Preguntó ella de pronto, observando fijamente a su
guardián. Era la primera vez que se fijaba en los movimientos de las manos que
hacía el ninja, y le resultaba curioso.
-Algo entiendo,
sí. –Contestó él suspirando con fuerza. –En la guerra nos adiestraron para
saber cuándo los ninjas hacían sellos y cuando no. –Ember se dio cuenta de que
se estaba esforzando para que solo la escuchara ella. –Por lo que se, los
sellos que hacen tienen significados mágicos en su cultura, y con ello
consiguen moldear la energía a su placer.
-Es algo
extraño… Una forma de magia tan distinta a la normal… Igual que la tuya. –Se
quedó en silencio otra vez antes de volver a hablar. -¿Estuviste antes en
Eblan?
-Solo en la
vieja Eblan. –La mirada de Ankar se ensombreció. –Cuando fue atacada en la guerra,
yo llevaba ya un tiempo alistado como dragontino…
Emberlei
asintió, pero lo miró extrañada, con los ojos bien abiertos.
-La guerra
fue hace más de veinte años… -Dijo ella. –Y tú aparentas más o menos esa edad.
El albino se
rascó la cabeza, algo incómodo y la miró.
-Yo… bueno…
Ya conociste a mi madre, Angelus…
-Oh, sí, la
dama dragón… ¿Eres un semi-dragón? –Preguntó abriendo más los ojos.
-No… no del
todo… Nací humano, si eso es lo que quieres saber, pero mi esencia fue
modificada gracias a los cuidados de mi madre y de mi padre, otro dragón.
Gracias a ellos supe todo lo que se ahora.
-¿Qué edad
tienes?
Ankar se
quedó callado un momento y sonrió afablemente.
-Casi un
siglo. –Ella le miró asombrada. –Pero ni una palabra.
-Soy una
tumba.
Era bastante
increíble conocer a alguien más mayor que ella misma fuera de las razas
longevas, como los Elvaan, y sin contar con la extravagancia que había dicho el
anciano Onizuka. Pero su pensamiento cambió al escuchar de nuevo a Ankar.
-¿Cómo sabías
que Eblan estaba…?
-¿Dónde está?
–La chica sonrió. –Hace algunos años, cuando hice el pacto con el maestro
Ramuh, él me lo dijo… Me dijo que la reina de Eblan era una Alta Invocadora que
podría llevarme hasta el maestro Leviathán.
-¿Ya entonces
buscabas… a quien buscas?
-Así es…
Ember suspiró
cansada. Tenía la sensación de que, si seguía por esa línea, la conversación
volvería a ponerse desagradable, y no estaba dispuesta a aguantar ponerse de
malas con la segunda persona con que al menos se llevaba un poco bien. Abrió su
libro y comenzó a buscar la página donde antes estaba leyendo mientras se
sentaba a la sombra del árbol una vez más.
-Lo cierto
es… -La voz mental de Ankar la distrajo otra vez, pero no la molestó. –De los
miembros del grupo, tú eres de las pocas que conoció a Angelus… y es curioso el
hecho de que solo contigo se paró a hablar tranquilamente.
-¿Ah, sí?
-Sí, así es.
–El dragontino advirtió, con cierto malestar, que su conversación no parecía
llamar la atención de su compañera, por lo que se apresuró a encauzarla. –El
punto es que ella no es mi verdadera madre, y a mí no me importa. De hecho, la
pareja de Angelus nos dejó poco después de… bueno, de cierto incidente…
-Inconscientemente se estaba tocando la cicatriz del cuello. –Por lo que
Angelus actuó también como padre y madre a la vez. No pude haber tenido más
suerte.
-Me alegro
por ti.
-Lo que
quiero decir es que, si tu caso es parecido, entonces… ¿Por qué te preocupas
tanto? –Ella lo miró un momento sin entender. –Alguien hubo en tu vida que se preocupó
por ti. ¿Verdad? Alguien que fuera como la madre o… o el padre que te faltaron.
Así que no deberías preocuparte tanto por ello.
-¿Por qué me
dices esto? –Preguntó la chica, desconcertada. Tenía la sensación de que Ankar
se estaba compadeciendo de ella. Él se llevó las manos a los bolsillos.
-Antes… tuve
la sensación de que Ryuusuke te había hecho sentir incómoda, y me preocupaba
que estuvieras bien. –Miró hacia ella con una sonrisa. –Por eso quería hablar
contigo tranquilamente.
Emberlei se
quedó perpleja mirando al albino. Alguien más se había dado cuenta de lo que
había pasado antes… y había tenido la consideración de preocuparse por ella, y
no por su pasado. Eso era algo nuevo a lo que no estaba acostumbrada, y no pudo
evitar sonreír de corazón. Él, al ver esto, apartó la mirada algo azorado y
volvió a fijarla en el ninja, que seguía ensimismado en su entrenamiento.
-Es difícil
vivir como lo que no eres… Yo me crié con dragones sin ser uno… O sin saber que
mi madre adoptiva fue, hace muchos años, una paladín de Baron.
-¿Angelus?
-No me
preguntes cómo… lo descubrí por casualidad estando allí. –La chica asintió con
la cabeza, comprendiendo, y Ankar continuó. –Sé lo que es… tener que mantener
una imagen que no es real, cumplir con unas expectativas y, a la vez, intentar
guardar tus propios secretos.
-¿Qué quieres
decir?
-Imagino
quién era la persona que recordaba el abuelo de Onizuka.
-Oh… cierto…
Angelus lo dijo aquella vez que nos conocimos… -Ella suspiró y lo miró algo
seria. -¿También necesitas saber qué clase de… persona aceptaste en tu grupo?
-En este
grupo hay un par de asesinos de masas, un ladrón, una mujer que no es de este
mundo… -Rio un poco como solo él hacía. -¿Crees que eso importa mucho? Teniendo
en cuenta que incluso en este grupo hay alguien con casi un siglo de vida.
-No... Es
decir… no se… -Se rascó la cabeza, habiendo perdido totalmente el enfado que
tenía al soltar sus últimas palabras. –El pensamiento de la gente común no es
algo a lo que esté familiarizada. ¿Te contó también Kahad?
-Algunas
cosas… como lo de la tumba… -Se encogió de hombros. –Es curioso porque, cuando
averiguó todo eso fue cuando tú y Hassle fuisteis secuestrados. Lylth casi lo
mata por no cuidar de su herida.
-¿Herida?
¿Qué herida?
El dragontino
se quedó un momento recordando la escena. Vista con la mirada fría, era
bastante graciosa, y sonrió abiertamente recordando los hechos de Kolinghen.
-Pues… en el
estómago, de lado a lado. –Se señaló dicha zona con los dedos. –Por lo que se,
fue bastante profunda pero nada peligroso.
-¿Tan
gracioso es que hieran a alguien? –Preguntó con cara de contrariedad la maga
negra. No creía que Ankar se estuviera burlando de Kahad por haber sido herido,
pero tampoco entendía a qué venía esa mueca de diversión.
-No, no es
que fuera gracioso el hecho de ser herido. –El albino se dio cuenta de que ella
no lo había visto y se esforzó por ponerse otra vez serio. -¿Recuerdas la
historia de Onizuka? Pues la herida de Kahad era igual a la suya, y por eso
empezó a decir que le estaba imitando.
-¿Fue muy
grave?
-Kahad estaba
tan preocupado y se sentía tan culpable de que te hubieran secuestrado que
estuvo a punto de conseguir que Lylth le partiera una pierna solo para que se
quedara quieto.
-Por alguna
razón no me imagino a una maga blanca haciendo eso…
De pronto,
Ankar se dio cuenta de que quizás había hablado demasiado, pero no sabía cómo
rectificar. En el momento en el que una buena excusa se le pasó por la cabeza,
Ember se levantó con su libro en las manos, como lista para marcharse.
-¿Ocurre
algo?
-Voy a ver si
Hassle puede aprender alguno de estos hechizos. ¿Podrías decírselo a Kahad
cuando entrenéis? Dile que no se preocupe, y que… que si quiere, más tarde le
daré los libros y todas las cosas para que las guarde él.
-Ya… Claro…
Emberlei
sonrió, agradecida, y se marchó, mientras Ankar suspiraba, sin posibilidad de
réplica. Cuando ella estuvo en la entrada del edificio, el dragontino sintió un
pequeño peso en la espalda.
-¿Problemas?
–Preguntó Lylth cruzando los brazos en la espalda del albino. Este sonrió.
-¿Acaso te
pitaban los oídos o algo?
-Un poco.
–Rio ella y se sentó al lado de él. –Te noto mustio, decaído, lúgubre. Te
pareces un poco al de allá a lo lejos. –Dijo señalando al ninja.
-¿En serio?
Tendré que sonreír más. –Rieron un poco, y él suspiró.
-Sufres de un
mal un poco peliagudo, cariño. –La sonrisa de la maga blanca era directa
mientras apoyaba uno de sus codos en su rodilla para colocar su barbilla en la
mano, sujetándola.
-¿Tú crees?
-Demasiado
bien que lo sé. –Le dio un empujoncito con el hombro en modo amistoso y sonrió.
–Pero no te preocupes, todo se pasa o se consigue.
-Vete a saber
lo que me termina ocurriendo. –Le contestó él mientras Kahad se acercaba.
–¿Preparado?
-Tan solo
necesitamos algún juez para que no haya peligros.
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La chica de
cabellos morados caminaba con velocidad por los pasillos. No se acostumbraba al
hecho de que tenía que descalzarse para poder ir por esa zona, y que sus pies
tocaran directamente la madera le hacía sentir extraña. Sin embargo, sus
sentimientos estaban extrañamente revoloteados desde la conversación que tuvo
con sus dos compañeros. Nunca había encontrado a gente que se preocupara tanto
de ella, salvo su maestro, tiempo atrás descansando ya en el etéreo. Sin
embargo, no se esperaba lo que Ankar le contó, ni sobre su edad, ni sobre lo
que Kahad hizo mientras estaba herido.
Y ella,
discutiendo con él.
Quizás, solo
quizás, le debía una disculpa por comportarse así con él… Pero. ¿Y él? ¿Cómo tenía
el descaro de decir que “tenía derecho a saber sobre ella” y no contarle lo que
le había pasado? Enterarse por una tercera persona era demasiado feo a sus
ojos. Pero había hecho un trato con él, y debía cumplirlo, así que ahora debía
contestar sus preguntas… Solo debía decidir correctamente qué preguntas debía
hacer. Y sin embargo, sentía que todo aquello había llegado a su mente gracias
a la amabilidad de Ankar… Debía agradecérselo, no podía olvidarse.
-Perdona, eh…
Emberlei.
La maga negra
se giró al oír su nombre. Tras ella había un hombre vestido de ingeniero de
color marrón y lleno de grasa y barro, aunque su capa crema la mantenía limpia.
Sin embargo, el cabello medio rizado y castaño del hombre, y su rostro jovial
aunque manchado, no le resultaban conocidos a Ember.
-¿Quién eres?
–Preguntó algo extrañada. -¿Nos hemos visto antes…?
-Claro… Esta
mañana vi que venías con el resto del grupo, y hace un rato oí a uno de tus
compañeros decir tu nombre.
La chica se
quedó unos instantes en silencio, intentando recordar, hasta que se dio cuenta
de algo como con un destello de lucidez.
-¡Ah! ¡El
chico de los “héroes”!
-¡Exacto! ¡El
mismo! –El chico sonrió, mostrando su dentadura totalmente blanca en sus
labios. –Me llamo Einhery, por cierto. Cid Einhery, ingeniero, estudiador,
experto en muchas clases de artes y diferentes áreas. Si tuviera una tarjeta de
visita te la daría, pero seguramente no sabrás qué es eso…
-Esto… -La
chica se encontraba cada vez más confundida con aquella extraña charla que
aquel hombre le daba, y que ni siquiera hacía el amago por quitarse la
porquería que llevaba encima. -¿Querías algo…?
-Bueno,
perdona si me meto donde no me llaman pero… ¿Estás bien?
-Pues… si,
pero…
-¿De verdad?
Si dices pero es que no estás convencida, pero oye, tampoco es que quiera ser
un pesado ni un metiche ni nada de eso… Solo me preocupas porque, bueno, hace
algunos años conocí a una mujer… si, una mujer que tenía el mismo problema que
tu y lo pasó realmente mal, en parte porque estaba aquel borrico encima
siempre, dándole la vara con cosas como el orgullo, la lealtad y tonterías así,
aunque siempre fue un verdadero idiota, pero supongo que yo tuve parte de
culpa, pero eso no viene al caso, si no que ella siempre estuvo sola. –Emberlei
siguió todo el monólogo que el tal Cid había empezado, medio interesada, aunque
con dificultad por su forma rápida e ininterrumpida que tenía de expresarse el
ingeniero. –Hasta donde sé, aún a día de hoy vuelve cada año a su pueblo natal,
donde nadie la recuerda, y va a visitar la tumba de sus familiares muertos. Lo
pasaba muy mal con todo eso, y me imagino que aún ahora se sigue sintiendo así
pero… Confío en que ahora pueda vivir feliz.
-Pero, esta
amiga tuya… -Cuando por fin se calló, empezó ella su frase, pero él la cortó inmediatamente.
-No era
humana… del todo. Es extraño, ya lo se, aunque…
-Pero si yo
no te recuerdo… -Susurró Emberlei anonadada, perdiendo el poco color en las
mejillas que tenía. Pero se asustó más ante la carcajada del hombre.
-¿Recordarme
tú? ¡Venga ya! –Con las carcajadas parecía como caían retazos de porquería de
su rostro. -¿Estabas pensando que hablaba de ti? Para eso deberías tener más de
tres… en fin, da igual. –Dijo Cid negando con las manos. –A lo que iba, ella
tampoco tenía claro quién era en realidad. Cuál era su lugar en este mundo,
donde y con quién debía estar, o por qué sus padres la habían criado así.
-¿Así… cómo…?
–Preguntó más interesada la chica, ahora que recuperaba su propio aliento.
-Bueno, su
padre nunca estuvo con ella, y su madre… Su madre tenía incluso miedo de su
hija, por ser solo medio humana.
-¿Y… qué hizo
ella al final…?
-¿Quieres
saberlo? –La maga negra asintió con la cabeza frente a la misteriosa sonrisa
del ingeniero, y este abrió las manos en forma de cruz de golpe. –Extendió sus
alas todo lo que pudo, y se fue, volando, a fundar su propio hogar y su propia
familia.
La de ojos
morados se quedó extrañada mientras Cid hacía como si aleteara con los brazos.
¿Qué quería decir con eso de “extender las alas”?
-¿Cómo se
llamaba ella? –Preguntó cuando él bajó los brazos por fin.
-Ah… ¡Ah!
¡Diablos! –El chico se dio una palmada en la frente y, como una costra, una
capa de barro se desprendió de su cabeza y cayó al suelo impoluto de madera.
–Yo tenía que preguntarte una cosa.
-Ah, si.
¿Cuál es?
-¿Me podrías
decir cómo encontrar al señor Onizuka Ryuusuke? Es que tengo que informarle de
algunas cosas del depurador.
-Ah…Ahora
estaba algo ocupado con otros asuntos… pero creo que si giras por la derecha
puede que lo encuentres. El suelo era de color rojo, por si te sirve de algo.
-¡Ah! Claro,
claro, ya se, muchas gracias.
-No, no hay
de qué… Perdona, una última pregunta. ¿Cómo se llamaba ella…?
-¡Emberlei!
¡Mira detrás de ti! –Agitado y parecía que asustado, Cid señaló hacia la
espalda de ella. -¡Un mono de tres cabezas!
Asustada, se
giró hacia donde señalaba su interlocutor, pero lo único que vio fue a criados
y pájaros, ningún tipo de mono con tres cabezas. Algo mosqueada, se giró hacia
Cid, pero él había desaparecido. Chasqueó su lengua en un signo de frustración
por el hecho de que aquel ingeniero no le había dicho el nombre de la chica de
la historia… Pero mientras caminaba hacia su búsqueda del mago rojo continuó
meditando sobre esa historia, sobre esa semihumana, pero sobretodo, sobre esa
frase de “extender las alas”.
=============================================
Ylenia
caminaba absorta por el pergamino que acababa de conseguir. Después de la
charla que tuvo en Wutai con el pelirrojo, esta era la segunda vez que debería
agradecerle a un Onizuka. Esa técnica era suficientemente buena como para
sacarla de apuros, y toda ayuda sería agradecida en esa aventura.
No se dio
cuenta de que había vagado sin rumbo hasta que llegó a un gran dojo con vistas
al lago interior. Entró y tomó una de las espadas de madera con una sonrisa y
la balanceó. Era mucho más ligera que las armas que solía usar, pero le traía
recuerdos del pasado.
-¿Cuánto hace
que no entras en un dojo?
La guerrera
se giró para encontrarse con Onizuka en el interior. Tan absorta estaba que no
lo vio, y sus palabras la hicieron mirar a sus pies. Dentro de los dojos se
debía ir descalzo, pero ella había entrado con las botas y había manchado el
suelo. Se recriminó su falta de tacto, y se las quitó.
-Perdona. –Le
dijo, pero el pelirrojo hizo un gesto con la mano para quitarle importancia.
-Tranquila.
¿Qué te dio el viejo? –Ella se acercó, ya descalza, y le dio el pergamino. Él
lo abrió y lo leyó, soltando un pequeño silbido. –No está mal. ¿Quieres
practicar?
-¿Contigo?
–Preguntó ella tomando de nuevo el pergamino. Él se encogió de hombros.
–Siempre quise enfrentarme a ti.
-Pero será
con estos. –Le dijo él tomando otra espada de madera.
-¿Temes que
te haga daño? –Preguntó Ylenia en son de broma. Onizuka soltó una pequeña risa
antes de tomar el arma con ambas manos, extrañando a la mujer.
-Incluso
estos te pueden dañar. ¿Estás lista?
-¿Para darte
una paliza? –Preguntó a su vez ella poniéndose en guardia. –Siempre.
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-Lo que
tenéis vosotros es que sois polifacéticos en el uso de armas. El viejo Onizuka
caminaba entre las estanterías llenas de todo tipo de armas en la armería del
castillo de Doma. Hassle y Ellander le pisaban los talones, mientras Lomehin
iba detrás de ellos con una sonrisa curiosa, y después de él, Cyan prestaba
atención a todo lo que pasaba a su alrededor. –En Doma entrenamos a los magos
en el uso de las armas, los llamamos “Shugenjas”. Por eso tenemos buenas armas
para ellos. –Se detuvo frente a una estantería llena de espadas curvas y tomó
una bastante fina. La desenvainó y pudieron ver los dos filos en la hija curva,
con un acero tan pulido que parecía blanco. –Perfectamente equilibrada, una
espada ligera pero muy fuerte, ya que la leyenda dice que fue hecha por y para
un esper.
-¿Y es
verdad? –Preguntó el viera con una sonrisa. Ryuusuke se rió, dándole el arma
enfundada.
-Bueno, la
leyenda forma parte de la diversión. –Ambos rieron antes de que Hassle le
hiciera una reverencia y se fuera con el sable. Se giró a Ellander. -¿Qué tipo
de armas sueles usar?
-Soy
cazadora, lo de la magia empezó hace poco. –Contestó la pelirroja. El daimio
asintió y caminó hasta los estantes de arcos, y tomó uno negro y robusto.
-Toma éste.
–El viejo hizo algunos movimientos y lo plegó para dárselo a ella. –Este arco
está hecho de una madera muy resistente conocida como “Maderacero”, muy usada
por los elvaan. Y al ser plegable es más fácil de transportar.
La pelirroja
tomó el arco con ambas manos, abriéndolo.
-Esta madera
es muy extraña. –Comentó Ellander mirando al viejo.
-La
“Maderacero” es una madera realmente dura, casi como el propio metal. Hay una
leyenda que dice que un héroe Elvaan salvó a una princesa con una espada de
este material.
Asombrada,
Ellander miró el arco y luego a Onizuka Ryuusuke con una sonrisa, y se marchó
con una inclinación de cabeza. El daimio llevó a los otros dos hasta una
vitrina llena de hermosos instrumentos musicales que maravillaron a ambos. Tomó
una lira con hermosos motivos de nubes y cuerdas de plata, y se lo enseñó a
Cyan.
-Siendo bardo
reconocerás la hermosura de este instrumento. –Dijo Ryuusuke mientras Cyan
asentía en silencio. –Las notas de esta lira pueden adormecer a quienes la
escuchan si se toca correctamente. –Sacó un pequeño pergamino de una de las
nubes y se lo acercó. –Aquí verás algunas canciones para eso.
El trovador
tomó el pergamino y la lira, con una mirada de admiración en los ojos.
-Un
instrumento para asombrar a todos. –Dijo Cyan moviendo los mástiles. –Y muy
útil, puede tener forma de liria, de guitarra o de laúd. Es perfecto. Le estoy
muy agradecido.
-Espero
escuchar tu música más tarde.
-Por
supuesto. –Contestó el bardo mientras se marchaba. Lomehin se cruzó de brazos.
-Señor,
respeto su poder, pero mi espada…
-Hace mucho
tiempo… -Cortó el viejo Onizuka mientras caminaba hacia otra sala. El caballero
oscuro lo siguió de mala gana. –Las armas oscuras eran usadas por más que los
vuestros. Los ninjas, los samuráis, incluso los dragontinos tenían armas
oscuras. En la actualidad se considera normal que solo tu orden las use, pero
las antigüedades siempre pueden encontrarse en las ruinas y criptas
abandonadas.
El viejo
maestro abrió una puerta y Lomehin bajó los brazos asombrado. En el interior de
esa sala había hachas, katanas, espadas, lanzas… Todo tipo de armas con una
cosa en común: emanaban un oscuro poder que estremecía al caballero. Reconocía
ese poder, ya que su armadura y su espada despedían el mismo aroma.
-Pensaba que
solo había espadas oscuras. –Confesó mientras acariciaba una gran espada con la
mano.
-Es un error
normal. –Contestó el anciano. –Antes era muy común que los ninjas y algunos
samuráis usaran katanas oscuras, o la extinta orden de los Dragonitnos Oscuros
con sus lanzas oscuras. Los que empezaban el camino que tu seguiste una vez
solían usar estas. –Onizuka señaló varias espadas cortas con tintes oscuros en
la hoja.
-Para que se
acostumbraran al flujo de poder. –Extrañado, Lomehin se dio cuenta de que
conocía el procedimiento. Se tocó la cabeza mientras se giraba. –Pero esas
armas no me servirían, estoy acostumbrado a las armas de adulto.
-Sin embargo,
aquí puedes ver tu espada. –El viejo maestro señaló a su lado, y el moreno pudo
ver la misa espada que usaba él, solo que más cuidada. –Esta se les solía dar a
los recién investidos en la orden de Doom.
-Si, he
estado luchando con un juguete… -Se recriminó el caballero oscuro.
-Pues para
ser un juguete has luchado bien. –Rió Ryuusuke dándole una palmada en el hombro
y lo llevó hasta una estantería. –Esta, sin embargo, creo que estaría a tu
nivel.
La espada en
cuestión era larga, de un acero negro con pequeñas líneas rojas que parecía
hecho de cristal. La empuñadura tenía forma de sol con pequeños rayos rojos. El
mango era largo, para ambas manos. Lomehin tomó el arma y acarició la hoja con
uno de sus dedos. Conocía esa espada larga, por algún motivo que escapaba a su
comprensión.
-Esta espada
se otogaba a los que protegían los intereses de la orden al proteger a reyes,
personas o hasta los propios templos. –Explió el moreno con sorpresa. –La
última se dio hace como trescientos años, casi no se ven.
-Así es.
Estás más instruído que la mayoría de los de tu orden. –Dijo sorprendido el anciano
Onizuka. –Es una gozada que alguien recuerde esas cosas… -Miró a Lomehin con la
espada. –¿Qué opinas? ¿Crees que sea mejor que la tuya?
La sopesó en
sus manos. La gruesa hoja de doble filo parecía cristalizar la luz en su
interior, haciendo que el metal pareciera morado y no negro. La empuñadura de
sol era negra y dos de sus rayos formaban la guarda. Era pesada, pero no más
que otras armas.
-Es
impresionante. –Levantando la hoja hacia la luz, Lomehin podía ver a través del
metal. –Simplemente no tengo palabras…
-Es tuya.
Dale un buen uso.
El moreno
miró a Ryuusuke, el cual le estaba tendiendo la vaina. La tomó con ambas manos,
en actitud ceremonial, y agachó la cabeza en agradecimiento. Guardó su nueva
espada en su cintura y se marchó pensativo. Cuando llegó al exterior se sentó
en la hierba con una calma que para nada sentía.
¿De donde
habían venido esos recuerdos? Él nunca había sido un caballero oscuro… Ni
siquiera había sido humano antes. Entonces… ¿Por qué tenía ese sentimiento tan
profundo de haber recibido algo que siempre había deseado? ¿Cómo era posible
que tuviera tantos conocimientos de la orden de Doom? ¿Acaso la mentira de
buscar sus memorias no era tanto una mentira? No, él no era humano… Pero desde
el viaje hasta Tycoon habían aflorado en él sentimientos que había atribuído a
su buen disfraz… Y en parte estaba aceptándolos pero… ¿Por qué recuerdos?
De alguna
manera tenía memorias que no eran suyas, pero todavía no conseguía
materializarlas. Estuvo durante un buen rato sentado con la espada en sus
manos, tratando de darles forma, pero desistió. Poco a poco irían llegando más,
y no le ayudaba ese sonido de espadas de madera chocando. Decidió ir a ver
quién entrenaba con tanto ahínco.
Cuando llegó
al dojo se encontró con Ylenia estirada en el tatami, y al joven Onizuka
apoyando una espada de madera en el suelo, de pie. La mujer estaba sudando de
cansancio.
-¿Practicando?
–Preguntó mientras se descalzaba. Onizuka se rió.
-Más parece
que golpeó un saco de arena. –Contestó el pelirrojo mientras Ylenia trataba de
golpearle sin éxito.
-Hiciste
trampas… de algún modo… -Ante esa frase de ella, Lomehin miró al samurái.
-Solo usé un
estilo diferente. –Contestó él.
-Me
encantaría verlo. –Dijo Lomehin tomando otra espada de madera. –Ylenia,
descansa un rato y observa.
-¿Observar?
–Preguntó ella extrañada.
-Los
guerreros sois más autodidactas que otros tipos de luchadores. –Dijo el moreno,
sintiendo como las nuevas memorias volvían a fluír. –Si ves a otros luchar
puede hacerte mejorar.
-Es lo que yo
le dije. –Contestó Onizuka colocándose de nuevo con la espada en ambas manos.
-¡Esa postura
no es tuya! –Gritó Ylenia señalando al samurái. El caballero oscuro se rió.
-Me
preguntaba cuando usarías una postura típica samurái. –Dijo colocándose también
en posición de combate. Ella lo miró.
-¿Qué quieres
decir?
-La posición
típica de un samuráis es con ambas manos. –Explicó el caballero oscuro. –Solo
usan la espada con una mano cuando dominan el estilo de dos armas.
-Sabes mucho.
–Contestó Onizuka, mientras Lomehin se encogía de hombros.
-Parece que
tengo algunas memorias de esto. –Dijo sin mentir él.
Se quedaron
quietos con el sonido del agua de fondo, hasta que Ylenia volvió a ver ese
movimiento tan fluído que la sorprendió en la lucha contra Onizuka. Esos golpes
jamás los había visto en el pelirrojo, y por eso mismo recibió tantos golpes.
Pero Lomehin parecía llevar la defensa mucho mejor que ella, ya que bloqueaba
todos los golpes del samurái, y lanzaba los suyos propios. El combate era
rápido y fluído, más como una danza que como una pelea, pero terminó cuando la
espada de Onizuka chocó en el hombro de Lomehin, y se detuvieron.
-Fallé ese
bloqueo. –Dijo este último sobándose el hombro, pero con una sonrisa.
-Ese estilo…
-Empezó Ylenia, y ambos la miraron. –Se te ve mucho más cómodo con él.
Onizuka miró
la espada de madera antes de hablar.
-Era mi
estilo original. –Explicó el pelirrojo. –El estilo de la luna roja. Es el
estilo de la familia Onizuka. Pero me siento incómodo al usarlo… Aunque puede
que algún día lo recupere. –Se quedó en silencio, y miró a Ylenia. –Vamos,
ahora lucharás con Lomehin.
-¿Por qué?
-Para ver si
aprendiste algo. –Contestó el pelirrojo.
La guerrera
se levantó y se puso delante del caballero oscuro con su posición normal, pero
sintió unos golpes en las piernas de parte de la espada del samurái.
-Abre más…
Relaja aquí… -Explicaba él dándole pequeños golpes en diferentes zonas de su
cuerpo. –Tu posición es muy forzada.
-No trates de
acabar el combate en un solo golpe. –Le dijo Lomehin mientras esperaba. –No
apuntes a zonas vitales, si esquivan el primer golpe te desestabilizarán, y
puede costarte la vida.
Ylenia se
quedó en silencio mientras hacía caso a Onizuka. Curiosamente parecía saber de
lo que estaba hablando, porque sentía más cómoda su postura, y era cierto que
trataba de acabar las batallas rápidamente, pero nunca pensó que eso fuera
malo.
-En otras
ocasiones he vencido así… -Dijo ella. –Cuando debes proteger a alguien
rápidamente puede ser la diferencia.
-Sí, pero yo
te gané varias veces al esquivar tus ataques. –Contestó Onizuka, a lo que
Ylenia se mordió el labio.
-Trata de
derrotarme. –Dijo Lomehin. –Pulirás tu estilo si practicas un poco.
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