Welgaia Team

La Tierra de las Mil Lunas...

Leyendas del Cristal: Lylth 01


Lylth Whitewings
Capítulo I: La Noche Estrellada

Aquella noche estaba en su cama con la lámpara encendida leyendo un pequeño libro de cuentos de hadas. Siempre le habían gustado, y leerlos en la cama era el único momento en que sus padres no le decían nada. Tenía por aquel entonces ocho años recién cumplidos, y su prima Ella le había regalado ese libro, porque ambas compartían la pasión por la literatura fantástica.

De repente, se quedó completamente quieta y levantó la mirada. Su cuarto era pequeño, pero muy acogedor, y eso era suficiente para ella. Tenía un escritorio con un pequeño ordenador de donde surgía una suave música de orquesta con un fondo de pantalla de imágenes de dibujos animados. Las mesitas de noche y el baúl hacían juego con el enorme armario, ya que todos estaban pintados de un color salmón muy agradable a la vista. Por el suelo podían verse varios peluches de distintas formas, desde antiguos móguris de la serie ``Kupiz el aventurero´´ hasta un enorme chocobo gigantesco que era más grande que la niña justo debajo de la ventana. Los libros estaban bien ordenados en las estanterías, y la cama individual tenía una colcha roja donde estaba sentada la niña de cabellos rojos y ojos verdes con la pupila en espiral. Pero lo que le estaba preocupando no era su cuarto desordenado, si no un sonido que había escuchado. Y de repente cerró el libro de cuentos y lo guardó bajo la manta mientras abría un segundo libro sobre historia de la comarca justo en el momento en que se abría la puerta de su habitación.

-Lylth Whitewings. ¿Qué hora crees que es?

Por la puerta entró una mujer algo alta, con largos cabellos rojos atados en una trenza y unos grandes ojos verdes con pupila en espiral, igual a los de la niña. Llevaba puesto un jersei color cáscara de huevo y unos pantalones negros. Tenía un rostro serio, pero su sonrisa era muy amplia mientras caminaba hacia la niña con los brazos en jarras.

-Pero mamá, estaba leyendo sobre la época de la guerra civil entre Balamb e Iniclos. -Dijo la niña haciendo un puchero. -Es un tema fascinante.

-Hija, no hace falta que me digas esas cosas. -Respondió la mujer sentándose en la cama delante de ella, metiendo la mano bajo las sábanas y sacando el libro de cuentos. -¿Qué historia estabas leyendo?

Se mordió el labio algo incómoda. Sus padres eran Al´bheds, igual que ella, pero su padre era muy estricto y un devoto seguidor de la Iglesia de Minerva, a tal punto que ni siquiera los cuentos de hadas eran permitidos en su presencia. Pero su madre era mucho más accesible, aun cuando no era tan devota. Ambos eran doctores en la norteña ciudad de Iniclos, en la capital, pero eso no impedía que fueran a la iglesia cada domingo, o que antes de cada comida su padre levantara una plegaria a la gran diosa Minerva dándole gracias por los alimentos.

-Estaba leyendo la historia de Richard, el Caballero de los Dragones. -Contestó Lylth algo cohibida.

-Mañana el señor Enderson me ha prometido que me conseguirá el libro de ``El Periplo del Rey Maldito´´.

-Oh. ¿Ya salió el octavo libro de Erdrick Lotus? -Preguntó su madre sonriente. Ante el asentimiento extrañado de la niña, ella rió. -Yo también he leído a Lotus, tiene historias maravillosas, aunque tu padre no aprueba mucho que me guste eso. Dice que la fantasía no es más que la tentación de la diosa de la discordia, Última, para evitar seguir las enseñanzas de la Blanca Minerva. Pero yo creo que los aventureros de nuestro mundo se encuentran esas cosas y más. -Dejó el libro en la mano de Lylth y la besó en la frente. -Mañana, si quieres, después de que compres el libro con Enderson, te dejaré la trilogía de Zenithia. Es muy buena, de los tres libros, el segundo es mi favorito desde que tengo memoria, y el primero te deja con muchas dudas.

-¿De verdad? ¿Y si papá lo ve?

-No te preocupes, yo hablaré con él. -Sonrió y volvió a besarle en la frente. -Ahora, hay que apagar la luz, son casi las once de la noche y mañana tienes colegio.

-Sí mamá. -Contestó la chica echando los libros debajo de la cama. Tomó la manta y se la echó hasta el cuello. -¿Mamá?

-¿Si cariño?

-Te quiero mucho.

-Y yo también a ti. -Le dijo su madre antes de cerrar la puerta.

Suspiró fuerte, y caminó hacia las escaleras. Su hija no se merecía una vida tan cerrada por parte de su padre, pero su marido no iba a permitir cambiar. Toda su vida había sido así, y a estas alturas era muy difícil de hacerle ver que la religión no era la única solución.

Bajó las escaleras y entró en el salón, donde Maxwell, su esposo, estaba sentado en el sofá viendo un programa de entretenimiento. El alto al´bhed tenía el cabello bien cortado, de color rubio, y ropa cómoda para estar en su hogar, además de que sus ojos eran fieros y afilados, pero compartían el color de su esposa y la curiosa pupila. Al entrar la mujer, este la miró.

-¿Está dormida ya?

-Casi, estaba estudiando un rato antes de ir a dormir. -Contestó ella sentándose en el sofá de enfrente. -Max, tenemos que hablar.

-¿De qué? -Preguntó su marido tomando un sorbo de una pequeña botella de agua. -¿De esa predilección que tiene tu hija sobre las fantasías irreales y las mentiras para mentes ingenuas? ¿Es de eso de lo que me quieres hablar?

-Precisamente, y de tu forma de expresar tu descontento hacia esas historias. -Respondió ella soltando un fuerte suspiro.

-Patricia, hemos hablado muchas veces de esto. -Dijo Maxwell dejando la botella en una pequeña mesita a su lado. -Ese no es el camino de Minerva.

-¿Por qué estás tan seguro? -Preguntó la madre de la niña echándose hacia el respaldo del sofá. -Los cuentos de hadas son metáforas para la gente, para aprender mientras se divierten.

-No empieces con tus psicologismos ahora, amor. -Repuso molesto el hombre. -Sabes que no lo soporto.

-Es increíble que un hombre de ciencia tan importante en Gembu crea a capa y espada en la doctrina de Minerva. -Empezó a hablar Patricia. -Somos al´bheds, mi amor. Y Minerva solo le da su consentimiento a los humanos.

-Los al´bheds solo somos humanos un poco más evolucionados. -Empezó a decir él. -Los últimos estudios del genoma humano han demostrado que descendemos de una misma línea.

-Si, igual que los Selkies y los Mithra, pero eso no significa que vengamos de los humanos. -Repuso Patricia. -La historia nos ha dado la respuesta hace veinte años con el descubrimiento de los Incetra.

-Precisamente, y los Incetra tienen forma humana.

-Amor, nunca vas a aceptar que estás equivocado. -Cortó la mujer seria. -Ni que puede haber otra cosa. Pero no se lo hagas pagar a tu hija, por favor.

-¿Qué quieres decir?

-Tu hija te tiene miedo.

-No digas tonterías.

-Te tiene miedo. -Repitió la mujer. -Y todo porque no le dejas leer cuentos de hadas, o ver dibujos animados de los que le gustan.

-Patricia, hemos hablado muchas veces de esto. No me gusta nada que la niña crea en fantasías y cuentos de hadas, le embotan el cerebro y no le dejan ver el camino hacia la Diosa Blanca. -Repuso el padre, molesto.

-¿Y porqué no vas un rato con ella y le demuestras que no existen las hadas, las sirenas y los dragones? -Preguntó ahora molesta la mujer.

El hombre se quedó en silencio, y suspiró fuerte.

-Bien, tú ganas. El sábado iremos de campamento. ¿Te parece bien?

-¿Dónde iréis?

-Iremos al pequeño bosque al norte, donde está el lago helado.

-¿Por qué ahí?

-Porque se dice que ahí vive un espíritu maligno. -Explicó el hombre levantándose. -Según la leyenda sale por la noche. Si tu hija está ahí para ver que no sale nada, entenderá la verdad.

-¿Y cómo sabes tu esa leyenda? -Preguntó perspicaz Patricia, y Maxwell se dirigió a las escaleras para ir a su habitación.

-Hay que saber qué piensa el enemigo.

*.-.*.-.*.-.*.-.*

-¿Lo lleváis todo?

-Si mamá.

-¿Cepillo de dientes?

-Aquí.

-¿Mantas para la noche?

-Todas ellas.

-¿Comida enlatada?

-Y también una olla. Lo tenemos todo, Patricia.

-Bien, entonces id con cuidado. ¿De acuerdo?

Lylth llevaba una gran mochila y un abrigo grueso. En aquella época en Iniclos no hacía tanto frío como era lo normal, pero aún así era un tiempo helado que si no se llevaba bien podía costar la vida, o al menos la salud, de la gente. Su cabello rojo estaba cubierto por un gorro de lana blanco con bordes rojos, y su abrigo tenía los mismos colores. Su padre llevaba algo similar, pero con colores más oscuros. Estaba tirando de ella, encima del trineo, llevando a la niña y la mochila llena de objetos, listos para acampar.

Saludaba a la gente que se encontraba, pues la conocían desde siempre, y Maxwell parecía estar contento, con una sonrisa en los labios. Su padre le preguntó sobre la escuela, y ella le explicaba cómo había vuelto a ser la primera en los últimos exámenes.

-Eso está muy bien, cariño. -Dijo su padre al terminar de explicar el exámen. -Estoy muy orgulloso de ti, pero recuerda que la escuela es solo un paso más para la comprensión del universo.

-Si papá.

-Tienes que empezar a leer con más frecuencia el Grimorio del Abismo. -Continuó su padre mientras caminaban por la nieve. -Dentro de ese libro vienen todas las respuestas, solo hay que saber leerlo.

-Pero papá. ¿No es similar al Gran Grimorio de Suzaku? -Preguntó la niña con curiosidad. Su padre la miró extrañado.

-¿A qué te refieres?

-Hace poco, en las clases de ética y moral, me pidieron hacer una redacción sobre las diferencias entre ambos libros sagrados. -Explicó Lylth tomando un poco de nieve, sin bajarse del trineo, y la empezó a hacer una bola. -Según la maestra Pepper, era para que comprendiéramos mejor la historia que nos ha precedido.

-Bueno... no es igual. -Dijo su padre con una sonrisa tranquila, mirando de nuevo al frente. -El Gran Grimorio de la religión de Suzaku no es más que una burda imitación de nuestro Grimorio del Abismo. Si te fijaste, casi todo es igual.

-Es cierto, pero... ¿Sabes? Encontré algo curioso.

-¿El qué, hija?

-Para hacer bien esa redacción, fui al templo de Minerva al sur de la ciudad.

-Oh. ¿A la gran catedral?

-Si. Allí hay muchos libros. Y busqué. Resulta que el Gran Grimorio y el Grimorio del Abismo surgieron casi al mismo tiempo, según fuentes teológicas fidedignas. -Explicó la niña lanzando la bola hacia su padre, que la esquivó.

-Oye. ¿Quieres empaparme ya tan pronto? -Preguntó riendo el hombre. -¿Y qué más encontraste?

-Según esos estudios, es muy posible que el Gran Grimorio date de antes que nuestro Grimorio del Abismo. -Explicó la niña balanceándose en el trineo. -Pero claro, eso se explica por los libros más antiguos que se han encontrado, que son el Gran Grimorio de la capital de Suzaku y el Grimorio del Abismo que está en la sede de la religión minervana en Midgar.

-Entonces... ¿Crees que los de Suzaku fueron antes que nosotros?

-No estoy segura. Las pruebas dicen que si, pero la religión minervana es mucho más extendida que la politeísta de Suzaku. Es extraño, es como si... -Pero la niña se quedó callada.

-Puedes continuar. -Dijo su padre mirándola, mientras se detenían. No estaban muy lejos del lago. -No me voy a enfadar.

La niña lo miró con dudas, pero tragó saliva antes de hablar.

-Bueno... Es como si alguien no quisiera que se sepa más del pasado. Como si no les interesara que la gente lo sepa.

-¿Te refieres a un complot o una conspiración? -Preguntó levantando las cejas Maxwell, a lo que la niña asintió. -Bueno, no es una idea descabellada.

-¿Qué quieres decir, papá?

El hombre se puso a caminar de nuevo, ya casi al lado del bosquecillo. La niña no quería que su padre se enfadara, así que no dijo nada hasta que él volvió a hablar.

-A veces, la gente no debe saber según qué cosas. -Explicó su padre sin mirarla. -Hay conocimientos que no están hechos para el común de los mortales.

-¿Cómo las técnicas genéticas que usan en Fígaro?

-Es posible. Sin embargo, hay organizaciones que saben que esa información es peligrosa.

-Como la Iglesia de Minerva.

-Exacto, como la Iglesia. -Respondió Maxwell asintiendo. -Has de entender que, si la gente supiera todo lo que sabe la Iglesia, se volverían locos. Por eso es posible que algunas informaciones no hayan salido a la luz.

-Pero papá... eso se llama ´´Censura´´. ¿No es así?

-No cariño, se llama ´´proteger al prójimo´´. Y ya hemos llegado. -Dijo deteniéndose.

El bosque era pequeño, rodeando un lago no muy extenso que se había congelado miles de años atrás. El lugar era muy hermoso, tranquilo, y un lugar muy apacible para acampar siempre que estuvieras listo para el frío de la mañana. Lylth se bajó del trineo y llevó la mochila hacia la sombra de unos árboles, ya que si nevaba era mejor tener otra cubierta, y su padre preparó una zona del suelo para que la nieve no molestara, y pusieron la tienda. Era una de estas modernas, que podían montarse con dos movimientos, pero la tela superior para evitar lluvias y nieves debían ponerla entre ambos. Después de eso, tomaron algo de madera, la secaron con un secador a pilas e hicieron un fuego para cuando sea la hora de comer.

-Papá. ¿Y si alguna vez no tenemos un secador para que la leña esté bien?

-Por eso antes de salir siempre tienes que estar preparada, cariño. -Explicó su padre. -Nada hay mejor que la buena preparación.

Durante todo el día estuvieron jugando en la nieve, patinando en el lago y hablando sobre descubrimientos científicos que su padre le explicaba cuando ella no entendía nada. Cuando empezó a caer la noche, Maxwell le pidió que se sentara.

-Mira, uno de los motivos para venir aquí es por la leyenda de este lago.

-¿Conoces leyendas? -Preguntó la niña asombrada.

-Algunas. La leyenda de este lago dice que en el fondo, hace muchos años, un ser maligno fue sellado por un clérigo de Minerva. -Explicó el padre mientras señalaba al lago. -Según la historia, ese espíritu lleva hasta el fondo de sus aguas a los buenos creyentes como odio y afrenta a Minerva, ya que un clérigo de la Diosa Blanca lo encerró. Solo aparece por la noche, cuando la luna está en lo más alto.

-Vaya...

-Por eso hemos venido. Para que veas esto. -Dice Maxwell serio. -Te propondré un trato. Si aparece ese espíritu, dejaré que sigas con tus aficiones, sean cuales sean. Pero si no aparece, te olvidarás de esas tonterías y te enfocarás en el estudio eclesiástico. ¿De acuerdo?
Lylth asintió con fuerza, y se quedó mirando el lago. Era un lago bonito, con el hielo suficiente para poder patinar pero no tanto como para poder llevar cargas pesadas. Según lo que sabía, era cierto que no se había descongelado en cientos de años, pero no era posible que fuera por un espíritu.

Miró a su padre, que estaba preparando unas latas de alubias para calentarlas en el fuego, y se levantó sin que se diera cuenta. Todavía tenía ganas de jugar, y la aurora boreal iba a darle suficiente luz para poder ver, así que tomó el trineo y fue hasta una zona alta. Quedaba mucho para que la luna estuviera en lo más alto, tenía tiempo para jugar antes de que apareciera.

Cuando llegó a lo alto, sin embargo, se tropezó con una piedra, cayendo en el trineo, y este deslizándose bastante rápido hacia el lago. El grito alertó a Maxwell, que vio como el trineo bajaba a toda velocidad. Salió corriendo hacia él para sujetarlo, pero pasó por delante del científico sin detenerse. Él continuó corriendo hacia su hija, cuyo transporte se estaba deteniendo poco a poco. Cuando lo tomó por las riendas, jadeante, miró a Lylth, la cual estaba pálida.

Y cuando fue a decirle algo, un sonido le heló la sangre también. Miró hacia abajo y pudo comprobar que estaban en el mismo centro del lago congelado, pero que unas grietas habían aparecido debajo de sus pies y bajo los rieles del trineo. Se movió lentamente para tomar a su hija en brazos, pero al hacerlo, el hielo se terminó de quebrar y cayeron ambos al agua.

El frío era tal que parecía como una aguja se clavara en cada célula de sus cuerpos. Pero lo peor que sentía Lylth era como el trineo tiraba de ellos dos hacia el fondo, ya que una de sus cintas se quedó trabada en su pie. Y un momento de lucidez vino a su mente: Iban a morir ahí. Si no era por ahogamiento, era por el frío, y si no era por eso y conseguían salir, no podrían llegar hasta la ciudad a tiempo para ver un doctor. La hipotermia dañaría sus cuerpos irremediablemente.

No pudo aguantar más la respiración y soltó el aire, sintiendo como hielo puro le atravesaba la garganta. No sabía si podía llorar, pero sentía que estaba pasando.

Y cuando sentía que no iba a poder más, unos brazos la tomaron entre ellos. Sonrió al pensar en su padre, pero al abrir los ojos, no eran los ojos verdes de Maxwell los que la miraban, si no unos hermosos ojos azules sin pupilas. Se asustó por un momento, pero los brazos que la sostenían la tomaron con más fuerza.

-Tranquila. -Dijo una voz femenina muy suave y hermosa. -Si no te mueves mucho todo irá bien.

Miró de nuevo, y esta vez pudo encontrarse con una hermosa sirena en el agua, llevándola en brazos. Su piel era de un azul claro, casi blanco, similar a la nieve virgen. Sus ojos azules eran como los del cielo despejado, igual que sus cabellos. Las escamas de su cola eran de un turquesa brillante. Algunas zonas de su cuerpo humanoide estaban en un color azul más oscuro, como unas largas líneas que tenía bajo los pechos, sus labios, sus perfectas uñas o los pezones que adornaban su abundante busto.

-Respira, querida. -Dijo la sirena con una sonrisa. -Mientras estés aquí conmigo no te va a pasar nada. ¿Tienes frío? Ven... -Y la sirena la abrazó.
Casi al instante el frío comenzó a dejar de sentirse, y Lylth pudo mirar alrededor. Inspiró fuerte, sintiendo que ya no se ahogaba, y comenzó a toser fuerte. La mujer azulada sonrió y le dio unas palmadas en la espalda.

-¿Te sientes mejor? -Preguntó ella, a lo que la niña asintió. -¿Cómo te llamas?

-Lylth... ¿Y tú?

-Yo me llamo Bluebell. -Contestó la sirena con una hermosa sonrisa. -Te doy las gracias, Lylth.

-¿Por qué?

-Por haberme liberado. -Respondió Bluebell. -El hielo era un sello que no me permitía salir de aquí.

-¿Yo te liberé?

-Así es. Solo alguien que realmente quería llegar a verme podía romper el hielo.

-¿Y qué vas a hacer ahora?

-Depende de ti. -Repuso Bluebell señalando con la cabeza a un lado. Lylth se giró, y vio a su padre desmayado en el agua. -¿Qué quieres hacer con él?

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Mi foto
Estudiante de Psicología, escritor en ratos libres, creador de juegos de rol cada tanto, padre de familia, aficionado a los videojuegos, Ásatrù. Bastante por hacer. ¿No?