La Sabiduría de los Maestros...
Me vinieron a avisar casi al amanecer. Durante mucho tiempo
no había recibido visitas a esa hora, y esta me pareció extraña. El novicio que
me avisó me dijo que quien me visitaba era un hombre llamado Javier. No lo
conocía, pero el muchacho me dijo que él insistía en verme, así que para no
poner en problemas al pobre chico, me puse la sotana y fui con él.
La luz de las velas hacía que la vieja capilla en la que
estaba destinado se viera como una lúgubre tumba. Muchos de los novicios me lo
decían, que a veces les daba miedo caminar por la noche, pero yo les decía
siempre lo mismo entre risas. Ninguna criatura extraña podría vivir bajo la
mirada de Dios en su propia casa sin que yo mismo me enterara antes, así que no
deberían de preocuparse. Pero claro, los niños son niños, y en épocas de guerra
siempre hay peligro de que algún ladrón se meta en nuestra casa.
Llegué hasta el despacho donde el chico me dijo que estaba
este tal Javier, y entré. Vi a un hombre de mediana edad, vistiendo ropas
oscuras y una capa larga. Curiosa vestimenta estando en el siglo XVIII, muy
medieval para mi gusto, la verdad… Tenía los rasgos toscos de alguien del norte
de España, quizás tuviera hasta sangre francesa… Le señalé la silla delante de
mi escritorio.
-Siéntate, por favor. –Dije con amabilidad. –Es tarde, muy
entrada en la noche, y debes estar cansado.
-Gracias, Padre. –Me dijo, y se sentó. Si, se le veía
cansado. El cabello negro y algo rizado se pegaba a su frente y su cuello por
el sudor, y eso que todavía estábamos en época fresca. –Vengo porque necesito
su ayuda.
-Las horas de confesión son por la mañana, y las hace el
Padre Pietro. –Dije mientras llenaba una copa de vino para él, y se la ofrecía.
–Si lo que quieres es ayuda económica, no tienes pinta de mendigo.
-No, Padre, no es esa ayuda la que necesito. –Dijo él
mientras bebía el vino que le ofrecí. –Vengo porque me dijeron que usted sabía
más que nadie sobre aquellos a los que cazo.
-¿Quién te dijo tal cosa?
-Madelaine. Madelaine Escorcesse.
Me sorprendí mucho al escuchar ese nombre. Sonreí mientras
me sentaba en mi silla.
-Oh, mi querida Madelaine. –Dije recordando la última vez
que la vi. –Hace ya un par de años que no la veo. ¿Cómo se encuentra?
-Muerta. –Dijo Javier muy serio. –La encontré hace unos
meses y fuimos juntos a por uno de esos chupasangres. Pero este pudo con él
antes de que yo acabara con su vida.
-Oh… que desgracia. –Dije triste. –Entonces lo que le enseñé
no sirvió de nada…
-Pero yo soy diferente. –Me dijo con fiereza.
-¿Qué te hace diferente? –Pregunté yo echándome atrás en mi
respaldo. –Madelaine era más mayor y con más experiencia. ¿Qué puedes hacer tú
para diferenciarte de ella?
-Para empezar, yo fui maestro al sur de Francia. –Empezó a
decirme. –Y sé que no es culpa del maestro si el alumno no sabe escuchar, ni
tampoco es culpa del maestro que el alumno no haga las preguntas adecuadas. Yo
sin embargo si se hacer dichas preguntas. Yo le preguntaré, y le seguiré
preguntando para tener toda la información… al fin y al cabo, usted es una
eminencia en el conocimiento de estos monstruos.
-Vaya, me pones en un altar, mi querido Javier. –Dije
riendo. –Entonces… ¿Por dónde empezamos?
-Hoy… empezamos por ir a dormir. –Dijo levantándose y
poniéndose la capa oscura. –Estoy bastante cansado, y tengo ganas de dormir.
-Tienes el patrón de sueño a la inversa…
-Sí. Para cazar a mi presa debo adaptarme a sus hábitos de
sueño. –Dijo y abrió la puerta. –Mañana vendré con preguntas.
-Espero que un poco más temprano. –Dije riendo, pero el
hombre se marchó sin siquiera sonreír.
Y así lo hizo. Casi al anochecer, cuando la luna ya estaba
en el cielo, llegó él de nuevo. Le hice pasar al mismo despacho, porque no
quería que los feligreses de antes de la cena me escucharan… no es un tema muy
agradable cuando uno viene con la intención de hacer las paces con Dios.
Me preguntó primero sobre si había algún grupo de vampiros
cerca. Yo sabía sobre eso, pues para eso vino él, para aprender. Le dije que
sí, y me preguntó por qué no había hecho nada. Le expliqué que hasta entonces
no habían matado a nadie, que vivían en paz y que eran más proclives a estar en
comunión con la naturaleza que con las personas. Sin embargo, me preguntó sobre
sus hábitos, el tipo de terreno al que tendría que enfrentarse… me preguntó
todo lo que se le ocurrió y algunas cosas que yo aporté. Pasamos casi toda la
noche antes de que me dijera:
-Bien, creo que con esto tengo suficiente, Padre. –Y se
levantó de la silla. –Iré, y cuando vuelva, le diré lo que he aprendido de
ellos, por si hay algo más que usted no sepa.
-Estaré ansioso por verte regresar, querido Javier. –Dije
mientras se marchaba. Yo solo me quedé en el despacho, tomando lo que me
quedaba en mi copa con calma. Hablar me daba sed, aunque a él también le pareció
extenuante la explicación, porque se había bebido hasta dos cervezas enteras.
No volvió hasta la semana siguiente. Parecía cansado, pero
contento, con ese brillo en los ojos del cazador satisfecho.
-Lo que me dijiste me fue de gran ayuda. –Me dijo sentándose
delante de mí. Le ofrecí una cerveza que casi lo atraganta. –Esa habilidad de
meterse en la tierra para salir me pilló por sorpresa, ya que aunque me
avisaste, no tenías la información de que podían atacar desde ahí abajo.
-Bueno, pero veo que no fue suficiente para acabar contigo. –Le
dije con una sonrisa. –Aun como experto, quizás no sepa todo lo que hay en este
mundo.
-No te preocupes por eso. Quizás a otro que se interese
puedas advertirle. Mientras tanto… Quiero que me expliques sobre el clan que
vive al sur de aquí, en Granada. Me han dicho que comparten la creencia de los
infieles musulmanes.
-Así es. –Le dije asintiendo. –Muchos de ellos se pasaron a
la fe de Alláh. Pobres almas descarriadas, no solo perdieron su alma con
nuestro Dios, sino que además se entregan a una versión más oscura que el
nuestro…
Le expliqué lo que sabía de ese clan. Era un clan muy
antiguo, pero en esa época había pocos en España. Le expliqué sobre su
capacidad de cancelar los sonidos, de su velocidad y de su fuerza. Estuvimos de
nuevo toda la noche, y al terminar, en la mesa había un par de botellas de vino
vacías, aunque mi botella era de mi reserva especial, hecha especialmente para
mi… no podía ponerme indispuesto frente a alguien como Javier.
La siguiente vez que vino a verme, fue cuando había pasado
casi ya un mes. Yo sinceramente no me lo esperaba, pero lo hice pasar al
despacho de la misma manera que las otras.
-Gracias a ti pude salir vivo en esta ocasión, pero esta vez
también te faltó información.
-¿De verdad? ¿Qué fue esta vez?
-Me dijiste que entre ellos no había hechiceros, pero había
algunos que podían lanzar conjuros. Los llamaban “Visires”. Pero eran muy
pocos, como dos o tres…
-Bueno, lo siento por eso.
-Por nada. Pero ahora quiero que me expliques de los
vampiros que viven en Portugal. He escuchado que son difíciles de encontrar.
-Oh. Ese clan te resultará difícil. –Le digo suspirando. –No
es poco lo que se de ellos, pero por lo que he llegado a descubrir por mí mismo
después de todos estos años. Quizás no sea suficiente para ti…
-Eso lo decidiré cuando lo oiga. –Dijo él.
Y lo que le había dicho era cierto. Según lo que yo sabía,
era que ese clan era muy difícil de distinguir. Si estaban bien alimentados,
era casi imposible diferenciarlos de un humano normal, y además eran muy
letrados… Algunos de los que he visto, así como le dije a él, fueron
profesores, maestros, alquimistas… Siempre rodeados de libros, siempre con el
conocimiento cerca. Le recomendé que fuera a bibliotecas y lugares similares.
-Pero no te prometo que los vayas a encontrar. –Le dije
cuando terminamos.
-Bueno, siempre hay una primera vez para todo. –Dijo Javier
con una sonrisa. –Cuando regrese, te explicaré como encontrarlos.
Sonreí ante el optimismo de aquel hombre mientras se
marchaba de mi despacho. Suspiré, esperando que tuviera éxito.
Esta vez, casi me había olvidado de Javier, pues pasó medio
año entero y no tuve noticias de él. Sin embargo, cuando casi llegó la Navidad,
él apareció casi a media noche con aspecto derrotado. Lo hice pasar al
despacho.
-He fracasado. –Dijo de repente. –Teníais razón, Padre. No
pude encontrarlos.
Con una sonrisa, tomé el candelabro y lo acerqué a él, con su
luz iluminándome el rostro. Cuando me miró, sonreí más, mostrando mis dientes.
-Hace tres días que no me alimento. –Dije.
Pero el grito de Javier no se escuchó fuera del despacho…
1 comentarios:
El factor inesperado por delante. Me recordó un poco a Vampiro C: ¡Saludos!
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